Fernando Valerio-Holguín nació en La Vega, República Dominicana, en 1956. Realizó estudios de Licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Becario Fulbright, obtuvo un Doctorado en Letras Hispánicas en Tulane University en 1994. Ha sido profesor de literatura latinoamericana y de teoría literaria en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC); actualmente, es Profesor Titular de literatura y cultura afro-caribeñas en Colorado State University. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Viajantes Insomnes (cuentos, 1982), Poética de la Frialdad (crítica, 1997), Memorias del último cielo (novela, 2002), Café Insomnia (cuentos, 2002), Autorretratos (poesía, 2002), Banalidad posmoderna (crítica, 2006), Presencia de Trujillo en la narrativa contemporánea (crítica, 2006), Las Eras del Viento (poesía, 2006), Los huéspedes del Paraíso (novela, 2008), Rituales de la Bella Pagana (poesía, 2009) y Elogio de las salamandras (cuentos, 2010).
autorretrato a los treintiséis
sospecho que he padecido durante mucho tiempo estos sueños rojos y fríos. como un ventrílocuo escucho mi propia voz que me habla desde fuera y me humilla los huesos
sospecho que me he desangrado, fumando en silencio bajo esta luz estridente. sospecho que te he amado a sangre fría en los atardeceres malva de Bloomington, Málaga o Santo Domingo, poco importa
¿por qué no habré entonces -como un aprendiz ebrio- balbuceado algunas palabras de las que hacen brotar la sangre?
me temo que sea demasiado tarde: el mes próximo cumplo treintiséis años y el encierro comienza ya a pulirme los huesos
es todo cuanto tengo que declarar
Amantes
hay un Tiempo que apenas nos pertenece
un Tiempo que habitamos en la fuga
contra el graznido del cuervo y su ala triste
un Tiempo que nos define en el reverso de la
sospecha y de la fiesta innombrable
este Tiempo nuestro se piensa a sí mismo
y nos consume como un fuego, en la espera
vertiginosa
en arreboles de encuentros y desafíos
donde la palabra importa menos
que la mirada en la carne
que se sabe amada
no esperemos a que nos tiendan una celada contra el alto muro de la noche enemiga y entonces sea demasiado tarde
no dejemos que las máscaras
nos impidan alcanzar la montaña y su amplio cielo no permitamos que nos arrebaten este Tiempo hecho de agua cotidiana y ternura
que plagiamos en la prisa
porque este Tiempo huye con nosotros hacia la carne hacia el vértigo en la fuga
hacia un torrente de sangre en las sienes
para que al fin pueda ser nuestra la dicha de sabernos en la eternidad de un instante
autorretrato a los cuarenta
deseo declarar las incontables, sucesivas muertes de mis cuarenta años y la redundancia de lunas y palmeras que pueblan mis días y atardeceres frente a Sans Soucí
quiero contar -y el tiempo se me hace voz en la garganta- las imnúmeras peripecias, desvaríos de los días trocados en miedo y de las noches como arrecifes frente al mar quiero aclarar la disonancia del arrepentimiento en las palabras y el aire tibio de estas algas milenarias
quisiera hablar -y no puedo- de las horas en que mustios lloran mis huesos arrimados a un almendro quisiera contar -y no tengo el valor- los años transformados en ficción los árboles violentos de pájaros y hojas muertas amenazando los límites del sueño podría decirte -y sé que miento- que he adjurado de la fascinación por los rincones oscuros de sangre
quisiera decir heliotropo y ascienden del sueño a la memoria como los cielos de septiembre las anémonas furiosas que tanto odié se parece tanto al infierno, la memoria de estos días traslúcidos, insondables, que quisiera -de pronto- ponerme a hablar de la dicha y no tengo -he perdido- tu boca, oh muérdago celeste
quisiera, tendría que aceptar simple y diáfano el dolor que traspasa los días como una bala en el paladar de este cielo inmenso del Caribe
inutilidad
