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sábado, 26 de junio de 2010
538.- VICENTE VALERO
Poeta y ensayista español nacido en Ibiza en 1963.
Completó sus estudios en Barcelona, viajó por el mundo y regresó a su isla natal, donde vive dedicado a la enseñanza y a la escritura.
Ha hecho crítica literaria para el diario La Vanguardia de Barcelona, y ensayos sobre arte para el Institut Valencià d´Art Modern y para el madrileño Museo Centro de Arte Reina Sofía.
Ha publicado seis libros de poemas: "Jardín de la noche" 1986, "Herencia y fábula" 1989, "Teoría solar" 1992, "Vigilia en Cabo Sur" 1999, "Libro de los trazados" 2005 y "Días del bosque" 2008, con el que obtuvo el Premio Internacional Fundación Loewe.
Es autor igualmente del libro de prosas Diario de un acercamiento 2008 y de ensayos importantes traducidos a otros idiomas, tales como, Viajeros contemporáneos 2004, y Cartas de la época de Ibiza, de Walter Benjamin 2008.
Actualmente es es coordinador del suplemento cultural La Miranda de Diario de Ibiza.
De "Taller de paisajistas":
(con la primera luz)
Al alba nadie sabe nada... Vean:
ninguno de nosotros se atrevería a hablar
del sol que ahora despunta solamente
como una sola y libre flor del prado,
sólo un milagro más entre la hierba.
Todo es silencio todavía, nadie
se atrevería a entrar con sus viejas palabras
en este manantial de sombras y de nieblas,
de azulados reflejos y caminos
que siguen siendo aún un poco de la noche.
Fruto desnudo de la oscuridad,
tiembla como nosotros cada día, en su árbol
celeste y triste: el árbol que nos da
sólo su frío del comienzo, puro,
en húmedos abrazos, lentos, inabarcables.
Recogemos así el nuevo día, el aire
que al hacerse visible nos asombra,
el aire sin razones, prodigioso,
siempre con su cosecha diferente:
la dulce claridad entredormida.
Y ahora el sol que está aún entre nosotros,
abajo, entre las flores, se revela por fin
como un obsequio inesperado, sólo
un alimento más del bosque -en las más breves
y transparentes gotas de rocío-, oh sí:
la bebida primera indescriptible.
* * * * *
(la insistencia)
El color de este cielo a mediodía
no quiere ser pintado, se resiste:
se diría que espera solamente
detrás del muro blanco y ciego
de su más alto resplandor...
Hay que insistir entonces, muchas veces,
Con los ojos cerrados si hace falta,
pintar sin ver lo que sabemos,
dar forma a los colores invisibles,
mirar el cielo así, de otra manera,
el cielo ciego horizontal.
Insistir discutiendo con la luz,
con este resplandor hiriente y bajo,
hasta poder trazar su enigma propio,
su misterio imposible,
Con la fidelidad del paisajista
que sabe oír y ver siempre entre líneas,
y reconoce a solas su destino
en los más lentos blancos cegadores.
...No importa que el color
no colabore. En su fluir está la música
silenciosa del sol, la fiebre nueva
que quema nuestras manos y nos dice
cuánta paz hoy veremos sin descanso,
con los ojos cerrados todavía.
* * * * *
(precipicio)
Por los acantilados, muchas veces, la luz
es sólo vértigo y responde
a una llamada verdadera y fría,
a un misterioso andar sobre el vacío.
Lo que vemos no está
en el lugar exacto imaginado:
hay que buscarlo siempre en su caída,
en un dulce equilibrio
de rocas y alcotanes, de azules imposibles
casi siempre. Es una arquitectura
que no conoce el miedo
y ha sido construida por los pájaros,
por el viento del norte
y por las nubes.
Traten entonces de asomarse
en silencio y verán
cómo el color del cielo se sostiene
sobre un enigma sólido,
una alucinación interminable:
el vuelo prodigioso, desnudo, de la luz,
sobre la primavera que esperamos,
transparente y sin fin
del precipicio.
* * * * *
(principio de identidad)
Nosotros somos solamente
siempre lo que miramos: este bosque
y su camino azul somos nosotros,
esta lluvia distinta cada tarde,
que empapa muy adentro.
Somos la nube que pintamos, negra
sin más como la arena siempre
del anochecer... Somos
también el trueno y los relámpagos,
los ojos asustados
del animal que corre a su refugio.
