Biografía de Antonio Porpetta:
Antonio Porpetta es un escritor y poeta nacido en Elda, Alicante, (Comunidad Valenciana, España), 1936.
Licenciado en Derecho y doctor en Ciencias de la Información (Filología Española) por la Universidad Complutense de Madrid. Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Miembro Correspondiente de las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca de la Lengua Española, así como de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Inició su labor literaria con la publicación del libro de poemas Por un cálido sendero (Madrid, 1978), al que seguirían: La huella en la ceniza. Prólogo de Leopoldo de Luis (Alicante, 1980); Cuaderno de los acercamientos (Sevilla, 1980); Meditación de los asombros. Prólogo de José Hierro (Valencia, 1981); Ardieron ya los sándalos (Madrid, 1982); El clavicordio ante el espejo (Madrid, 1984); Los sigilos violados (León, 1985); Territorio del fuego (Madrid, 1988 y 1989); Década del insomnio. Selección e Introducción de José Mas (Madrid, 1990); Adagio mediterráneo (San Sebastián de los Reyes/Madrid, 1997); Silva de extravagancias. Prólogo de Pedro J. de la Peña (Madrid, 2000); Penúltima intemperie (Antología personal). Introducción de Florencio Martínez Ruiz (Valencia, 2002); De la memoria azul (Valencia, 2003); Como un hondo silencio de campanas. Prólogo de David Escobar Galindo (San Salvador, 2005); y La mirada intramuros. Prólogo de Rafael Carcelén García (Madrid, 2007).
Ha publicado ensayos sobre la vida y la obra de Carolina Coronado (Madrid, 1983) y Gabriel Miró (Alicante, 1996; Madrid, 2004; Valencia, 2009), así como una Historia de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, con prólogo de Leopoldo de Luis y epílogo de J. Gerardo Manrique de Lara (Madrid, 1986). Y como narrador, Manual de supervivencia para turistas españoles (Madrid, 1990); El benefactor y diez cuentos más (Alicante, 1997); Memorias de un poeta errante. Introducción de Adela Pedrosa (Elda/Alicante, 2008); y Historias mínimas y otros divertimentos (Madrid, 2009).
Grabaciones en su voz: Casete Territorio del fuego (Madrid, 1989); CD Mi palabra y mi voz(Madrid, 1998); y CD Versos para quien sepa amar (Elda/Alicante, 2009).
Amplias antologías y estudios de su obra en los libros: Antonio Porpetta: Una voluntad poética, de R. Hiriart (Alicante, 1988); Antonio Porpetta: Memoria y presencia, de S. Pavía (Elda/Alicante, 1993); Antonio Porpetta: Análisis y aplicaciones pedagógicas de su obra poética, Tesis doctoral de M. Klass (Nueva York, 1998); y La poesía de Antonio Porpetta: Un mar de temas y de símbolos, Tesis de licenciatura de O. Condrea (Iasi, Rumania, 2001).
Ha recibido, entre otros, los premios: “Fastenrath”, de la Real Academia Española (1987), “Ángaro” (1980), “Gules” (1981), “Hilly Mendelssohn” (1983), “José Hierro” (1996), “Ciudad de Valencia” de Poesía y de Ensayo en Castellano (1999 y 2003, respectivamente), y los de la Crítica Literaria Valenciana de Ensayo (1996) y de Poesía (2001). En 1987 le fue concedida la "Medalla de Plata" de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Está incluido en numerosas antologías, enciclopedias y diccionarios especializados y parte de su obra poética ha sido traducida y publicada en formato de libro a los idiomas: alemán, inglés, italiano, ruso, serbio, rumano, francés, árabe, portugués y valenciano, así como transcrita al sistema Braille por la Organización Nacional de Ciegos de España.
Desde 1984 viene desarrollando gran parte de su actividad pública en universidades e instituciones académicas y culturales de muy diversos países de los cinco continentes en calidad de conferenciante, lector de poemas y director de seminarios de iniciación poética, además de divulgador de la literatura española. En este aspecto, ha merecido destacados reconocimientos, entre ellos la “Llave de Oro” de la ciudad de Smederevo (Serbia), en 1999, por la difusión de su obra poética en aquel país; una “Proclama de Honor” de la Presidencia del Condado de Manhattan, en 2003, por su continuada labor académica y literaria con las comunidades hispanas de Nueva York (Teachers College/Columbia University); en abril de 2005 su ingreso en la “Orden de Don Quijote” de la prestigiosa Sociedad “Sigma Delta Pi”, National Collegiate Hispanic Honor Society, por sus actividades de difusión de la poesía española en Universidades norteamericanas (Lehman College/CUNY, City University of New York); y en abril de 2006 la "Orden de los Descubridores", de la misma Sociedad (St. John's University, New York).
En noviembre de 1992, y por acuerdo unánime del Pleno Municipal de Elda (Alicante), se impuso su nombre al Centro de Educación de Personas Adultas de la localidad; y en enero de 2010, también con unanimidad del Pleno, se le dedicó un amplio espacio urbano con la denominación "Plaza del Poeta Antonio Porpetta".
Los ángeles del mar
Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan sus cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos sestercios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer…
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas
salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron como sus vidas se alejaban, se hundían,
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
y su dolor fue grande…
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del olvido.
(De "Adagio Mediterráneo")
El niño
Hay un niño que llega cada día
ofreciendo su mínima intemperie
sobre el claro mantel del desayuno.
Levemente se asoma
por la ventana gris de algún periódico,
sin lágrimas ni risas en su rostro:
sólo pura mirada
y un humilde cansancio de terrores
derramado en sus labios.
Viene desde muy lejos:
de las tierras del fuego y la tristeza,
de selvas y arrozales,
de campos arrasados, de montañas perdidas,
de ciudades sin nombre ni memoria
donde la muerte es sólo
una muda costumbre cotidiana.