profesar la profunda vocación por las cosas inútiles escuchar el crujido de huesos en la noche, de los que aman, y como yo, están solos colocar piedras en los días más turbios y de mayor desconsuelo descifrar la música, la más inútil entre las artes inútiles del tiempo -después de la palabra-
pensar la ficción de tu voz y sentir que se deshace tu cuerpo temblando bajo mi mano no hacer nada por la vida, nada de lo que pudiera sentirme si no precisamente orgulloso al menos contento y fumar contemplando el mar con los ojos llenos de palmeras
mendigar una limosna al transeúnte que pasa y mira impasible la maravillosa invención de mi dolor, una de las tantas formas de la geometría inútil de mi existencia
arrastrar piedras, tal vez insistiendo en la profunda invención de tiempo, dolor y palabras hasta que ya se hayan agotado todas las cosas inútiles del mundo, hasta que ya no encuentre qué hacer con mi vida y entonces reciba el aplauso glacial en la sien por haber, entre otras cosas, recién inaugurado el silencio
(me duelen tu voz y el silencio
de los crepuscularios,
arrepentidos
sueños de entonces)
grito
en la noche vertical de tu sueño, un grito parecido al mío -y no es mío- atraviesa el mar incesante, sangran las piedras calcinadas, la luna de Sans Soucí se repite como un verso
suspendida la palabra en el grito de tu noche inaudita, estalla la visión fugaz de las sombras que no regresarán al amanecer y en una distracción de Dios tus manos tampoco podrán detener el viento verde devastando la ciudad anclada en tus ojos, no podrán detener los pájaros atravesando tu insomnio como un grito
en la noche vertical de lunas y espejos danzarán las sombras su danza fatal y entonces no me reconoceré a mí mismo, verde y famélico, metafísico, desgastado como las piedras en la playa
en la noche vertical, un grito parecido al tuyo -y es mío- caerá en el estruendo del mar como una proa que no cesa, suspendidas las horas
grito luna ola espejo, son tuyas estas manos calcinadas tan parecidas a las mías, son tuyas estas manos que sangran alquitrán en la piedra
suspendido mi grito en plomada sobre tu noche de ola luna espejo, las sombras jamás regresarán a tu verde ciudad de cal y canto, la ría del puerto te habrá robado para siempre la palabra
autorretrato bajo la lluvia a los cuarenta y tres
hoy cumplo cuarenta y tres años -como una condena- y no he tenido tiempo para ocultarme del viento furioso de septiembre y su tenebrosa sinfonía en los árboles; no he tenido tiempo para escapar de la catástrofe de prismas que resbalan en el ala del cuervo
hoy cumplo cuarenta y tres años, y avanzan los cuervos enlutados por calles y avenidas; ya han ganado -racionales, astutos- la Plaza y sé que no pasará una hora sin que alcancen las altas barandas de mi silencio
cumplo años y no he podido -o tal vez nunca quise- considerar el estropicio de palabras desatadas desde siempre contra mi alma, como una conspiración celeste; no he querido -o quizá nunca pude- aceptar mi libertad condicional, porque de alguna manera siempre supe que los graznidos vendrían a perturbar mi sueño
cumplo mi condena sin atreverme a pensar el llanto, ni el niño de tres años que me llama desde la casa vacía o que acaso no exista o desde el patio y su algodonero de nieve tórrida para escalar al cielo
hoy cumplo años y el niño también cumple años -tres- y me llama con sílabas ininteligibles "jo-pan", como si fuera yo el padre que nunca tuvimos, y me ofrece en sus manos un muñequito de plástico, ordinario, como regalo de cumpleaños y llueve en el patio de cieno y llueve en el recuerdo y los dos celebramos en la casa que ya no existe, porque de alguna manera somos la suma de una cifra que aún no logro entender
boceto del dolor
A César Vallejo
vengo a hablar del dolor. vengo desde entonces sangrando en silencio. y hace ya tiempo que vengo desde lejos para hablar del dolor, para decir que me duele la vida a un costado. y aún sigo sangrando