No somos más que lo que busca ser
mirado y comprendido por nosotros:
este paisaje horizontal, el árbol
y las piedras mojadas,
las huellas en el barro y la neblina
que no nos deja ver.
No somos lo que somos porque sí.
Y hasta somos también lo que no vemos:
aquello que pintamos muchas veces
sin saber cómo es, cómo será mañana,
después de la tormenta.
* * * * *
(retrato)
Un hombre lleva puesto cada día
su sombrero de paja y sube andando
el camino del bosque. Saludamos
a este solitario diferente
y él también nos devuelve unas palabras
con amabilidad y simpatía.
Sabe que estamos siempre aquí,
en esta curva, contemplando
supuestamente el mar y el precipicio
seguro de los pájaros.
Y nunca se detiene, no pregunta,
sigue a solas su ritmo
y silba cada día cuando pasa.
No sabe que le estamos esperando,
que hemos venido aquí
sólo para mirar cómo camina,
cómo mueve los pies, cómo conoce
el bosque y los senderos
imposibles. No sabe todavía
que le esperamos siempre, en esta curva,
sólo para poder ver y pintar
su paso firme y claro, su mirada
profunda, deseable.
Sólo y por fin para estudiar a fondo,
el perfil de sus huellas muchas veces,
la música, el calor y la alegría
de su forma de andar cada mañana.
Ese momento decisivo
de ver cómo se aleja una vez más,
silbando, entre nosotros,
por el mismo camino diferente.
De "Libro de los trazados"
Tusquets Editores 2005
De "Voces para una danza infinita":
El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música...
El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música,
cuando todo da vueltas a nuestro alrededor, mientras bailamos
y todavía tenemos la noche por delante: toda para nosotros
solamente. Entonces el alma es sólo eso muchas veces,
podemos verla en cada movimiento.
Un paso más allá y el baile empieza una y otra vez,
y nuestros cuerpos se mueven a la espera, se mueven sin parar,
porque el aire más nuevo los envuelve y sabemos por él
que hoy tenemos aún la noche por delante. Entonces el alma
es sólo lo que esperan los cuerpos todavía.
Cuando suena la música y todo da vueltas sin parar
a nuestro alrededor, mientras bailamos,
el alma puede verse sin descanso, y no es la música ni el baile:
es sólo lo que entregan a oscuras nuestros cuerpos
a la música y al baile, muchas veces.
Un paso más allá y el aire será nuestro para siempre,
el aire que buscaba en tu cuerpo y el mío
toda una noche por delante. Entonces el alma será sólo
este saber la música del baile, este haber visto
en cada movimiento una salida.
El alma es sólo lo que vemos cuando suena la música,
cuando estamos a punto de empezar sin descanso
toda una noche por delante, mientras todo da vueltas
y más vueltas, muchas veces, y nuestros cuerpos
dicen que sí y a oscuras a otro baile.
* * * * *
Hasta donde yo sé, mi alma y estas nubes que pasan...
Hasta donde yo sé, mi alma y estas nubes que pasan
son iguales, estas nubes que pasan porque sí,
a solas, muchas veces.
Y ahora que sé también que el aire
es mío y me ha buscado,
que ha llegado a esta casa sin saberlo,
con amor imposible,
con la fuerza de lo que no se ve,
salgo a decir su delicada
transparencia.
Los árboles
me dan su claridad aún de sombras y raíces,
y yo recojo en esta claridad
el fruto diferente, una certeza interminable y pura.
Todo lo que he perdido
vuelvo a encontrarlo aquí y puede verse,
continúa conmigo,
tiembla en el aire de verdad,
como una nube.
Hasta donde yo sé, mi alma y estas sombras que veo
son iguales, estas sombras que crecen porque sí,
a solas, cada día.
* * * * *
No es otro signo dado para descifrar, no es una imagen más...
N0 es otro signo dado para descifrar, no es una imagen más
de lo que sigue, no es tampoco un conjuro impenetrable
este desierto azul y rojo que ahora viene.
Hablo del tiempo en que saldremos a la calle para ver
nuestros días perdidos, uno tras otro,
solos y abandonados en un sucio rincón de la memoria,
muertos de frío para siempre.
Mientras llueve lo vemos muy lejano todavía,
cómo viene sin más hasta nosotros,
aunque su aliento de arena invada ya nuestras almas
y el sonido de su larga y rotunda sequía
empiece a confundimos.
