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sábado, 24 de julio de 2010

644.- DOMINGO F. FAÍLDE


Domingo F. Faílde (Linares, Jaén, 17 de octubre de 1948). Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. Profesor de Literatura. Comparte su residencia entre las ciudades de Algeciras y Jerez de la Frontera.

Fundador de revistas y otras publicaciones. Miembro de número del Instituto de Estudios Campogibraltareños, de cuya Sección VI (Literatura y Periodismo) fue presidente.

Socio fundador de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios. Coordinador de La Isla, suplemento cultural del diario Europa Sur. Colabora en Cuadernos del Sur (diario Córdoba), Papel Literario (Diario Málaga-Costa del Sol) y otras publicaciones especializadas.

Ha obtenido, entre otros, los premios Juan Alcaide (1987), Ciudad de Algeciras (1991), Miguel Hernández (1993), Antonio González de Lama (1994), Cálamo (2003) y Arenal de Sevilla (2004).

OBRA POÉTICA: - Materia de amor. Barcelona, Rondas, 1979. Cinco cantos a Himilce. La Carolina, La Peñuela, 1982. Ese mar de secano que os contemplo. Tomelloso (C. Real), Jaraiz, 1983. Patente de corso. Algeciras, Cuadernos de al-Ándalus, 1986. De lo incierto y sus brasas. Valdepeñas, Col. Juan Alcaide, 1989. Rosas desde el Sur. Algeciras, Cuadernos de al-Ándalus, 1992. Cuaderno de experiencias. Algeciras, separata revista Almoraima, 1993. Náufrago de la lluvia. Alicante, Aguaclara, 1995. Manual de afligidos. León, Excmo. Ayuntamiento, 1995. La noche calcinada. Almería, Batarro, 1996. La Cueva del Lobo. Jaén, Excma. Diputación Provincial, 1996. Elogio de las tinieblas. Córdoba, O. S. C. Cajasur, Los Cuadernos de Sandua, 1999. Conjunto vacío. Málaga, Puerta del Mar (Excma. Diputación), 1999. Amor de mis entrañas. Málaga, Corona del Sur, 2000. Testamento de Náufrago. Antología poética (1979-2000). Introducción de Alberto Torés. Jaén (Excma. Diputación), 2002. Decomo. En colaboración con Dolors Alberola. Gijón, Cálamo, 2004. El resplandor sombrío. Salobreña, Alhulia, 2005. Las sábanas del mar. Málaga, Ancha del Carmen, 2005. La sombra del celindo (en prensas). Poemas en diversas revistas españolas e hispanoamericanas, algunos de los cuales han sido traducidos al catalán, inglés, francés y alemán.
PRESENCIA EN ANTOLOGÍAS. - Jaén y sus poetas, de Diego Sánchez del Real. Jaén, El Olivo, 1978. - Poetas jiennenses, de Juan M. Molina Damiani. Jaén, Excma. Diputación Provincial, 1983. Polvo serán... (Antología de la Poesía Erótica Actual), de Rafael de Cózar. Sevilla, El Carro de la Nieve, 1988. Poetas en el Aula, Proyecto “Juan de Mairena” de la Junta de Andalucía. Sevilla, 1991. - Entre el sueño y la realidad. Conversaciones con poetas andaluces, de Rafael Vargas. Sevilla, Guadalmena, 1992. Plateado Jaén, de Antonio Rodríguez Jiménez. O. S. C. Cajasur, Los Cuadernos de Sandua, 1996. Elogio de la Diferencia. Antología consultada de poetas no clónicos, de Antonio Rodríguez Jiménez. Córdoba, Cajasur, 1997. ...Y el Sur. La singularidad en la poesía andaluza actual, de José García Pérez. Málaga, Corona del Sur, 1997. Paisajes, de Antonio Rodríguez Jiménez. Córdoba, O. S. C. Cajasur, Los Cuadernos de Sandua, 1997. Libro de las ciudades, de José Lupiáñez. Córdoba, O. S. C. Cajasur, Los Cuadernos de Sandua, 1998. Las flores idílicas, de Francisco Peralto. Málaga, Corona del Sur, 1998. Encuentros. Nueva poesía española, de Fernando de Villena. Archidona (Málaga), 1998. De lo imposible a lo verdadero. Poesía española 1965-2000, de Antonio Garrido Moraga. Madrid, Sial, 2000. Poesía andaluza en libertad. Una aproximación antológica a los poetas andaluces del último cuarto de siglo. Por Antonio García Velasco, Francisco Morales Lomas, José Sarria Cuevas y Alberto Torés García. Málaga, Corona del Sur, 2001. La línea interior. Antología de poesía andaluza contemporánea. Por Pedro Rodríguez Pacheco. Córdoba, Cajasur, 2001. Poesía española (1975-2001). Por Alberto Torés. Málaga, Aljaima, 2002.



