En Pedro Arturo Estrada la escritura es señal de un límite, una dureza, una imposibilidad. No hay en ella abundancia, fluidez verbal, destreza del estilo. Pero marca, incomoda, incluso incordia el ánimo. Es una escritura seca, sin artificios que, sin embargo, da cuenta de una experiencia del mundo, de la vida a veces precaria, desesperanzada y burda que le ha tocado hacer. Pero algo en ella nos retiene, mantiene cierto atractivo por la sobriedad y contundencia de sus imágenes, por la belleza de lo que dice sin pretensiones. Desde sus Poemas en blanco y negro, Fatum, hasta Oscura edad y otros poemas como también en Poemas de Otra Parte, un mismo aire de incertidumbre y lucidez, soledad y vacío, insatisfacción y silencio se mantiene visible tras el lenguaje parco y riguroso con el que están escritos. (W. Valencia, Crítico literario)
TRÁNSITO DEL SONÁMBULO
1
Es de nuevo la noche que rebrilla estrellas viejas. Cruzo los predios desiertos de sus dominios mientras cae algo definitivamente sombra abajo de mí, tal vez lo poco que aún sustentaba una forma, un modo de estar en el mundo.
Vuelvo después al día, la rutina que restablece límites, el familiar cotilleo de cosas que son la medida de mi propio vacío. Un nombre, la cómoda sumisión a los espejos, los ojos que me reconocen o creen reconocerme.
2
El tiempo que al fin no es más que una bomba pasando de mano en mano. Y ningún lugar cierto para salvarse. Pero entonces, la callada certeza del olvido, el último y verdadero lugar.
Animales de costumbre, qué otra cosa sino ese lento y persistente roer, lamer, mascar, deglutir el mundo a pedacitos. Echarse a la sombra de las palabras mismas, confiados, esperando que ellas nos confirmen, nos salven al fin.
3
Hasta agotar la cuota de espanto correspondiente y morirse tranquilo, libre de coerciones y esperanza. Hasta ser por fin el que viene de regreso de todos los miedos, el que sabe con qué cuenta, con quién vive verdadero dentro de sí.
Un territorio limpio de huellas y muros. El viento desparramando las páginas de la pequeña historia de tu vida.
4
Un día un mundo, una sola y definitiva experiencia. Ser afuera de toda memoria. Reír en mitad de la extrañeza. No querer, no poder entender, no saber nada de la vida. Abandonarse a la fuerza de la oscuridad o de la luz que también es abismo.
5
Sólo la mano que toma el borde de una puerta, el ojo que recibe directa la luz, la boca que devora la fruta, la piel que se anuda a otra bajo la noche, el cuerpo que reposa lejos del día allá afuera.
Pudiera ser esto. El gesto perdurable. La eternidad.
6
Pero es el cansancio lo real. Volver a acunar toda la baba bajo la lengua. No hay más que el siguiente paso, el siguiente latido, el siguiente respirar.
7
Y ser apenas una arena más en la playa. Fragmento infinitesimal. Un punto en el espacio. Ir luego. Ir al borde mismo. Asomarse allí. Arrojarse como quien se abraza en sueños.
8
Pues al fin, la vida es lo que no se ve más allá del borde mismo del yo. El que se arroja es el que empieza realmente a vivir.
En tanto, la mayoría nos quedamos temblando y aferrados al borde, lo único sólido en apariencia. Lo único.
9
Temblor y misterio, sí, espanto de ser sin saber por qué, para qué. Y deleite, delirio, demencia febril de hallarnos expuestos al aire, al sol, al goce, al embate de los elementos y…la muerte, posibilidad también terrible y seductora al final.
10
Como un regreso. Quedarse con la ceniza de la carne, con el calor del amor en los huesos, con el eco interior de las palabras que no nos traicionaron. Quedarse con el espasmo, la punzada, la náusea. O despojarse incluso de eso. Merecer y aceptar la fortuna de renunciar a toda fortuna. A todo. Hasta el propio deseo de no tener nada.
11
Es de nuevo la noche que rebrilla estrellas viejas. Abandono los dominios de mi propio silencio mientras algo salta definitivamente luz arriba de mí, tal vez lo poco que aún se repliega, lo poco que todavía se resiste al vacío.
12
Vuelvo al día, la costumbre restablece sus leyes. La voz, el murmullo ajeno de los otros recobra en mí (lo que se repliega en mí), el curso natural de cuanto pienso o creo pensar y ser: un nombre, la cómoda sumisión a los espejos, los ojos que me reconocen o fingen reconocerme.
