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domingo, 17 de enero de 2010

237.- EDUARDO GARCÍA



Poeta y ensayista español de origen brasileño, nacido en São Paulo en 1965.
Sus años de formación transcurrieron en Madrid donde se licenció en Filosofía, especializándose luego en Estética.
Es profesor de Filosofía en Córdoba, ciudad donde reside.
Además de su labor poética y ensayística, es columnista de prensa, editor, conferencista y traductor de algunos poetas ingleses.
En la actualidad cultiva la crítica de ensayo en la revista de libros Mercurio y se ocupa del diseño de la colección de poesía
cajaalta de la editorial Gens.
Ha sido jurado, entre otros, de los premios Ricardo Molina, Ciudad de Córdoba, Hiperión, 2003 y 2004, y el Premio Nacional
de Literatura 2004.
Cómo poeta ha publicado los siguientes libros: "Las cartas marcadas" en 1995, "Horizonte o frontera" Premio Antonio Machado
en Baeza 2003,"No se trata de un juego" 1998 Premio Juan Ramón Jiménez y Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España; "Refutación de la elegía" en 2006 y "La vida nueva" Premio Fray Luis de León 2008 y Premio Nacional de la Crítica 2008.
Su obra ha sido recogida en numerosas antologías de poesía española contemporánea.


LAS PASARELAS DEL DESEO

Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura





CASA EN EL ÁRBOL


En la copa de un árbol construiré nuestra casa,
con tablones y clavos e ilusión y un martillo
alzaré entre las ramas suelos, techos, paredes,
cuartos en espiral, secretos pasadizos
donde obra el azar el don de los encuentros
y de pronto amanece si me miras al fondo
por donde el viento corre a refugiarse,
madera en la madera, crujen las estaciones,
pasan a visitarnos los amigos,
huele a café, huele al árbol en que nos acogemos,
al rumor de las hojas, a la tierra
donde brota su impulso, su sed de los espacios,
se siente allí el verdor de las promesas,
casa y árbol fundidos, una sola criatura,
se es feliz de algún modo impreciso y vital,
con los años al árbol le van creciendo ramas,
gana cuerpo, se inclina hacia las nubes
y de pronto la casa ha ascendido unos metros
y hasta el aire es más puro, más ancho el horizonte,
las estrellas fugaces proliferan, ahora
vigila la espesura, hay luz en la ventana,
a cubierto de todo, suspendida,
luz de hogar en la noche, resplandor,
y una escala de cuerda entre las ramas,
si subes por la escala no hay retorno,
en la cima del viento hallarás nuestra casa.



FÍSICA APLICADA

Suponiendo que un hombre, una mujer
parten de puntos divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se ignoran entre sí,
y a la velocidad del entusiasmo
emprenden la aventura, se ponen en camino,
van por ahí remando en aguas turbias,
van por ahí escuchando el vasto germinar de las semillas,
al acecho, en sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza,
suponiendo que trazan trayectorias de curso irregular,
cada cual a su amor, virando al viento,
quebradas trayectorias cuyo sentido puede
al mínimo temblor girar hacia el vacío,
suponiendo el afán, la búsqueda, la sed,
el ensueño del goce, la ilusión y la ausencia,
calculemos, a golpe de intuición,
cuántas veces tendrán las trayectorias
que cruzarse en el brillo de unos ojos,
unos labios que invitan, unas manos que asienten,
para incendiarse a un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra
de llamas como ráfagas de lluvia.



DON DEL VUELO

Y ahora que desperté sin calendario
a las puertas de un cielo terrenal
qué vas a hacer conmigo si no atiendo a razones,
si me entregué sin más a la algarada
de esta felicidad sin qué ni fundamento,
si el saludo se me vuelve pájaro en la mano
y los ciento volando
hacen cola para posarse en mi ventana,
si me declaro en fuga
tras la eléctrica chispa que aguarda en el instante,
si hablo como quien canta
en las crines del pulso secreto de las olas,
amenazo arrastrarte en un alud de espuma
y mis dedos te cercan, antorchas navegantes,
y se te caen las hojas amarillas,
y al contacto tu piel prende en mi abrazo,
qué vas a hacer conmigo sino entregarte entera,
desarraigarte toda
hasta que a las raíces les brote el don del vuelo,
levar anclas, surcar la ingravidez
preñada de centellas, con las manos
tendidas al encuentro, ven conmigo,
con rumor de campanas sobrevolemos los jardines,
ha llegado la hora, vamos, ven
a conocer la risa de los ángeles.