TRES DEFINICIONES PARA ENCENDER EL AIRE



Hacia lo lejos, sí, hacia el aire sin nombre
Luis Cernuda




I

POR la línea del tiempo
el aire se derrama, como un jardín traslúcido.
He aquí, henchido, su enigma: sin ser visto, alumbrar;
vestir, imperceptible,
la desnudez del mundo;
y, en fin, servir de cuenco
a la voz y el aroma
y a la respiración.

Cristal, materia leve,
asómase al vacío, quizás astro increado,
escala los peldaños del infinito, flota,
vuela, se desvanece;
verbo del resplandor, nombra las cosas,
inscribe su oquedad en el espacio,
las signa con su luz.

Imagen perdurable de todo lo posible,
presente es su memoria –siempre por sucederse-.
Fragmento de la voz original,
el aire es el archivo del universo, suma
y resta del polen que resuelve
la ecuación imperiosa de la vida.

El aire, pues, camino (mas no porque las aves
transiten sus rincones, si por cauce encendido
de la palabra): el aire, en fin, el eco
del corazón de un dios.




I I

SOBRE el mar –si dormido-,
el aire –si desnudo- se contempla,
no en el azul tranquilo de las aguas
sino en el pecho absorto del que admira,
viendo cómo, de nuevo, aviénense confusos
los elementos: nubes,
peces, ríos y aves;
las cosas: barcos, lluvia...
Alimentando inabarcables fauces
de espuma o vendaval.

Sobre el mar –si despierto-,
el aire –si vestido- es un auriga
en cuyo pecho la tormenta inflama
su látigo de luz.

Siempre hay un viento sobre agua,
siempre
sobre las copas de los pinos aire
en desbandada trémula sus élitros agita.

Inhabitada música,
el sueño de los dioses su silencio navega.




III

(ASÍ, cuando la aurora,
por las romas esquinas de los astros saltando,
su cerviz de cristal al horizonte
asoma, crece el día,
y un estruendo de cisnes y gaviotas
inunda la mañana,
trepa por los balcones,
prende en las espadañas
y rueda, arpegio tibio, por los valles,
desliza sus coturnos de fuego sobre el mar.

Y así, cuando la tarde,
huyendo por las rosas, aún agitado el seno,
lenta escapa, encendiendo
el último esplendor de los colores,
el rostro trashumante cubre, borra, desvela
la placidez del sueño, esa mínima música
que crepita al calor de las constelaciones,
que su rumor desgrana sobre el agua,
que arde en la piedra como un ornamento.

Sangre encendida, el aire se derrama
en los surcos hambrientos de la noche.)


(Madrid, 1994)


*****


ALGUIEN ESCUCHA UN DISCO DE JOHN LENNON


Viene del lado inmóvil del tiempo, suena
desde una cueva oscura esa voz que nadie localiza,
flota en el aire,
se empoza en la nostalgia, como un presagio líquido,
surcando la penumbra gris del atardecer.
He aquí, en un remolino de pájaros, la música;
el vértigo indomable de la voz, y John Lennon
sueña, imagina, eleva
la construcción del grito, la precisión insomne
de la luz insaciada.
John Lennon, a lo lejos,
trepa por el crepúsculo,
y reverdece el cauce del calendario,
como si un maremoto,
recorriendo el declive de la memoria,
el velo del origen descorriera.
He aquí la perfección de la tristeza
que mide la distancia de la noche, su indescifrable código,
sus ocultos designios, en tanto
dilapida sus pétalos la duda.

No es acaso John Lennon quien cruza la avenida,
sino una sombra dulce que no borró la lluvia,
anclada a un tocadiscos que, pese a todo, suena,
mientras entre los sauces se atrinchera el otoño.


(De Náufrago de la lluvia, 1994)


*****


FINIS GLORIAE MUNDI



Cuando la noche adviene.
Cuando sedienta cae
como un anciano ebrio que, súbito, desplómase
y, títere del vino, si de la edad, arrastra
su mísero esqueleto sobre la acera impasible.
Cuando oscura la plaza
y oscuro el mar también
y la alcoba, oscurécese
el reducto letal del corazón,
la memoria y el alma se oscurecen.
Cuando adviertes, en fin,
que no es posible el alba.

