Benjamín Eliezer e Iván Cruz, creadores de Malpaís Ediciones, un nuevo proyecto editorial
Benjamín Eliézer Morales Moreno
(Ciudad de México, 1984) es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es narrador, traductor y editor. Ha publicado en diversos medios como La gaceta de danza del Taller coreográfico de la UNAM, Trazos, La jornada semanal, Viento en vela, entre otros. Actualmente es director de la revista de arte y literatura Viento en vela. Fue miembro del comité organizador de El Vértigo de los Aires: Encuentro de Poetas Jóvenes Latinoamericanos. Ha sido parte de diversos cursos y diplomados dedicados a la edición.
Cuando muera seré el cordero más blanco de mi rebaño.
Un animal pequeño y tibio,
una gota de té,
la triste canción de los pájaros por la mañana.
Mi carne será dispuesta al sol,
se salará,
y entre los habitantes de mi rebaño
listones al cielo,
canción con peso al hombro
y mis hermanos y hermanas
me imaginarán en un rezo regular y silencioso
como el latido del mar entre las rocas.
Mi muerte ha de ser
la más pura flecha de triunfo y redención
y este cuero
doblará las fibras y los juncos
del mundo donde se apoye.
Yo,
el animal más blanco,
sabré que el cielo me ha visto de bruces
postrado entre los huesos de la tierra,
y me iré con calma.
Una torre,
Eso quise,
Una torre coronada de gaviotas.
Almenas, columnas, contrapechos,
Rocas gruesas
Y el suspiro del viento entre sus nubes.
Esa sería mi torre de bastiones firmes,
Una guerra contra el arco,
La mitad del mundo visible al fin.
Pero mi torre fue triste en su desengaño
Y entre mis palmas se desmorona
Con la más sincera de las respuestas.
Si te viera tendido al suelo del baño,
Dios,
Tomaría la más blanca de las cubiertas para sumergir tu cuerpo en mí,
Como un sudor claro de espeso y aire,
Sí,
Te tomaría las muñecas
Y entre matices
Las venas
En flores que barnizan el ojo.
Al suelo del baño,
Señor,
Te vería como el cordero
O el ave del basural
Que moja el pico entre sardinas y cartones.
Al suelo,
Dios,
Como una luz recién nacida
En la noche de azulejos,
Con un arado de claveles
Y mi amor estremecido al medio,
Tanto tanto tanto amor
Al medio del suelo.
Todos mis niños se persiguen entre los árboles.
De sincera fisura, sus pies marcan el piso,
nuestro,
El piso de piedra rojiza.
Mis niños gritan
y sus árboles se descomponen y
ligeros criban el aire que los surca de pluma y hoja.
Estos niños,
Del atardecer mis niños,
Se conocen unos a otros en cortejos fúnebres
Y al escalar estos parques,
Promontorios, lomas de elefante,
Divisan el hogar de su amor completo,
Una tumba,
Una cueva,
una calle,
el cielo naranja
y mi miedo al paso.
Estos niños,
Mis niños nuestros,
Sabrán amarme entre parques de violetas
Y la soledad del aire.
Éxodo
este es el hueso de la tierra,
este es el camino en el cielo
que refleja el grumo trastornado
de los cuerpos.
esta es mi carne,
esta es mi sangre,
este, mi desierto,
de sangre huidiza,
de aves ciegas,
en el olvido de nosotros,
en mi propia pesa de recuerdos.
este es el camino al entierro de todos,
tras la arena,
entre las cuchillas del sol,
para dejarse morir,
dejarse caer como el buitre
pensando en la carne gruesa,
salada como costra.
este es el hueso de la tierra,
este es el sepulcro de nuestros nombres,
el adiós,
el presente
y la guía negra entre las praderas blancas.
Éxodo
seremos la sed de 40 años,
el aljibe y la grieta en el cielo.
Seremos la sequedad,
Los muros de granito
Y un suspiro brillante como el mar que perdimos.
Seremos la muerte de 3 mil hombres,
La caída del oro y la llama,
La vasta sonrisa de tu nombre.
Éxodo
como gorriones en su nido,
en su canto,
en tu nombre,
en tus 4 golpes,
en tus huecos de lumbre y reflejo,
ahí comulgaremos,
para vencer el frío del descampado
y la desnudez de los huesos.
En una de tus torres,
En una de tus letras,
Como ciervos o una parvada ciega,
Continuaremos la marcha hacia el infinito de tu nombre.
Éxodo
seremos 40 años de muertos,
madres,
padres,
con el cuello entrelazado en vértebras de arena,
seremos el reflejo de tu nombre
en este desierto que te oculta,
seremos,
como lo has deseado,
la eternidad del canto
y el desgaste del cuerpo,
de abajo a arriba,
como un árbol que se consume por las raíces.
Éxodo
El niño entre las rocas.
me fui siguiendo el silbido del viento.
dejé el camino,
la madre y al padre.
me fui sin ver mis huellas,
acariciado por el sol de la mañana
y caminé sobre la arena
con la sensación del grito entre los ojos
y el sabor amargo del cordero en el paladar,
hasta no mezclar con las rocas,
hasta no ser el cielo blanco de la pradera,
hasta no cantar con el zumbido de la arena contra el hierro,
hasta no más que un puñado de ceniza
suspensa en el viento.
madre y padre,
perdí su dulzura,
madre y padre,
perdí el camino,
madre y padre,
los perdí entre estas flores diminutas
que crecen en las heridas.
un manto de bermejo que ondea sobre el paisaje,
que hemos visto tanto y tanto,
madre y padre,
me lloran,
yo no los lloro,
yo lo hago por el camino amado del cielo en la tierra,
bajo montes de odio,
con los pies calcinados,
en víspera a los
últimos 4 golpes.
soy el niño perdido entre las rocas,
el niño de los úteros perfectos,
el niño de silbido,
el que centellea antes del ocaso,
y que ríe y ríe y ríe
cada vez que una yegua
se muerde el pecho
hasta sangrar
y cae de hinojos, empapando la arena,
volviéndola lodo cruento,
de donde se esparcen miles de zancudos
voraces,
que viven en la sangre
de mi sangre
de la sangre
de la madre y el padre.
un DIA,
como espina entre el follaje,
volveré a la planta de donde me desprendí
y con esos claveles que brotaron del suelo
se marcará el fin de este camino,
mi tumba,
nuestro encuentro.
Éxodo
y cuando parezca
que en una ráfaga
se pierde ese prado de sustancias,
ese huerto de promesa,
sabremos que lo deslizas
ante nuestros 40 años de paso y muerte,
de túmulos,
de cráneos en la arena,
de niños perdidos entre las rocas.
Éxodo
seremos la espera de tu nube,
la guardia a la puerta,
y por la noche buscaremos el fuego de tus labios,
entre el luto y las estrellas,
comiendo en grupo frente al frío,
suspirando el techo,
el pasillo y el canto de nuestros hijos,
sabremos que jamás
hemos de ver tu cuerpo esperado,
tu cuerpo de leche,
tu cuerpo de miel,
tu cuerpo como el mundo de palomas tiernas,
tu cuerpo de espasmo y suspensión
que baja por aquel monte,
como un torrente,
como un rugido,
como la bruma ciega del cansancio y la levadura.
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