Hablo del tiempo en que saldremos a la calle para oír
el murmullo del agua de la vida,
la extraña música que bebimos en el dolor y en la sombra,
su gracia que se aleja de nosotros y no vuelve.
De "Libro de los trazados"
Tusquets Editores 2005
Bañista
Éste que sale a media tarde y solo,
sin nada más que una toalla limpia
bajo el brazo, a la luz
menos comprometida de septiembre,
con cara de haber visto, no sé, algo muy nuestro,
y ganas poderosas de bañarse,
de entrar como si nada en este mar
de oleajes sin fondo,
en este mar que ya ni es cielo ni es azul,
pero busca y alcanza y desaloja
con fuerza todavía;
éste que sale a media tarde y solo,
en fin, con ganas de bañarse y disfrutar
de veras, a la luz
ya casi clandestina de las playas,
para salir después como borracho,
otro y el mismo, limpio,
con los ojos a punto para ver nuevamente,
parece saber algo de nosotros,
algo que ya sabemos,
pero qué.
Hojas del bosque
I
Lazos sagrados como raíces, redes invisibles.
La escritura de la primavera vierte su tinta de color una vez más
sobre el lecho oscuro, enfebrecido, del animal solitario.
Nunca lo salva, pero le dice con qué ropa partir.
II
Palabras que hemos visto sumergirse, a solas, muchas noches,
en las aguas oscuras de este río.
Cierto ciervo que vi bebía entonces, lavaba sus heridas
invisibles.
Un nuevo idioma renacía a oscuras, temblaba como animal
nocturno, ardía hasta el amanecer.
III
Agua que bebe el pájaro de octubre en la palma de mi mano:
agua que alumbra el secreto del bosque.
IV
Ojo del bosque: mira mis huellas. Son como las raíces
requemadas que aún esperan el aliento del mar.
O como las arrugas en el cuerpo de un viejo solitario que todavía
ama las canciones del mediodía.
O como las venas azuladas, siempre palpitantes, en las sienes
rojizas y suaves de los ciervos.
Ojo del bosque: apiádate de ellas, protege su camino.
V
El pensamiento más profundo de un cazador es su disparo.
Con él penetra a solas, siempre, en el silencio de las largas
distancias, en la humedad salobre del amanecer.
Con él penetra en el corazón oscuro de las tórtolas.
VI
Una gota mía de sudor en el bosque hará crecer el árbol de la
sed. Bajo la sombra de este árbol, algún día, tal vez, descansen
otros caminantes.
Tal vez, bajo la sombra de este árbol, algún día, las palabras del
bosque vuelvan a ser escuchadas, cierto ciervo que vi vuelva a
ser visto.
Que una gota mía de sudor pueda ser esto.
La subida
Para decir por fin la primavera,
para decirla toda enteramente,
por fin y hasta el final,
a solas -y ahora ya con esta luz
nueva del bosque:
luz llena de caminos invisibles,
de claros con sentido-,
subo hasta aquí en silencio cada día,
subo sin más, acudo
siempre y con sed a donde deseaba,
te vengo a ver a ti,
árbol azul y fuerte, sin descanso,
para decir que yo la he visto, entera,
la primavera toda,
que la conozco de verdad,
árbol lleno de estrellas muchas veces,
o que me llama sin saberlo,
con sus palabras húmedas,
lentamente...
La música mejor del mar
y el polen perfumado cada día
dan al aire este cálido trayecto
en verdes tan distintos, mientras subo
a solas, con mi sed,
de la misma manera que las nubes
suben también conmigo,
vienen, a solas me acompañan,
se diría, o hacen ver que me siguen, todas,
muy blancas, sin saberlo,
parece que me siguen de verdad,
conmigo, a lo más alto.
Subo en silencio muchas veces, solo,
pero como si en la subida,
durante el discurrir principalmente,
hubiera pájaros en mí, adentro,
pájaros invisibles
que tal vez nunca más veré:
pájaros de colores
y vuelos prodigiosos casi siempre.
O como si también hubiera en mí,
durante la subida,
en mi interior lleno de pájaros,
brasas húmedas y tristes
de hogueras que están lejos
y frías sobre todo:
brasas de voces que han ardido
azules, junto al mar.
Y ahora yo llamo a este subir tan mío,
tan claro y diferente,
a este subir a solas sin dudarlo,
yo ahora lo llamaría, una vez más,
sólo subida propia
y verdadera.
