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lunes, 6 de junio de 2011

4088.- MANUEL J. CASTILLA


Manuel José Castilla, habitualmente citado como Manuel J. Castilla, fue un poeta argentino, nacido en la casa ferroviaria de la estación de Cerrillos en la provincia de Salta en 1918.
Fue un escritor cuya raíz folclórica siempre estuvo presente en su obra. Su poesía celebratoría, identificada con el hombre, su tierra natal y la naturaleza, alcanzó su punto más alto en Copajira (1949) donde tiene como protagonistas a mineros de Bolivia.
Fue uno de los fundadores del movimiento La Carpa que aglutinó a grandes poetas del noroeste argentino como Raúl Galán, Julio Ardiles Gray, María Adela Agudo, María Elvira Juárez, Sara San Martín de Dávalos, entre otros durante la década de 1940.
También fue periodista en los diarios El intransigente y Salta, autor de letras de canciones y recopilador de coplas folclóricas.
Escribió la letra de muchas obras musicalizadas por su inseparable amigo el Cuchi Leguizamón, hoy clásicos pero que en su momento contribuyeron a la renovación del folclore argentino. Esto ha ocasionado que muchos lo tomen por un poeta menor no reparando en el hecho de que su obra extensa y diversa mereció muchas veces el reconocimiento oficial. Sin haber sido uno de sus fundadores, los aportes de Castilla en ese sentido pueden enmarcarse dentro del Movimiento del Nuevo Cancionero.
No obstante, como ya hemos dicho, su obra literaria fue largamente celebrada y premiada. En 1957 obtuvo el Premio Regional de Poesía del Norte (1954-56, Dirección General de Cultura de la Nación). Por su libro "Norte Adentro" recibió el Premio "Juan Carlos Dávalos". En el período 1958-60 elGobierno de Salta lo distinguió por el poemario "El cielo lejos". Por "Bajo las lentas nubes" Premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza 1962-64). En 1967 Tercer Premio Nacional de Poesía por su obra "Posesión entre pájaros". Entre otras de sus más importantes distinciones se incluyen el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1970-72) y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1973-75). Falleció en Salta, el 19 de julio de 1980.
La poesía de Castilla es una poesía de vuelo poético, ligada al paisaje y al hombre. Si bien esta característica es compartida en mayor o menor medida por la poesía de todo el interior de la Argentina, en el caso de Castilla cobra una dimenisón diferenciadora. Con fuertes influencias de la llamada "poesía del Pacífico" donde convergen la copla castiza con la poética de hombres como Vallejo, Pablo de Rokha, Nicomedes Santa Cruz y Pablo Neruda, entre otros, la poesía "del barba Castilla" aparece fusionada con elementos de las cosmovisiones de la América imemorial, su prosa poética "De sólo estar" es harto ilustrativa en ese sentido, el personaje es el "tiempo" y la acción transcurre en un presente durativo: el mundo está aconteciendo ante los ojos del poeta.
La literatura de Castilla tuvo una amplia influencia en toda la literatura del Noroeste argentino y del interior en general, fue él el primero en intrducir la poesía social en ese ámbito.
Falleció en Salta en 1980
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Obras
Agua de lluvia (1941)
Luna Muerta (1944)
La niebla y el árbol (1946)
Copajira (1949,1964, 1974)
La tierra de uno (1951, 1964)
Norte adentro (1954)
De solo estar, prosa, (1957)
El cielo lejos (1959)
Bajo las lentas nubes (1963)
Amantes bajo la lluvia (1963)
Posesión entre pájaros (1966)
Andenes al ocaso (1967)
Tres veranos (1970)
El verde vuelve (1970)
Cantos del gozante (1972)
Triste de la lluvia (1977)
Cuatro Carnavales (1979)
Coplas de Salta, prosa (1972)



La casa

Ese que va por esa casa muerta
y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía
mientras empuja la pesada puerta,

ese que ve por la ventana abierta
llegar en gris como hace mucho el día
y que no ve que su melancolía
hace la casa mucho más desierta,

ese que amanecido, con el vino,
se arrima alucinado al mandarino
y con su corazón lo va tanteando,
ese ya no es, aunque parezca cierto,
es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando.






Plaza

En esta plaza crece alta la hierba.
El viento la toca y la inclina levemente
cuando dos niños cruzan su único camino
perdidos en su edad y entre flores breves
y hojas recién doradas cayendo.

La vida, la única vida, está en el cielo gris de la
tarde, yéndose.

Cuando oscurece y la noche tapa los pastizales de la
plaza
la anciana sola de la casa enorme enciende una
lámpara
y es como si echara encima
lenguas de vida blanca, sin carne y en silencio.






Gente en los sueños

Los sueños tienen gente.
y uno, dormido, es como una casa
que de golpe se llena de personas.

Hay veces que ellas y uno, todos, caminamos y hablamos
y nos oímos apenas como si conversáramos desde lejos.

Uno habla con los amigos muertos.

Y cuando se recuerda
se hunde en un espejo, de espaldas,
las manos llenas de ademanes vacíos.
Y un día brillante queda lejos y solo.






El Gozante

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy
leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.
Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de
agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo
de la tierra.
(...) De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste
nada y mi alegría.
Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso. (*)






Esta tierra es hermosa

Esta tierra es hermosa.
Crece sobre mis ojos como una abierta claridad asombrada.
La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen;
Montañas pensativas, lunas que se alzan sobre el chaco
Como una boca de horno de pan recién prendido,
Yuchanes de leyenda
En donde duermen indios y ríos esplendentes,
Gauchos envueltos en una gruesa cáscara de silencio
Y bejucos volcando su azulina inocencia.
Todo eso quiero.
Y hablo de contrapuntos encrespados
Y de lo que ellos para virilmente sangrientos
Cuando el vino en la muerte es un adios morado.

Esta tierra es hermosa.
Déjenme que la alabe desbordado,
Que la vaya cavando
De canto en canto turbio
Y en semilla y semilla demorado.
Ocurre que me pasa que la pienso despacio
Y que empieza a dolerme casi como un recuerdo,
Y sin embargo, triste, la festejo.
Mato los colibríes que la elogian
Como quien apagara los pétalos del aire.
Hondeo como un niño ángeles y campanas
Y cuando así, dolido, la desnudo,
Cuando así la lastimo,
Me crece, ay, una lágrima en la que apenas si me reconozco.

Digo que me le entrego.
Digo que sin saber la voy amando,
Y digo que me vaya perdonando
Y en un perdón y en otro que le pido
Digo que alegremente voy sangrando.





Niño dormido en un mercado

He visto un niño colgado del techo de un mercado
en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Dormía en su cuna de lona
entre el chillido verde tierno y hediondo de los monos,
entre ramos de acelgas arrugados,
entre los mágicos y desnudos cuerpos humanos de las zanahorias
junto al hebroso y blanco de las mandiocas

Ahora lo recuerdo
su sueño me quema todavía
con la leche apurada que le daba su madre,
con el pico crepuscular de los tucanes
que lo hubieran tragado como un tamarindo.

El niño era una semilla preñándose en la lluvia
sin saber si iba a ser una flor o una lechuga.




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