J. Jorge Sánchez (Barcelona, 1964). Licenciado en Filosofía y Doctor en Humanidades. Ha publicado numerosos artículos sobre Filosofía, Teoría de la Literatura y Política en revistas especializadas, así como prólogos a obras de Jack London y Guy de Maupassant.
Editor de Dunas en la playa: reflexiones en torno al poder (Ed. La Catarata, 1996), su trabajo poético incluye Del Tercer Reich (Germania, 2002) y Filosofía de la Minucia (Bartleby, 2008) y tiene en preparación los textos Bajo la lluvia (LVR]Ediciones, 2012) y Las vidas de las imágenes (Luces de Gálibo, 2012). Ha participado en los volúmenes colectivos La paz y la palabra. Letras contra la guerra (Odisea, 2003), 11-M: Poemas contra el olvido (Bartleby, 2004), Voces del Extremo: poesía y magia (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2009) y en la recopilación de relatos Tripulantes (Eclipsados, 2006). Asimismo, ha colaborado en diversas revistas electrónicas y en papel (Es hora de embriagarse con poesía, Hilos de araña, Almiar, Al otro lado del Espejo, Groenlandia...) y administra el Blog “Bajo la lluvia” (http://jjorgesanchez.blogspot.com.es).
HITLER
¿Habrá algo más difícil que escribir un poema sobre él?
Sesenta o setenta años atrás,
en otro clima, en otra historia,
se le dirigían versos, se le invocaba.
La lírica se ponía a sus pies.
Hoy, parece que no puede haber nada más contrario a la poesía que su figura.
Pero nos equivocamos si imaginamos el reinado de Hitler sólo
como el reino de la oscuridad, la barbarie y la inhumanidad.
El reverso íntegro de lo poético.
Hubo luz para muchos millones de seres humanos.
He ahí lo terrible.
Se cantaba, se reía, se abrazaba, bajo su rostro.
“Yo te juro, Adolf Hitler...” a ritmo de salmo.
Chocaban las copas, refulgía el oro, sonaba la música, se corregía el baile.
Entre escritores, directores de orquesta, actores, se movían
los brazaletes de la esvástica.
los brazaletes de la esvástica.
No había incompatibilidad.
Fuera, en las calles, no todo era tiniebla.
Las madres paseaban a sus hijos, los hombres se abrochaban el abrigo.
Horst Wessel publicaba su poema: “¡Al viento las banderas!”.
Muerto, el texto se convirtió en himno.
Y Adolf Hitler lo ensalzaba.
No, no hay un muro que proteja al arte del mal.
El mal también aprecia el arte.
El arte también gusta del mal.
¿Humano lo contrahumano?
¿Bello lo aterrador?
Trueques en la historia. Desplazamientos en el tiempo.
Nada más.
UN MOTIVO
Miedo.
Tan intenso que casi podría decirse,
como del ser hegeliano,
“puro miedo,
sin ninguna otra determinación”.
Miedo, nada más que miedo.
Miedo y nada.
Pero no un miedo de película de años cincuenta
- Cuidado Harry, la Gestapo
- Ocultémonos, rápido
Y los hombres del abrigo y el sombrero pasaron sin advertir su presencia.
No miedo de la tiniebla, de la oscuridad sobre Berlin.
Ni de la censura.
Ni de la propaganda.
Miedo del Lager. Y aún más.
Miedo de la claridad, de la primavera, de las risas de los conciudadanos
en las cercanías del campo.]
en las cercanías del campo.]
Miedo de la seguridad, de la ligereza de una existencia protegida por la Gestapo.
Miedo del fervor popular, de las plazas atiborradas de gente, de los gritos de júbilo.
Miedo de lo que no da, ni dió, miedo a tantos y tantos
(De Del Tercer Reich)
DISCURSO ACERCA DE LAS PASIONES DEL AMOR
Blaise Pascal
Lo sé.
Sé que mi cuerpo ya no está en su apogeo
que su órbita ha dejado atrás el Sol
encaminándose imparable hacia Plutón,
su destino entrópico.
Mis pechos se alejan, mi vientre
obedece a la ley de la doblez
y los canales de Marte se marcan en mis piernas.
Mas tú deberías saber
que eres un gigante gaseoso
que va perdiendo su espesor
aunque te mires y veas la termodinámica ausente.
Ensancha tu alma al par que tus dimensiones.
No te pido que al encontrarnos
estallen los gases nobles como cuando éramos,
el uno para el otro, novas cegadoras.
Pero sí que no vivas tu estancia en mi cuerpo
desde un vehículo orbital y, como yo,
midas en cada caricia la edad del universo.
EL CAPITAL
Karl Marx
En ocasiones los versos cruzan mis labios
mientras espero que le quiten la piel al lenguado
y le extraigan la espina central;
mientras las manzanas van depositándose en la bolsa
para ser calibradas;
mientras acomodo los huevos en el carro de la compra
buscándoles esa posición que garantice su supervivencia.
Cruzan mis labios con premura,
carentes de ritmo y sonoridad, de sentido,
y se pierden porque no tengo dónde apuntarlos
porque no tengo armas para obligarles a frenar.
Se pierden aunque intente repetirlos
y acelere el paso y desestime los comentarios de los tenderos.
Se pierden.
Se pierden incluso en casa,
mientras estoy fregando los platos
creyendo que la espuma del lavavajillas es hermana de la del mar;
mientras baño a la cría
y al aclarar su cabello enjabonado me acerque a la ducha tras la playa;
mientras recojo los platos de la cena
como si de un piscolabis nocturno en jardín veraniego se tratara.
Se pierden porque nunca termina de llegar
ese acontecimiento propicio que interrumpiría
la cadena de tareas que se ligan fervorosamente.
(De Filosofía de la minucia)
ARQUEOLOGÍA DEL DECIR
IX
El concepto es viejo
y su decrepitud llama
al menosprecio.
Se arrastra,
encorvado y húmedo,
oliendo a cerrada senilidad
y en su carrito oxidado
transporta sus enseres
explicando historias pretéritas.
Un día, dicen, fue una metáfora,
joven y aceitosa,
blanca, pujante,
capaz de reunir lo lejano.
Tiembla el concepto
con su aire grave,
aquejado por la degeneración,
y los trastos amontonados
en su largo peregrinar
caen por los lados.
De nada serviría
recordar que su estremecimiento
tiene también otro origen:
a él, trabajador,
obrero del lenguaje,
se le piden cuentas constantemente
y pobre de él que se equivoque.
La responsabilidad aplasta sus hombros.
Cerca, el tropo.
Ingenioso, arrojado,
despreocupado,
ejecutivo de la sociedad de la lengua
ensimismado en sus próximos diseños,
seguro de que nadie
le exigirá responsabilidades
al creativo pues es la luz de la empresa.
No soporta más peso que el del aire.
Los paseantes
rehuyen
los canales maltrechos:
prefieren la tersura
del rostro adolescente.
Que bella es la figura.
Que torva la noción.
Conviene no participar de la ópera bufa:
la metáfora y el concepto
tienen, al menos, la misma edad,
la del hombre.
(De Bajo la lluvia)
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