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domingo, 28 de marzo de 2010
356.- JUAN CARLOS SUÑÉN
Poeta español nacido en Madrid en 1956.
Es fundador y director de la revista El crítico, colabora con los diarios El País y ABC Cultural , y actualmente es director de la Escuela de Letras de Madrid.
Ha sido galardonado con importantes premios entre los que se destacan el Premio Rey Juan Carlos 1991 por «Un hombre no debe ser recordado», el Premio de Poesía Ciudad de Melilla 1996 por «El hombro izquierdo» y el Premio de Poesía Francisco de Quevedo 2004 por «El viaje de todos».
Ha sido incluido en La prueba del nueve, antología de poesía española actual de Antonio Ortega, y El último tercio del siglo.
Los siguientes libros hacen también parte de su obra: «Para nunca ser vistos» en 1988, «Un ángel menos» en 1989, «Por fortunas peores» en 1991, «La prisa» en 1994 y «Cien niños» en 1999
De "Por fortunas peores" 1991
Uno se queda sólo
sin entrar en detalles.
Uno se queda a medias en su vaso de vino,
a medias en su pan. Y cómo puede
no volverse su embozo tan pesado,
tan gastado en el hombre, que alguien sepa
poner allí más verbo
que este que da comienzo a la altura del pomo,
este que se interroga
entre la voluntad y la añoranza.
Uno sale a la calle para probar sus dados
sobre la vieja manta de la noche.
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
Y quien se rinde al sueño
de luchar contra un ángel
¿cómo verá a los otros?
¿con qué desenvoltura irá pagado
y andará descubierto entre los hombres
sin verdugo posible
ni horizonte bastante? ¿Y cómo luego
dormirá entre su amante y su tarea,
para volver mañana
a la soberbia de su acabamiento,
si en nadie se conoce,
si desconfía de su vaso claro
y se avergüenza de su sed oscura?
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
¿Y ahora me preguntas si he hecho cosa alguna del tamaño
de la felicidad o del tamaño de la tristeza?
¿Ahora vuelves hermosa y saludable, decidida a la barra de mi
insatisfacción, para lucir la insignia de un licor deseado?
¿Te he conocido en tantas
para ir a perderte precisamente en ti?
Fuera de ti la tierra también debe.
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
La que cuenta mi dote no me anda buscando, pero junta las cáscaras
de mi alma; y ello a pesar de muertos de fortuna, de mujeres de
celda.
Cuando junte sus voces en la mía,
cuando ponga en mis labios la palabra que espero,
yo ofreceré a su sed copas iguales.
Cuando ponga en mis ojos su mirada
capaz de alzar un ídolo de bronce.
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
Ésta sin arrogancia
no ha reclamado nunca mi soledad vencida.
Ni esa que extraviada en los jardines puede olvidar el sitio
de cada mano,
ni la que demorándose en alcoholes
puede decir el sitio de cada beso.
Ni tan siquiera aquella que en su boca
es culpable no ya de lo que dice
sino de cuanto pasa en el lenguaje.
Ninguna ha reclamado mi soledad vencida.
Y en todas nos olvidaremos el uno al otro hasta el día
en que sea redimido cada árbol de cada bosque y ya
nadie se excluya en la inocencia
por fortunas peores;
porque ellas duermen todas sobre mi corazón como
sobre una barca y su sueño se hace para dulces anzuelos.
Pero sólo por una me daré la vuelta,
y me pondré a la fila de los hombres.
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
Pues si ahora te dejara mi cansancio,
como el pájaro deja su vuelo a la corriente
del aire, ¿a cuántas, dime,
tendría que negar;
y en cuántas lenguas, dime, andaría a empujones; ardería
saliente en cuántas cepas, condenado por tantas
que lamieron tus culpas sin saber cosa alguna de lo que yo
expiaba?
¿Y cuántas brasas, dime, habré de desandar
para decir adiós sin menoscabo,
al nombre en que he venido
a ser entre los hombres?
Fuera de ti la tierra también bebe.
De "Por fortunas peores" 1991
* * * * *
(Fuera de ti la tierra no es distinta,
ni es distinta la copa,
pero bajo esta carpa nadie contrata al huésped, y ningún
hombre llega hasta su muerto
antes de estar vivido.
