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martes, 22 de junio de 2010

528.- RAYMOND CARVER


Nació en Oregon en 1938. Creador del realismo sucio, poeta minimalista, anulador de etiquetas y eterno crítico del gran sueño americano, Carver desempeñó junto a su escritura innumerables trabajos temporarios y mal pagados. Su obra poética se reúne en Donde el agua se junta con el agua, y Ultramarina. Carver murió el 2 de agosto de 1988 en Nueva York de cáncer de pulmón.

Libros publicados

Donde el agua se junta con el agua
Ultramarina



EL RASGUÑO

Me desperté con una mancha de sangre reseca
pegoteada sobre uno de mis párpados. Un arañazo,
profundo, cruza transversalmente las arrugas de mi frente.
Sin embargo, últimamente, he estado durmiendo solo.
Y me pregunto por qué un hombre, incluso en un mal sueño,
alzaría la propia mano para lastimarse la cara.

Esta mañana pretendo responder esta pregunta
y otras similares, mientras observo en silencio
mi rostro que se refleja en los cristales de la ventana.



SALA DE AUTOPSIAS

En esos tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo,
para lo que mandaran.
Trabajaba en el hospital en el turno noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba sus tareas
era la de limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y para que el personal de limpieza no se aburriera
dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Un negro corpulento de pelo blanco
con el pecho partido al medio y los órganos vitales
flotando en una bandeja a un costado de su cabeza.
Yo siempre estaba solo, ahí. La manguera derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer de formas perfectas
y excesiva palidez.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.

De madrugada en casa mi mujer
me decía “Dulce, todo va a salir bien. Podemos hacer cambios,
vivir de otra manera”. Pero no es tan fácil.
Ella agarraba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Yo pensaba en… cualquier cosa. No sabía en qué.
Yo dejaba que ella llevara mi mano a sus tetas.
Yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso,
qué importa…
Mis dedos se arrastraban hacia su pierna, tibia y bien formada,
que ante la más suave caricia temblaba y se levantaba delicadamente.
Mi mente estaba confundida y cómo decirlo ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando.
La vida era una piedra
que lentamente se iba gastando
y afilando.



EL DON DE LA TERNURA

Tarde en la noche. Comenzó a nevar.
Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.
Recordé esa tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.
Reconstruí la escena:
regresé a ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fino que lo confundimos con nieve.
En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares vacíos.
No vimos a una sola persona.
“Es como si todo estuviera de luto,”
fue tu comentario.

Abrí mis ojos.
El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron de la Argentina
a un departamento en el que pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.
No nieva en esa ciudad,
pero el departamento disponía
de un amplio ventanal desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,
cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo, abrir la puerta
y dejarme guiar por la luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.
En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.

Un mañana me senté en la cama
vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.
Me contestó que estaba sin fondos.
Su mujer había viajado a México
por unos días y él ya no tenía dinero,
no llegaba a fin de mes.
“Está bien”, le dije. “Te entiendo.”
Y así era,
no necesité explicaciones.
Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse en mi recuerdo
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.
Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.

Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. “Yo también.”
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas.



EL CABALLETE

He perdido el tiempo esta mañana,
y estoy profundamente avergonzado.
Ayer noche me acosté pensando en mi padre.
En el riachuelo donde pescábamos -Butte Creek-
cerca del lago Almanor. El agua me arrullaba en sueños.
En el sueño, estaba por todas partes
y yo no podía levantarme ni moverme.
Pero cuando desperté esta mañana temprano
fui al teléfono. Aunque
el río fluía allá abajo en el valle,
en la pradera, corriendo entre los tréboles.

Pinos se alzaban a ambos lados de la pradera.
Y yo estaba allí.
Un niño sentado en un caballete de madera,
mirando hacia abajo.
Viendo a mi padre beber agua con las manos.
Luego dijo: "El agua está tan buena.
Me gustaría poder llevarle a mi madre un poco de este agua"
Mi padre todavía la quería, aunque estaba muerta
y él había pasado mucho tiempo lejos de ella.