PARA NO RENUNCIAR AL ENTUSIASMO

Soñar despiertos siempre
para que los insectos de la herrumbre nos permitan tejer sin telarañas
para ser el hervor la levadura
y no el cemento gris que repta por los muros
pan crujiente en el horno del sol del mediodía fruta madura vértigo
y nunca más sedientos de imposible
reconocernos en el barro de un parabrisas sucio
soñar despiertos siempre
olvidar el autobús cautivo de su ruta el maquinal semáforo los maniquíes ciegos
abandonar el dique seco de los formularios la astucia del burócrata
destilando en la tinta su cianuro
dar la espalda sin miedo a cuanto esperan de nosotros aquellos que veneran dos tristes palmos de suelo bajo sus pies
porque es vasta la tierra y a nadie pertenece su clamor
como nadie puede calcular la trayectoria de una grieta en un témpano de hielo
pero ahí está
desafiando la maquinaria de los astros
fiel a su andadura irregular a la belleza
de lo que niega toda simetría soñar
como rasga el torrente la maleza felino por instinto
despreciando
la fría servidumbre de los surtidores el agua encadenada a geometría
soñar despiertos siempre
para no obedecer la ley del amo las consignas
de los ventrílocuos feroces acudir
al futuro que llama a nuestra puerta pidiendo realidad
porque podemos esculpir la vida verdadera
escuchar la llamada de los sueños para rendir la piedra a nuestro afán
abrir surco en las calles sembrándolas de estrellas y de pájaros
de alamedas de cisnes regueros de palomas corrientes submarinas
una extensión de labios que sonríen de juncos que se mecen de amazonas
soñar despiertos siempre
para no renunciar al entusiasmo
y que el hombre no olvide su vocación de nube el súbito
resplandor incendiando su mirada
alfarero del mundo comadrona
que asiste al parto de sus propios sueños




REFUTACIÓN DE LA ELEGÍA


Disculpen la imprudencia, voy de paso,
me caí en esta página, no supe
medir mis fuerzas, apurar la brisa,
resistir su imperiosa invitación,
la página pedía un desaliento
a la altura del llanto y los zapatos,
pero no estaba yo para difuntos,
me brotó una sonora carcajada,
una encina colgada de un trapecio,
un tigre amamantando a una gacela,
un ciempiés saludando innumerable,
nada hay seguro aquí, ya me hago cargo,
a lo peor la página está inquieta,
reclama ya su hastío inmemorial,
y yo en las musarañas, tan contento,
acorazado, en fin, feliz, ya ven,
poco propenso a la melancolía,
convocando el deseo en la figura
de una mujer al término del goce,
sin tristeza post-coitum, no se apuren,
espléndido animal, fruta sin dueño,
deslumbrante en la página, sensual,
una refutación de la elegía,
una celebración de la alegría,
cuerpo fugaz, materia derramada,
se ríe de la página, transpira,
les dejo con su gozo, no sin antes
invitarles a arder por las raíces,
a vivir por la piel a contramano,
no me hago responsable si la página
persiste por inercia en su congoja,
si le gusta sufrir es su problema,
nosotros a lo nuestro, hacia alta mar.



CECI N‘EST PAS UNE PIPE

La palabra agua no moja:
puedo escribirla siete veces siete,
en paredes, en labios, en estatuas,
una por cada nube que se aleja,
una por cada gota que no llueve.

La palabra fuego no quema:
ni calienta mi mano si la escribo
ni es capaz de alumbrar la oscuridad.
Allí donde se posa permanece
aguardando unos ojos que la inflamen.