Tal vez trae en sus manos
algún pobre juguete:
el fusil que encontró en aquella zanja
junto a un hombre dormido,
las inútiles botas de su padre,
el arrugado casco de aluminio
del hermano más alto y más valiente,
el trozo de metralla
que derrumbó su infancia en un instante.
Se sienta a nuestra mesa, quedamente,
como si no estuviera,
y contempla asombrado los terrones
de azúcar, las galletas,
la alegre redondez de las naranjas,
la taza de café, con su recuerdo
de humaredas oscuras.
Nunca nos pide nada: sólo mira
desde un viejo silencio,
con un largo paisaje de preguntas
remansado en sus párpados.
Y permanece inmóvil,
clavándonos el tiempo en su palabra
que nunca escucharemos.
Como si fuera un niño, simplemente.
Sin saber que en sus ojos
lleva la herida grande
de todo el universo.
Asunción del olvido
Se cumplirán los ritos:
la memoria
ejercerá su oficio dignamente
derramando su lluvia de crepúsculos
en los labios insomnes.
Primero será un fuego,
un crepitar de vidrios luminosos,
un huracán de espuma
sediento y fugitivo.
Pero las viejas guzlas
sonarán dulcemente entre las llamas,
irán adormeciéndolas, velando
su dolido clamor.
Después serán las brasas,
el cansancio tenaz de unos reflejos
cada vez más lejanos,
cada vez más heridos
por una lenta niebla:
las palabras,
las huellas y los gestos
comenzarán su exilio hacia regiones
que jamás conocieron.
Implacable
se extenderá una sombra duradera.
Y luego, la ceniza,
con su quietud de estatua derruida,
testimonio de todos los inviernos,
brújula del silencio,
resumiendo la nada.
Nosotros,
desde playas remotas,
podremos contemplar cómo la hiedra
recubre nuestros nombres, cómo el frío
invade nuestro imperio.
No habitará el rencor en nuestros ojos
ni la nostalgia antigua
nos rozará las sienes.
Impasibles
veremos germinar aquella ausencia,
aquella oscuridad, aquel callado
y largo desamor...
Mas seguirán unidas nuestras manos,
a pesar del olvido.
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Historia del hombre
1
¿Y qué decir del hombre,
cómo cantar su llanto,
su tempestad callada que me ahoga?
Ese montón oscuro de temblore
que lanza desde el frío
su mirada de arbu
dueño fue de un imperio de mañanas,
dominador de ventisqueros.
Nunc
pudo ponerse el sol en su oceanía
ni doblegó la lluvia
la altivez de su nombre.
A su paso
las selvas despertaban
con un clamor de musgo,
rendíanle los montes sus cinturas,
desplegaban los ríos
su larga mansedumbre,
y las gemas ocultas en la entraña
alzaban a su frente destellos lejanísimos.
¡Ah, el hombre inmenso, encerrando en sus brazos
una constelación de avispas y jilgueros,
bronco señor del trueno y de la aurora
ensordeciendo el mundo
con sus himnos de cíclope!
Bastaba un breve gesto de sus dedos
para que bronce y pluma se hermanaran,
y el volcán derruyera sus presagios,
y reclinara el templo sus ojivas,
y el corazón se abriera
en cárcavas profundas.
A su voz poderosa
un huracán de sangre
deslumbraba los cielos,
y el tigre más soberbio
besaba entre la hierba sus espuelas,
mientras trémulos astros entonaban
una coral doméstica
de tímidas cantatas.
¡Qué digno frente al mar
numerando sus islas en los ocasos rojos,
apretando en sus manos las galernas,
dormida entre sus dientes
la llave que amordaza
la libertad del viento y sus espumas!...
2
Pero el hombre tenía
vocación de alimaña.
Con sus uñas de jade iba cavando un fosco
entramado de sombras,
pozos interminables,
secretas galerías,
oquedades remotas
donde jamás la luz le descubriera
ni florecieran pájaros o espigas.
Lentamente
la noche fue dejando sus amargas raíces
en el pecho del hombre,
minando su memoria,
recubriendo su lengua de una cansada herrumbre.
Aquella hermosa imagen del héroe coronado
de luna y madreselvas
pulverizó su mármol
dispersando su gloria y su ceniza
sobre el yermo dominio de la ruina.
¡Ah, su lenta ceguera,
su diminuta voz
que ya no escucha nadie,
sus garras convertidas
en manos humildísimas!
Cayeron las columnas. Un verdín infamante
eclipsó los metales. Los topacios sirvieron
de pasto a las cornejas.
Tocaron los clarines
un larguísimo canto funerario.
Y una seda invisible
que tejieron arañas implacables
fue encadenando al dios en su guarida,
robándole sus alas,
cercenando su sed,
su nostálgica sed de viejos albedríos.
Desde aquí lo contemplo
en su terrible soledad,
indagando la vida con sus ojos de esparto,
defendiendo del tiempo sus horas oxidadas,
casi perdida huella,
polvo apenas.
Y un alacrán antiguo
se me posa en los
párpados,
al ver esa intemperie derramada
en mis propios espejos.
(De “Los sigilos violados”)
Retrato en amatista
Dices muerte, y en tu palabra asoma
la cicatriz, el hielo,
la plenitud solemne de algún muro
que nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas aprisiona.
A su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus cánticos de luna
sobre tu piel que nace cada día.
Siempre
vence lo oscuro:
el grito de la ausencia, con su herida
tan honda y rescatada,
las pequeñas memorias
que el viento disemina como humildes cenizas,
la serpiente del frío
con sus ojos abiertos de carcoma.
Pero la muerte tiene
sus anchas claridades, universos
de ámbar, playas inagotables
de arenas como estrellas
donde el sol es más justo
y el mar lleva en sus alas un perfume
de inaccesibles rosas
que imanta y enamora.
¡Ah, su limpio lenguaje,
su mirada de madre
cuando entorna la vida entre sus brazos,
su sonrisa
tan pura y duradera!