Entonces, cuando evidentemente estás solo
y no hay nadie en tu lecho, por más que el amor sueñe;
cuando, como temías,
el mundo se acostó más temprano que de costumbre;
cuando afuera la sombra del silencio se expande
y no se escucha apenas un ladrido
ni brama el oleaje
ni llueve, en fin, siquiera:

No huyas. Ten valor. Enfréntate al destino.
La historia que invocabas para ahuyentar la vida,
tampoco va a tratarte mejor.


(De Náufrago de la lluvia, 1994)


*****


EPIGRAMA


Confiabas, necio, en la posteridad,
y al juicio de la historia
legabas tus minutos. Al trueque del futuro
inmolaste el presente, renunciando
a la gozosa potestad del acto, al impagable
deleite de morir en cada gesto.
La sentencia del tiempo
no mostrara mayor benevolencia.
Mas ahora eres viejo y no es posible
reescribir el pasado ni te queda una página,
un último minuto para rectificar.
¡Qué error, así, la vida!
Aguardar hasta el fin la absolución,
en tanto te maldices tú mismo y te condenas
a morir esa muerte
que habías, sin saberlo, continuamente muerto:
Los ríos, muchas veces, son el mar.


(De Náufrago de la lluvia, 1994)


*****


LA BIBLIOTECA DE BEARDSLEY


Si cierro la ventana, si la helada penumbra
enciendo de esta estancia, el otoño,
la quejumbre amarilla de la tarde, la dulce
llovizna con que acaso
trenza su vals la luz,
quedarán a la puerta, seguirán a la puerta,
aguardando
el discurrir monótono de la eternidad,
mientras aquí desfilan
mares, islas, ensueños,
huyendo de las doce campanadas
que saltan del reloj.

Mas dónde, sin embargo, la languidez del tiempo
esconde su pañuelo. Pues la niebla,
que ya empieza a espesarse, va invadiendo
también este aposento donde el silencio huele
a pergamino y moho (sobre la mesa,
se ha desmayado un libro, frío como ese búcaro
en cuyo vientre el sol palidecía).

Yo no sé dónde suena
el clavecín del viento
ni, en otro orden de cosas, si, a lo lejos,
Elgar,
fastuosamente,
enciende los faroles del crepúsculo,
es decir,
la tristeza,
que en su carroza alada
viene a cenar conmigo como todas las tardes.

Aunque a estas alturas,
no sé si este pendón me ama o tan sólo
quiere jugar al bridge.


(De Manual de afligidos, 1995)


*****


DEL ORIGEN

De lejos, hasta el punto
donde cierra la luz
las pupilas del mundo.
Y, en medio,
cubriendo la distancia
que hay entre el horizonte
y la mirada,
la vida -tu existencia,
signada, simplemente,
por todo cuanto tocas,
cuanto fue, lo improbable-,
y ese papel en blanco
que nunca escribiremos.
El espacio, qué error:
porque no hay cálculos
que al abismo resistan.
Y por ello es posible la poesía,
y por ello también
la tristeza.


(De La noche calcinada, 1996)


*****


EL SUEÑO DEL CABALLERO

Sueñas, joven amigo, con las dádivas
que te ofrece la vida.
Mas la vida
-recuérdalo- es tan sólo
esa fiebre instantánea que señala
tu presencia en el mundo,
la misma irrealidad de tu sueño.
La vida, que no el tiempo,
porque el tiempo sea acaso
todo cuanto posees,
es decir, la ilusión de estar vivo
y disponer de todo.

El ángel, sin embargo,
te señala el camino.
Tú no lo sabes, pero ya estás muerto.


(De Elogio de las tinieblas, 1999)


*****


DE OMNIBUS MARTYRIBUS

Con los ojos vaciados, desfilan por la noche.
Son extrañas siluetas que deambulan, sonámbulas,
arrastrando cadenas, en medio del humo.
Puedo verlas, silentes, subir al autobús,
sin que sus blancas túnicas se manchen de polvo
ni los descalzos pies rocen los excrementos.
Extraviadas, las órbitas vagan por el vacío,
como huyendo de sus verdugos
(a veces, un gemido los delata, las llagas
escondidas debajo de la veste purísima).
El mundo ha amanecido lleno de estas criaturas.
Abandonan los grises soportales del alba.
Por la ciudad caminan, buscando a sus sayones,
y una lluvia de sangre empapa las aceras.
Están en todas partes: oficinas, comercios,
sosteniendo la bóveda helada del mundo.
Son materia sufriente, viva vida, conciencia.
Todos han conquistado la gloria. Su infierno.