Y allí rendiré cuentas
a la que está diciendo en lo lejano
de mí, a la adelantada
de mí, lejos del duelo
y lejos de la altura
de las aves para que no pasan errantes.)
De "Por fortunas peores" 1991
De "La prisa" 1994
1. Íbamos al dolor sin desengaño:
teníamos la prisa de las navajas. Pero
aquella noche el vino vació sus hechuras,
y se alzó en nuestro sueño destapando su gato,
y comenzó a dolernos
no ya la soledad, ni la fatiga,
sino algo muy pequeño aquí o allá, y entonces
se nos hizo medrosa la paciencia,
nueva la leña,
húmeda la sal.
Y esa noche temimos nuestro silencio:
eso fue lo segundo que perdimos.
De "La prisa" 1994
* * *
20
Y hoy va sin testamento, sin lección, se figura,
ebrio tal vez, que va dispuesto a darse,
ahora sí, para siempre;
a entregarse jurando:
nunca mds, no y no. Pero ¿qué hizo?
Quizá esa misma tarde
alguien había contado, ¿para él? , cómo un día
arrojó (poco importa
la causa) el cigarrillo
con rabia al aire. Pero van ustedes
a pensar que les miento, demoraba
su final apurando
su anís, dio no se cuántas
vueltas y luego ¡zas!
cayó de pie, idepie! Las probabilidades...
proseguía en el tono
de quien quiere decir: sólo yo he sido
el elegido del milagro. ¿Qué
pudo, o en qué prodigio
comparable siquiera fundó él su privilegio,
qué dejadez ganó?
De "La prisa" 1994
* * * * *
21
¿Y qué ciudad es esta
que para otro se apremia bajo el gastado palio
de sus reclamos, bajo
sus pretenciosos pájaros sin resplandor?
Avergonzada en su ácida demanda,
¿cómo puede guardarse
tanta nostalgia para sí, la sola
vigilia toda para sí de un hombre,
entre la sucesión y la revuelta? ¿Y cuánto
haber salvado puede quien pagaba
copa los viernes en la sobremesa
de la mediocridad?
De "La prisa" 1994
* * * * *
22
¿Cuánto si por su lápiz,
cada lunes,
su lápiz requerido,
era otra ambición la consolada?
¿Y quién reclamaría un solo paso,
a este que ahora murmura nunca más, entre dientes,
y también no y no?
De "La prisa" 1994
* * * * *
23
Sí a aquel pagado
y sobrio que medía
sin ardor sus maneras varoniles:
altivo contra el torpe
divagar de los buenos ciudadanos.
O a ese otro consciente,
de adversario adquirido
y amigo devorado.
O al celador o al preso. Si tan sólo
deseaban salvarse,
desesperadamente,
salvarse. Bien podríamos
amonestar sus idas
y venidas. ¿Pero a este...?
¿No era él quien amaba,
entregado a cuadernos descuidados,
al tocar de la prisa sobre puentes cohibidos
por el tiempo, y quemaba
sus tardes largas entre manos rojas
que le llamaban (que según decía
le llamaban danzando) hasta lugares donde
le querían traído y extranjero,
borracho y extranjero,
desnudo y necesario? ¿No era acaso,
el mismo que volvía por las primeras luces
del mar cantando (casi
podemos verle desde aquí, curtido,
tan minucioso bajo la resaca
del cielo) , respirando
toda la vanidad del mar, la recibida
inocencia del viejo sol, soberbia? ¿No era el mismo
entonces que el que ahora prevalece
modesto entre los otros liberales?
De "La prisa" 1994
* * * * *
24
El que ahora acompaña
a la pequeña al parque. Me ha pegado
ese niño, papá: nada que pueda
no arreglarse con una coca-cola.
De "La prisa" 1994
* * * * *
25
Está mirando a todas las mamás, y a esa
niña mayor y ya no tan segura
de que todo el amor le pertenezca, y lee
de reojo a un poeta
alemán (cierra su libro,
y deja el pensamiento en ese charco
donde beben los perros, y los niños
se mojan los zapatos, pero acusa
la presunción del sol, esa punzada
viva del mediodía, ese pequeño
dardo sin enemigo ni deseo).
De "La prisa" 1994
* * * * *
26
Vuelve a mirarla, sabe
que aprenderá a cruzar las piernas,
a sostener su vaso narrativo
y su beso poético. No hay nada
más en el mundo, quieres
decirle, sólo
la canción de tus años sobre el atril del tiempo.