Todo en ella es silencio,
prudente caminar entre los árboles,
pradera, junco, sueño,
cauce, vuelo de
abejas,
lentísima esperanza.
Triunfa
desde todas las sombras,
pero guarda sus cálidos secretos
en la hermosa amatista de sus labios.
¿Y después? ¿Y después?...
La duda es una música
que lame nuestras médulas
con sus garfios de sangre:
Quizás sólo la noche.
Quizás un ancho río
de orillas serenísimas.
Quizás una dolida, inmóvil carcajada.
(De “Los sigilos violados”)
Las sirenas
Vieron llegar la nave:
como siempre
elevaron sus cánticos pianísimos,
sus murmullos de lluvia y arboleda
que un céfiro brumoso llevaba lentamente
a las sienes morenas de los hombres,
allí, donde se oculta el desconsuelo
y remotos paisajes se atesoran
con el secreto brillo de su azogue…
Vieron pasar la nave:
nadie se conmovió,
nadie se derrumbaba, loco, sobre el agua,
nadie quiso buscar, enajenado,
sus pechos luminosos, sus miradas de jaspe,
sus escamas de fuego y de coral.
(Un hombre entre cadenas,
hermoso como un héroe,
desgarraba con llantos y alaridos
aquel hondo y sereno navegar…)
Vieron como la nave se alejaba
ajena, indiferente,
en calma singladura
hacia islas felices y puertos abundosos,
firme como el destino, libre como el olvido,
desplegadas sus velas al viento y a la sal…
Ausentes, melancólicas,
asoladas de un lívido temor,
dejaron de cantar, envejecieron,
quedaron con los siglos
ignoradas de todos, convertido
en historia dormida su recuerdo.
Y una pobre mañana,
entre un torpe revuelo de peces fugitivos,
diéronse a lo profundo, naufragaron
su pálido esplendor…
Todos los navegantes debieran perdonarlas:
ellas nada querían,
ellas sólo cantaban y cantaban…
Ellas nunca supieron que en sus voces
habitaba la muerte.
De Adagio mediterráneo
“Teoría del tiempo”
Ese polen oscuro que implacable
va cubriendo de injurias nuestra frente,
esa hiedra taimada que incesante
va sembrando distancia en nuestros ojos,
esa lluvia de sombra que insensible
va inundando de lodo nuestra sangre,
ese hielo, esa herrumbre, ese derribo,
son las garras del tiempo trabajando
despacio.
Nadie ve
su figura felina y transparente,
ni se escucha el temblor de sus pisadas,
su respiro lentísimo
poderoso y oculto entre los días.
Pero existe, y acecha, y torvamente
va arañando las horas,
siempre abiertas las fauces
para su larga y honda mordedura.
A veces lame nuestras pobres manos
candoroso y alegre como un río,
y anilla nuestros dedos
de hermosas caracolas.
Jubilosos
acogemos al tierno arrepentido
de su lealtad seguros. Pero pronto
vemos que se saliva se convierte
en un musgo de llanto
y que en los dedos sólo
nos crece la tristeza.
Nada queda detrás de sus crepúsculos,
nada escapa a su nieve.
Impasible,
él sigue su camino
al trote lento de su fiel ceniza:
nunca vuelve la vista ni sonríe
a la vida que canta confiada.
Sabe que en su clepsidra de rencores
siempre el agua abrirá secretos cauces,
y vigila en la orilla, quedamente,
con la calma tenaz del invencible.
De Los sigilos violados
El inicio
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz, como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo.
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba .
(De “El clavicordio ante el espejo”, 1980)
Un día
Un día. Sólo un día. Casi nada.
Un montón ordenado de minutos,
un simple recorrido
por la redonda senda
estelada de números y dudas.
Una pizca en el torrente
voraz del universo.
Una huella en la niebla,
un humo que se marcha,
un vuelo ya olvidado
de aquel insecto mínimo
cuyo nombre jamás preguntaremos.
Y sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba siendo un día, sólo un día,
un día irrepetible ocupando su centro
y una serie de años sin sentido
sirviendo de ropaje a su memoria.
Es aquel claro día
en el que amanecemos al asombro,
porque todo es verdad a nuestro paso,
y sin ira miramos el espejo,
y por primera vez nos descubrimos
como queremos ser:
indemnes,
plenos,
limpios,
libres,
nuestros.
De Cuaderno de los acercamientos
Las Muchachas Y El Mar
Toman el sol, tumbadas en la arena,
bajo una exacta claridad rasgada
de vuelos y abandonos,
en frutal ofertorio la gloria de sus cuerpos,
los sueños navegando
por hondas geografías.
Confían en el mar: nunca recelan
de su aliento cercano,
de esa casta apariencia que transmite
el familiar susurro de sus olas.
Ellas, tan inocentes, no saben las argucias
de ese sátiro azul, los disimulos
de su antigua y taimada adolescencia,
sus desatadas ansias de pecado…
Desde el agua profunda, una voz impaciente
?como un grito de amor, quizás de súplica,
o quizás un gemido? les reclama.
Despiertan las muchachas, se levantan
hermosamente altivas
y con pasos muy leves, caminando
despacio se dirigen
al inmenso latido.
Canta el mar sus baladas de alegría
mientras ellas se adentran en su imperio,
y recibe con mimos de unicornio
la doble incertidumbre de sus pies,
la vertical promesa de sus piernas espigas,
y lame sus rodillas,
y acaricia sus muslos de coral,
y alcanza enloquecido
la plata de sus pubis, y descubre
el asombro armilar de sus cinturas,
y aromado de adelfas
asciende hacia sus pechos, se adormece,
cubre, inunda, derrama estrellerías
y hasta besa furtivo, como un juego,
sus labios luminosos…
Las muchachas, ausentes, arcangélicas,
saltan, nadan, se ríen, chapotean,
ajenas a ese dulce vaivén, a esa lujuria
penetrante y sutil que les invade,
sin saber que están siendo
lentamente violadas,
que lentamente el mar las hace suyas,
que lentamente el viejo amante triunfa
con su extensa ternura
sobre el clamor rosado de sus sexos…
Las Palabras
Llegan puras, calladas,
como dulces insectos,
invadiendo mi frente
con su zumbido leve,
portando entre sus alas
esos frágiles fuegos
que estallan en mi sangre
sus cascadas de vida.