(Poemas de Otra/parte, 2004)
PAÍS DE SILENCIO
Alguien se atreve a preguntar por el que no ha vuelto.
Y las sombras le contestan: nada, nadie, ninguno.
Alguien deambula husmeando los últimos pasos,
los ayes que dejó en el aire, las voces que aún
se cuelan por debajo de las puertas. Alguien
bajo las sábanas húmedas de la medianoche
no logra conciliar el sueño, espera hasta la alta
desolación del alba esa noticia, ese ya, ese basta,
ese grito final que restablezca el curso de los días
y desate la voz sobre el vacío
excavado por años de silencio
y miedo.
*
PAÍS DE NADIE
Bienaventurados los que pierden toda patria
porque de ellos será la luz de su propio dominio.
Pero la patria no es de nadie cuando cualquiera
debe negarla tres mil veces ante extraños.
La patria ha sido confiscada en aeropuertos,
bancos, multinacionales, se arruga inútil como el billete
sin valor que la exhibe; la patria se va apagando
en la fotografía guardada —se deshace
con el aroma del último café.
La patria va quedando tirada
por las calles de todas las otras patrias
adonde un día huimos.
*
PAÍS DE PALOMAS
Cada día menos país, cada noche más sombra.
Los días aquí son palomas que se cansan
a medio vuelo. Aunque aprieta a fondo el sol
y hay una continua atmósfera de inquietud en todo.
Las noches suelen ser sofocantes y demasiado largas.
Nuestros sueños se vuelven más tortuosos
y el tiempo cae sobre los hombros en finas capas de ceniza.
Sonreímos para no perder la costumbre
mientras la sangre fluye pesada
por los cuerpos que esperan el golpe solapado del viento
o la caída abrupta en la fisura que —por lo regular—
se abre en medio de la vida.
El país, quizá,
somos sólo este vuelo ciego de palomas
en un cielo tormentoso.
*
CARTA
Desde estas montañas el verde
todavía es de todos los colores, incluso el rojo.
Qué exuberancia de la tierra. Qué exuberancia de los frutos.
Qué exuberancia de la muerte.
En estas montañas los árboles también
son el motivo lírico por excelencia,
además de los muertos —claro.
Además de los crímenes.
Árboles cortados a su pesar, como cabezas,
troncos, manos, ojos cegados,
muchachos que no verán el nuevo día.
—Tanto follaje pasto de la nada.
(De, Oscura Edad y otros poemas, 2006)
LOCUS SOLUS
20
Se disipa tu aliento
en el metal del día,
en su espejo.
La tierra asciende
y resplandece
mujer
curvada y dulce
en el éxtasis blanco,
mientras giras también,
alucinado,
solo,
último niño de la noche
de repente desnudo,
de repente heredero
de todos los vértigos
sobre el oscuro centro
sin bordes,
sin palabras.
Otra vez sin palabras.
21
En las cimas de la desesperación
también el silencio,
la ebriedad del silencio.
En las cimas de la lucidez
también la alegría
de no ser nada.
En las cimas de la soledad
también la risa,
la máscara de la risa.
En las cimas del vacío
la rotundidad de un cuerpo,
el deseo.
En las cimas del deseo
también la rotundidad
de su vacío.
22
Voces del día insidiosas
otra vez te reclaman.
Giras también
y se diría el éxtasis,
la primera mañana,
el vibrante fulgor
de esa palabra.
Déjate llevar como un niño,
te susurra el ángel,
la voz del árbol cercano.
Déjate ir,
asciende también
dicen de arriba.
Pero tú resistes
aferrado al último hilo
de incertitud,
—insalvable.
26
Bienvenida, perfecta irrealidad,
dilución de la certeza en humos angélicos, espejismo,
claridad mutante hacia la tiniebla absoluta.
Bienvenida inconsistencia del tacto, visión dudosa
que nos salvas del dogma,
de creer que creemos.
Bienvenida, refracción íntima de la luz
en el núcleo seroso del cáncer que aniquila
la fe, el confiado vigor del músculo
y el impulso sensual.
Bienvenida, fatiga sabia
que creces y te adensas
tranquila en las arterias.
Amiga que das tiempo
después de todo al tiempo.
27
Ya que permites ir a ninguna parte y al centro
de la nebulosa donde sólo hay silencio.