(De Elogio de las tinieblas, 1999)


*****


GHOST


Hoy he visto a la muerte.
Caminaba hacia mí, e iba avanzando
con el paso impasible
de los que nada tienen que perder.

Vestía unos blue-jeans y camiseta
y calzaba playeras italianas.
Tras las gafas oscuras de diseño
se adivinaban frías sus pupilas,
una pantalla acaso de ordenador leyendo
los nombres elegidos, por riguroso turno,
con esa precisión matemática
con que suelen matar las mujeres hermosas.

Iba, en fin, acercándose, y yo palidecía,
y el corazón saltaba detrás de la camisa,
presagiando el final.

Casi a mi altura,
me miró,
la miré;
no ocurrió nada.

Aquella aparición pasó despacio,
dejando tras de sí una estela de pétalos
y unas ganas terribles de morir.


(De Conjunto vacío, 1999)


*****


EPÍSTOLA MORAL



A Rafael Vargas.

ÉSTAS que ves, amigo,
ruinas son de un tiempo
donde aún habitaba la esperanza,
y tan jóvenes éramos
que todavía soñábamos con juguetes carísimos,
ya sabes: libertad, igualdad, esas cosas,
y el celuloide rancio de la Revolución.

El tiempo, sin embargo,
con rostro de monarca absolutista,
disolvió la algarada con su mano de hierro.
Todo volvió a su sitio. Y al orden natural,
como aquella wild life
de los documentales americanos,
ya sabes: el pez gordo,
comiéndose al pequeño. Pura depredación.

Y nosotros, en tanto, fuimos envejeciendo.
Un trabajo, familia, poemas (todo un lujo),
porque el mundo, ya sabes, al igual que los dioses,
es inmutable a veces, un círculo vicioso.
¿Leíste a Dante? Haz memoria:
quizá ya hemos llegado a los infiernos.


(Algeciras, 2000)


*****


DE CÓMO LA VOZ LÍRICA PIDE A SU AMADA
QUE NO SE QUITE LAS MEDIAS




Caen.
Caen,
una
a
u
n
a
todas
las prendas que te visten,
todas las prendas –eso quiero decir–
que
te
desnudan.
Mas conserva tus medias, vida mía,
que son las galas de la desnudez.


(De Decomo, 2004)


*****


DE CÓMO, MIENTRAS EL POETA ESCRIBE UN SONETO,
TUMBADO SOBRE UN LECHO DE FLORES,
SU JOVEN AMADA LE TATÚA LAS NALGAS




Al margen de la edad, que es accidente
y contrario, sin duda, a cortesía,
yo te hago responsable de estos versos
y el lenguaje maligno que delata
el modo y la natura
con que fueron creados.
Pues si mi piel te empeñas
en seguir tatuando
con palabras obscenas,
¿qué haré, sino borrarlas
cuando dé media vuelta
cuando dé media vueltay use el tip-ex?


(De Decomo, 2004)


*****


JUEGO DE NAIPES



No opongáis resistencia.
Estamos tan cansados, que la brisa bastara
para reducirnos a escombros. La vida
puede saber a poco, pero dura
toda una eternidad cuando se vive
bajo el mármol de la certeza.
Rendid, en fin, los naipes del castillo
y barajadlos luego
para hacer solitarios.


(De El resplandor sombrío, 2005)


*****


LA CASA SOSEGADA



Hemos llegado, como de costumbre,
al abrigo secreto del hotel.
He pedido la llave. A pocos metros,
a contraluz, de espaldas, relumbra tu figura
ceñida por el mar. Sabes que, arriba,
la cómplice penumbra abre los mapas
y despliega efectivos, estrategias, la luz.
Ah, la escalera.
Por la secreta escala nos guía Juan de Yepes
-¿o era, imberbe, un botones
que vi en alguna parte?-,
disfrazados tú y yo:
no estaba sosegada nuestra casa.

(De Las sábanas del mar, 2005)


*****


RENDEZ-VOUS



Se ha llenado la tarde de trenes silenciosos.
Por la mínima senda en que los días
descienden hasta el mar, flota un rumor de óxidos
y tú agitas la mano detrás de los cristales.

Quedan allí los pétalos, temblando,
que hemos hurtado al tiempo, como láminas
de algún metal rarísimo y hermoso,
superviviente luego de tanto cataclismo.