Me adivinan cansado
de caminar el aire,
de pulsar el espacio
que me conduce a ellas,
y entonan en mis labios
sus cánticos de polen
en los que sólo crecen
espejos y almenaras.
Algunas traen la noche
ardiendo entre sus dedos
y derraman su acíbar
en mis pobres asombros;
otras son manantiales,
fulgurantes prodigios
que anidan en mis huesos
sus entrañas de azogue.
Palabras como huellas,
dejando en los alféizares
un lacre enamorado,
vivísimas palabras,
saltimbanquis del alma
sobre una red de sombras,
palabras como astros,
como madres sonoras,
diminutas palabras,
que juegan como pájaros,
palabras generosas
que nos llenan los ojos
de un trigo inagotable,
doloridas palabras,
palabras desplegando
tormentas y paisajes.
Vosotras sois mi patria,
mi único universo:
sólo con vuestro aliento
puedo habitar sin llanto
esta vieja intemperie,
esta piel fatigada.
Vosotras me hacéis libre:
en vosotras renazco.
Los Arcángeles
Llegaron los arcángeles.
Se supo que llegaban por una luz dorada
que se esparció en la noche,
cuando los sueños labran manantiales
en la yerma memoria de las gentes.
Podían escucharse sus pisadas
de luna entre los árboles,
el rumor de sus voces delgadas como espigas,
y eran de ver los ópalos serenos de sus ojos
escrutándolo todo,
el azulado vuelo de sus manos,
su gesto entre cordial e indiferente.
Querían descubrir los paisajes del hombre
y en jornadas de niebla recorrieron
deltas de soledad, praderas de rencor,
roquedales de angustia, penínsulas de hastío,
manaderos del miedo más oscuro.
A veces preguntaban: nadie les dio respuesta,
nadie quiso decirles, nadie quiso escucharles…
Ellos, entre el silencio,
con lápices de ámbar escribían
palabras desoladas en sus libros celestes.
Y una tarde de plata,
en un viento levísimo y cansado,
agitando sus alas muy despacio,
regresaron por siempre
a sus mundos distantes.
Cuentan quienes los vieron
que volaban llorando los arcángeles.
Monólogo Con Mozart En Tarde De Lluvia
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
hermoso y fiel amigo,
que esta tarde de lluvia me han hablado
todos tus violoncelos:
comentaban
aquellos viejos días de salitre
tan ebrios en la ausencia,
tan repletos de arena y soledades,
tan siempre regresados.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
ángel truncado en vuelo,
que tu voz se me enreda entre los ojos
como una hiedra lenta y me retorna
a infancias melancólicas,
a cansadas esquinas, a horizontes
que jamás se me alzaron,
a las sombras de olivos sin ternura
en las desiertas sendas.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alegre compañero,
que te sientes aquí, junto a nosotros,
en este exilio de paredes blancas
que hemos ido naciendo entre poemas
para volver a ser más puros,
quizá para volver a ser, tan sólo.
Ponte cómodo, hermano,
toma un vaso de vino, bebe, canta,
que esta tarde de lluvia no hay tristeza
que nos pueda rendir,
aunque algún clavicémbalo nos hiera
las perdidas memorias, los espejos
de lejano mirar.
Sólo quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alondra de esta casa,
que resumes el tiempo en nuestras sienes,
que tus alas nos cubren
para tomar el pulso a las mañanas,
que nuestra torpe lluvia se diluye
como el humo olvidado de un mal sueño
al escuchar tu luz.
Tercer Ensueño
…Y si un día mi mar amaneciera
con una nueva isla en su regazo,
una isla nacida
del oculto lugar donde los dioses
reposan su pretérito esplendor,
la quietud implacable de su olvido…
Y si fuera una isla nacida en alborozo,
de benigno perfil y tierno territorio,
de playas como lámparas votivas,
titánicos volcanes,
valles ensimismados,
anchos lagos sin fondo,
y en sus selvas atónitas crecieras
el rojo flamboyán, el jacaranda azul,
la umbría de las ceibas, la lujuria
sutil de las orquídeas,
y se oyera un murmullo polícromo de pájaros
arropando en sus vuelos
el libérrimo canto del quetzal…
Y si esa extraña isla decidiera
conocer tierras nuevas, rumbos nuevos,
nuevas constelaciones,
y levando sus anclas de obsidiana,
entre un fragor de nieblas y maizales
por tenebrosos mares
proa pusiera hacia mundos remotos,
hacia horizontes hondos como dudas,
inciertos como augurios,
amplios como el azar…
Y en una latitud inesperada
unos brazos de atlante
enamoradamente la acogieran,
y pacíficas aguas lo bañaran
ofreciéndola al sol y a la benevolencia
de otros dioses ignotos y lejanos,
y allí quedara para siempre, y fuera
poblada de hombres puros,
gentes de pies oscura, voz humilde,
negros ojos, limpio y alto mirar,
y con los siglos le nacieran pueblos
de nombres como gemas brilladoras
en los que eterna la esperanza ardiera:
Antigua, Sololá, Quetzaltenango,
Santa Cruz del Quicé…
Y preso en sus orillas, nuestro mar,
con sus islas sembradas de cenizas,
sepulcros de tritones y gorgonas,
harapientos trofeos,
viejas desolaciones,
quedara encadenado a sus leyendas,
con su nostalgia herida,
y con su ausencia a solas…
Antonio Porpetta es un escritor y poeta nacido en Elda, Alicante, (Comunidad Valenciana, España), 1936.