Tuvo que esperar algunos años más
hasta que pudo ir a donde estaba. Pero él quería
a esta región donde se encontró a sí mismo. El Oeste.
Durante treinta años la tuvo en el corazón,
y luego la dejó ir. Se acostó una noche
en un pueblo del norte de California
y no despertó. ¿Hay algo más sencillo?

Me gustaría que mi vida y mi muerte fueran tan sencillas.
De modo que cuando despierte
una hermosa mañana como ésta,
después de estar en algún sitio
donde quería estar toda la noche,
algún sitio importante, pudiera moverme del modo más natural
y sin pensar en ello, hasta mi mesa de trabajo.

Digamos que lo hice, del modo más sencillo que he descrito.
De la cama a la mesa de trabajo de la infancia.
Desde aquí no hay mucho hasta el caballete.
Y desde el caballete podría mirar hacia abajo
y ver a mi padre cuando necesitara verlo.
Mi padre bebiendo aquel agua fresca. Mi dulce padre.
El río, sus praderas, y pinos, y el caballete.
Ese. Donde estuve una vez.

Me gustaría hacer eso
sin tener que disculparme ante mí mismo por ello.
Ni sentirme mal por interesarme por cosas menos importantes.
Sé que es hora de cambiar de vida.
Esta vida -con sus complicaciones
y llamadas telefónicas- es indecente,
y una pérdida de tiempo.

Quiero hundir mis manos en agua fresca.
Del modo en que lo hizo él. Otra vez y otra vez y otra.



ALGO ESTA PASANDO

Algo me está pasando
si le creo a mis
sentidos no es solamente
querida otra distracción
sigo atado a mi vieja piel
las ideas puras y los anhelos desmedidos
a toda costa
una limpia y saludable polla
pero mis pies han comenzado
a decirme cosas
de sí mismos
sobre su nueva relación con
mis manos ojos corazón y pelo

Algo me está pasando
te preguntaría si pudiera
has sentido alguna vez algo parecido
pero tú ya estás lejos
está noche que no creo
que escucharías además
mi voz se ha visto afectada también

Algo me está pasando
no te sorprendas si
caminando algún día de pronto en este brillante
sol mediterráneo tú me miras
de largo y descubres
una mujer en mi sitio
o peor
un extraño de cabello blanco
escribiendo un poema
alguien que no puede ya formar palabras
que está simplemente moviendo sus labios
tratando
de decirte algo




EL CONTACTO

Marquen al hombre con el que estoy.
El pronto va a perder
Su mano izquierda, la nariz, las
bolas y su hermoso bigote.

La tragedia está por todos lados
Oh Jerusalem.

El levanta su taza de té.
Esperen.
Entramos al café.
El levanta su taza de té.
Nos sentamos juntos.
El levanta su taza de té.
Ahora.

Asiento.

¡Caras!

Sus ojos, cruzados,
Caen lentamente de su cabeza.




SEMILLAS

PARA CHRISTI

Intercambio nerviosas miradas
con el hombre que le vende
semillas de sandía a mi hija.

La sombra de un pájaro pasa
sobre nuestras manos.

El vendedor levanta el látigo &
se apura tras de su viejo caballo
rumbo a Beersheba.

Me ofreciste las semillas que escogí.
Ya has olvidado al hombre
el caballo
las sandías mismas &
algo invisible fue la sombra
entre el vendedor & mí mismo.

Acepto tu don aquí
sobre el camino seco.
Alargo la mano para recibir
tu bendición.




EL HOMBRE DE AFUERA

Hubo siempre el adentro y
el afuera. Adentro, mi mujer,
mi hijo e hijas, ríos
de conversación, libros, suavidad
y cariño.

Pero entonces una noche afuera
de la ventana del cuarto alguien--
algo, respiraba, se arrastraba.
Desperté a mi mujer y aterrorizado
temble en sus brazos hasta la mañana.

¡Ese espacio fuera de la ventana
de mi cuarto! Las pocas flores que crecen
ahí pisoteadas, las colillas
de Camel aplastadas.
No estoy imaginando cosas.