vengo a mostrar mi dolor, abierto y supurando amaneceres. vengo a declarar mi lucha cuerpo a cuerpo con la muerte, desde hace ya tanto tiempo. vengo a llorar cobarde bajo la lluvia, a continuar desangrándome bajo la lluvia. vengo a llorar y a desangrarme bajo la lluvia
vengo a cantar mi dolor frente a un público sin rostro, implacable. suplico el aplauso y una bandada de pájaros atraviesa espantada el silencio. pido entonces la palabra y sólo se oye cómo duele la lluvia al caer desde los rincones oscuros
vengo abatido y ya para entonces ciego de dolor. y no alcanzo a llegar, vadeando un río de sangre a la cintura. vengo inútilmente a este tribunal de los sueños, a encontrar mi condena ya cumplida
Autorretrato con alces en Pingree Park
me sorprende verme a mí mismo en este paisaje de cumbres al pastel y difuminados pinos y alces que pastan el rocío en la brizna
suspendido entre la bruma y los desfiladeros rocosos de este paisaje nórdico, siento vértigo, siento frío. me asfixio lentamente entre el alto cielo y las cumbres nevadas
un alce levanta sus ojos y me mira como si fuera yo de otro mundo y entonces me exige que hable, y trato de descolgarme por una escalera de niebla entre los abetos para decirle que no puedo, que mi voz se quedó, hace ya mucho tiempo, madurando entre los nísperos, allá en las Islas de fuego
y otro alce pasa corriendo y me pide que guíe en tropel por los trillos la manada, -y no puedo- no quiero ser sino líder de la flor y el rocío, líder del pasto y la lluvia, del crepúsculo malva, líder del viento y su queja entre los árboles, líder de nadie, ni aun de mí mismo
y otro alce de ramas secas en la frente me suplica que sea entusiasta y dinámico y me atreva a seguirlo por los blancos picachos, y apenas si puedo respirar este aire tan fino que parece transparente y me quedo flotando en la niebla, sobre los pinos más callados, con la memoria vegetal quebrada y sin entusiasmo para otra cosa que no sean las tardes frente al mar, las mañanas del sábado, las mágicas palabras, las sonrisas de quienes quiero y me conocen
y una manada de alces pasa y me muge con sus caras de burro pleistocénico como si fuera yo de otras eras y me suplican, me piden, me exigen, que hable, que corra, que me descuelgue de la neblina triste y no puedo -ni quiero-, me rehuso a perderme en el mugido y la manada
la noche
...en la noche de Legbá suelta los perros del deseo.
Tomás Hernández Franco
ya se acerca la jauría desaforada
ya se acerca
es Dambahalá Oueddó
que ha soltado los Perros del Deseo
los perros arrecian sus ladridos
en semitonos disparejos
(siento tu carne tibia y salobre, el vello luminoso
en mi lengua,
el sabor a mar y almejas y cielo del Caribe)
un perrazo amarillo aúlla y otro gruñe y me miran
desde el fondo de la noche con sus ojos
de cristal azogado
(mi boca devora tu cuerpo, que se abandona
al grito y al espasmo)
deja que arrastren mi carne
con su baba copiosa,
Oh Dambahlá Oueddó
para poder escapar de la muerte
que ha venido a esperarme
(mis ojos de cristal azogado
buscan tu carne salobre)
la noche huele a sangre
y el deseo es una jauría desaforada
domingo
odio las máscaras
del domingo
me degüello
y me repito frente al espejo
y sonríes
dibujados en la sorda agonía
un horizonte de techos
y una ermita
y árboles
y el polvo de los caminos
no nací para el día luminoso, cansado,
como la sangre en mis labios
o como el veneno del vértigo
y el hastío
odio el recuerdo
del domingo
y el antifaz de amaneceres y navajas de luz fría
masturcidio
me alegro
de levantar cada mañana un puñado de huesos
y arrojarlo al polvo de los caminos
mientras se dicen los "buenos días" reglamentarios,
la voz anestesiada
por el alcohol y el silencio
me alegro del masturcidio de anoche
-y tu rostro de cejas oscuras
se me escapa-
me alegro, sin duda, de mis plagios más entrañables
o de un bar cualquiera
del olvido
y tus rosas fragantes
me alegro de que dure tan poco la vida
en estas noches malvas
de Bloomington, Indiana
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