Para decir que sí, que yo la he visto,
la primavera entera, de verdad,
llena de nuevas claridades, rojos
abiertos, llena de amarillos,
de extraños amarillos casi verdes,
subo hasta aquí en silencio,
hasta llegar a ti, árbol del bosque,
árbol que estás (me digo)
siempre allá arriba, en el reflejo
total y cíclico del sol,
en la llanura azul del cielo,
pero mirando al mar. (Sé que oyes olas
en ti y el mar oye las tuyas,
las olas de tus ramas,
cuando el aire las trae, las lleva y las extiende,
en paz y sin descanso,
solo y despacio, cada día,
siempre desde el principio y porque sí...)
Para decir la primavera,
para decirla toda, muchas veces,
subo entonces por fin: tomo el camino
también azul y fuerte
de los acantilados. Y escucho en mi subir
una respiración que reconozco,
el aire sin final de lo que viene: luz
de la tarde bañando los almendros,
mostrando abiertamente
toda la plenitud de su caída.
Saludaré al asfódelo primero
y seguiré seguro mi camino hacia el árbol
transparente y fecundo,
hacia el árbol que sé, que yo recuerdo,
siempre lleno de estrellas,
porque es el árbol siempre que está arriba.
Todo lo que hay en él me pertenece:
ramas, cortezas, animales, frutos,
muerte y resurrección,
principalmente las raíces,
pero también el sol del mediodía
que lo calcinará... No me detengo
hasta llegar a él,
aunque me asomo muchas veces
a nuevos precipicios,
voy buscando una altura, un horizonte
oscuro y vertical que me recuerde
la salida primera,
la que yo digo andando todavía
hacia el bosque total,
la palabra que vuela por el aire
y ya no vuelve.
La primavera nunca es lo primero:
a ella se llega solamente.
Está al final: es la salida
de todas las salidas.
Lo que existe después de lo que existe,
su renacer más claro.
Adonde por fin llegan siempre
los pájaros que vemos,
los ríos que esperamos cada noche,
más allá de la luz.
Adonde vienen a beber
las miradas salvajes, primitivas,
de los que están a punto
de perderse sin más:
allí donde los sueños se confunden,
tiemblan en su ascensión,
entre el verde que no se deja ver
y el verde que pisamos
a oscuras todavía...
La primavera es todo lo que queda
después de lo que queda muchas veces
por ver y por decir.
Está al final: es el momento
de la celebración interminable,
del canto entre la hierba.
Es el lugar de la palabra sí
pero el lugar también indiferente
de su secreto sacrificio.
Adonde por fin llegan siempre
los días del amor,
las huellas invisibles del deseo.
Es la visión de una promesa
y la posada alegre
de nuestros pensamientos.
Adonde por fin vienen a beber
todos los fuegos, todos
los animales diferentes, blancos,
de la imaginación.
Y está siempre al final: es la salida
transparente, la única
salida verdadera que recuerdo,
mientras camino a solas,
muchas veces...
Y así, después de todo, yo diría,
cerca del árbol que está lejos,
viendo ponerse el sol
sobre el bosque violeta o azulado,
que esto es precisamente y sin saberlo,
lo que quiero saber,
cerca del árbol que me espera,
todo lo que yo sé mientras respiro
y subo hasta el final.
Lo que puedo decir por fin acaso
que he buscado saber,
ahora que miro desde arriba
todas las amapolas,
y siento que su luz hoy me acompaña
sin apenas esfuerzo.
Y ahora quizás podría ver también
en esta luz tan roja y diferente,
que ilumina mis pasos,
en esta luz en flor que ahora respiro
sin fin y sin saberlo,
la ruta sin edad, desconocida,
de los que ya no están
aquí, como nosotros, abrazando
una verdad como la nuestra,
una verdad en llamas,
oscura y sin descanso, cada día.
O cuando toco con mis dedos
no ya las hojas verdes,
sino también su propio y misterioso
crecimiento, y a este crecer
tan puro que transforma,
que todo lo transforma muchas veces,
ahora lo llamo sólo
empezar a vivir... Saben los pájaros
mejor que nadie todo esto,
lo celebran en paz,
tal vez incluso lo comprendan
de algún modo. Yo sólo lo pronuncio,
es un saber que no puedo saber,
que rozo con mi boca,
me lo digo a mí mismo en la subida,
no para comprenderlo,
sino para nombrar con sencillez
aquello que he tocado casi siempre
subiendo a este lugar:
para decir por fin la primavera,
a solas, todavía, muchas veces,
con las palabras siempre nuevas,
blancas de cal, con el salitre
quemándome los labios...
