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viernes, 1 de octubre de 2010

1548.- IZARA BATRES


Izara Batres, se licenció en Ciencias de la Información (2006), en la Universidad Complutense de Madrid y ha realizado el Máster Oficial en Estudios Literarios.
Fue premiada por la Editorial Siruela (16 diciembre 2004), por su ensayo en el certamen “El mundo de Sofía”, y recibió el primer Premio del periódico El País, como ganadora del concurso de relatos de EP3 “Talentos” (30 noviembre 2007).
Resultó finalista del XIV Premio Internacional de poesía Luys Santamarina (fallado el 16 de abril del 2009) y del premio nacional de Poesía "Fundación Cultural Miguel Hernández" (fallado el 20 de marzo de 2009).
Ha trabajado como redactora, editora y diseñadora en una Editorial, y como redactora en diversos medios de comunicación.
Colabora con publicaciones culturales y de actualidad, como Letras Libres, El Ciervo, Ecohabitar o Tiempo.
Publicaciones:
-En 2009 publicó el libro de poesía Avenidas del tiempo.
Algunos reportajes y artículos publicados:
-En la revista académica universitaria Ángulo Recto (vol.2, nº 1, 2010): los ensayos: “Cuenca” y “París”.
-En la revista cultural El Ciervo, desde diciembre de 2005: “Mi tiempo de ocio” (nº 670 enero 2007), “La epidemia silenciosa” (nº 688-689 julio-agosto 2008), y ”Qué no nos enseñaron de pequeños” (nº694 enero 2009).
-En la revista Ecohabitar: “Hippies modernos” (Nº 18 julio-agosto 2008).
-En las revistas culturales Letras Libres y Letras y Artes. Galicia en Madrid, (años 2002, 2003 y 2007): extractos del poemario Avenidas del tiempo y serie de sonetos “A los talentos muertos”.
- En el periódico del I.E.S. Beatriz Galindo, La voz del Beatriz (período 1997-2000):
poesía y artículos sobre Don Quijote de la Mancha.






Poemas extraídos del libro Avenidas del tiempo,
de Izara Batres







I.

Avenidas del tiempo

La luna está creciendo, con la nítida irrealidad
de un globo onírico.
Tiene un asombroso resplandor febril
que inunda la tierra.
Cuando cesa el rumor de su eco destrozado,
el mar se convierte en piedra.
Las calles,
las inmensas circunferencias que gravitan
cerca del núcleo,
vuelan en pedazos.
Y la ceniza de hielo baña la superficie;
su luz es blanca.
La muerte de una sonrisa exangüe.
Como en las mejores puestas de sol,
el aire tiene, entonces, una claridad distinta.
Lo que sentimos, lo que creemos;
todo lo que hemos visto, lo que hemos escrito
conforma una gigantesca burbuja de sentido.
Oscila, igual que el universo, en el inquietante juego
del azar,
junto al frío del invierno,
por los senderos malditos, elevados
como gotas suspendidas
en un instante de eternidad.
Y es, simplemente, como el primer día
y el primer destello,
naciendo, en su lujo impertinente,
del dolor y del fuego.
Ese crepitar del infinito que vienen a ser,
absurdamente,
las avenidas del tiempo.



II.

Lograbas las palabras y las formas del hechizo,
las caricias más bellas.
Todas las imágenes que compusiste para mí eran perfectas
Sólo se te olvidó un detalle…

Recorrías el sueño con promesas de tus manos,
hasta embaucarme.
Con inconsciencia mecánica, te confié mi cuerpo.
Creí en la luz de tu alma.
Sólo se te olvidó un detalle.

Cuántas veces me pregunté quién eras cuando estallaba la noche…
Cuántas veces temí la telaraña de metal en tu cabeza,
junto a las viejas heridas que hicieron de ti un naufragio.

Mientras los cristales saltaban desde el suelo,
dulcemente, me dormía entre aristas.
Y el universo latía golpeándome el pecho,
en un desgarro consentido.

Me calmaste con juegos veloces.
Cortaste todas las espinas
para perderme, de la mano, entre la niebla.

Sólo se te olvidó un detalle.

Ahora que los tejados se cubren de sangre y tus manos se pierden en dudas;
ahora que ya no escucho tu voz;
no llega.
Quiero decirte que nunca fue cierto.

Tú y yo soñamos más allá del espacio y del tiempo.
No sé por qué perdí la razón en medio de la tormenta.
Quizá nunca lo sepa.

Deja que te haga una pregunta: ¿la verdad es sólo un detalle?



III.

La nada,

que se extiende del silencio hacia el silencio,
destejiendo el horizonte de mis días,
se hace especialmente insoportable en las cenizas del otoño.
Cuando las horas pesan como heridas.