Pero si irrumpen alas y de pronto
me decido a emprender una esperanza
y empuño dos palabras y las hago
chocar como dos piedras en el aire
saltan chispas en un hogar remoto,
prende en el agua un fuego que acaricia.

La palabra fuego no quema
pero aviva rescoldos en la sangre.
La palabra agua no moja
pero riega la entraña de quizá.



DESPERTAR

Ese hombre que camina
con las manos sujetas a la espalda,
nos saluda al pasar, comprueba su reloj,
acude a su quehacer sin preguntarse
si va en su dirección y en su sentido.

No sabe que a su espalda se libra una batalla,
que su mano derecha
aferra sin piedad a la otra mano,
la retiene a su antojo por la fuerza,
prisionera, infeliz, sin voluntad.

Si un buen día la mano sometida
se niega a cooperar y en un descuido
reduce a su adversaria, se hace fuerte,
toma la iniciativa, arrebatando
el rumbo de los pasos, ya se atreve
a estrenar una vida renovada…

¿qué será de ese hombre inofensivo
cuando empiece a arrojarse a la aventura,
a derrochar las suelas y el impulso,
abandonándose al azar
del encuentro feliz, recolectando
a su paso semillas y canciones?



OTRO LUGAR

Desconfía del vino que sabe a cauce seco,
del agua que se estanca sin transcurso.
Desconfía del aire de los espacios huecos,
del ojo que ha olvidado ya el impulso.

Y entrégate al torrente que empieza a abrirse paso,
amanece a un más hondo palpitar.
Desconfía de todo cuanto yace encerrado,
pues el tiempo ya fluye a otro lugar.




HABITACIÓN 215

La habitación 215
da a un vasto territorio sin fronteras.
Quién lo iba a decir, con esos cuadros
tan fúnebres que manchan las paredes,
arrugas en la cama, el polvo y esa luz
hostil, de sanatorio, cegadora.
Y sin embargo entramos y de pronto,
en virtud de qué magia yo no sé,
los reducidos límites del cuarto
se desplazan, rebosan, van más lejos,
qué alegría, qué sol, qué hábito de espumas:
el joven funcionario que se afeita, dispuesto a incorporarse a su destino,
los niños que se asoman al balcón, temblando de impaciencia: los bañadores puestos y el mar en la mirada,
dos ancianos se dan las buenas noches con ternura sencilla y con verdad,
los jóvenes amantes que desnudan en su propio temblor el eco de otra piel,
el viajante que insomne repasa la jornada: cuando cierra los ojos puede entrar a hurtadillas al cuarto de sus hijos, vela su sueño en plena soledad...
Todo ocurre a la vez, todo convoca,
afán, gesto, designio y fiebre súbita,
nos hermana en un tiempo simultáneo:
la dicha de ser hombre entre los hombres,
entre la muchedumbre una mirada,
respirando la vida en este cuarto,
entre los blancos muros abatidos,
más allá de la puerta y el letrero:
habitación 215.





LA LLUVIA

También la lluvia cede al desaliento,
se demora en sí misma, se derrumba
en bautismo, moja tus labios, huele
a patio de colegio o la ternura
de sábanas recién planchadas
que palpitan.

Feliz el que regresa a su casa despacio,
distraído, a lo suyo, ni triste ni contento,
cuando una lluvia amiga le despierta de pronto
voces perdidas, gestos que el olvido
avariento atesora.


Y le moja los labios,
le limpia de tinieblas la mirada,
una ola muy honda le sube por las venas,
le deposita en brazos de una nube
y queda en paz con todos
y dice sí a la vida.



SUEÑO CON CUCHILLOS

Camino por un bosque de cuchillos.
Sus mangos enterrados
levantan la amenaza del acero.
Avanzo con cautela, sin saber
adónde me dirijo. El aire borra
a mi espalda mi rastro, lo confunde.
Al eco de mis pasos
se vuelven los cuchillos hacia mí,
girasoles de sombra agazapada...

