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viernes, 10 de septiembre de 2010
1209.- JOSÉ CARLOS IRIGOYEN
José Carlos Yrigoyen (Lima, 1977) no sólo es el mejor poeta peruano de su generación, es también uno de los más importantes de la poesía latinoamericana de hoy. Prueba de ello son sus libros que desde siempre han concitado la atención de la crítica y la atención de los lectores. La poesía de Yrigoyen está signada por un proyecto que ha ido afianzándose con el correr de los años. Cada una de sus entregas no está libre de esa difícil fusión entre el talento natural y una férrea formación.
Obras publicadas:
“El libro de las señales”, “Lesley Gore en el infierno” y “La balada del anormal”, reunidos en “Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen”. Su último libro, “Horoskop”, publicado por la editorial mexicana El billar de Lucrecia, el cual ya se encuentra en no pocos países de Latinoamérica.
EL LIBRO DE LAS SEÑALES
1
Mi padre es la blanca
señal
que fragmenté esta noche de agosto
sobre la-espalda de Santiago.
La blanca señal que brilla
sobre la espalda de Santiago
como la lengua del alba
sobre las modestas
criaturas.
Es una noche de mucho viento,
las ventanas
del restaurante tiemblan tanto
que es imposible escucharse, distinguir un sí
de un no
y esto resulta un problema cuando
lo que quieres proponer
es un asunto oscuro y espinoso:
"Es un problema porque aún tiemblas
con el violento martilleo nocturno
que hace el herrero judío del primer piso,
y no te has acostumbrado
al roce de las plumas sucias
que llevo bajo mi espalda.
Es un problema porque en mi cama
ruedas insomne
igual que el pastor que en la madrugada
vigila de pie
una piara de cerdos
al borde
del precipicio.
Y yo sólo he preferido esta noche
no hacer caso a mis malas intenciones
que tarde o temprano vienen
sin poder nunca definir
si mañana
será un buen día o no.
Me comporto tal como lo hacían los Atridas:
confundiendo los antojos de la naturaleza
con los de mis propios oficios.
Así he llegado hasta aquí
perdiéndolo todo mientras removía
el aire quieto de la calle"
Tú me miraste confundido:
Por primera vez
lo que te quería proponer
no era en absoluto
muestra de inocencia.
Es cierto que antes de que yo llegara
desconfiabas de los hombres inocentes, porque clavaban
las puertas y las ventanas con tablas
y levantaban barricadas en las calles con los muebles
que a mi padre y al tuyo
les había costado tanto conseguir.
¿Y todo para qué?
La consigna era no dejar pasar a la Historia
que anunciaba su llegada
tocando un tambor
a la hora convenida.
Y tú detestas cuando por la ciudad
comienza a sonar su redoble
porque ellos entran al restaurante asustados
y se quedan a planear nuevas estrategias
y tú te pasas toda la noche
(nuestra noche)
sirviéndoles café.
Es hora de que lo entiendas:
todo animal se vuelve voraz
cuando es acorralado
por las formas de la muerte.
Tú mismo recuerdas cuando vagabas por las grandes capitales esas ganas de venderte a cualquier precio antes de que el dueño de tu cuarto te
tumbara la puerta entre gritos y amenazas -"los europeos son muy fríos" me decías. Y sin embargo recuerdas el ardor de tu cara cuando entraste a ese albergue de Amsterdam donde dormían chicos muy blancos hundidos en el fondo de sus literas
y esa noche te volviste voraz
como el ángel que sale a pasear por la ciudad
y se olvida de atender a sus enfermos.
(y a pesar de esto, no has perdido
tu sentido del deber con las otras criaturas:
ahora dices que detestas a los poetas
porque según tú viven
de la desnudez de los animales.
En sus textos siempre hay personajes
cubiertos de pieles o de plumas
que encarnan el heroísmo y el progreso
o al menos
una celebrada elegancia.
