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jueves, 21 de febrero de 2013

LEONARDO IVÁN MARTÍNEZ [9402]



Leonardo Iván Martínez (DF, México 1982). 
Es egresado de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en las revistas Péndola, La oveja negra y en las páginas electrónicas Círculo de poesía, La otra gaceta,  Palabras Malditas y Cronopio de Medellín, Colombia. Ha realizado lecturas en espacios públicos de la Ciudad de México, La Habana y Bogotá. 

Ha publicado  Sobre La Rampa siempre sopla el viento, bajo el sello de la Editorial Praxis y en 2012 el poemario “El huerto y la ceniza”, bajo el sello del Instituto Mexiquense de Cultura. Según el crítico Armando González Torres, en este libro  “se despliega una poesía luminosa e intensa, que profesa una contagiosa fe en el lenguaje”. Presentamos aquí algunos poemas del volumen y el prólogo de González Torres.



Los presentes poemas pertenecen a su primer libro de poesía titulado Sobre La Rampa siempre sopla el viento, bajo el sello de la Editorial Praxis.


Palabras para Antígona

You are the sunshine of my life
That´s why I´ll always be around
StevieWonder

Así te huelo de lejos:
tu silueta en la cocina
dorando la cebolla en el sartén,
rebanando aureolas que se incendian
debajo de la tapa,
preparando la harina
para poner los panes en el horno
y calentar la mesa.

Detrás de ti, el adobe se levanta
sin una huella de humo;
y la pared en blanco,
como si fuera lienzo de cinema
proyecta tu figura de grulla
ensimismada.

Hay un aroma en las calles del puerto
que hace ladrar
con impaciencia
a los perros
que pasan arrastrando sus lenguas y su rabia;
y es, lo sabes bien, porque mañana
los muñones de mis ojos tendrán
una  dulce carcajada,
poblarán los rincones polvosos de la casa,
y tu olor sabrá a mi olor sin ceguera:
a pájaro despierto,
iguana cantadora,
y flecha vulnerada.

Y así será mi vida con la tuya,
llena de olores y de luz violeta,
porque las jacarandas con sus ramas
se abrazarán al viento,
porque sus flores besarán tus pasos,
porque mis ojos mirarán tus ojos
y tu silueta no será jamás
la sombra en la pared de mi cocina.




A Zeus

Ayúdame Zeus,
Tú, que todo lo iluminas,
Tú, que en cisne te transformas
con erguido cuello de plumaje bruñido
y seduces a la bella ninfa burlando los celos de tu esposa.

Concédeme la gracia de besar los labios
las piernas y vientre
de la joven que pone los manteles,
que dispone los mariscos
a la sombra de esa palma.

No busco eternidad, bien sabes,
mas sí la caricia de esta joven.
No busco saciar sedes, mas busco la embriaguez
que su sudor promete.

Ayúdame sólo una vez,
mira cómo sirve una cascada en el banquete,
cómo derrama en estos platos
la comestible espuma de los mares.

Ayúdame, Zeus,
para que venga hasta mis aguas
y bendiga con sus manos y su boca
el más erguido cuello
de este triste patito feo.

El Maviri, Sinaloa. Diciembre de 2008







Un hombre escucha crepitar las balas

Anoche sonó un disparo a mis espaldas.
Sonó como suenan todos los disparos:
un metal crepitando en la oquedad de la muerte,
y la flama percutiendo el suelo con su bíblico granizo.
Entonces los pájaros se crisparon
como gatos, sobre el cielo
y barrieron con sus plumas el fuerte olor a pólvora.

Anoche sonó un disparo y supe que yo estaba vivo,
que hay una mujer que cuando niña me soñó
y que el desvelo amasado por mi madre en las noches
se remoja como pan en el café por la mañana.

Voy a volver a ser, ahora,  el niño
de los labios rotos y pantalón rasgado
para limpiar mis lágrimas con el mantel de casa,
para lustrar las botas de mi padre
y atrapar luciérnagas dentro del bosque
iluminando el paso del que seré,
del que ahora mismo soy.



Del poemario “El huerto y la ceniza”, bajo el sello del Instituto Mexiquense de Cultura.




Anunciación del Rarajípame (1)

A Carlos Montemayor, in memoriam

Por la tarde partirás corriendo entre la sierra
hasta que la bola de madroño vuelva a ser la tierra
[entre tus pies,
hasta que se entere el tiempo que no vale cuando apuesta
que el venado corra más que tú,
que los vientos se sacudan en las cuevas
las espinas de la hierba montaraz,
o que ocultes la mirada en los maizales
temeroso de la flecha envenenada.
Es esa bola roja que pateas
una vena tierna del sol
nacido de los campos entre monte y monte,
rama pintada al fuego,
enraizada entre la piedra:
una brasa y madera sin refugio,
un astro que has hundido en el empeine
para ungirte de un áureo paso en la montaña.

(1)   Rarajípame significa “corredor” en lengua rarámuri. El juego de rarajípari consiste en correr por la sierra mientras se patea una pelota hecha con madera del árbol de madroño. El juego se puede prolongar horas y días enteros pero no gana el que llega a una meta, gana el que resiste más que el rival.



  




DICEN QUE LA MUERTE

Dicen que la muerte anda tras mis huesos
Si es así la espero, pa darle sus besos.
Rockdrigo González.

Blues por Janis

Observo en soledad tu música, Janis
y mis pupilas se dilatan,
se vuelven largas nubes de heroína,
cabalgando en un Mercedes Benz.







Kurt Cobain envuelve Seattle

Con la amargura de un vaso de whisky
amanece Seattle sin tus pasos.
La pesada sombra de tu mujer
ha cincelado con la escopeta
el epitafio de un rubio niño
que por las noches
olvidaba cepillarse la melena.







Londres y su purple haze

Una guitarra y el secreto de la muerte.
Una cuerda en la lengua
y el hedor de vómito en la boca,
entre los dientes
seducen la neblina de Londres.
Jimi ha muerto y su guitarra muda,
se mece en la neblina púrpura del Támesis.







Jim en Père-Lachaise

Hoy no te oí en Alabama.
Hoy no te oí en la Florida
ni tus cantos se escucharon en Vietnam,
ni en las aulas, allá en Berkeley.
Hoy el sollozo de tu madre en la cocina
se mezcla con la luz de un par de lunas calcinadas:
una con cerillo de napalm,
la otra con el beso de una bomba en el vientre de la tierra.
Pero no te equivoques,
no te hablo de la muerte,
yo te hablo de la flor que se ha incendiado
injertada en tu silencio.

[ofrenda)

No se quiso pintar los labios
porque decía que cuando muriera
su boca sería una fruta amortajada
en vanidad perpetua.
No se quiso poner las medias
porque sus hilos oprimían los poros
por donde asomaban los duendes
bienhechores de caricias.
No se quiso calzar tacones
porque los pies y la columna
torturaban en noctámbulo reclamo
su erguida silueta en apariencia.
No se quiso maquillar los ojos
porque su mirada era un anzuelo
tejiéndole bufandas a los ríos oscuros.
No quiso sostener sus pechos
con prácticos corsés de moda
porque su piel buscaba
la firmeza en otros lados.
Tampoco quiso amanecer despierta
porque su ofrenda con la noche fue
la sencilla claridad de una mujer
y un simple repicar de alientos en tormenta.


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