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domingo, 10 de abril de 2011

3894.- JOSÉ MARÍA CUÉLLAR


José María Cuéllar (1942-1980). Poeta salvadoreño.
José María Cuéllar nació en Ilobasco, El Salvador en 1942 y falleció en San Salvador en 1980.
La revista “Universidad” publicó una antología titulada “Nueve poetas jóvenes de El Salvador”, donde se incluyeron los poemas “Oda al comenzar las lluvias”, “Nueva manera de hacer una elegía”, “Elegía al comenzar el invierno” y “El quetzal”.
Entre sus obras figura "El espejo a lo largo del camino" (1972).





Mil novecientos treinta y dos

1932

Para siempre el recuerdo de la carne agujereada y la tierra llena de moscas.
De gente colgada en los postes del telégrafo y amontonados
A la orilla de la carretera como animales.
Para siempre el recuerdo de cuchillos pegados a la cintura
De los hombres, de la muerte que ronda en el secreto de las aves
Migratorias y desciende a la techadumbre ennegrecida de los ranchos
De paja como una paloma de San Juan;
Esparciendo su voz como guante de hierro de un caballero
Antiguo; sobre las costillas o el fémur de todos estos muchachos
Muertos de hambre que se levantaron en 1932;
Que apagaron las cocinas en la vieja heredad y subieron
A las ciudades para encender todas las luces.
Para siempre el recuerdo de esos viejos, de esas mujeres,
De esos niños, que murieron con un ramo de tierra entre los labios…




La masacre indígena en los pueblos originarios
de la zona occidental de El Salvador, en 1932.









La tristeza es más larga que todos los caminos

No es necesario decir que han caído las primeras lluvias
Y que los árboles visten las primeras flores
No es necesario decirlo
Aunque el río descienda con huesos y madera de la más dulce estirpe
Porque el invierno tiene una gran similitud con la tristeza del hombre
El hombre aprendió a llorar
Cuando cayeron las primeras lluvias sobre su corazón
El hombre es un pequeño pozo de agua
Pero no es necesario decirlo
Basta saber que es poco lo que sufre
Porque un día antes o después
Él puede quedar dormido entre la tierra húmeda.

El hombre se pregunta en qué región extraña se quedó su alegría
Su alegría de niño, de sol, de sol adolescente que no empañó el silencio del
invierno
En qué sitio de tránsito y espanto se consumió su lámpara
Por qué la soledad hace una estancia larga
En el frágil corazón de las muchachas

La tristeza es más larga que todos los caminos
El amanecer es más oscuro que la primera piedra
En donde el hombre enseña las garras o la primavera
Y duerme sobre el silencio de la tierra
Azotado por el temor de las primeras lluvias

Aquella fecha lenta de grandes maxilares
Se perdió entre cavernas y desiertos
El tiempo pasó para destruir la furia de los ojos

El hombre es el eco de la sombra
(Él ha hecho posible el túnel donde se ahoga la conciencia
El odio hacia la forma celeste de los pájaros
La angustia de las madres que hilan en ruecas de ceniza)

El hombre es aun lágrima
Es un llanto que suelta sus blasfemias








Te pido todo menos el corazón

Te ofrezco este ramo de rosas
Para que tu mirada se lo vaya comiendo poco a poco
Porque llegarán los días
En que no podrás luchar más conmigo
Y tendrás que ceñirte
Tú sola la corona
Pero
Te pido todo
Menos el corazón que dejo a quienes honren tu nombre
Y se sienten a tu mesa y hablen de la amargura
De este cielo
No llores
Puedes agotar el agua de tu país
Y hacer que las fábricas se paren
Eso
Te provocaría una muerte violenta
Por todo eso
No me esperes para cenar
Y procura que nadie me recuerde
A no ser que sean amigos de la casa





Elegía

Floté nueve meses en el Vientre de mi madre; apenas abrí
Los ojos me los vieron azules.
Con el tiempo serían tal como son.
El abuelo se internó en las montañas buscando el copalchí
Para la leche y el amuleto para el mal de ojo.
Las fuentecitas rojas me las pusieron en la muñeca con un cordoncito azul,
Y ahumaron la esquina oeste de la casa para darme larga vida.
Me ungieron de ajos y tabaco la memoria,
Para evitar alucinaciones de coleópteros y ardores en la piel
Y me chuparon por la boca los malos espíritus.
Cuando pasó el cadejo un viernes en la noche
Y asomó su hociquito de cabra por la puerta, ya me habían salido cuatro dientes.