Lo que no sabes es que en cada poema
aunque no sea mencionado
también existe un macho cabrío
que todas las mañanas canta
cubierto de carne humana
para despertar a todos los habitantes
de la ciudad)
De esto se ha encargado la Historia con su paso
por las calles y por el aire: de hacernos igual
de culpables a todos.
Así en unos años los estudiosos no tendrán otro afán
que viajar a tierras extrañas para hallar fortuna
y descifrando sus escritos inconclusos podrán identificar
los cuerpos desnudos
que encuentren dispersos
por el curvo remanso
del espejo.
Y de nosotros dos nadie dirá nada
porque esos negros años
los pasamos dentro de este restaurante amarillo
cuidándonos siempre de no ser vistos
armando pacientemente una historia
que nadie nunca quisiera filmar.
Nunca buscamos una verdadera valentía
porque el destino de los héroes
siempre entra en la palma de una mano;
ni sacamos un centavo de las cuatro estaciones
como otros en nuestro tiempo
falso como el collar colgado
en el cuello de la camarera.
Pero sé que eso poco te interesa.
¿no es acaso la Historia
una imagen imprudente
de un poeta que sabía demasiado?
El problema surge cuando la distancia
que nos separa de la sabiduría
es propiedad del placer: en ese caso
mejor ni intentes el regreso.
Mejor guiémonos a ciegas
por el comedor y la cocina
sin preocuparnos por pisar a los discretos
y pequeños animales que viajan
por la oscuridad
hasta hacerla una leyenda
para por fin hacernos de la belleza
de todo aquello
que nos es incomprensible.
Ya sé que esto parece la canción de un embustero:
señales y formas. Pero todo cuerpo que abandonas
durante una larga estación
requiere de una teoría
si quieres volver a recobrarlo.
2
Los hebreos se equivocaban gravemente
cuando aseguraban que el mejor momento del día
para reconsiderar las imágenes
era éste el del Exceso
y a esta hora de la mañana mientras vago
por mi vacío departamento
sintiendo que algo se descompone en la bañera
no puedo dejar de pensar en ellos:
¿cómo los representaré en mi próximo poema?
¿como la muchacha que no concilia el sueño
porque duda de quién es la cabeza
que besó en la oscuridad?
¿como una salamandra, que huye de las llamas
para terminar en el indigno vientre
de un perro?
¿como la oveja abierta entre los arbustos
indiferente al rojo engranaje
que rechina en el cielo?
ni siquiera me preocupo en anotar
mis ideas en esta carta:
todo lo que escriba ahora
mañana será ceniza
y no verán en mí ningún signo de aflicción:
sólo lamento el recuerdo
de los muchachos judíos
escribiendo desvelados versos en sus cuartos
de alquiler, oyendo en las noches
el ajetreo del mercado,
negados para corregir o siquiera reconsiderar.
porque en el exceso sólo cuentan
las primeras intenciones.
y yo, como el que más
reconozco mis excesos cuando la sombra de Santiago
atraviesa el muro de la cocina
exigiéndome un poco de cordura:
he pasado toda la mañana revolviendo los
cajones y libros
buscando debajo del camastro
y de los muertos que se amontonan
en el fondo de cada vals
buscando una caja donde guardo las cartas
amarillentas
de un muchacho que siempre me escribía
en épocas de guerra
cuando yo era corresponsal
y dormía entre batallones y carpas
y amurallados hospitales para tuberculosos
con las ventanas y las puertas tapiadas
hospitales no inscritos en la rueda de las horas
como si los enfermos de pronto olvidaran
que los días
cada cierto tiempo se repiten.
y aquí vuelvo a escribirte
respirando lentamente como una cicatriz
sentado y rodeado de ocultos y vacíos caballeros
que pasean de la mano en la noche por los corredores
de mi apartamento rumano
no sé si me recuerdas en las playas
siguiendo la ruta de san miguel entre barricadas
torres de vigía y alambradas
calles cubiertas de muertos
tú eras muy ligero y por eso
me recordabas a la sangre
a cada paso tuyo una raza desaparecía
y yo te rogaba camina camina
y tu nombre quedó grabado
sobre mi cabeza
como el metal en un brasero:
antonio robles:
¿no esperas, después de todo este tiempo,
un tipo que te sodomice en las bancas de espera
de una estación de autobuses?