La noche siguiente y la siguiente
ocurrió, y desperté a mi mujer
y otra vez ella me consoló y
otra vez frotó mi pierna entumida
por el miedo y me tomó en sus brazos.

Pero entonces yo comencé a demandar más
y más de mi mujer. Con pena ella
revisababa el piso del cuarto de arriba a abajo,
yo la dirigía como a una carretilla cargada,
el conductor y su carrito.

Finalmente, esta noche, toco a mi mujer despacio
y ella se incorpora ansiosa
y preparada. Las luces prendidas, desnudos, nos sentamos
frente a la cómoda y miramos frenéticos
el cristal. Tras de nosotros dos labios,
el reflejo de un cigarrillo encendido.



SANGRE

Éramos cinco a la mesa de juego
sin contar al croupier
y su ayudante. El hombre
de junto a mí tenía los dados
en la mano.
Se sopló los dedos, dijo:
¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
sobre la mesa para tirar.
En ese momento, una sangre roja brotó
de su nariz, salpicando
el verde paño de fieltro. Soltó
los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
Y luego aterrorizado cuando la sangre
corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
¿qué me está pasando?
gritó. Se agarró a mi brazo.
Oí funcionar los motores de la Muerte.
Pero en aquella época yo era joven,
y estaba borracho, y quería jugar.
No tenía por qué escuchar.
Así que me largué. No me volví ni siquiera,
ni encontré esto dentro de mi cabeza, hasta hoy.



LA CAÑA DE PESCAR DEL AHOGADO

Al principio no la quería usar.
Luego pensé, no, me revelará
secretos y me dará suerte
que es lo que entonces necesitaba.
Además, me la dejó a mí
para que la usase cuando fue a bañarse aquella vez.
Inmediatamente después, conocí a dos mujeres.
Una adoraba la ópera y la otra
era una borracha que había pasado un tiempo
en la cárcel. Ligué con una
y empecé a beber y a reñir sin parar.
¡El modo en que esta mujer podía cantar y seguir bebiendo!
Fuimos directamente al fondo.



BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON

Empiezan los verdes campos. Y las altas, blancas
granjas después de los charcos de la marea,
y aquellos pequeños cangrejos
listos para echar a correr, o darse la vuelta, si
levantábamos la roca debajo de la que vivían. La languidez
de aquella carretera del campo. Hablando de París,
nuestro París. Y luego encuentras ese sitio en el libro
y me lees la vida de Anna Akhmatova allí con Modigliani.
Sentados en un banco de los jardines de Luxemburgo
bajo su enorme sombrilla negra
recitándose a Verlaine el uno al otro. Los dos
“todavía no alcanzados por el futuro”. Cuando
allá en el prado vimos
a un joven desnudo de medio cuerpo para arriba
y con los pantalones remangados,
como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí observándonos indiferente.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.



EN BUSCA DE TRABAJO

Siempre he querido trucha de montaña
de desayuno.

De repente, encuentro un sendero nuevo
a la cascada.

Empiezo a tener prisa.
Despierta,

dice mi mujer,
estás soñando.

Pero cuando intento levantarme,
la casa se ladea.

¿Quién está soñando?
Es mediodía, dice ella.

Mis zapatos nuevos esperan junto a la puerta,
relucientes.




AMENAZA

Hoy una mujer me señaló y dijo algo en hebreo.
Luego se echó el pelo atrás, tragó saliva
y desapareció. Cuando volví a casa,
tembloroso, tres carros estaban junto a la puerta con
uñas asomando entre las sacas de trigo.




DOS MUNDOS

En el aire denso
con olor a azafrán,

sensual olor a azafrán,
miro cómo desaparece el cielo limón,

un mar que cambia de azul
a negro aceituna.

Miro el relámpago que salta desde Asia como
dormido,

mi amor se agita y respira y
se vuelve a dormir,

parte de este mundo y sin embargo
parte de aquél.




ONDAS DE RADIO

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.
Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aqui.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
de junto al río desde donde puedo ver las montafias.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.



ÚLTIMO FRAGMENTO

¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.












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