Fuiste besada hace muchos años, por unos señores que ordenaban
Las vacas y colgaban los aparejos en la cocina.
Mientras comías turrones junto al brasero tus labios se movían
Con hermosas canciones.
Para salir te ponías los mejores trajes, cerrabas la ventana
Te inclinabas en la sombra como para tocar violín,
Y la oscuridad era dulce como un vestido de noche
Y tu belleza acariciaba como el sabor de una fruta.

La polilla agujerea tus mantillas de misa
Y tus brazos atormentados por las moscas son fantasmas en la humedad
De la tierra.
Los espejos quedaron solitarios y tu cuerpo encendió los pastizales.
Porque tus labios convertían en canción el hervor de la olla,
Y tus palabras se enfriaban cuando la enfermedad te visitaba.
Ya no había perfumes de nardo en la noche.
El patio olía a flores de naranjo.
Los ojos de la gente hurgaban en la casa; querían poner
Las cosas en otro sitio y llenar de lágrimas la estancia.
Alguno lloró largamente junto a la puerta o tuvo accesos.
Llegaron familiares con gallinas y frutos;
Tomaron café rodeados de sus hijos mientras alumbraban
Las luciérnagas desde los vegetales.

Tus párpados cayeron como plazuela antigua.
Varios llegaron a ti girando sobre la tierra
Y dejaron una carta bajo la puerta; también llegaron pájaros
Con su pico de leño a oscurecer la ventana.
La soledad como una bata antigua
Y los perros ladraban arañando los frutos de la tierra…

Heredo de mis padres el orgullo de ponerme un candado en la boca
Y de burlarme cuando me da la gana.
Sólo a ellos debo el movimiento de las manos y la torpeza de caminar
Con un hombro inclinado.
Tengo palabras bárbaras heredadas de un pasado bárbaro.
En ese tiempo me llevaron con la cara sucia
A cantarle a una virgen que tiene un dedo pálido en la boca.

Me desesperaba a las seis de la mañana y me iba a mitad de la finca
A destripar caracoles o recoger manzanas pedorras
O tal vez capulines y pasaba frente a mi tía muy templado —así le llamaba ella al modo de andar que por ese tiempo me había inventado—
Y entre dientes me llamaba verde, lo que le valía una mordida
En los brazos o las nalgas.

Luego me quedaba jugando con la caca de los pájaros
En el patio —redondito como una moneda—
Con la caca de los pájaros hacía volcancitos.
En ese tiempo yo era muy chiquito y no podía sentarme
En el cajón del excusado,
Pero a pesar de mi edad los vecinos juraban que no podían verme
Ni pintado…

Desde pequeño debí marcharme de casa, rodar tierra, correr mundo.
Llenarme los ojos de humo de estiércol;
Dejar que una querida me enseñara los secretos del sexo y me tatuara el cuerpo de aventuras.
Por 1950, debí irme a la india;
Bañarme desnudo como príncipe en 109 a. de c. y haber hecho
Un poema que me valiera un reino junto al mar rojo.

Calle dormilona olorosa a carretas y saltos de mula.
Los charcos, monedas de plata que no recoge nadie,
Y yo en medio,
Con el mismo paso que han usado todos y la misma palabra
Gastada de tanto pasar de boca en boca
Como el pan dulce que duerme junto a las moscas y la vara española,
Asustándome de los caminos en cruz
Y rezándole a Miguel Arcángel para ser valiente con los dragones.
Yéndome todas las tardes a mirujearle el sexo a una sílfide
De mármol en el parque central;
Con un miedo terrible de que me roben los húngaros
Que hacen peroles negros y duermen en colchones de paja…

Agoniza en telas que huelen a vida retirada.
Se quitó de golpe los zapatos en el río y se nos muere de parálisis.
(El cuarto se llena de gente mitológica en una escena de la muerte)
era de origen español, con generaciones metidas a hijosdalgo
en Sevilla.
Traía el instinto de la mujer que teje en los zaguanes
El poncho para el hijo guerrero y le gustaba repetir
Villancicos y trocitos de Calderón y Lope
Aprendidos quién sabe cuándo y dónde…