¿es cierto que te vendiste
por unos mariscos pasados
a un viejo marinero cuando llegaste
muerto de hambre
a un albergue de lausana?
¿o ya no me contestas pues has hecho caso
a los que te dicen que no soy un poeta honesto
porque me gusta escribir
con nombres propios?
yo soy el poeta catalán convertido en mito
allá por 1973 cuando antes de matarme con bexedrina
dejé algunas coplas a mis amantes ocasionales
y unos pasos de ceniza en el camino
de mi cuarto al baño
yo te escribí en algún bar unos sonetos
donde prometí eternidad al que tocara mi cuerpo
y mira cómo he cumplido
ahora todos los amantes nos recuerdan con los ojos abiertos
acostados en los edredones de sus padres
y en todos los vasos de Sodoma
están escritos nuestros nombres
éste es mi mayor esfuerzo por ser honesto:
forjarme la eternidad mediante el exceso
es fácil en una época como ésta que se afana
en hacer leyendas de cualquier cosa
si yo por ejemplo decido tomar una siesta
en las bañeras vacías
de Nuestra Santa Iglesia local
y de repente un grupo de alegres muchachos alemanes
vestidos de negro derriba la puerta
y me toman de la garganta
recriminándome la falta de oficio de tus labios
¿recupero esa dignidad que según todos
nos aleja de la muerte
pero en realidad solo sirve para firmar con ella
un pacto de no agresión?
forjarme la eternidad mediante el exceso
tú sabes, despertar en el dormitorio de un hombre
a quien conocí recién anoche
buscando en sus ropas tiradas en el suelo
alguna señal de muerte
y conjuraría buscándole algún parecido con mi padre
estoy obsesionado con eso
y en realidad los hebreos no se equivocan tanto
tigres dando vueltas en la bañera remando en el polvo
ahora sé que cuando vienes a mí puedo negarme
a tus primeras intenciones
pero si olvidas tu prestigio e insistes
y viajas al extremo de mi barba salada
te concederé la eternidad
escribiendo para ti la mejor de las leyendas:
no tengo nada mejor para ofrecer.
6
Mi madre
era larga como el cordón imperial
que separa a la mujeres de la luna.
Eso, claro, fue hace mucho tiempo
yo no había encontrado a
Santiago
sirviendo café en un desvelado
restaurante amarillo
ni la sangre se extendía por el
mundo
como un animal de cien lenguas
y ella era todavía poco apetecible y delgada,
se contemplaba en el espejo del dormitorio
y veía un árbol del cual se descolgaban confundidos
hojas y párpados.
"No has redimido tus deseos" le decía mi padre
tendido en la cama, ocultando con
las sábanas su cuerpo intocado.
No era -ya lo dije- una buena
época, pero aún tenían ánimos
para acostarse bajo las estaciones veloces
diferenciando lo desnudo de lo vacío según los árboles
que fueran encontrando en el camino
guiados por el desorden que todo
milagro comprende.
Ella metía medio cuerpo dentro de la boca
abierta de los sauces
sin saber
que allí anida la risa del Cáncer.
Luego esperaba a mi padre
apoyada contra un muro
silenciosa como una isla durmiente
sin advertir los nefastos
círculos de sal
que rodaban esa noche por el cielo.
En nada reparaste, dama del miedo,
ni siquiera en la música de las plantas vivas
que ya por esos años anunciaba tu tragedia.
Ahora
quizá por tu olor a leche rancia
apenas seas
tan larga
como una solitaria
"Toda costumbre ajena a tu raza
tendrás que cargarla a tus espaldas.
Igual que cargar el cuerpo muerto
de tu más venerado pariente
y dejarlo en la copa
de un árbol que no florece.
Solo los hombres justos
renuncian así
a su poder de juicio".