Quién lo ha sabido de verdad
y quién no lo ha sabido.
John Keats sí lo sabía (por ejemplo),
al menos cuando dijo:
tú también tienes música.
Tal vez también lo supo Shelley,
leyendo bajo el mar
de su noche más lenta y prodigiosa,
los versos invisibles
del amigo: palabras para el agua
verdadera. Y el loco
junto al Neckar, aquel que saludaba
a todos muchas veces,
también lo supo, por supuesto,
quizás cuando soñaba
que a oscuras era un dios únicamente,
únicamente como un río
lleno de flores rojas
y amarillas... A veces me pregunto,
sí, como un juego más de mi subir,
de este subir tan solitario,
quién lo ha sabido de verdad
y quién no lo ha sabido.
Cómo aprender lo que se sabe
a oscuras sin saberlo.
Cómo aspirar de cada cosa
el perfume secreto
de lo que ha estado siempre y se revela
en lo más alto y puro
de nuestra soledad...
Porque se ve
y se oye muchas veces,
en el granado viejo del camino,
en los matices tímidos y lentos de la luz,
en las hojas mojadas que tocamos,
sólo al atardecer,
y en las primeras tórtolas
del año... Y luego, allí, una vez más,
donde el árbol azul y fuerte,
por fin cuando he subido,
en la sombra también llena de verdes
y rojos muy violetas,
sólo al atardecer,
puede ser escuchado y yo lo escucho
a solas, cada día,
para mí... Y esto no es sólo una lección
de primavera más, es más
que una nueva lección
que olvidaré
también: yo ahora lo llamo sólo
respiración de abril,
un ejercicio imprescindible, el último,
para ascender, volar,
salir ya para siempre de uno mismo,
empezar otra vez, ser tallo
tierno, o brote
todavía.
Los muertos sí lo saben
todos (me digo), algunos
antes incluso de morir, muriendo
poco a poco, lo saben: miran
más allá de sí mismos,
en su interior transfigurado,
y ven, ven otras sombras diferentes,
imposibles...
Porque no hay primavera sin dolor,
ni dolor verdadero
que no florezca milagrosamente,
que no contenga el polen
de la primera luz, de la salida.
En el dolor también
crece la hierba y la miramos
siempre subir tan alta,
hacia el cielo, con su respiración
de primavera nueva.
En el dolor todo se ve, desnudo,
sin límites, muy lejos
o muy cerca. (Morir, nacer: se sabe
en el dolor principalmente,
podemos contemplarlo,
incluso cuando el llanto nos obliga
a mirar hacia adentro,
sólo hacia adentro y nada más). Sí,
desde donde está el árbol,
ahora puedo oírlos muchas veces:
caballos invisibles
entrando en su pirámide solar,
felices, cabalgando
hacia poniente. Pájaros sedientos en la higuera
renacida del bosque,
entre las ruinas de un horno de cal,
todavía muy blancas. ¿Para qué
la primavera cada día
y el árbol vierten sobre mí licores
espesos, indomables, puros,
licores de recuerdos,
de imágenes lejanas, casi a oscuras,
casi invisibles? Y ahora voy,
una vez más, entrando en esta sombra
perfecta de mi árbol
dejándome asombrar completamente.
Vienen a mí los días que perdimos,
las palabras azules y olvidadas,
las manos de la infancia
que acarician aún
la claridad sin fin de mi cansancio,
desde su más hondo duelo:
todo un paisaje contenido en mí,
que parece entregarse,
volver intacto a mi memoria,
volver para ser dicho.
También aquí en su noche
hay flores amarillas. (Me pregunto
qué música era aquella
que crecía en los sueños muchas veces,
se entregaba en abril, cuando el cerezo
era una pura luz, iluminaba.)
También aquí en su noche
hay pájaros despiertos que vigilan
a oscuras mi cansancio.
Y en esta sombra soy por fin el que ya he dicho,
sólo el que aprende cada día
a dejarse llevar del todo,
sin saberlo, por esto que yo ahora llamo a solas
sólo mirar el aire -y siempre aire
lleno de polen solamente.
Bajo el árbol de abril
siento que busco y que ha llegado
la lluvia a este lugar,
la lluvia llena de veladas claridades,
de fuegos húmedos.
Están las hojas acercándose
cada día a mi boca.
