Américo Calí. Nacido en Rivadavia (Argentina), murió en 1982.
Américo Cali fue un ser feliz porque trabajaba veinte horas por día y amaba su trabajo, único remedio para llevar con estoicismo y sonrisa la pena del mundo. Se repartió en dos cariños y a ambos se dio entero, secreto de la esperanzada sabiduría. La literatura y el derecho penal fueron como sus dos brazos, como sus dos piernas, como sus dos pulmones. Su versación en las dos disciplinas era abismal. Todos los días cumplía su sesión de lectura literaria, y todos los días revisaba alguna página de derecho penal; eso, y su memoria olímpica, inmensurable, lo llevó a ser una enciclopedia viviente, pues nunca daba en el tráfico de los conocimientos un paso en falso. Rendía conmovido homenaje a los que habían sido cúspides en estos rumbos del saber, y cuando sus nombres aparecían en la frase, se ponía de pie. Si hubiera sido militar, también hubiera hecho la venia, como cuando Sarmiento nombraba al General Paz. Siempre los grandes reverencian a los grandes.
Mucho ha hecho Calí con distinto signo, y por mucho será recordado. Él estaba consciente de esto, y en el fondo de su corazón había elegido aquello a través de lo cual deseaba persistir en la memoria de la gente: era la poesía. Todos sus amores los reducía a un solo amor, almendra y símbolo de los otros. Esa substancia indefinible, esa emoción inteligente, esa experiencia vestida de luces que la razón puede no entender pero que crispa las raíces de la sangre, esa sencilla complejidad de aparente inocencia, ese resplandor, esa magia, era el vehículo elegido por él para que, de ser posible, su nombre no muriera. Desde su irrupción a la vida pensativa y sensible trabajó la poesía con paciencia de artesano y gracia y fervor de iluminado leviatán. Sus construcciones fueron perfectas, con exactitudes, rigores y exquisiteces cristalográficas, pero animadas por ese temblor especial que hace de ellas cosa viva, cosa con pulso de belleza, amparada con esa fragancia y ese parpadeo que llamamos lirismo, que es el nervio y la condición de lo poético.
Tenía en mengua sus otras realizaciones frente a sus libros de versos. Él estaba en ellos ilimitadamente, como frente a un crédito que no ha de terminar jamás. Miraba sus cuentos como un “divertimento” mozartiano, sus ensayos críticos como ejercicios donde afinaba y afilaba sus herramientas, y sus logros curiales como operaciones de pura intelección mechadas de pasiones terrestres, pero todo eso sin la iridiscencia de flor de alta montaña que sólo se da en la poesía. Dejó cinco títulos, como los cinco dedos de la mano secreta con la que saludaba a los dioses del Olimpo casi de igual a igual: “Laurel de Estío”, “Coplas del Amor en Vano”, “Capitán de Ruiseñores”, “Herencia del Árbol” y “Cantares de la Duda”, compuestos en un lapso de treinta y cinco años, a partir de 1946. Aritmetizando la cosa, un libro cada siete años; un hábito sabático, dijéramos, como el de los antiguos hebreos que dejaban descansar la tierra para que recobrara su vigor, y liberaban a los esclavos. Él también dejaba reposar su pasión, y el fruto de siete años de desveladas búsquedas en la persecución de las anguilas y los pájaros de la poesía, lo vertía en un nuevo libro, hijo de su espíritu y de sus venas, y por ello doblemente hijo. Calí manifestó apego a las formas cerradas, en general breves: cantares y coplas –tres o cuatro versos-, algún escueto poema en dísticos –seis versos en trotal-, algún romance, -la mayor proeza de longitud llega a treinta y dos líneas-, y el soneto. Aquí termina su espectro compositivo. A toda luz quiere sublimizar el pensamiento a costa de síntesis, a apretarlo y ceñirlo y curtirlo para que caiga toda ramazón, todo pedúnculo accesorio, y quede la pura luz de la esencia. Es una vocación, y puede llegar a ser una hazaña. Él lo mentaliza claramente en el acápite que preside su “Capitán de Ruiseñores”, donde le hace repetir a Joubert: “Si existe un hombre atormentado por la maldita ambición de poner todo un libro en una sola página, toda una página en una frase, y esta frase en una sola palabra, ése soy yo”. Ni más ni menos que la confesión de una estética.
Este doctor, que hacía honor a su doctorado porque era docto, era también un hombre probo y un hombre desprendido. Su probidad fue mayúscula, fuera de los rangos corrientes, fuera de los niveles neutros de no mentir en un sellado, no demorar dinero ajeno o no quedarse con un vuelto. Hay encrucijadas de excepción, que en momentos de excepción desembocan en hombres de excepción, de modo tal que la actitud de éstos frente a la singular provocación del destino los ubica irremisiblemente,
definiéndolos para siempre en éste o aquel estamento ético. Américo fue tentado por el demonio, y reaccionó como la criatura límpida que era. Había sido camarada entrañable, y medio protector de la actriz Eva Duarte, mucho antes que ésta penetrara en la política.
