RUIDOS DE AGUA
Nadie está, aunque parezca estar, en el mundo.
Como cuando en el agua lisa y resplandeciente
cae una piedra que llena el aire con su eco,
igual el todo, permanencia inmóvil,
se abre y se cierra con cada nudo, fugaz, de acaecer.
Ruidos de agua. Y silencio, después,
en un lugar arcaico y sin orillas.
(De: El arte de narrar)
ÁLAMOS
Parecen familiares del cielo y brillan,
delicados y lentos, sin mostrarse para
el que los contempla, ni amigos ni enemigos.
Se inclinan blandos y victoriosos a todos
los vientos y son, en la tarde abierta,
más testimonio o prueba que testigos.
(De: El arte de narrar)
DANTE/ EN MEMORIA DE BICE PORTINARI
Empujaste a un hombre a la locura. Una
mañana, caminando bajo el sol florentino
te vio destellar nítida, contra el tejido
de los sueños amargos de su última noche.
Inclinaste gentil
la grávida cabeza
y en la creciente de los años el ademán
tranquilo se incrustó como un diamante sobre el cielo
feroz y vago de sus días. Y en plena juventud,
después, moriste, casada con un hombre común
que te quería, desconociéndote. Oh, Bice
Portinari, así son las mañanas de este mundo:
despertamos de un sueño amargo
y andamos como fantasmas
hasta que recogemos, del sol de nuestras ciudades,
un núcleo de claridad, o más bien una joya
férrea que veneramos, gastada y turbia,
en algún sucio anochecer.
EL ARTE DE NARRAR
Cada uno crea
de las astillas que recibe
la lengua a su manera
con las reglas de su pasión
— y de eso, ni Emanuel Kant estaba exento.
NUEVAS AVENTURAS DE ROBINSON CRUSOE
El secreto
consiste
en construir
construir
mediaciones
para el trato
con el desierto
máquinas
de palo y lianas
rudimentarias
que defiendan
que den sombra
aunque nada nos libre
del sol
de la memoria
y otros deduzcan
de tan ardua prolijidad
como una llama negra
continua
nuestra locura.
Dánae
Manda a su hijo Perseo Dánae, para gozar,
sin testigos, de la lujuria,
a extraviarse
en los ojos sin fondo de la medusa,
del mismo modo que toda madre,
desde una cama pantanosa,
nos abandona,
por tres minutos de no ser,
a los dientes de este mundo.
Michel
¿De dónde puede venir
esa mirada oblicua, altanera,
en alguien que es proclive
al rubor instantáneo y, en la conversación,
a la modestia y hasta a la autoaniquilación?
Delgado, con su bigote y su barbita rala en el mentón,
cultivando, infructuoso, una imposible femineidad,
soportará sin duda, treinta años más tarde,
con dificultad la vejes. Una sierra sin fin
le llevó, a los quince años, dos dedos: de lo que se jacta.
A los pecados capitales
Por nuestra fantasía, nos liberan
de la materia pura, pero caemos en la red
de la esperanza. Pecados, vicios, y hasta
las débiles virtudes, nos separan
del cuerpo único del caos,
nos arrancan
de la madera y de los mares.
Guardianes en el umbral de la nada.
Plougastel Saint-Germain
Noches solitarias: por dentro
y por fuera, la misma, pareja, oscuridad.
De tanto en tanto una estrella verde, como un centro
o un grumo, más bien, no de luz, sino de alteridad.
Vecindad de Logroño
Anotar: en la siesta que arde
la noche voluntaria hace señas,
desde lejos, ubicua,
en la constancia amarilla. Anotar:
viñas verdes sobre tierra roja. Anotar que
la liebre, presa y escándalo,
desea al faro que la inmoviliza.
Anotar: abismos soleados
en días cuyo nombre es legión.
Leche de la Underwood
Por delicadas que sean, las mañanas
envilecen; lo destructible vacila
y lo que pareciera, frente a nosotros, perdurar,
no nos acoge, menos cruel que indiferente. Animal
anónimo, por más que grites, nadie escucha,
y ni por lejos la lengua es la que conviene.
Existe, tal vez, en alguna parte, un idioma,
nadie niega, pero habría que desandar,
salir, si fuese posible, del centro de la noche,
y empezar de nuevo con otra clase de balbuceo.
Tantas tardes que resbalan:
ya no se sabe
en qué mundo se está, y sobre todo si se está
en un mundo. Se muerde
un fantasma de manzana, mientras sigue merodeando,
como desde un principio, lo oscuro. Destellos
de un sol de invierno en la ciudad
transparente; brillos, rápidos o lentos,
que algunos blanden como pruebas
abandonándose, soñadores, su tibieza. Entre tantas
estrellas, esperanzas: relentes
de un reino animal.
El Graal
El mar destila incertidumbre,
la montaña perplejidad; y el propio
cuerpo no abandona, por nada
del mundo, su secreto. El viaje
se volvió errabundeo, y el aura
solitaria, retirándose,
nos transformó en manada.
En la llanura inmóvil
el cansancio nos visita:
todo esto podía haber sido
de esta manera o de alguna otra,
el tiempo hubiese preferido
correr para adelante o para atrás
y abstenerse de salir, indiferente,
la luna. Nos creeríamos perdidos,
si fuésemos capaces, todavía,
de distinguir un lugar.
La mirada rebota, espesa;
ni reconoce ni interroga.
Astillas turbias flotan
entre la sombra que amenaza.
Confusos, vacilamos:
salimos a buscar no sabemos qué
ya no nos acordamos bien cuándo.
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