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viernes, 14 de diciembre de 2012

SALVADOR REYES FIGUEROA [8951]




Salvador Reyes Figueroa (n. Copiapó, Chile; 16 de agosto de 1889 - f. Santiago, Chile; 27 de febrero de 1970), escritor chileno, perteneció a la generación de 1927 y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1967.

Nació en Copiapó el 16 de agosto de 1899, hijo de Arturo Reyes y de Luisa Figueroa. Curso sus estudios secundarios en la ciudad de Antofagasta, en el Instituto Comercial, iniciándose en la lectura de autores como Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Julio Verne, Walter Scott y Sir Arthur Conan Doyle.
En 1920 se traslada a Valparaíso, donde conoció al escritor Alberto Rojas Jiménez y participó de la bohemia y la vida nocturna de la ciudad. Dicho periodo quedó reflejado en su novela Valparaíso, puerto de nostalgia. En 1921 viaja a radicarse a Santiago, comenzando a escribir en las revistas Zig-Zag y Hoy, y en algunos periódicos, utilizando el seudónimo Simbad.
En 1928 fundó la revista Letras junto a Ángel Cruchaga Santa María, Manuel Eduardo Hübner, Luis Enrique Délano y Hernán del Solar. La publicación, según algunos especialistas, reuniría a los mejores poetas y prosistas de su época.1
En 1939 comenzó su carrera diplómatica, al asumir el cargo de cónsul en París durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, donde conoce a escritores franceses como Pierre Mac Orlan y al crítico Francis de Miomandre. Posteriormente siguió sirviendo a la diplomacia, asumiendo cargos en Barcelona, Londres, Roma y Haití. En 1954 viaja a la Antártida, donde escribe El continente de los hombres solos.
En 1959 regresa a Santiago, para acompañar la visita del político y novelista francés André Malraux, como edecán. Un año más tarde ingresa a la Academia Chilena de la Lengua, al año siguiente es enviado como diplomático a Turquía, tiempo que aprovecha para viajar a la India, Tailandia y Vietnam. En 1964 regresa a París, donde reside hasta su jubilación en 1967. Ese mismo año recibe el Premio Nacional de Literatura, regresando al país.
Murió el 27 de febrero de 1970 en Santiago, y de acuerdo a sus propios deseos sus cenizas fueron lanzadas al mar frente a las costas de Antofagasta.

Obra

"El mar es la patria de todos los soñadores"
Salvador Reyes en el Prólogo de La niña de la prisión, de Luis Enrique Délano.2
Fue un escritor prolífico, incursionando en la novela, poesía, los cuentos, ensayos y el periodismo, con 22 libros publicados. En su obra es posible advertir una constante evocación al mar, donde se describen puertos, callejuelas, bares, personajes como capitanes, marineros o estibadores. Su primer libro publicado, el Barco ebrio, compuesto de 14 poemas, data de 1923. En 1930 publica su último libro de poemas, Las mareas del sur. Una de sus obras más conocidas, la novela Ruta de la sangre de 1935, cuenta con un prólogo de Augusto D'Halmar. En 1968 incursiona en la dramaturgia, publicando la obra de teatro La redención de las sirenas.
No existe consenso entre los críticos literarios sobre clasificarlo dentro del Imaginismo o del Vanguardismo. Sin embargo, es reconocido como uno de los mayores exponentes de la literatura marítima de Chile.

Las siguientes son sus principales publicaciones:

Barco ebrio (1923), poesía
El último pirata (1925), relatos
El matador de tiburones (1926), novela
El café del puerto (1927), novela
Los tripulantes de la noche (1929), cuentos
Las mareas del sur (1930), poesía
Lo que el tiempo deja (1932), cuentos
Tres novelas de la costa (1934), novelas cortas
Ruta de sangre (1935), novela
Piel nocturna (1936), novela
Norte y sur (1947), novelas cortas
Mónica Sanders (1951), novela
Valparaíso, puerto de nostalgias (1955), novela
El continente de los hombres solos (1956), crónicas
Rostros sin máscaras (1957), entrevistas
Los amantes desunidos (1959), novela
Los defraudados (1963), cuentos
El incendio del astillero (1964), cuentos
Andanzas por el desierto de Atacama (1966), crónicas
Fuego en la frontera (1968), ensayo
La redención de las sirenas (1968), teatro
Crónicas de Oriente (1973), libro póstumo