Cuando ella se elevó a alturas de cuento de hadas, preguntó repetidas veces por su antiguo amigo: “¿Dónde está Américo? ¿Por qué no viene a verme? Yo lo haré Gobernador de Mendoza”. Qué minuto crucial para alguien que es simplemente un hombre, no un héroe ni un santo. Y qué fácil es encontrar dialécticas que justifiquen la aceptación de las cosas: el renunciamiento personal, el sacrificio en pro de la provincia,
el olvido de sí mismo y el coraje de afrontar el descrédito para provecho de los demás… Los razonamientos falaces y las argucias bizantinas y equívocas son infinitas. Goethe dijo: “Que no puedas llegar es lo que te hace grande”. Y Calí no llegó; Calí no fue Gobernador de Mendoza. Simplemente porque no fue a saludar, porque no fue a presentar su rostro en el palacio donde se dispensaban todos los honores y prebendas. Y no precisó, para no hacer lo que no hizo, de un largo conciliábulo con su alma; se escuchó, nomás, con la naturalidad de su entereza, y se obedeció. Las limpias convicciones en balanza con un puñado de diamantes parece sencillo, pero no lo es.
Américo Calí llenó toda una época de la vida de Mendoza, y sin él, fuerza es confesar que nos sentimos un poco a oscuras. No es sólo por su poesía, sino por su compañía; y no sólo por su compañía, sino por su proyección a otras esferas del arte¸y no sólo por esto, sino por su latir solidario y entrañable, por su humor, por su ingenio, por su orgullosa humildad., por el refinamiento de sus modos, por su indiferencia hacia los bienes prosaicos, por su amor a lo que eleva y embellece, por la frescura de su naturaleza, abierta a todos los vientos de la jovialidad. Es una amputación vital que no podamos verlo más sentado junto a una mesa de café, departiendo y gesticulando a lo Valle Inclán, lleno de colores y relumbres como un faisán de oro. Es una amputación para la Sociedad de Escritores no poder contar más con su palenque seguro, porque él era, por definición, el verdadero mástil, la última instancia, la recurrencia délfica. Es una amputación para el Foro de Mendoza la ausencia de este abogado y doctor que aconsejaba a sus clientes no pleitear cuando no había esperanzas ciertas, y que a veces cobrara sus honorarios con cantos. Es una amputación para el espíritu de Mendoza, para el contenido de Mendoza en lo que tiene de excelente y trascendente que no esté más este hijo de labradores que en la ubicación verídica de los rangos podía ocupar con naturalidad el sitial de un príncipe. Ahora debemos andar casi solos, y movernos casi solos, aferrados al consuelo de poder enriquecer la vida del recuerdo con la certidumbre de que entre los grandes bienes inasibles, tenemos uno que se llamaba Américo Calí.
Camino Camino
Sereno vas delante de la casa,
sereno, sin azar, como el destino.
Porque sabes tu ruta eres camino;
camino nada más: penumbra escasa.
Tienes pardo color igual que hogaza,
y eres bueno como el campesino,
que se deja ganar y da su vino
al que demora sueños y al que pasa.
Río de tierra dura sin oleaje,
siempre tornando estás y siempre en viaje
contra esa línea de tu rumbo opreso.
Llama de fuga, claro de la suerte,
no camino total hacia la muerte,
sólo tú me predices un regreso.
Voz en la penumbra
Este soy yo: al fin palabra sola,
ni espada, ni lujuria, ni dinero;
acaso un viejo andar de jardinero
dividido entre luna y amapola.
Tiempo quise guardar; no tiempo llano,
tiempo de no morir, secreto y fino,
y en las mínimas piedras del camino
halló suaves milenios cada mano.
Arbol quise tener, árbol sapiente,
laurel de sombra, condolido abrazo,
y en el agua pequeña de mi vaso
cupo el árbol total de la corriente.
Oro que viste, último viajero,
brillando en lentejuelas de bonanza,
oro no fue. Oh trémula esperanza
renacida en penumbras de romero.
(en "AMERICO CALI. Semblanza. Antología de Poemas", de E.C.R.)
Origen
Sé que naces, poema, porque dueles,
-nada que no fue lágrima es pasado-
ya lo saben mi frente y mi costado
y lo sabrán tus alas cuando vueles.
La sangre que remonta tus niveles
es sangre fiel que sobre mí ha girado,
la sangre del testigo desvelado
que soñó con espigas y laureles.
Cifra de amor, poema enamorado,
tu origen fue un consuelo nunca hallado
para que sin consuelo te consueles.
Bien lo saben mi frente y mi costado,
nada que no fue lágrima es pasado,
yo que sé que naciste porque dueles.
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