Licenciado en Derecho y doctor en Ciencias de la Información (Filología Española) por la Universidad Complutense de Madrid. Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Miembro Correspondiente de las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca de la Lengua Española, así como de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Inició su labor literaria con la publicación del libro de poemas Por un cálido sendero (Madrid, 1978), al que seguirían: La huella en la ceniza. Prólogo de Leopoldo de Luis (Alicante, 1980); Cuaderno de los acercamientos (Sevilla, 1980); Meditación de los asombros. Prólogo de José Hierro (Valencia, 1981); Ardieron ya los sándalos (Madrid, 1982); El clavicordio ante el espejo (Madrid, 1984); Los sigilos violados (León, 1985); Territorio del fuego (Madrid, 1988 y 1989); Década del insomnio. Selección e Introducción de José Mas (Madrid, 1990); Adagio mediterráneo (San Sebastián de los Reyes/Madrid, 1997); Silva de extravagancias. Prólogo de Pedro J. de la Peña (Madrid, 2000); Penúltima intemperie (Antología personal). Introducción de Florencio Martínez Ruiz (Valencia, 2002); De la memoria azul (Valencia, 2003); Como un hondo silencio de campanas. Prólogo de David Escobar Galindo (San Salvador, 2005); y La mirada intramuros. Prólogo de Rafael Carcelén García (Madrid, 2007).
Ha publicado ensayos sobre la vida y la obra de Carolina Coronado (Madrid, 1983) y Gabriel Miró (Alicante, 1996; Madrid, 2004; Valencia, 2009), así como una Historia de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, con prólogo de Leopoldo de Luis y epílogo de J. Gerardo Manrique de Lara (Madrid, 1986). Y como narrador, Manual de supervivencia para turistas españoles (Madrid, 1990); El benefactor y diez cuentos más (Alicante, 1997); Memorias de un poeta errante. Introducción de Adela Pedrosa (Elda/Alicante, 2008); y Historias mínimas y otros divertimentos (Madrid, 2009).
Grabaciones en su voz: Casete Territorio del fuego (Madrid, 1989); CD Mi palabra y mi voz(Madrid, 1998); y CD Versos para quien sepa amar (Elda/Alicante, 2009).
Amplias antologías y estudios de su obra en los libros: Antonio Porpetta: Una voluntad poética, de R. Hiriart (Alicante, 1988); Antonio Porpetta: Memoria y presencia, de S. Pavía (Elda/Alicante, 1993); Antonio Porpetta: Análisis y aplicaciones pedagógicas de su obra poética, Tesis doctoral de M. Klass (Nueva York, 1998); y La poesía de Antonio Porpetta: Un mar de temas y de símbolos, Tesis de licenciatura de O. Condrea (Iasi, Rumania, 2001).
Ha recibido, entre otros, los premios: “Fastenrath”, de la Real Academia Española (1987), “Ángaro” (1980), “Gules” (1981), “Hilly Mendelssohn” (1983), “José Hierro” (1996), “Ciudad de Valencia” de Poesía y de Ensayo en Castellano (1999 y 2003, respectivamente), y los de la Crítica Literaria Valenciana de Ensayo (1996) y de Poesía (2001). En 1987 le fue concedida la "Medalla de Plata" de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
Está incluido en numerosas antologías, enciclopedias y diccionarios especializados y parte de su obra poética ha sido traducida y publicada en formato de libro a los idiomas: alemán, inglés, italiano, ruso, serbio, rumano, francés, árabe, portugués y valenciano, así como transcrita al sistema Braille por la Organización Nacional de Ciegos de España.
Desde 1984 viene desarrollando gran parte de su actividad pública en universidades e instituciones académicas y culturales de muy diversos países de los cinco continentes en calidad de conferenciante, lector de poemas y director de seminarios de iniciación poética, además de divulgador de la literatura española. En este aspecto, ha merecido destacados reconocimientos, entre ellos la “Llave de Oro” de la ciudad de Smederevo (Serbia), en 1999, por la difusión de su obra poética en aquel país; una “Proclama de Honor” de la Presidencia del Condado de Manhattan, en 2003, por su continuada labor académica y literaria con las comunidades hispanas de Nueva York (Teachers College/Columbia University); en abril de 2005 su ingreso en la “Orden de Don Quijote” de la prestigiosa Sociedad “Sigma Delta Pi”, National Collegiate Hispanic Honor Society, por sus actividades de difusión de la poesía española en Universidades norteamericanas (Lehman College/CUNY, City University of New York); y en abril de 2006 la "Orden de los Descubridores", de la misma Sociedad (St. John's University, New York).
En noviembre de 1992, y por acuerdo unánime del Pleno Municipal de Elda (Alicante), se impuso su nombre al Centro de Educación de Personas Adultas de la localidad; y en enero de 2010, también con unanimidad del Pleno, se le dedicó un amplio espacio urbano con la denominación "Plaza del Poeta Antonio Porpetta".
Los ángeles del mar
Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan sus cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos sestercios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer…
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas
salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron como sus vidas se alejaban, se hundían,
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
y su dolor fue grande…
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del olvido.
(De "Adagio Mediterráneo")
El niño
Hay un niño que llega cada día
ofreciendo su mínima intemperie
sobre el claro mantel del desayuno.
Levemente se asoma
por la ventana gris de algún periódico,
sin lágrimas ni risas en su rostro:
sólo pura mirada
y un humilde cansancio de terrores
derramado en sus labios.
Viene desde muy lejos:
de las tierras del fuego y la tristeza,
de selvas y arrozales,
de campos arrasados, de montañas perdidas,
de ciudades sin nombre ni memoria
donde la muerte es sólo
una muda costumbre cotidiana.