Y el viejo error que permanece puro,
y el dolor que perdura
en el miembro amputado.
De "La prisa" 1994
* * * * *
27
Y ella pulsa,
pero al aire, su miedo:
se prueba en ese hombre
de mirada derecha.
Se desea apiadada entre las otras
imágenes, tenida,
solamente tenida, en esos ojos
que la inclinan, en esa
mano que acariciando el hule
la convoca.
De "La prisa" 1994
* * * * *
28
(Vuélvase harina el pan bajo su blusa,
28 levadura el azogue en su espejo de leche.
Vuélvase tierra el diezmo,
harapo el atavío,
Hágase enigma mineral su tumba
que allí seguirá el hule).
De "La prisa" 1994
* * * * *
29
Si el instante reclama
su derecho al pasado,
si tanto se parecen
la luz, el vaso, el libro,
tanto él mismo, esa mano, el derrotero
del día. Si no hay otra diferencia
que el momento siguiente, ¿a qué venimos?
¿A qué se vuelve el signo, la lectura
de un verso de perdón, la algarabía
de los pájaros? ¿Dónde?
¿A qué se vuelve que no es ya el recuerdo
sino una vana y seca
solicitud? ¿Qué puede
la intención, qué la prisa,
la delación de un nuevo sobresalto
ganado o no, qué puede
que cambia todo en este lance y torna
prudente la mirada,
la tentación consuelo,
aperitivo el vino?
De "La prisa" 1994
* * * * *
30
Espabílate, dice,
que ya es tarde.
Íbamos al dolor sin desengaño:
teníamos la prisa de las navajas, sí,
pero ¿qué hicimos?
¿qué, cuando nos dijeron
de este lado ya no sois más, no hay nada,
esta es la raya de la edad, teneos?
Pero cuánta justicia, si bebimos
la juventud, la esbelta prisa, el verbo...
para que otros hiciesen su discurso a los postres:
barriesen las migajas
bajo el mantel de la viabilidad.
De "La prisa" 1994
* * * * *
31
Bebíamos para el hombre,
para el honor del vino.
Y ellos hicieron esta raya donde
antes no había más que piedra añil,
olor a nailon, a erosión, a tinta.
Santificábamos nuestro designio en la embajada
de los agobiados.
Contábamos los días y su número era el número de
nuestra apuesta:
cisma en los humedales de la palabra.
Brillante en su obstinación,
nuestra palabra era el ángel que se vuelve posible,
que se pierde entre todos,
santo provisional.
De "La prisa" 1994
* * * * *
32
Y se vencía
implacable en sus naipes, áspera en su tabaco:
ante las puertas, bajo las ventanas,
y así entraba en el hueso de luz de los vecinos,
así caía en la palma de las buenas mujeres,
aireando la alcoba
de los borrachos del mundo.
Precediendo a la vida,
hablaba en el juicio de los seres que al cabo
regresaban a casa con lo justo (lo justo,
qué ironía). Destello
la palabra era entonces,
hoy es nuestro cuidado.
De "La prisa" 1994
* * * * *
33
Y los preceptos se desordenaban en nuestra boca
para que el número no tuviese lugar,
Y allanaba las noches nuestra lengua (entrenada)
para estorbar la falsedad del número.
Pero fue condenado y orecido,
tasado en el quiosco de las anchas maneras,
visitado y mentido nuestro idioma.
Y la duda se interpuso entre nosotros como la certeza
se interpone entre los esposos.
Mas si hubiera ganado su secreto
la palabra esperada habría salido limpia
contra toda angostura. Habría sido
mudo reparto y sido
reparación. Habría
hecho de ese momento un canto de partir:
eso fue lo siguiente que perdimos.
De "La prisa" 1994
* * * * *
34
(Y, enterrado el silencio, ¿qué lenguaje
resiste? Tienes algo
de ensaladilla en la nevera. El martes
cumple años tu hermana, no te olvides
de llamar al despacho. Y unos pocos
trazaron esa raya.)
Íbamos al dolor sin desengaño.
Ahora vamos a él como engañada
va la mano a la falsa quemadura
en el miembro amputado.
De "La prisa" 1994
* * * * *
35
Íbamos al dolor pero no a este
tan tratable y tan corto,
egoísta en su mal.