BARCO EBRIO (fragmento) por Salvador Reyes





EVOCACIÓN

TELARAÑAS de jarcias,
laberinto de mástiles sonoros:
frente a los puertos canta la nostalgia.
Su mano iba desnuda
a1 encuentro de todos los adioses
por la emoción doliente de las rutas
Y su elegancia envenenó la tarde
con el aroma y el presentimiento
de lo que nunca volverá a encontrarse...
Ella fue, acaso, quien prendió en mi vida
la canción que cantaran por el mundo
sus labios de incansable peregrina...
Frente a las puertos canta la nostalgia
y las manos se alargan suplicantes
hacia los barcos magicos que zarpan.

Para un éxodo de melancolía
los viejos marineros silenciosos
tienden el puente de humo de sus pipas.

Y el corazón se queda sollozando
por el recuerdo de una mujer triste
que en un barco, una vez, pasó a su lado...







PUERTO

DE los “steamers” elegantes
desborda el oro recogido
en los ocasos de otros mares.
Se exalta la emoción
divina de los viajes.
Sugieren aventuras imposibles
las algaradas de los tripulantes.
El corazón se enreda
en las complicaciones de los mastiles.
Las mujeres de abordo
traen aromas de la vida errante
y encendido en sus ojos el recuerdo
de Paris, de New York, de otras ciudades...
El puerto sueña frente al horizonte
donde se agota el oro de otras tardes
y acoge el corazón de los marinos
en sus tabernas y en sus arrabales.
Los hombres vagabundos
llenan las noches con las claridades
canallescas y locas
que traen de las grandes capitales.
La voluptuosidad torturadora
del ansia de alejarse
grita un adiós desesperado y bello...
Se perfuma el recuerdo de otros mares.. .








BARCO

EL velamen
empapado en la charca de la tarde
y un marinero viejo
en la popa, fumando
tabaco de silencio.
No se acorta la estela del recuerdc
Girones de aventuras
se enredan a loss mastiles
y ensangrientan la ruta.
Nostalgia... Vida...
(El cargamento
desborda en las escotilla)
El viento agita su pañuelo:
Adiós...
Adiós...

Mujeres errantes
en la tristeza de todos los mares.

Los labios cantan,
pero en los puertos
siempre las manos cortan las amarras.







RUTA

EN mi pipa recibo
los radiogramas del recuerdo,
Con las estelas de todas
las quillas que me han precedido
fabricO una mortaja
para la canciÓn de su nombre.
Cuatro estrellas
crucifican la noche.
¡Su nombre!
Inclinado en la borda
lo siento llegar en las tristes
corrientes del norte.
Lejos,
los puertos sucios
perfilan sus gritos de vicio
y de adioses.







SAUDADE

PUÑALES de caminos
cortaron las palabras.

Por ti mi soledad caza crepúsculos
y les rompe las alas.

Hacia tus pies desnudos
va a morir el oleaje de mis días.

Tú callas.

Y los cuatro horizontes
se amarran con las letras de tu nombre,

Yo te entregué el Otoño
y lo perdiste.

Sin embargo, llorabas.

Y en el jardín llovido
por tu recuerdo
vuelvo a beber tus lágrimas.






SOMBRA

Yo dejé mi poema
en aquel puerto de oro

¿Recuerdas?

Verso extraviado,
rosal sin nombre
florecido en las jarcias
del barco del crepúsculo.
Yo dejé mi poema
sobre tu pecho.

Sangraba.

Era toda una vida
que no he de vivir nunca:
tú y el mar incendiado de canciones y de piratas.

Poniente rojo.

Tú tan blanca,
con las manos tendidas a las naves en marcha...

¡Pero yo sólo supe
que de tu propio corazón zarpaban!




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