Despierto. Abro los ojos:
el vaso en la mesilla, tu cuerpo junto al mío,
la casa en calma. Es el amanecer.
Vuelvo a cerrar los ojos, miro adentro:

Un bosque de cuchillos me contempla.
No es el bosque del sueño. Tiene una luz más honda
y conoce mi nombre y su penumbra.
Sus filos brotan hacia mí, el clamor
del acero:

la angustia de los días
transcurridos a ciegas por un túnel
en la lenta tortura del reloj,
el pavor de las noches
aguardando el gemido de un teléfono:
noticias de una vida
suspendida entre luz y oscuridad.

Y de pronto el silencio.
Se reflejan mis ojos en sus hojas.
Suena el teléfono:
Saltan
sobre mí.




SPLEEN

A menudo equivoco el autobús,
cruzo a destiempo, bajo la escalera
que debiera subir, vacilo, voy
hilando incoherencia con la ciega
obcecación del triste que desliza
su ronco despertar a medianoche,
su tímida esperanza sin consuelo,
su billete borroso hacia otra parte;
y no es que los espejos se me rompan
al mirarlos de frente, ni que el tráfico
taladre este tesón con que persisto,
los afanes que finjo en un alarde
de acróbata que traza en el vacío
su torpe pirueta, yo no sé
si me explico, lo cierto es que tampoco
reconozco si voy o si regreso,
si parto el pan o tomo mi jarabe,
la tos que desayuno cada día,
es todo tan confuso, es tan difícil
decir que sí, que no, que todo lo contrario,
ganarle por la mano al día su confianza,
por eso mi bufanda me parece
la soga de un ahorcado y es así
como anudo mi lastre inconsolable,
derrocando la risa de los niños
con astucia de ingenuo derrotado,
aspirando a la tierra y al reposo,
prisionero de mí, ya sin ficciones.




INTRUSO

Desnudo en el silencio de la noche
intento conciliar el sueño. Escucho
el vaivén de la sangre en mis latidos,
el vaivén de las olas en mi respiración.
Encogido en la orilla de la cama
contemplo una pared con ojos ciegos;
dígitos luminosos rasgan la oscuridad.

Y de pronto el silencio y más allá,
en plena soledad, una presencia:
hay algo en la otra orilla de la cama,
hay algo que respira. Escucho, ronco,
el vaivén de las llamas en sus labios,
el vaivén de las sombras en su respiración.

Quizá si me volviera aún encontraría
las sábanas calientes. Pero el miedo
me tiene en su poder. Siento a mi espalda
una densa tiniebla, un hueco que respira.
Y permanezco inmóvil mientras duerme.
Y permanezco insomne, no vaya a despertar.



DESHABITADO

Triste destino el del deshabitado:
camina entre la gente inadvertido,
se refugia en su prisa y su tarea,
su camisa planchada, el gesto anónimo
con el que se decide ya a cruzar,
el camino está libre, no hay peligro,
y persiste no obstante en plena calle,
se le congela el gesto en instantánea,
recluido en sí mismo, detenido
a la orilla de todo, en su silencio
mira sin comprender, avanza el paso,
siente hasta las raíces el vacío,
un boquete en el pecho como un túnel
que da a la oscuridad.


LAS PUERTAS

Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.
Desciendo por el pozo hacia los hondos
canales que me surcan. Pecho adentro
cruzo la oscuridad a ciegas. Voy
palpando las paredes. Ahora el aire
es más puro. Vislumbro el resplandor:

la puerta del jardín de los deseos,
la puerta del instante prodigioso,
la puerta de la infancia recobrada.

Huele a ausencia de pronto un viento frío.
Siento a mi espalda un hueco impenetrable:
por las hondas rendijas de tinieblas
mana un silencio atroz. Detengo el paso.

Mientras florezcan firmes mis deseos
y me aguarde el instante y el prodigio
y la luz en los patios de la infancia,
no cruzaré el umbral, la cuarta puerta,
no pisaré esa nada imponderable.




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