Y del hombre ejercido
(¿para qué sin ejemplo, sin pereza?),
tras callar su jornada y su descanso,
y sin mas compañía que esa rara
canción que nunca cede, esa ternura
a la que debe apenas
restos occidentales, el olvido
de algo cada vez ya menos suyo
(cada vez más borrosos
jirones, menos anchos
los días hasta aquí, menos vivido),
¿qué queda, quién parece
ahora tan separado de su haber?
De "La prisa" 1994
* * * * *
36
Pero ocurre
tan pronto el corazón, y tarda tanto
la vida. Ya no quiere
sino una potestad e ir hacia ella,
salir de suyo a la espesura, presto
al mundo levantado,
al pavor de estar vivo
y solo. Tú qué sabes,
qué sabes, le solía
decir su padre (como a todos), si eres
demasiado inexperto, demasiado
pequeño aún. Ya había decidido
ir tras otro dominio
cuando esa mirada le ha hecho crujir el hueso.
De "La prisa" 1994
* * * * *
37
Siente la soledad del adversario
frente a su copa de coñac, su poco
de entereza (orgullosa
mentira) mientras mira la idiotez de la suerte
dispuesta en varios cofres
gigantes, cuando entra
su mujer: ¿Se ha dormido
la niña? Si volviera
pronto el mayor podrían
salir a tomar algo. Dame un poco
de masaje en los pies: estoy rendida.
De "La prisa" 1994
De "El hombro izquierdo" 1997
Junto al rescoldo ha dormido
un perro rojo como la miel. La boca
le sabe a color malva, a religión y a cuarzo.
El animal vigila cada gesto y su propio
miedo. No toma el pan de la mano.
Tampoco salta para atraparlo antes
de que llegue a la alfombra.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
Se ha acercado
por fin, reclina el peso
de la cabeza sobre
las rodillas desnudas del centésimo mono.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
Y ladra dueño
a la que da a la calle.
Despierta al del sofá.
Sólo han sido dos días y dos noches
cuando el pelo sudado y la lengua inservible
no son forma de abrir. Nadie ha venido
pero tiene la leche
nueva y el pan del día
sobre la mesa, el que asoma
de lado deshaciendo
sus ojos ha esperado
más de lo que es prudente.
Que no es nada,
de lo que lleva envuelto
en papel de periódico, le dice.
Tuerce cada
palabra, yo el que escribe
en las tapias. Le pone
eso en las manos frío
y pegajoso y húmedo y se lleva
el índice a la frente. Truchas, fácil
con el verbasco, ha dicho.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
Y cierra
la puerta, vuelve
el rostro: mira al perro
por encima del hombro
izquierdo. Siente la punzada.
También ha sido
zarandeado por la noche, pero
pensando en ello nunca
se salva cosa. Vale
sólo luchar contra el caolín molido
de la esperanza, una
y otra vez sacar brillo al mismo objeto,
roer el mismo juguete.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
La rosa se ha propuesto
ceder, su voluntad es esa sobre los tréboles.
Su voluntad es puro
sedimento, un dolor del que otro
no podría echar mano. El viento deja
quieto al milano y humo
dulce en los arañoles, trae del pueblo
olor a hoguera recién cortada.
El monte
es una mesa negra, casi humana,
para el festejo de la primavera.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
Allí los corazones
claman sin descubrirse. El sufrimiento dicta
sin vergüenza su precio. Le susurra
su confidencia el hombre
al lobo. La costumbre
se ciñe a ese rencor. La casa firme,
dura más que el presente, se remonta
a una fragancia pequeña.
Cuando había un sombrero
en la repisa de los sombreros.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
Tan sólo unas semanas y algo hurga
sin pasado en la tierra,
solo y de buen humor en los pulgares
del domingo; aunque siga
volviéndose sin causa
cuando es la voz pequeña la que llama.
Bajo los soportales
las mujeres pasean con los hijos del año
de la sequía, se paran
para ofrecerlos aún no horripilados
a la mueca del hombre. Que hablaría
bajito, muy bajito,
en el dialecto del dolor; pero hace
sonar sus llaves.
De "El hombro izquierdo" 1997
* * * * *
A pocos kilómetros
el autocar le deja donde la piedra se abre
al cielo. En lo más alto
de abajo, en lo más bajo
de arriba. Tanto cielo,
incomprensible desde la casa.