Mi infancia se llenó de coleópteros, puertas entornadas
Y canciones de maría greever.
De fantasmas de todos los siglos. Ojos hacían falta para verlos
En la oscuridad de los balcones o en la soledad interior de los armarios.
Espantapájaros y huevos de culebra
Reventaron en mis manos como gárgolas o flores agridulces.
Luego pasé de la dicha a la costumbre
Y con una de las mejores armas le di muerte al encanto.
Le pegué al pasado con la furia de una máscara de barro,
Sellé puertas y miedos y me fui con la cara del regreso,
Con las manos volteadas hacia la oscuridad y el recuerdo.
Me veo temblando por la fiebre en la cama oxidada;
Temblando de pavor ante el aire que llega de visitar las ciudades.
Enterrando la cabeza entre las sábanas,
Ante la ventana que vela con sus largos colmillos y muestra
La ciudad (levantada por Tocpilzin-Aaczil, en fecha lejanísima).
Con un monumento a las glorias de la patria;
Una iglesia de leche, reventada de siglos y tumbas mitradas;
Una ronda donde hervían cebollas los gitanos en 1940;
Una estatua sin sexo, y la luna cayendo con su vieja costumbre
Sobre los patios blancos.

Extranjero en mi propia infancia.
Mundo borroso, negro por el susto y la palabra calcada
De las carreteras con toldo rumbo a la estación.
El mismo año en que una muchacha negra baila jaz en un bar de chicago,
Salto como un alcaraván los patios lluviosos
Donde se pudren los cujinicuiles,
Viajo con el corsario negro y los fuegos de san telmo por el mar
Caribe, y emerjo en mil novecientos cincuenta
Como un topo que ve la luz
O el vestido blanco de una tía que no tuvo marido

Y con los primeros síntomas de una enfermedad incurable,
Aplacada con polvo de armadillo
Y agua de alhucema.
El misterio empieza a ver los gallos
Comiendo alacranes entre la leña negra,
Oyendo palabras
Dichas en voz baja a la salida de las alcobas.
Palabras que van en mi memoria desbocadas.
Analizando mientras nos sale el bozo
Y sentimos la primera erección del sexo.
Todo visto con luz difusa
Como un pellizco en la mejilla o un sermón de domingo
Huyendo de la gente como una bestia enferma que nunca ha visto llover.
En l963 se te puso fea la cara.
Pude verte el asombro de un doce de octubre de mil cuatrocientos
Noventa y dos.
Cuando te pusieron en la caja con un vestido azul.

De: El Espejo a lo Largo del Camino








Pueblo

Este pequeño pueblo rendido de nostalgia,
incorporado de amor a los balcones
donde hierve la voz de todas las distancias.

Este pequeño pueblo con sus espectros blancos,
con sus juguetes viejos,
y sus dinteles hijos de la niebla.

Este pequeño pueblo de mis dulces hermanas,
del color de los bueyes que humedecen la sombra,
de la vejez azul de los portales.

Este pequeño pueblo de aires silvestres,
con sus aldabas viudas,
y las encrucijadas de las carretas brujas.






Guerras en mi país

En mi país hubo guerras donde parieron los fusiles
Su huevo de sombra
Y los aviones de mil novecientos cuarenta
Pasaron secando la leche de las cabras
Todo fue mayúsculo y los pequeños gestos se volvieron
Dorados
En mi país hubo una guerra
Con generales y campos de batalla
Con héroes y antihéroes
Con sangre
Y despedidas llorosas a la puerta de las habitaciones
Con asalto a bayoneta calada
Y ametrallamiento de niños y mujeres
En mi país hubo muchas guerras
(y las balas eran ríos aéreos)
En mi país hubo muchas guerras
Pero ésta si la vieron mis ojos
Y la sintieron mis nervios
Y la palparon mis sentidos
En mi país hubo la guerra de independencia
Y la guerra de Anastasio Aquino
Y la guerra de los confederados
Y la guerra de los idealistas
Y la guerra de las cien horas
Y la guerra de los guerreros
Y nunca hubo vencedores ni vencidos
Sólo mujeres sin seno
Hombres sin testículos
Niños con la lengua de fuera
Ovillados junto al terror
Como una estatua antigua
Como un terreno baldío
Como el paisaje más triste de la segunda guerra.



Selección: André Cruchaga


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