Tal vez trae en sus manos
algún pobre juguete:
el fusil que encontró en aquella zanja
junto a un hombre dormido,
las inútiles botas de su padre,
el arrugado casco de aluminio
del hermano más alto y más valiente,
el trozo de metralla
que derrumbó su infancia en un instante.
Se sienta a nuestra mesa, quedamente,
como si no estuviera,
y contempla asombrado los terrones
de azúcar, las galletas,
la alegre redondez de las naranjas,
la taza de café, con su recuerdo
de humaredas oscuras.
Nunca nos pide nada: sólo mira
desde un viejo silencio,
con un largo paisaje de preguntas
remansado en sus párpados.
Y permanece inmóvil,
clavándonos el tiempo en su palabra
que nunca escucharemos.
Como si fuera un niño, simplemente.
Sin saber que en sus ojos
lleva la herida grande
de todo el universo.
Asunción del olvido
Se cumplirán los ritos:
la memoria
ejercerá su oficio dignamente
derramando su lluvia de crepúsculos
en los labios insomnes.
Primero será un fuego,
un crepitar de vidrios luminosos,
un huracán de espuma
sediento y fugitivo.
Pero las viejas guzlas
sonarán dulcemente entre las llamas,
irán adormeciéndolas, velando
su dolido clamor.
Después serán las brasas,
el cansancio tenaz de unos reflejos
cada vez más lejanos,
cada vez más heridos
por una lenta niebla:
las palabras,
las huellas y los gestos
comenzarán su exilio hacia regiones
que jamás conocieron.
Implacable
se extenderá una sombra duradera.
Y luego, la ceniza,
con su quietud de estatua derruida,
testimonio de todos los inviernos,
brújula del silencio,
resumiendo la nada.
Nosotros,
desde playas remotas,
podremos contemplar cómo la hiedra
recubre nuestros nombres, cómo el frío
invade nuestro imperio.
No habitará el rencor en nuestros ojos
ni la nostalgia antigua
nos rozará las sienes.
Impasibles
veremos germinar aquella ausencia,
aquella oscuridad, aquel callado
y largo desamor...
Mas seguirán unidas nuestras manos,
a pesar del olvido.
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Historia del hombre
1
¿Y qué decir del hombre,
cómo cantar su llanto,
su tempestad callada que me ahoga?
Ese montón oscuro de temblore
que lanza desde el frío
su mirada de arbu
dueño fue de un imperio de mañanas,
dominador de ventisqueros.
Nunc
pudo ponerse el sol en su oceanía
ni doblegó la lluvia
la altivez de su nombre.
A su paso
las selvas despertaban
con un clamor de musgo,
rendíanle los montes sus cinturas,
desplegaban los ríos
su larga mansedumbre,
y las gemas ocultas en la entraña
alzaban a su frente destellos lejanísimos.
¡Ah, el hombre inmenso, encerrando en sus brazos
una constelación de avispas y jilgueros,
bronco señor del trueno y de la aurora
ensordeciendo el mundo
con sus himnos de cíclope!
Bastaba un breve gesto de sus dedos
para que bronce y pluma se hermanaran,
y el volcán derruyera sus presagios,
y reclinara el templo sus ojivas,
y el corazón se abriera
en cárcavas profundas.
A su voz poderosa
un huracán de sangre
deslumbraba los cielos,
y el tigre más soberbio
besaba entre la hierba sus espuelas,
mientras trémulos astros entonaban
una coral doméstica
de tímidas cantatas.
¡Qué digno frente al mar
numerando sus islas en los ocasos rojos,
apretando en sus manos las galernas,
dormida entre sus dientes
la llave que amordaza
la libertad del viento y sus espumas!...
2
Pero el hombre tenía
vocación de alimaña.
Con sus uñas de jade iba cavando un fosco
entramado de sombras,
pozos interminables,
secretas galerías,
oquedades remotas
donde jamás la luz le descubriera
ni florecieran pájaros o espigas.
Lentamente
la noche fue dejando sus amargas raíces
en el pecho del hombre,
minando su memoria,
recubriendo su lengua de una cansada herrumbre.
Aquella hermosa imagen del héroe coronado
de luna y madreselvas
pulverizó su mármol
dispersando su gloria y su ceniza
sobre el yermo dominio de la ruina.
¡Ah, su lenta ceguera,
su diminuta voz
que ya no escucha nadie,
sus garras convertidas
en manos humildísimas!
Cayeron las columnas. Un verdín infamante
eclipsó los metales. Los topacios sirvieron
de pasto a las cornejas.
Tocaron los clarines
un larguísimo canto funerario.
Y una seda invisible
que tejieron arañas implacables
fue encadenando al dios en su guarida,
robándole sus alas,
cercenando su sed,
su nostálgica sed de viejos albedríos.
Desde aquí lo contemplo
en su terrible soledad,
indagando la vida con sus ojos de esparto,
defendiendo del tiempo sus horas oxidadas,
casi perdida huella,
polvo apenas.
Y un alacrán antiguo
se me posa en los
párpados,
al ver esa intemperie derramada
en mis propios espejos.
(De “Los sigilos violados”)
Retrato en amatista
Dices muerte, y en tu palabra asoma
la cicatriz, el hielo,
la plenitud solemne de algún muro
que nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas aprisiona.
A su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus cánticos de luna
sobre tu piel que nace cada día.
Siempre
vence lo oscuro:
el grito de la ausencia, con su herida
tan honda y rescatada,
las pequeñas memorias
que el viento disemina como humildes cenizas,
la serpiente del frío
con sus ojos abiertos de carcoma.
Pero la muerte tiene
sus anchas claridades, universos
de ámbar, playas inagotables
de arenas como estrellas
donde el sol es más justo
y el mar lleva en sus alas un perfume
de inaccesibles rosas
que imanta y enamora.
¡Ah, su limpio lenguaje,
su mirada de madre
cuando entorna la vida entre sus brazos,
su sonrisa
tan pura y duradera!
