Bernardo Arias Trujillo
Nacido en Manzanares, Caldas, COLOMBIA en 1903. Escritor precoz: novelista, ensayista, poeta y traductor. Sólo en 1924, con 21 años, publicó las novelas cortas Luz, Cuando cantan los cisnes y Muchacha sentimental. Su novela Risaralda es ya un clásico de la literatura caldense. En estética, defensor de la inutilidad de la obra de arte pregonada por su maestro Óscar Wilde, de quien tradujo La Balada de la cárcel de Reading, incluyendo una ácida crítica a la traducción que del mismo poema hizo Guillermo Valencia, lo cual suscitó una polémica de resonancia nacional. En esta nota, Arias Trujillo remató de la siguiente manera: “merece más la horca don Guillermo Valencia por haber adulterado tan criminalmente la ‘Balada’ de Wilde, que el propio soldado Carlos T. Wooldridge ajusticiado en Reading”. De vida bohemia y libertina, escandalizó a la conservadora sociedad manizaleña de primera mitad de siglo, no sin cierto placer. Uno de sus poemas más populares es Roby Nelson, que reproducimos a continuación. Este poema, que cuenta una historia íntima ambientada en un bar de Buenos Aires, probablemente fue urdido mientras Arias Trujillo trabajaba como secretario en la embajada de Colombia en Argentina. De esa época es también su novela Por los caminos de Sodoma, publicada en Buenos Aires con el seudónimo de Sir Edgar Dixon. En la capital Argentina se hizo amigo de Federico García Lorca. Por su vida y por algunos aspectos de su obra, es quizás el escritor maldito de mayor renombre en la literatura caldense. Por esas bromas del destino, la calle que en su ciudad natal lleva su nombre, es también la ubicación de un prestigioso colegio de monjas. Se suicidó a la edad de 34 años en Manizales, con una sobredosis de morfina, el 4 de Marzo de 1939. Su amigo y médico, Jaime Robledo Uribe, quien lo atendió en la agonía, escribió lo siguiente: “Arias Trujillo se fue por la borda. El golpe lo dio con morfina en una dosis tan maciza que cuando el médico llegó no había posibilidad de hacer nada. Ya había puesto los dos pies en los estribos de la muerte […] su complejo sexual lo estaba llevando a crueles ángulos de misantropía, por su lado, y de aislamiento, por parte de la sociedad. No le valieron ni consejos, ni súplicas, ni efectivas ayudas morales y materiales. Todo lo veía con criterio de náufrago”. Según el crítico Hernando Salazar Patiño, el suicidio de Bernardo Arias es “la mayor frustración intelectual de la historia de Caldas”.
Lo conocí una noche estando yo borracho
de copas de champaña y sorbos de heroína;
era un pobre pilluelo, era un lindo muchacho
del hampa libertina.
Ardía Buenos Aires en danza de faroles;
sobre el espejo móvil del Río de la Plata
fosforecían las barcas como pequeños soles
o pupilas de ágata.
En el asfalto móvil de la amplia costanera
el arrabal volcaba sus luces de colores:
poetas, pederastas, muchachas milongueras,
apaches, morfinómanos, artistas y pintores.
Los pecados ladraban como perros sin dueño
entre la bulliciosa cosmópolis del bar;
los marinos iban en góndolas de ensueño
sobre las aguas líricas del mar.
En un ángulo turbio miro desde mi mesa
a un pálido chiquillo que sonríe y me mira
y a través de las gotas rubias de la cerveza
mi lujuria conspira.
Tiene catorce años y en sus hondas pupilas
cercadas por paréntesis lívidos de violeta,
ojeras prematuras del vicio, ojeras lilas
de onanista o asceta.
¿Quién eres tú? –le dije,
rozando sus cabellos ondulantes de eslavo.
¡Yo! soy un niño triste…
Roby Nelson me llamo.
Roby Nelson… lindo nombre de golosina,
nombre que suena a dulces tonadas de ocarina,
nombre que tiene dóciles inflexiones de amor
y una delicadeza enfermiza de flor.
Y pienso: Este muchacho
es un retoño de hombre que errará por el mundo,
en sus pupilas grises hay un dolor profundo,
es hijo de inmigrantes venidos de lejanos países
y en su cuerpo errabundo
se ha cruzado la sangre de dos razas tristes.
Se llama Roby Nelson, flor del barrio,
que va de muelle en muelle, de vapor en vapor,
este chico vicioso de cabellos de eslavo
vende cocaína y amor.
Es hijo de la noche y huésped del suburbio,
hoja de Buenos Aires que el viento arrebató,
desperdicio del vicio, pobre pétalo turbio
que un arroyo se llevó.
Tal vez en un hospicio su cuna se meció
y es hijo de prostituta y de ladrón.
¿Quieres estar conmigo esta noche pilluelo?
Y sus ojos piratas me dijeron que sí
Mi sangre trepidaba entre llamas de anhelo
y naufragué en un tibio frenesí.
Besé entonces los lirios ignotos de sus manos,
la fresa de su boca congelada de frío;
nos fuimos vagabundos por los diques lejanos
y en esa noche griega fue sabiamente mío.
¿Qué quiere usted que hagamos?
Me dice con la gracia de una odalisca rusa;
y se quita la blusa, se desnuda
y me ofrece su cuerpo como si fuese un ramo.
Desnudo entre los rojos cojines y las sedas
sobre la cama asiática me brinda sus primicias;
sus manos galopaban en pos de mis monedas,
las mías galopaban en pos de sus caricias.
Y besando su cuerpo de palidez divina
que tenía la eucarística anemia de las rosas
le dije tembloroso en un dulce clamor:
Te pido solamente que me vendas dos cosas:
un gramo de heroína y dos gramos de amor.
¡Roby Nelson! ¿Dónde estarás ahora?,
¿Nueva York, Río de Janeiro, Filipinas, Balsora,
Panamá, Liverpool?
¿Dónde estás Roby Nelson de cabellos de eslavo
con tus hondas ojeras, tu chaqueta de esclavo
y tu raída gorra azul?
¿Por qué turbios caminos empañados de ausencia
van tus zapatos viejos robados a Chaplín?
Quizá la droga trágica que embriaga de demencia
como una diosa pálida amortajó tu esplín.
Muchachito bohemio, príncipe de tus vicios,
exquisito y perverso, frágil como una flor.
En mis noches paganas de crisis voluptuosas,
en los hondos naufragios de mi fe y mi dolor,
te pido como antes que me vendas dos cosas:
un gramo de heroína y dos gramos de amor.
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