Y yo me acerco a un río
que corre lentamente hacia una sombra
enamorada y plena.
Lo veo descender mientras respiro,
mientras oigo en silencio
su promesa fugaz, este murmullo
siempre desesperado,
y empiezo a preguntarme cuánto,
cuánto tiempo podré seguirle
todo, con la mirada,
hasta verlo llegar
por fin a alguna parte cada día,
para decir la primavera,
para decirla de verdad, entera, toda
la primavera muchas veces.
Desde el árbol la luz es un perfume
que llega hasta nosotros y nos dice
cómo seguir aquí.
Es un amor paciente: busca las hojas nuevas,
los frutos venideros.
Y es la aventura íntima del aire,
que al expandirse libre nos ofrece
un secreto espectáculo:
el vuelo silencioso, total, de los colores,
la huida verdadera.
En la línea de hogueras invisible
hay un agua muy dulce.
El sueño de la hierba ya no basta
para ver florecer
interminablemente la llanura
callada de la noche, y ahora descenderé
por el mismo camino,
sólo que los asfódelos brillarán mucho más,
serán mucho más blancos.
La luna de la primavera es fría
y el cielo es todavía el gran espejo
que queríamos ver
para mirarnos. Oigo a los alcaravanes
disputando su trozo
de tierra, con estrépito infernal,
ofreciendo a las flores
oscuras su ruido.
Y ahora oigo también,
a solas, muy adentro,
entre las telarañas perfectas de la noche,
en el bosque de siempre
-seguro y generoso hasta el final-,
cuando vuelvo por fin, las voces limpias
y dulces del camino:
huellas y voces me acompañan,
sombras alegres, nuevas, cuando vuelvo,
la música mejor que yo ya sé,
la primavera de verdad,
cuando vuelvo en silencio cada día,
después de haberla dicho muchas veces,
la primavera entera,
ahora también a oscuras, en secreto,
para mí...
Y a este volver del árbol,
a este bajar nocturno sin descanso,
yo ahora lo llamaría
sencillamente así: volver
un día más del árbol que está arriba.
De "Libro de los trazados"
Tusquets Editores 2005
Oficio
Y penetrando así, en lo más hondo
nuestro, como llamados,
en este espacio único no dicho todavía,
repleto de fantasmas:
¿sabemos algo más, sabemos algo?
Hemos dado por fin con aquel sueño:
las fábulas más altas,
esta memoria nuestra a punto de romperse
en un golpe de mar,
la verdadera edad de los que huyeron,
corriendo hacia lo otro,
con los bolsillos llenos de preguntas
y la boca reseca...
¿Cuándo empezamos de verdad, o dónde
termina todo, en qué?
Iluminados por la paradoja,
sólo sé que hemos ido abriendo el apetito
a fuerza de saciarnos con promesas...
Este mar, el mar: ¿quién podrá agotarlo?
Los restos de la noche:
remos rotos y conchas amarillas,
este dolor que da la luz, que impone
la claridad ahora.
En este espacio único, tan nuestro,
repleto de fantasmas:
llegan de aquí y de allá, todas las noches.
No dejan de asomarse.
Ponemos voz y letra a su memoria.
No dejan de querernos: es su única manera
de estar entre nosotros todavía.
Y así nos acercamos, lentamente,
sin saber muy cómo,
pero pisando la ceniza última,
al punto más distante y cercano a la vez
de lo desconocido:
el cuerpo intacto, puro, soñado, del poema.
¿Qué queda, entonces, nuestro,
de nosotros,
o para quién dejamos de ser lo que hemos sido?
Volver
Fui con el otro que yo fui, con el primero,
con el que no sabía hacer las paces
nunca con su gran sed de saber más... Queríamos
ver otra vez el sol que apenas se veía,
juntos, el sol fuera de sí, sin miedo,
el humo de la tarde más lenta sobre el mar:
ver otra vez el sol que apenas se veía.
Y éramos dos ahora y con sentido,
hablando por hablar, a solas, discurriendo
por los caminos blancos del pasado,
blancos de luz ausente y dulce, ya de noche.
Vimos que el tiempo es todo lo que vemos,
que todo lo que vemos se parece,
y un bosque junto al mar no es solamente un bosque,
es música también –y casa propia,
y herida penetrante y muy espesa... Fuimos
los dos por los acantilados rojos
y secos del pasado, juntos, sin las promesas
de entonces, lentamente. Y recuerdo que estaba
todo en desorden como el primer día.
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