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miércoles, 13 de marzo de 2013

ARTURO PERELLANO CASTRO [9500]




Arturo Pellerano Castro, mejor conocido como Byron dominicano, nació en Wllestad, Curazao el 13 de marzo de 1865. Murió relativamente joven antes de los 60 años, en Santo Domingo el 5 de mayo de 1916. Se encuentra hoy sepultado en el templo Regina Angelorum. Sus padres fueron Don Manuel Maria Pellerano Bonetti y Doña Teresa de Castro. Fue nieto de Juan Bautista Pellerano Costa, nativo de Santa Margarita de Génova, Italia, primer emigrante de la familia Pellerano llegado a la isla. Realizó sus primeros estudios en el Colegio San Luís Gonzaga, donde estudiaban los hombres más notables de letras de esa época, dirigido entonces por el Pbro. Francisco Xavier Billini. Allí se hizo muy amigo de los Hermanos Deligne: Gastón Fernando y Rafael, destacados escritores dominicanos. Tomó por esposa a Isabel Amechazurra y Machín, distinguida joven poetisa cubana, de delicada inspiración. Alternó su vida entre la poesía y su trabajo como funcionario y contable.
Disfrutaba del tranquilo goce del hogar y de las alegres tertulias nocturnas y, como la mayoría de los modernistas, fue un típico bohemio. Es un ejemplo vivo de esta faceta de su vida su poema “Champagne”. Frecuentaba entonces una pequeña plaza, que hoy en día tiene su nombre, en la calle Isabel la Católica, próximo al sitio en que vivía, en la calle Arzobispo Meriño. A principios del siglo XX fue redactor del periódico El Listín Diario, publicando entonces numerosos trabajos humorísticos, de prosa y versos. Publicaba regularmente en: “Los Lunes del Listín” y en la revista “Letras y Ciencias”, “Revista Ilustrada” y “La Cuna de América”.
Fue un destacado poeta lírico, los temas de sus poemas eran: lo nativo, la naturaleza, los ambientes populares y la vida de campo. Con sus “Criollas” dejo a un lado la influencia extranjera para crear un arte dominicano, escribió sobre la vida campesina y sus características, todo esto con un aire romántico y de sencillo ingenio. Ver como ejemplo su corto poema “Sombras”. Sabía como sintetizar la emoción de un momento con trazo intenso y breve. Supo concentrar todas las características de lo cotidiano y rural, en palabras sencillas y fáciles de entender. Sus obras principales son: la Colección entera de “Criollas” y “De Casa”, colección la cual contiene un poema para cada uno de sus hijos. También están: “Champagne”, “Americana”, “En el Cementerio”, “Sombras”, “Acuarela”.
Los críticos están de acuerdo en que como poeta no aprovecho totalmente su talento y en que la mayoría de sus poemas se quedaron en la superficialidad. De todos modos sus obras sencillas, impregnadas de humor que resultan agradables y fáciles de entender.









A tí (Criolla)

Yo quisiera, mi vida, ser burro, 
    ser burro de carga, 
y llevarte, en mi lomo, a la fuente, 
    en busca del agua, 
con que riega tu madre el conuco, 
con que tú, mi trigueña, te bañas.

Yo quisiera, mi vida, ser burro, 
    ser burro de carga, 
y llevar al mercado tus frutos, 
y traer, para tí, dentro del árgana, 
el vestido que ciña tu cuerpo, 
el pañuelo que cubra tu espalda, 
el rosario de cuentas de vidrio 
    con Cristo de plata, 
que cual rojo collar de cerezas 
    rodee tu garganta... 

Yo quisiera, mi vida, ser burro, 
    ser burro de carga...
Desde el día que en el cerro del monte, 
    cogida la falda 
el arroyo al cruzar, me dijiste 
    sonriendo: ¿me pasas?... 
y tus brazos ciñeron mi cuello, 
y al pasarte sentí muchas ganas, 
de que fuera muy ancho el arroyo, 
de que fueran muy hondas sus aguas... 
desde el día que te cuento, trigueña, 
¡yo quisiera ser burro de carga!...

Y llevarte en mi lomo a la fuente, 
y contigo cruzar la cañada, 
y sentirme arrear por ti misma, 
cuando, a vuelta del pueblo, te traiga, 
el vestido que ciña tu cuerpo, 
el pañuelo que cubra tu espalda, 
el rosario de cuentas de vidrio 
    con Cristo de plata, 
que cual rojo collar de cerezas 
    rodee tu garganta...

¡Yo quisiera, mi vida, ser burro, 
    ser burro de carga!








Las hojas

La mañana está fresca, limpia y pura; 
cuajada de racimos la cosecha; 
ardiente el Sol... Cuando las hojas caen, 
quisiera detenerme a recogerlas, 
porque parece que en sus verdes láminas 
hallaría escrito el eternal poema 
de su nombre de flor... ¡nombre de novia 
que canta un madrigal en cada letra!

Con esas hojas verdes que las brisas 
saludan, al pasar, en su carrera, 
yo formaría un libro de esperanzas 
donde encerrar, cuando la noche llega, 
las vírgenes de amor que vistió el alma 
en la víspera hermosa de la fiesta, 
y que perdieron, al bailar, sus calzas 
de rubias y de blancas cenicientas.

¡Jamás había pensado en mis vigilias 
en esas hojas que el Abril renueva! 
Gloriosa y alta como el Sol, su vida; 
del fango libres, a la luz reflejan; 
bebieron en los vientos sus perfumes, 
Aurora les brindó su lumbre nueva; 
y el mismo cielo, al complacer sus obras, 
cuidó de su tocado y de su vesta.

¿No sabéis lo que son? Son las cortinas 
que Céfiro, el travieso de la selva, 
agita en los balcones del palacio 
que el árbol alza en la región aérea; 
el lujoso abanico de las aves; 
la hamaca en que se mecen las abejas 
a la vez que el resguardo de los nidos 
y del fruto maduro las promesas...

¡Qué bien alaban la fecunda savia, 
los gérmenes fecundos de la tierra, 
cuando asoman sus lenguas diminutas 
por la boca entreabierta de las yemas! 
Felices en su espléndido palacio, 
saludan siempre a la legión viajera, 
y le ofrecen, galantes, sombra amiga, 
de paz, de amor, y de frescura llena.

Mas ¡ay, cuán triste cuando caen rendidas 
del polvo del camino entre las huesas! 
Enflaquecidas, pálidas, rugosas, 
a merced de los vientos, van en pena, 
mendigando del árbol cuya pompa 
la antigua pompa de su hogar recuerda, 
una limosna de color y vida 
para sus rotas y marchitas células.

¡Oh, pobres hojas que marchitó el ábrego! 
¡Oh, tristes hojas secas!... 
¡Alas sin vuelo de la flor que un día, 
como gentil doncella, 
tras las cortinas de su oliente alcoba 
abrió al insecto su amorosa tienda, 
y le dio, en cambio de su amante elogio, 
su puro, y rico, y delicado néctar!

¡Mi corazón os llora! mi alma os sigue... 
Y si dado me fuera 
recoger vuestros cuerpos del camino, 
¡oh, pobres hojas secas!, 
yo de vosotras formaría mi nido, 
mi último albergue, mi ignorada huesa, 
donde huir de la injuria de los hombres, 
do reposar de la mundana brega.






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