Ya que dejas reinar en el sancta sanctorum del cuerpo
el vago sol de la náusea, ya que dejas morir sin ruido
ese animal voraz que dentellea bajo la piel: el amor
y todas sus crías deletéreas, ya que asfixias la rabia,
ya que pudres antes que alcancen a brillar
las peligrosas, ambiciosas ensoñaciones del cerebro,
ya que humillas la sangre con la mano invisible
que también agacha los jardines, ya que subes
por los dedos afianzando la música que perderá
los sentidos, ya que doblegas la primera mirada
que busca afuera la salida del laberinto, ya que
nada pueden, nada podemos ante ti,
contra ti,
no dejes libre entonces
ninguna fisura
ninguna herida olvidada
ningún pavor suelto.
(Del libro, Poemas de Otra/parte)
FELATIO SACRIFICIAL
De pronto
ella se inclina
ya vencida
De su boca lívida
lentos hilos de plata tiemblan
hasta la base misma
El la toma de los cabellos sueltos
la oprime contra sí
la mece
Ella
ahogada de él
respira a trechos
Como en el miedo
como en la agonía
gime
Una y otra vez
resbalando bajo la fuerza
bajo el yugo
Sierva del dios
arrodillada
antes del empalamiento
(2005)
(De, Poemas de Otra/parte)
La oficiosa inutilidad
Nada produjeron mis manos a lo largo del tiempo.
Nunca sembré, coseché o almacené ningún fruto.
No cultivé los campos, no rendí mi sudor bajo los días arduos.
No vendí, no gané, no entendí los negocios.
La vida brilló para mí siempre afuera, más allá de las tiendas,
resplandeciente y solitaria como un río salvaje.
Me dirán: cuál tu oficio, tu forma de ganar el pan.
Reprocharán mi dulce dejar pasar las horas
como en éxtasis blanco, como sombra en los patios.
Señalarán mis libros, mi música, las artes
que en vigilia o en sueño suelo buscar iluso.
Reclamarán castigo inmediato de mi crimen:
mi indolencia aparente en el reino apurado,
este apartar los pasos de la vía demente
donde se trenza el músculo a la urgencia, al afán
de las ruedas, los motores, las alas.
Juzgarán estas manos ineptas, estos ojos abiertos
más allá de los lindes del hacer y el luchar.
No entenderán la honda soledad de mi inútil
condición, mi renuncia anticipada y muda
al laborioso mundo que inventaron los hombres
sobre la tierra abierta al goce, la delicia
del instante en la incierta duración de la vida.
No admitirán mi oficio simple de no hacer nada,
—mi tarea magnífica de estar solo soñando–
mientras pasan los años y avanza atareada
la muchedumbre informe levantando ciudades,
apresurando horarios, computando el mañana.
Sólo pienso, es difícil, es también un deber
que alguien cuide el silencio, que alguien
guarde el rebaño de sus propios deseos
al margen del bullicio, del frenético empuje
y el trepidar insomne de la gran maquinaria.
Soy un pueblo de manos esperando en la sombra.
Soy el desempleado, el vago, el remolón
habitante de orillas apartadas y sordas.
Otras son mis razones con qué estar ocupado.
Hay otro tiempo y ritmo, hay otro
espacio último entre las horas ágiles.
—Tal vez, acaso, nunca
no hacer nada fue tanto.
Porque al menos la guerra no está entre mis oficios.
(1999)
(Del libro inédito Poemas de Otra/parte)
SE LLAMA POESÍA
Homenaje a Aldo Pellegrini
Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles, sí.
Todo aquello que abre, en cambio,
la visión y el secreto del mundo a los inocentes,
a aquellos que lo apuestan todo a nada,
los que no guardan, no se cuidan, no acechan,
no calculan y sin embargo están siempre a punto de encontrar
como por casualidad incluso el amor, la muerte, la vida misma.
Se llama poesía todo aquello que tira los pies
tras lo imposible. Lo que revela el otro lado de las cosas,
lo que canta al final del desastre sin motivo alguno.
Lo que te avienta inclemente fuera de tu ser
o invade en silencio —marea extraña—
el interior hasta ahogarte los ojos.
Se llama poesía todo aquello que estalla de golpe en la palabra,
sin aviso y sin lógica. Lo que no puede explicarse
propiamente a los listos, a los que siempre tienen la razón.
Se llama poesía todo aquello que vuelve luego del exilio,
la derrota, los miedos. La luz que un día retorna a los cuartos cerrados
de la vieja memoria; la antigua, recuperada simplicidad de los días.
El viento que reaviva una llama en la noche. Lo que nos sobrevive,
lo que siempre nos queda más acá de la herida, la pérdida más honda,
como una última, callada, oculta fortaleza.
(Del libro: "Oscura edad y otros poemas")
No hay comentarios:
Publicar un comentario