Así dijo Renzo, leyéndome las cartas una tarde
de sábado en una taberna
suburbana
acomodando sus fotos italianas y españolas
sobre la mesa
justo en esa hora en la que mi único deseo
era un hombre que me pagara la cuenta
bajo el signo de Escorpión.
He preguntado, hace unas horas
cómo hacer mi cuerpo de doncella
comparable al de mi madre
en aquellos años
cuando cantaba trepada
en un piano
en los bares
de músicos africanos
pero no he obtenido respuesta
¿tan difícil es acaso
ser para los hombres
un torrente abrasador?
todo el que renuncia a las costumbres
también renuncia a su rutina
mira a los hebreos, por ejemplo
exigían un cambio de costumbres
de espacio
y elegidos ascendieron en humaredas
todo implica un sacrificio, claro
recuerda que las almas más seguras
son las ajenas a la perfección
pero ¿a qué era ajena mi madre?
yo no lo sé, dijo Renzo
no sé a qué era ajena tu madre
pero se rumorea que trabajaba
rescatando con redes
actores pornográficos
en una cloaca de Roma
El que tiene poder de juicio
huye sin saberlo del milagro
digo sentado en la ventana del
corredor más oscuro de mi casa
justo a la hora
en que las sombras se revuelcan
contra los retratos familiares
mi padre está encerrado en
su habitación
como el mar en su
sexo infinito
mi madre ha salido a beber al bar
de la esquina con una banda
de músicos negros -los Banjul brothers-
y Santiago
no está a mi lado
apretando mi cuerpo de doncella
ni intentando cambiar
mis malos pensamientos
"Que un gusano se coma
a un niño
no podrá catalogarse
nunca
de violación"
te digo
bajo el marco
donde cae esta luz funeraria
tú no eres más que una sombra
pero igual estamos juntos
sentados en el corredor
mirando por la ventana
un útero descolgándose
hacia la consumación
de los siglos
8
Una boina enarbolada (heroicamente) por el polvo
puede ser el mejor de los símbolos para nuestra época
puede ser el sol colgado sobre las conversaciones
entabladas hoy dentro del café amarillo que tú
escuchas aburrido sobre el mostrador
"esta gente no tiene hambre" me aseguras "solamente
vive soñando con robarle la comida a Dios"
porque es gratis, pienso-
nuestra noche no se puede repetir
sin guardar en alguna parte las sentencias y preguntas
de los viejos de traje que monologan
la glándula de la angustia se arrastra bajo la luna
dejando un rastro que puede ser el rumor
de otro tiempo
en que se valora de verdad
la importancia de cada
cadáver.
Es decir, su valor económico. ¿No te das
cuenta de que ellos no consumen
porque están muertos?
Tienes razón, dices riéndote cerrando la puerta
"Uno de ellos pasa toda la tarde sentado escribiendo
en un papel trabajando metáforas sobre la leche.
¿no es verdaderamente una indecencia?"
Toda una noche llena de preguntas
y comienzo a sentir el cansancio
de quien se pone a hablar
de las interminables manías de los muertos.
Cierto es que la Historia ya ha pasado por aquí
y no hay nada mejor de qué conversar, pero
¿no podemos recurrir a algo más cotidiano?
Podemos pasar nuestra larga juventud
sobre una mesa sintiendo el aliento
de otro cuerpo las costillas estiradas como
peces
así también se puede conseguir
cierto romanticismo del que poseen
aquellos que no pueden dormir
por sus crímenes pasados-
cuando vean a sus padres a medianoche
en la cocina tomándose la cabeza
no hagan preguntas ni les hablen
de los lejanos campos
llenos de hombres
desnudos
con el cabello largo
hecho una trenza
-cada uno de ellos es una noche de insomnio
que -van a tener que purgar.
En un principio puede que no me entiendas,
solo déjate andar de noche por las calles abandonadas
y observa todo lo que se mueve alrededor:
puedes encontrar a una chica de buenos modales
caminando de la mano con aquel chico callado
que alguna -vez en una casa de las afueras
te tocó los agujeros de bala
con la excusa de que quería creer,
o de pronto
toparte con un cuerpo a solas que anida
dentro de una cápsula de cianuro y -vaga dentro de ella
como en un oscuro desierto
cercado por la muerte
y a ambos les tendrás miedo
pero se mostrarán amables como las parejas
que habitan debajo del piso de losetas
de las estaciones de tren
en Europa.