Todo en ella es silencio,
prudente caminar entre los árboles,
pradera, junco, sueño,
cauce, vuelo de
abejas,
lentísima esperanza.
Triunfa
desde todas las sombras,
pero guarda sus cálidos secretos
en la hermosa amatista de sus labios.
¿Y después? ¿Y después?...
La duda es una música
que lame nuestras médulas
con sus garfios de sangre:
Quizás sólo la noche.
Quizás un ancho río
de orillas serenísimas.
Quizás una dolida, inmóvil carcajada.
(De “Los sigilos violados”)
Las sirenas
Vieron llegar la nave:
como siempre
elevaron sus cánticos pianísimos,
sus murmullos de lluvia y arboleda
que un céfiro brumoso llevaba lentamente
a las sienes morenas de los hombres,
allí, donde se oculta el desconsuelo
y remotos paisajes se atesoran
con el secreto brillo de su azogue…
Vieron pasar la nave:
nadie se conmovió,
nadie se derrumbaba, loco, sobre el agua,
nadie quiso buscar, enajenado,
sus pechos luminosos, sus miradas de jaspe,
sus escamas de fuego y de coral.
(Un hombre entre cadenas,
hermoso como un héroe,
desgarraba con llantos y alaridos
aquel hondo y sereno navegar…)
Vieron como la nave se alejaba
ajena, indiferente,
en calma singladura
hacia islas felices y puertos abundosos,
firme como el destino, libre como el olvido,
desplegadas sus velas al viento y a la sal…
Ausentes, melancólicas,
asoladas de un lívido temor,
dejaron de cantar, envejecieron,
quedaron con los siglos
ignoradas de todos, convertido
en historia dormida su recuerdo.
Y una pobre mañana,
entre un torpe revuelo de peces fugitivos,
diéronse a lo profundo, naufragaron
su pálido esplendor…
Todos los navegantes debieran perdonarlas:
ellas nada querían,
ellas sólo cantaban y cantaban…
Ellas nunca supieron que en sus voces
habitaba la muerte.
De Adagio mediterráneo
“Teoría del tiempo”
Ese polen oscuro que implacable
va cubriendo de injurias nuestra frente,
esa hiedra taimada que incesante
va sembrando distancia en nuestros ojos,
esa lluvia de sombra que insensible
va inundando de lodo nuestra sangre,
ese hielo, esa herrumbre, ese derribo,
son las garras del tiempo trabajando
despacio.
Nadie ve
su figura felina y transparente,
ni se escucha el temblor de sus pisadas,
su respiro lentísimo
poderoso y oculto entre los días.
Pero existe, y acecha, y torvamente
va arañando las horas,
siempre abiertas las fauces
para su larga y honda mordedura.
A veces lame nuestras pobres manos
candoroso y alegre como un río,
y anilla nuestros dedos
de hermosas caracolas.
Jubilosos
acogemos al tierno arrepentido
de su lealtad seguros. Pero pronto
vemos que se saliva se convierte
en un musgo de llanto
y que en los dedos sólo
nos crece la tristeza.
Nada queda detrás de sus crepúsculos,
nada escapa a su nieve.
Impasible,
él sigue su camino
al trote lento de su fiel ceniza:
nunca vuelve la vista ni sonríe
a la vida que canta confiada.
Sabe que en su clepsidra de rencores
siempre el agua abrirá secretos cauces,
y vigila en la orilla, quedamente,
con la calma tenaz del invencible.
De Los sigilos violados
El inicio
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz, como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo.
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba .
(De “El clavicordio ante el espejo”, 1980)
Un día
Un día. Sólo un día. Casi nada.
Un montón ordenado de minutos,
un simple recorrido
por la redonda senda
estelada de números y dudas.
Una pizca en el torrente
voraz del universo.
Una huella en la niebla,
un humo que se marcha,
un vuelo ya olvidado
de aquel insecto mínimo
cuyo nombre jamás preguntaremos.
Y sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba siendo un día, sólo un día,
un día irrepetible ocupando su centro
y una serie de años sin sentido
sirviendo de ropaje a su memoria.
Es aquel claro día
en el que amanecemos al asombro,
porque todo es verdad a nuestro paso,
y sin ira miramos el espejo,
y por primera vez nos descubrimos
como queremos ser:
indemnes,
plenos,
limpios,
libres,
nuestros.
De Cuaderno de los acercamientos
Las Muchachas Y El Mar
Toman el sol, tumbadas en la arena,
bajo una exacta claridad rasgada
de vuelos y abandonos,
en frutal ofertorio la gloria de sus cuerpos,
los sueños navegando
por hondas geografías.
Confían en el mar: nunca recelan
de su aliento cercano,
de esa casta apariencia que transmite
el familiar susurro de sus olas.
Ellas, tan inocentes, no saben las argucias
de ese sátiro azul, los disimulos
de su antigua y taimada adolescencia,
sus desatadas ansias de pecado…
Desde el agua profunda, una voz impaciente
?como un grito de amor, quizás de súplica,
o quizás un gemido? les reclama.
Despiertan las muchachas, se levantan
hermosamente altivas
y con pasos muy leves, caminando
despacio se dirigen
al inmenso latido.
Canta el mar sus baladas de alegría
mientras ellas se adentran en su imperio,
y recibe con mimos de unicornio
la doble incertidumbre de sus pies,
la vertical promesa de sus piernas espigas,
y lame sus rodillas,
y acaricia sus muslos de coral,
y alcanza enloquecido
la plata de sus pubis, y descubre
el asombro armilar de sus cinturas,
y aromado de adelfas
asciende hacia sus pechos, se adormece,
cubre, inunda, derrama estrellerías
y hasta besa furtivo, como un juego,
sus labios luminosos…
Las muchachas, ausentes, arcangélicas,
saltan, nadan, se ríen, chapotean,
ajenas a ese dulce vaivén, a esa lujuria
penetrante y sutil que les invade,
sin saber que están siendo
lentamente violadas,
que lentamente el mar las hace suyas,
que lentamente el viejo amante triunfa
con su extensa ternura
sobre el clamor rosado de sus sexos…
Las Palabras
Llegan puras, calladas,
como dulces insectos,
invadiendo mi frente
con su zumbido leve,
portando entre sus alas
esos frágiles fuegos
que estallan en mi sangre
sus cascadas de vida.
