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lunes, 26 de julio de 2010

652.- BEN CLARK


Ben Clark (Ibiza, 1984). Premio de Poesía Mariano Villangómez 2001. II Premio Josep Pla, 2001. Publicaciones: Secrets d’una Sargantana (Ibiza, 2001), Solstici d’Estiu VI (Fundació ACA, 2002), Capítulo Tres (Libros del Claustro Alto, 2005), Cabotaje (Premio Arte Joven de Baleares, 2005), Los hijos de los hijos de la ira (Premio Hiperión 2006 ex aequo con David Leo García). Memoria (2009). Ha recibido la beca para jóvenes creadores de la Fundación Antonio Gala. Estudia y trabaja en Salamanca.


HOMO SPAINS SPAINS

Hasta aquí hemos llegado, sin apenas ayuda.

Sabemos quiénes somos, y ésta es nuestra ventaja.
No vivimos de sueños ni de lo que hemos sido
(a pesar de haber sido más de lo que seremos).

Nuestra es la poesía si así lo convenimos,
y todos los derechos que envuelven los deberes
de aquellos que aceptamos. Sabemos protegernos.

Y si nos interrogan por Alá o por el Sabbath,
por las verjas de Ceuta, por las fosas comunes,
pensarán que evitamos darles una respuesta.

Pero esto no es silencio sino lo que buscaban:
todos nuestros motivos, todo nuestro legado,
un erial temerosos, un orgullo sin letra.




LA HORA DEL PASEO

Un hombre que ha salido con su perro,
un hombre que ha salido muy temprano,
que pasa por delante de la mar
sintiéndose distinto a la mañana
anterior, repitiendo sin embargo
cada paso de ayer, como una máquina.
Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados.
Amanece despacio y alguien grita
sin que nadie pregunte ni responda.

Y es que sólo hay un hombre paseando,
no arrastra tras de sí ningún dolor,
no representa nada, no es un símbolo
de ningún tipo, no es una metáfora
de la pena y la angustia de vivir,
hay poemas mejores para aquello.

Aquí sólo hay un hombre que ha sacado
a su perro a la calle unos minutos.
Que pretende volver en cuanto pueda
a la cama a seguir imaginando
que el perro se le muere, que de pronto
se le destina a un sitio donde nadie
entienda una palabra en castellano.
Un sitio sin correas. Eso piensa
el hombre que pasea con su perro,
el hombre que ha salido tan temprano
porque le aterroriza que otros hombres
puedan interrogarle con preguntas
sobre la raza y sobre las costumbres
del animal que tiene amordazado,
mientras sale a la calle con su perro
aburrido del mundo, junto al mar,
y piensa que ha vivido muchos años
y que ha sido feliz muy pocas veces,
y que ha tenido varios perros buenos
pero sólo un amor, y ese fue malo.

(inédito)






ANÁLISIS SINTACTO

IV

Para Alberto de la Rocha

HOY es domingo en casi todo el mundo.
Pero aquí, sin embargo, muere el miércoles,
porque aquí la semana está borracha.
Y en su ebriedad, a veces, se le ocurren
cosas estrafalarias, por ejemplo
supo que me dejaste un jueves frío,
un día sin anécdotas –aparte
de que tú me dejaras –.
Y desde entonces siempre que se aburre
–y se aburre a menudo –
se entretiene conmigo transformando
cualquier mañana en miércoles, cualquier
radiante día nuevo en aquel día
en que sentí que el viento me miraba
un poco compasivo, cuando vi
–o eso me pareció – un gesto tuyo
en aquella mujer del restaurante,
la que no estaba sola.
Aquel miércoles
tan largo y tan espeso que avanzaba
hacia el último jueves de mi vida.

De Los hijos de los hijos de la ira





ACERO INOXIDABLE

II

"Hijos de la bonanza" nos llamaban:
los que no conocieron ni hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.

Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
-en un último gesto agonizante-
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminan hacia el río
dispuestos a bañarse entre excrementos.

También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables con el sufrido
por aquellos que ahora nos decían
"hijos de nuestra sangre", tan severos.

Aunque a veces, es cierto, no era fácil,
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso al comezón,
al vacío que moraba en nosotros,
hijos de la bonanza;
los hijos de los hijos de la ira,
herederos de todos los despojos.

(De Los hijos de los hijos de la ira)



BREVE HISTORIA DE LA MUERTE

La muerte la ha creado un hombre flaco.
Un hombre muy normal que vive solo.
Empieza a estar ya viejo. Nunca sale.
ni siquiera al pasillo. Lleva un pin
con una calavera y aprovecha
las veces que el vecino pide sal
para hablar de la liga y comentarle
que él inventó la muerte. Sin querer.