Y ellos también conversan esta noche
dentro del restaurante y sin ocultarnos
una sonrisa
son desdeñosos con este país
y las luces que de él emanan por la madrugada
sin percatarse
en las esculturas de labios luminosos
que guardan las plazas
ellas, de rostro de bronce
son una señal permanente
(como ellos)
y nada anuncian aparte de su vergüenza:
siempre rodeadas por un anillo de hoteles
y de muchachos y muchachas veloces
como roedores en la penumbra de un bosque
buscando entre los pasillos
una puerta entreabierta
la cama más limpia
pegando un oído al muro
para escuchar la liturgia.
Avergonzadas esculturas altas representando
mujeres, generales, animales de los montes,
terminaran en poco tiempo regadas dentro de las tinas ensangrentadas
del matadero de la ciudad
cuando los que ahora bailan
a su alrededor decidan olvidarse del rigor de los significados
y prefieran un Orden más simple y seguro:
parias, indiferentes trabajadores,
un encantador barrio obrero-
y todo lo que está
fuera de la realidad
para ellos será apenas
un decorado teatral.
¿Y los hebreos?
bueno. es cierto que nuestros esfuerzos por ocultarlos
no han dado buenos resultados. Cualquiera que se pasee
por la ciudad puede verlos ofreciéndose inmortales
a los turistas
o huyendo asustados del humo
como si fueran perros.
Y dentro de los más bajos toneles
puedes ver a los negros y a los gitanos
aplaudiéndose entre ellos. No digo
con esto que sean ajenos a nosotros:
su aliento nos rodea como el ala
de un cuervo, presentimos el golpeteo
de sus lenguas, sentimos
sus codos contra los nuestros,
y es entonces que somos dueños
de una incómoda certeza:
¡Todos ellos están dentro del restaurante!
Con angustia se levanta el telón
y los ves ocupando todas las mesas
donde antes estuvieron los hombres inocentes
que te mantenían ocupado toda la noche,
o los viejos de traje que ejercitaban
sus manos sobre ti.
Tampoco podías pedir otra cosa:
después de una guerra todos los que eran
tus buenos vecinos o tus parientes
más venerables
no están más, y sus habitaciones
y oficios son ocupados
por astrosos y vagabundos
y de tus mejores clientes
-silenciosos, de buenos modales
a pesar de la carnicería desatada
en todas las memorias-
no te quedó sino un vacío en medio de la sangre,
igual a un hambre antigua.
Pues bien,
¿Qué puedes hacer cuando te suceden estas cosas,
toda la ciudad duerme
y ya a nadie le importan tus lamentos
y el dolor te hace confundir la luna
con el Gran Peloj de los Ángeles?
¿Qué puedes hacer en esas ocasiones
cuando quieres controlar un deseo?
yo solo recuerdo que te ayudé a desalojarlos-
Cerramos la pesada puerta de acero y
lavamos la vajilla con el cuidado
de un muchacho huesudo que lava sus partes
a la ribera del río
y estuvimos dispuestos
sobre la mejor mesa
a pesar del gran viento y la oscuridad
y a la sombra de la oración del herrero judío
que en el primer piso golpeaba el metal
y lo limpiaba de restos de sangre:
"Los amantes se entregan después de la batalla
Dentro de las carpas y sobre las pieles vivientes
E indiferentes a las columnas de muertos
Que se mueven por el aire oscuro
Como los grandes gusanos de la culpa"
Entonces él abrió la puerta de servicio -tú me tomaste de la mano y salimos a correr por la vieja calle- y al fin supiste de qué estaba hablando -y ya no te importó el martilleo -ni la blanca señal sobre tu espalda- solo este canto en contra de la noche -que vamos entonando nosotros dos.
Lima, verano 1999.
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