MIGUEL ÁNGEL ZAMBRANO. Poeta, periodista, catedrático y jurista nacido en la ciudad de Riobamba (Ecuador)el 18 de mayo de 1897, hijo del Dr. Carlos Zambrano B. y de la Sra. Mercedes Orejuela Larrea.
Realizó todos sus estudios en su ciudad natal hasta graduarse de Bachiller en el Colegio Maldonado, y luego se trasladó a Quito para ingresar en la Universidad Central donde obtuvo el título de Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. Pudo así incorporarse de Abogado el 29 de julio de 1925.
Ya por esa época de universitario, desde 1921 hasta 1924 había sido Alcalde de Quito, y entre 1922 y 1923 había asistido como Diputado al Congreso Nacional.
A partir de 1926 fue profesor de Derecho Político y Administrativo de la Universidad, y más tarde fue también profesor de Filosofía del Derecho, de Cuestiones Sociales Ecuatorianas y de Sociología Ecuatoriana y Americana.
Durante el corto gobierno del Gral. Alberto Enríquez Gallo, entre 1937 y 1938 fue abogado del Ministerio de Previsión Social, y obedeciendo a su profunda sensibilidad y a su amplia visión para comprender los problemas laborales del Ecuador, puso toda su capacidad jurídica para dictar el primer Código del Trabajo del Ecuador, que se expidió precisamente durante ese gobierno.
En 1949 fue Decano de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de Quito, Miembro de la Comisión Legislativa Permanente, de la Sociedad Jurídico Literaria de Quito y del Instituto Indigenista. Posteriormente fue Secretario General de la Casa de la Cultura, bajo cuyos auspicios publicó sus tres únicos poemarios: «Diálogo con los Seres Profundos» (1956), «Biografía Inconclusa» (1961) y «Mensaje» (1968).
Preparándose para llevar a cabo la realización de la Primera Bienal de Literatura del Ecuador, de la cual fue su creador, murió en Quito el 15 de junio de 1969.
ESTA NOCHE
Ésta noche, en que los astros, casi ciegos, tras un vidrio de lágrimas me miran insistentes, siento que una pequeña luz helada resbala por mis huesos? Esta noche, que el cine se disuelve en una multitud de diminutas ruedas rumorosas que inundan los henchidos contornos del silencio, oigo la luz que baja de los astros y en una arcana música me envuelve? Esta noche, que fugan las palabras en ecos transportados arriba de las voces prisioneras, y crecen, confundiéndose, los murmullos, las luces, los aromas, y los árboles se alzan como manos que saliesen del seno de la tierra para buscar a Dios, ahora, está naciendo un ángel sobre mi corazón. Esta noche, que el olor de la tierra me remonta al origen y burbujas de tiempo entre mis dedos se evaporan, yo advierto mi camino, oigo el rumor de los minutos que ruedan en mi sangre, y en lo alto de mis ojos veo mi propia sombra deshaciéndose.
Ahora, que un viento triste, como de espinas, pasa -rozándome la piel- por las estrellas; esta noche, que al ascender las cosas se han quedando en la eternidad suspensas, desde el fondo de alguna parte, con ojos pensativos, alguien me está mirando. Esta noche que en su red las estrellas han detenido el río de las horas y todo se difunde en una luz inmensa, helada, y unas manos lejanas, pero mías, casi tocan la eternidad. Ahora, detrás del horizonte y de otros horizontes sucesivos, entre brumas de pálidos reflejos, alguien me está buscando. Esta noche llena de luciérnagas que escriben jeroglíficos lilas, de secretos violines desvaídos y cristalinos chorros en estupor inmóviles; esta noche en que una fría música me envuelve diluyendo en mis párpados una cosa sin nombre, desde el país helado sin formas, ni sonidos, alguien me está llamando.
ISLA DE ESPECTROS TORTURADOS
El fogón, con dientes de ascua,
muerde el caldero
que hervoroso borbota espumarajos.
Una lívida llama
ahorcándose en humo, se retuerce, aletea,
y se clava de pico entre las brasas.
Sin soplo que la avive resurge y se enardece,
suenan sus alas rojas
y un brilloso escozor rehila la penumbra.
Unas resecas manos salpicadas de chispas,
trajinan espectrales. Sobre la mesa, cinco
calavéricos platos en espera, y al ruedo
cinco figuras secas, cortadas en cartón,
cinco pares de ojos
enquistados en vidrios de aceituna
y ásperos labios en sinuoso gesto comprimidos.
Una profunda torre de silencio
doblega las cabezas. Palabras ¿para qué?
Una idéntica arruga todas las frentes hunde.
Las palabras, idénticas palabras
atraviesan los ojos, resbalan de los labios,
caminan por las caras y cual culebras muertas
por la caldeada semisombra ondulan.
Las consumidas manos de la madre
incian el reparto. La espera se resuelve
en un oscuro brillo que abre un instante las pupilas;
y en vagos movimientos que inquietan las figuras.
Afuera está lloviendo.
Desde el principio del mundo está lloviendo.
El viento cogido por la cola bajo la puerta aúlla.
El frío adelgaza las sombras, las manos y los huesos.
En el camastro arrinconado, suena una tos
y todas las cabezas se vuelven a la vez.
Un cuchillo filudo
corta de arriba abajo las espaldas
y miradas oblicuas al cruce de ojos se deslíen.
Un quejido... Otro más...
Las cucharas resbalan de las bocas.
Desciende la techumbre.
Las paredes se acercan opresoras.
Como en un turbio espejo cóncavo,
más que la llama tísica, la madre
se afila y palidece.
Un mascarón tatuado de relámpagos
asoma en la ventana. Truena.
Desde el principio del mundo está lloviendo.
Tirada en el camastro,
revolviéndose en fiebre y desvarío,
la pequeña mastica frases rotas
a golpes de la tos que en la garganta dura
le revienta racimos de uvas envenenadas.
De lado a lado agita la cabeza.
En los ojos dolidos se congela una súplica.
Los labios temblorosos
se entreabren dibujando un nombre, una llamada.
En sus labios los ojos de la madre.
Pretende incorporarse y cae...
La tos, la tos...
El viento brinca a la ventana
y mugiendo se enrosca a los barrotes,
suenan los vidrios retorcidos.
Los pescuezos se estiran, las caras se desdoblan
y las miradas se bifurcan.
La figura materna se hunde
en las aguas partidas del espejo.
En lo alto la tiniebla se diluye
y precipita a chorros: diluvio negro.
Encendidos mordiscos la noche despedazan;
y amenazantes signos la electrizan.
Entre las luces rápidas las caras
cortadas por la lluvia, manchadas por la tos,
suben, bajan, se escurren, se esfuman y retornan.
El viento se desata en ráfagas y en gritos, trepidante,
y la casucha cruje y tambalea:
Cárcel de espejos torturados,
isla flotante de fantasmas ebrios,
arca de Noé de las sabandijas
y los escarabajos,
que en mar, delirio y tempestad zozobra.
¿En qué cima -Ararat del Nuevo Génesisse
elevará la vida?
¡Ah... la vida... Qué lejos!
A cien gritos de angustia,
en la punta del último grito:
cohete luminoso.
Aquí,
tos y viento,
tos y lluvia,
tos y sangre
en los labios congelados.
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