LA HORA DEL PASEO

Un hombre que ha salido con su perro,
un hombre que ha salido muy temprano,
que pasa por delante de la mar
sintiéndose distinto a la mañana
anterior, repitiendo sin embargo
cada paso de ayer, como una máquina.
Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados.
Amanece despacio y alguien grita
sin que nadie pregunte ni responda.

Y es que sólo hay un hombre paseando,
no arrastra tras de sí ningún dolor,
no representa nada, no es un símbolo
de ningún tipo, no es una metáfora
de la pena y la angustia de vivir,
hay poemas mejores para aquello.

Aquí sólo hay un hombre que ha sacado
a su perro a la calle unos minutos.
Que pretende volver en cuanto pueda
a la cama a seguir imaginando
que el perro se le muere, que de pronto
se le destina a un sitio donde nadie
entienda una palabra en castellano.
Un sitio sin correas. Eso piensa
el hombre que pasea con su perro,
el hombre que ha salido tan temprano
porque le aterroriza que otros hombres
puedan interrogarle con preguntas
sobre la raza y sobre las costumbres
del animal que tiene amordazado,
mientras sale a la calle con su perro
aburrido del mundo, junto al mar,
y piensa que ha vivido muchos años
y que ha sido feliz muy pocas veces,
y que ha tenido varios perros buenos
pero sólo un amor, y ese fue malo.



IV

Hubiera deseado ser más fuerte.
Fracturaba su voz el aire sólido
respondiéndole un eco de hojalata.
Nada más.
Porque ella era un silencio
afilado cortándole la carne.
Una navaja muda.
El brillo del aceite sobre el agua
le pareció un horrible autorretrato,
y todas sus palabras adoquines.

Ella hubiera querido ser más fuerte.
Helaba con sus ruegos los geranios
respondiéndole un eco de su miedo.
Nada más.
Porque él era el silencio
cortándole la carne.
Una navaja muda
reclamándole al mundo sólo un poco
del amor que sentía

(Los hijos de los hijos de la ira)


********


Yo creo que el amor debe existir.
También creo que algún día el amor
recoge en un petate cuatro cosas
y se va -pero no por donde vino-.
Es triste.
Pero no es lo más triste.
Es mucho más terrible que no expliquen
ni en las aulas ni en el libro alguno que
el amor, de existir,
tiene los pies
ligeros como el aire y no se ve
-lo mismo que la brisa es invisible-
y lo triste consiste en que se marcha
dejándonos inmóviles, los párpados
como embalses resecos de un agosto
juzgado equivocadamente abril.

(Los hijos de los hijos de la ira).


UNA PIEDRA

Esta piedra es pequeña como algunas palabras,
y tiene partes suaves, lisas, como la infancia,
y otras que casi hieren, como algunos silencios.

De esta piedra guardamos casi el mismo recuerdo:
para ti es comparable con la idea de Ausencia;
miras la piedra y piensas que no es nada.

(De ‘Cabotaje’. Ed. Delirio. Salamanca, 2008)




DARWIN SE ACERCA A LADY MACBETH UN SÁBADO NOCHE

Si me he acercado a ti es porque estás buena.
Si dijera otra cosa, mentiría.
Y quiero conocerte, de verdad,
y que tú me conozcas, con el tiempo,
que hagamos nuestros sitios que ahora mismo
no nos importan nada. Quiero echarte
de menos, que me llames y me digas
que me extrañas muchísimo, que falto.
Quiero memorizar tu piel, decirte
que tienes un lunar nuevo en el hombro,
quiero decirte cielo y que te enfades
porque odias ese nombre. Quiero verte
cada día que pueda y discutir
por cosas que ahora mismo dan igual.
Quiero saber que estamos distanciándonos.
Notar cómo los días nos devoran,
irremediablemente.
Quiero que me preguntes qué nos pasa
y no tener palabras que decirte.
Cuando tú ya no estés tan buena y yo
ya no le dé importancia a ese detalle.
Porque yo no seré tampoco joven
y mis preocupaciones serán otras:
pensar cómo es posible que hoy de nuevo
nos estemos mirando como aquella
noche en que me acerqué a ti y te dije
algo — ya no me acuerdo— que quería
conocerte supongo y los dos éramos
lo mismo que ahora somos. ¿Qué me dices?




CONTRA LA LITERATURA

No hay nada más inútil que escribir.
Nada más dependiente que los libros.
Pero Alberto me llama y me pregunta
‘¿Qué te está pareciendo mi novela?’
Y yo le digo bien, salvo este punto
y el momento en que dice esto y aquello
y él escucha y anota y bien parece
que aquí estamos haciendo algo importante.

Quién pudiera vivir fuera de un libro,
juntar en un hatillo las palabras
y haciéndose a la mar decir ‘Adiós;
me voy para morir entre las fauces
de una auténtica bestia, les regalo
la curva de mi espalda, mis bolígrafos,
el impreciso sueño de la gloria,
la implacable derrota de mi olvido’.

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