Y allí, mientras te alejas
a bordo de las nubes, del humo, se estremecen
los árboles cansinos de la melancolía
o esas horas desiertas que señalan tu ausencia.

Vuelvo entonces la espalda hacia el vacío
en que queda tu nombre tiritando,
las calles, los caminos, las tabernas,
¿quedamos este viernes? ¿sí? ¿a qué hora?
Y el mar cubre su lecho con las últimas luces.

(De Las sábanas del mar, 2005)


*****


EN TORNO A LA ELOCUENCIA




A Dolors Alberola

Hablan del corazón y su abundancia
las palabras –me dicen, y derramo
sobre la mesa el libro de mi voz-.
No obstante, el diccionario,
que abro mientras apuro una cerveza,
no contiene los términos buscados,
los vocablos precisos para hablarte de amor.
Bebo, entonces, un trago y la mirada
se me clava en tus ojos, silenciosa y oscura.
Mientras voy recorriéndote,
pongo nombres a todos los rincones
que la pasión no alcanza.
Cierro el libro y te amo,
allí,
donde el silencio
no precisa otra música.


(De Las sábanas del mar, 2005)


*****


LUGARES COMUNES



Después de muchos años y una vida
lo suficientemente larga como
para, por, según, so, sobre, tras,
la celinda del patio dejó de dar flores,
el pozo se secó, la madreselva
era un triste muñón amarillento
y la parra, sin uvas,
apenas recordaba las veladas de estío,
entre el ir venir a la cocina
y el rumor de las jarras de vino al escanciarse.

Qué fue, qué sucedió, qué detuvo el trajín de los relojes
en un momento: nadie sabe la hora, el día
ni la estación o el año del cataclismo aquel
que abrió la puerta y se marchó en silencio,
llevándose consigo las cosas del baúl,
los muñecos de trapo y los bastones,
náufragos de otros mares.

Se presiente la vida, sin embargo,
en las pardas baldosas que no limpió la lluvia
y unos papeles sin color, que fueron
alas de la noticia y ahora ruedan,
se resbalan, abúlicos e insomnes,
por el suelo sucísimo.

Recuerdo
aquellas tardes idas, tan cálidas y lentas,
la música envolviendo
el perfume a manzana de la siesta,
los versos clandestinos
o el contrapunto alegre de las conversaciones.

Recuerdo, porque acaso
la vida a cierta edad es la memoria,
el tedio sofocante de los largos veranos,
el silencio que hervía en los arpegios
cuyas notas tan sólo yo escuchaba
y las historias de mi madre: el cura
a quien los milicianos talaron, como a un árbol,
y, antes de hacerlo arder, le taparon la boca
con las ramas caídas, o el relato
de los moros tocando a degollina
cuando entraron las tropas de Franco y por las calles
bajaban arroyadas de sangre, en cuyas ondas
navegaban, dolientes, los navíos.

Yo, pecador, ya entonces, nueve años,
letra inglesa diaria, algunas cuentas
y esas lecturas lóbregas que se quedan grabadas,
sabía que la vida era una rampa oscura
y, al final, sin remedio,
me esperaban las mismas pesadillas:
tridentes, bayonetas, montañas de cadáveres
o el pequeño inconfeso que se perdió en la noche,
sí, reverenda madre, todavía la escucho
describiendo los gritos de aquel desventurado,
el escozor hiriente de sus lágrimas
o los clavos doliendo la carne divina,
sangre de Cristo, purifícame,
agua del costado de Cristo, lávame;
y así pasan los días –ya pasaron-
y así pasan los años –transcurrieron-
y yo, desesperado, quizás, quizás, quizás,
sin ninguna certeza sino esa culpa verde
que termina en las llamas.

Por fortuna,
uno se hace mayor y coge el tren
y se aleja en la noche del miedo y los pecados.
Descubre, mientras huye del temor y sus fábricas,
la santidad del cuerpo, la carne resurrecta,
los placeres del vino y los manjares,
de los libros prohibidos y el veneno
que llaman libertad.

Después de muchos años, uno vuelve
al exacto lugar del crimen. Y allí esperan
los fantasmas de entonces, más pálidos si cabe,
mientras el viento mueve la lámpara fundida
y el crepúsculo alumbra las descarnadas sombras.
Todo está igual: el patio, la celinda,
la enredadera, el pozo, los rumores, tú mismo,
y esa música extraña que te envuelve
con su melancolía.


(De La sombra del celindo, 2005)



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