Se descuelga del vacío y hace suyo el salón,
donde solía tocar melodías al calor del fuego.
Sobre el piano, deja siempre un destello de dolor.
El nombre que aprendí a sepultar junto a mi vida.
.
Como ya no respiro, dejo que el humo de la pipa
entre y salga.
Me asomo al exterior de mis sentidos, quedan atrás.

La nada.

En un desgarro miserable de silencio.
Me ha impuesto con sigilo, con lentitud de años, el eco de la oscuridad y del tiempo.

No me deja componer.
No quiere irse.



IV.

El secreto de la naturaleza

Tiene la calma del mar y su furia serena.
Un océano de luz lo separa del globo febril de tierra.

En sus ojos se cruza el sentido con la virtud de los amantes,
la densidad y las melodías.
Su cuerpo esconde abismos de curvas y trazos aritméticos.

Sus palabras son peces llenos de luz, nadando hacia el núcleo
del caos y del equilibrio.

No tiene trabas, no ha aprendido a odiar los rudimentos de la convención y su óxido.
Vive ajeno a la lucha por la nada, a la supervivencia del instinto.

Está desnudo.

Pero no toquéis, campanas estentóreas,
no hagáis ruido todavía.
La pureza está, aún, enamorada de su alma.
Lo sabe.
Y, también, que no se lo perdonarán jamás.


V.

Tenías la mirada eterna,
como las sirenas que invento en sueños.
Me preguntabas si amaba la noche
y te derramabas en luces.

Era en otro país.
Eran los tigres de noche,
y las estrellas en el tambor, a lo lejos.
El barco de coral inundaba el cielo,
cargado de risas.

Rugían las olas.

Un latido en el aire, golpeó,
salvaje como el universo.
Y entendí
que, al fin, el dolor
había perdonado a mi alma



VI.

Juega con tu tristeza, chiquillo.
Ovíllate en un claroscuro, fuera del mundo.
Coge el calor y la rabia,
la furia de tus cenizas,
y abre la herida.

Pinta con sangre en las paredes de los que no te verán,
para quitarte del rostro esa luna ahogada y vieja.

Haz pedazos los relojes, los olores, los recuerdos.
No volverán para arreglar lo que hicieron.
Pero tú no te marcharás jamás.


VII

Don Quijote


El mundo te hizo parecer un loco estupendo, Quijote.
Tú ya lo sabes.
En esa cabeza otoñal de molinos gastados,
y libros antiguos;
de sueños y ausencias,
tus ojos veían más allá del tiempo.

Allí donde los relojes se deshacen
hasta tocar el infinito del absurdo.
Allí donde mueren, entumecidas,
las raíces de una historia degenerada,
buscaste el sentido.
Buscaste un sentido.

Querías encontrar la belleza y plasmarla,
fijarla en un molde, y mantenerla.
Qué incorrección, pensabas,
creer que no era posible.

Y lo intuías,
el tiempo dibujaría al loco estupendo.
En tu mirada infinita creías saberlo,
como una voz mínima susurrando,
desde la verdad del ser:
“Es el mundo el que va al revés, Don Alonso Quijano.
No es usted”.



VIII.

No sé desde dónde llamas.

No sé a qué químicas llamas tú químicas;
no sé a qué montañas llamas tú montañas.
Me gustaría abrir en canal esa forma operística tuya,
que tiene más agujas que tendones,
y plantearte algún que otro reto.

No sé si quisieras bailar conmigo a la luz de ese teléfono cósmico
que tanto nos ha perdido y nos ha excitado.

¿Podrías salvar el abismo que, en segundos, se abre entre nosotros y que se cierra cuando tu boca roza mi boca a punto del calor?
No sé quién eres, pero tú desgranas mis días y te sientes con derecho a mover esos hilos internos.
Me clavas las uñas, me retuerces las entrañas, y ya no puedo llorar más por ese código que desconozco.
No sé dónde buscarte.
¿Qué interpretas por bucle del azar?
¿A qué extraño tiempo te remites cuando me susurras amor
y el rictus es el de un gato que juega con la madeja?

Me llevas hacia el humo,
te pierdes en la maraña de laberintos y disonancias
que tejiste para esconderte, para dejar de asomarte.
Dislocas las perspectivas, pero nadas sólo en la superficie.

¿Esperaré una vez más a que salgas de ahí? ¿A que salgas de aquí, de allí…?

Déjame en paz,
no sé desde dónde llamas,
y tu voz me duele.


LOS POEMAS HAN SIDO SELECCIONADOS POR LA
AUTORA, IZARA BATRES, PARA ESTA ANTOLOGÍA

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