Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) publicó su primera novela, Tachero, premio Benito Pérez Armas, en 1973. Le siguieron Exterminio en Lastenia, (Premio Pérez Galdós 1979), Ciertas Personas (1989), Háblame de ti (1993), La mirada del otro (Premio Planeta 1995) No estabas en el cielo (1996), Escrito por Luzbel (1981), Isla sin mar (2002) y De una vida a otra (2009). Su poesía se contiene hasta ahora en cuatro libros: Proceso de adivinaciones (1981) Autobiografía del hijo (1995) Presencias de ceniza (2001), selección de su obra poética con numerosos textos inéditos, y un conjunto de poemas en prosa: El pájaro escondido en un museo (2010).
Periodista en prensa, radio y televisión, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, también publicó en 1994 Cambio de tiempo (artículos y ensayos), Parece mentira (crónica periodístico-literaria, 2005) y un libro de recuerdos: Paisajes de la memoria (2010). Obtuvo el Premio Europa en Salerno en 1986, el Ondas Nacional de Televisión en 1995 por su tarea de difusión cultural en los telediarios de fin de semana de TVE y el Villa de Madrid de periodismo (Mesonero Romanos) en 2006 por sus artículos aparecidos en El País.
Ángel espantado
(Paisaje de Cristino de Vera)
Este aroma tan leve
de la muerta rosa, el pétalo olvidado,
no es pertenencia de la vida,
su reino está en la muerte.
Este barrido aliento como nube, ráfaga de ceniza,
hará montañas firmes.
O posado en ciprés
será un barniz de aire, quién sabe si cristal,
brizna de hielo, granizo inoportuno
sobre el mármol que abriga, no hiela
tus despojos:
una osamenta límpida
de la cual fue arrasado todo revestimiento
y en vaga luz refulge como eterna.
Y en torno a sí reclama objetos familiares:
cálices para apurar aquel vino celeste
o inocentes espinas que rechazan
la dureza del hueso,
esa recia materia que proclama
la eternidad insuficiente.
Pero otra rosa hay: y es polen que dibuja
todo el silencio intenso que se aviva
con la ayuda del aire;
florecilla que al lienzo
conduce su rosa incomprendido,
amarillo que llega silbando con el viento,
borrado de las dunas donde el sol se apagara,
y buscando una estrella se acaba en la retina
de un ángel espantado. "
"Autobiografía del hijo". Pre-textos, 1995, p. 52-53.
“La antigua voz de barro así recobra
universal acento.
El humillado recupera la voz intemporal del arrogante
conquistador de espacios que ahora mira,
sin inmutarse, el cuadro.
Como una historia ajena en la que el héroe hubiera de ser otro.
Cínico y descansado, contemplas tu victoria.”
(Clamor de la arpillera. Meditación ante un cuadro de Manolo Millares, p. 28)
“Por eso te saludo como parte de ti,
sustancia que te enciende
desde mi apagada condición de muerto,
al tiempo que me elevo
contigo en mis cenizas
y comparto contigo
la vida vegetal que nos alumbra, drago.” (Drago, p. 30)
“Pero otra rosa hay: y es polen que dibuja
todo el silencio intenso que se aviva
con la ayuda del aire;
florecilla que al lienzo
conduce su rosa incomprendido,
amarillo que llega silbando con el viento,
borrado de las dunas donde el sol se apagara,
y buscando una estrella se acaba en la retina
de un ángel espantado.” (“Ángel espantado”, p. 42-3)
“Ya hice mi elección, ya viví mis poemas
y ahora que la juventud se diluye en días vanos,
prefiero la diadema de mirtos de los amantes
a la corona de laureles del poeta.” (“Flor de amor”)
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