Allí comienza un breve
ascenso. Poseída
por la fronda y el musgo,
la ruina salva su belleza. Quiere
mirar con ojos ebrios
tanta serenidad. En lo que fuera
claustro (y taller) la inútil
arrogancia del gesto se detiene.
El tejo habla.
Y si el hombre
pudiera un voto sería
este que sabe ser inagotable
sin hacer daño, ser centro
y ser contorno bajo
la amenaza o promesa
de hacerse nuevo sin hacer acopio.
Canta
la abubilla su gesto sin dejarse ver
la duración exacta del presente.
De "El hombro izquierdo" 1997
Cien niños
I
Soñaba entre hojarasca y entre vidrios borrosos hombres acobardados
envueltos en sus centones, haraposo afilándose bajo el barro. Soñaba
que la casa se iba de los pequeños, hacia el marrón y el índigo, como una
mujer enferma cuando el pecho escondido se hace notar de pronto.
Eran las sombras largas, los fantasmas de azolve remisos a deshacerse,
odiaba cosas para siempre perdidas. Hablaba de ese sueño entre la
charla atenuada y otras torpezas propias de los proveedores. Y preguntó
por qué batimos la colada toda la noche, por qué el reloj batiera toda la
santa noche. No preguntaba por sus padres.
La madre puso un unto privado en las bisagras, pero el chirrido fino se
escapaba de ellas a lo largo de meses, avisando. Era el lamento de la casa,
avisando, seguido sólo del sudor, y de ese ahogo que le venía cuando se
alborotaba la ceniza porque el que bebe ahora en una copa de piedra (y
aún así no se vuelve más fuerte en su memoria, sino que se hace canto
en derredor de su raza) se buscaba de nuevo quebrándose en los suyos.
Por fin habló de las casas¹, con la subida, en que todos los muros vacilaron
a una y las viejas de leche gimieron hasta el alba. Toda la santa noche. Y
las palabras lo enterraron todo, por segunda vez, bajo el horror de los
otros.
Estuvo aquí siete años y aprendió a restañar, a tener miedo a lo visible,
a dar las gracias.
II
El día en que su madre se sacudió la blusa, nos lo trajeron: sucio, descosido
y bebiendo sus pensamientos de una larga botella cuyo contenido
conocíamos apenas por los escasos y mal redactados informes que le
habían precedido.
Las nubes oscurecían la tarde recién entrada amenazando una lluvia
última antes del calor, y los pájaros iban y venían los unos agitando a los
otros sobre el ominoso cemento del patio. Preguntó por qué no había
barrotes en las ventanas, pero no escuchó la respuesta. Cenó bien,
y se durmió sin hablar. Pero hubo perros durante semanas, sábanas
húmedas, insultos. Perros contra la noche del infeliz que no podía hacer
otra cosa que guardarse su miedo hasta la mañana siguiente.
Luego tomó por otra parte, de repente. Y desaparecieron la enurosis, la
rabia y el dolor, los perros cuando aún podían ser últiles. Él mostraba su
mano tras las puertas del barrio y las vecinas le ponían un buñuelo de
bondad, hermético, rico en óxidos dulces y no en quitar la pena como el
transparente alcaloide del padre. Quizás llegó a pensar que andar por ahí
calzado, que jugar en el patio, que apoyar la cabeza en el paño y soñar
eran buenas andanzas para un niño dejado. Nunca alcanzó a decirnos lo
que llegó tan pronto, tan de repente armado, hasta el hombre que gana a
lo vencido y quiere más lo bueno de lo malo.
Se alzó egoista ante el mundo como un objeto de arte. Faldero en su
animosa soledad despreciada². Bello siempre en su esquiva
determinación fotográfica, siempre a punto de ser abatido por un deseo.
¹ En esta última articulación de la imagen antes de despedirla, devolverla material
al otro lado de una transparencia que la alejará para siempre de la recién adquirida razón.
²Pues si la artesanía es el arte de lo útil, lo fácil o lo obvio, el arte es la artesanía de lo difícil,
lo inesperado y lo inútil. Y ese valor que se sostiene en un trabajo extraordinario de la voluntad
no es ni arbitrario ni perecedero: carecemos de todo derecho a despreciarlo, reclamarlo o usarlo.
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