Me adivinan cansado
de caminar el aire,
de pulsar el espacio
que me conduce a ellas,
y entonan en mis labios
sus cánticos de polen
en los que sólo crecen
espejos y almenaras.
Algunas traen la noche
ardiendo entre sus dedos
y derraman su acíbar
en mis pobres asombros;
otras son manantiales,
fulgurantes prodigios
que anidan en mis huesos
sus entrañas de azogue.
Palabras como huellas,
dejando en los alféizares
un lacre enamorado,
vivísimas palabras,
saltimbanquis del alma
sobre una red de sombras,
palabras como astros,
como madres sonoras,
diminutas palabras,
que juegan como pájaros,
palabras generosas
que nos llenan los ojos
de un trigo inagotable,
doloridas palabras,
palabras desplegando
tormentas y paisajes.
Vosotras sois mi patria,
mi único universo:
sólo con vuestro aliento
puedo habitar sin llanto
esta vieja intemperie,
esta piel fatigada.
Vosotras me hacéis libre:
en vosotras renazco.
Los Arcángeles
Llegaron los arcángeles.
Se supo que llegaban por una luz dorada
que se esparció en la noche,
cuando los sueños labran manantiales
en la yerma memoria de las gentes.
Podían escucharse sus pisadas
de luna entre los árboles,
el rumor de sus voces delgadas como espigas,
y eran de ver los ópalos serenos de sus ojos
escrutándolo todo,
el azulado vuelo de sus manos,
su gesto entre cordial e indiferente.
Querían descubrir los paisajes del hombre
y en jornadas de niebla recorrieron
deltas de soledad, praderas de rencor,
roquedales de angustia, penínsulas de hastío,
manaderos del miedo más oscuro.
A veces preguntaban: nadie les dio respuesta,
nadie quiso decirles, nadie quiso escucharles…
Ellos, entre el silencio,
con lápices de ámbar escribían
palabras desoladas en sus libros celestes.
Y una tarde de plata,
en un viento levísimo y cansado,
agitando sus alas muy despacio,
regresaron por siempre
a sus mundos distantes.
Cuentan quienes los vieron
que volaban llorando los arcángeles.
Monólogo Con Mozart En Tarde De Lluvia
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
hermoso y fiel amigo,
que esta tarde de lluvia me han hablado
todos tus violoncelos:
comentaban
aquellos viejos días de salitre
tan ebrios en la ausencia,
tan repletos de arena y soledades,
tan siempre regresados.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
ángel truncado en vuelo,
que tu voz se me enreda entre los ojos
como una hiedra lenta y me retorna
a infancias melancólicas,
a cansadas esquinas, a horizontes
que jamás se me alzaron,
a las sombras de olivos sin ternura
en las desiertas sendas.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alegre compañero,
que te sientes aquí, junto a nosotros,
en este exilio de paredes blancas
que hemos ido naciendo entre poemas
para volver a ser más puros,
quizá para volver a ser, tan sólo.
Ponte cómodo, hermano,
toma un vaso de vino, bebe, canta,
que esta tarde de lluvia no hay tristeza
que nos pueda rendir,
aunque algún clavicémbalo nos hiera
las perdidas memorias, los espejos
de lejano mirar.
Sólo quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alondra de esta casa,
que resumes el tiempo en nuestras sienes,
que tus alas nos cubren
para tomar el pulso a las mañanas,
que nuestra torpe lluvia se diluye
como el humo olvidado de un mal sueño
al escuchar tu luz.
Tercer Ensueño
…Y si un día mi mar amaneciera
con una nueva isla en su regazo,
una isla nacida
del oculto lugar donde los dioses
reposan su pretérito esplendor,
la quietud implacable de su olvido…
Y si fuera una isla nacida en alborozo,
de benigno perfil y tierno territorio,
de playas como lámparas votivas,
titánicos volcanes,
valles ensimismados,
anchos lagos sin fondo,
y en sus selvas atónitas crecieras
el rojo flamboyán, el jacaranda azul,
la umbría de las ceibas, la lujuria
sutil de las orquídeas,
y se oyera un murmullo polícromo de pájaros
arropando en sus vuelos
el libérrimo canto del quetzal…
Y si esa extraña isla decidiera
conocer tierras nuevas, rumbos nuevos,
nuevas constelaciones,
y levando sus anclas de obsidiana,
entre un fragor de nieblas y maizales
por tenebrosos mares
proa pusiera hacia mundos remotos,
hacia horizontes hondos como dudas,
inciertos como augurios,
amplios como el azar…
Y en una latitud inesperada
unos brazos de atlante
enamoradamente la acogieran,
y pacíficas aguas lo bañaran
ofreciéndola al sol y a la benevolencia
de otros dioses ignotos y lejanos,
y allí quedara para siempre, y fuera
poblada de hombres puros,
gentes de pies oscura, voz humilde,
negros ojos, limpio y alto mirar,
y con los siglos le nacieran pueblos
de nombres como gemas brilladoras
en los que eterna la esperanza ardiera:
Antigua, Sololá, Quetzaltenango,
Santa Cruz del Quicé…
Y preso en sus orillas, nuestro mar,
con sus islas sembradas de cenizas,
sepulcros de tritones y gorgonas,
harapientos trofeos,
viejas desolaciones,
quedara encadenado a sus leyendas,
con su nostalgia herida,
y con su ausencia a solas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario