Alessio Brandolini nació en Frascati, Roma, Italia, en 1958. Vivió sus primeros veinte años en una pequeña casa sobre la cima del Monte Compatri, en la provincia romana. Luego se trasladó a la ciudad de Roma, donde vive, trabaja y obtuvo el título de Doctor en Letras Modernas. En 1991 ganó la sección inéditos del Premio Montale con un poemario, más tarde publicado por el editor Scheiwiller. Varios textos suyos pueden encontrarse en antologías y revistas, entre ellas, vibrisse Bollettino di letture e scritture, que se difunde vía e-mail. Organiza lecturas y encuentros literarios, sobre todo con el grupo I libri in testa (Los libros en la cabeza). Libros publicados: L’alba a piazza Navona, Scheiwiller, Milán, 1992, Premio Montale 1991 –Sección inéditos-) y Divisori orientali Manni, Lecce, 2002 (Premio Alfonso Gatto 2003 – Obra primera).
Poemas de Alessio Brandolini
Lagos árticos
Las torres hubiéramos abatido
de Babel, las crueles incomprensiones
los diálogos: cocteles de palabras
arrojadas allí
como una bolsa de harina
deformadas a patadas, a puños
pero los centinelas estaban bien colocados
armados con fusiles, bombas y cuchillos.
Demasiado arriesgado
acercarse al recinto electrificado
asomarse a la ventana
o detenerse en el umbral de una panadería.
Queríamos relaciones más genuinas
esenciales, secas,
y en cambio nos arrolló
la sequedad
de una vida inundada
y nos redujimos
hasta exhibir el revés
de una calavera
quebrada en varios puntos.
Recostados en la barca pintada de blanco
postrados, con los brazos caídos
la nariz enrojecida
el rostro entumecido por el frío.
Las recíprocas indiferencias habían levantado
altas vallas de terror: diques infranqueables
detuvieron el torrente impetuoso del amor
nuestro, arruinado, que corrió hacia el valle
por eso liberarse
se volvió finalidad prioritaria
de nuestro gélido viaje.
El sol en un pozo
Había un lisiado
uno que no veía por la calle
nosotros fingíamos no darnos cuenta
estábamos ahí parados
detrás de la casa conversando
y masticando chicles.
Luego vino un chaparrón tremendo
que detuvo el polvo de las calles
diluyó los colores de los palacios
inundó los huertos de los jubilados
el jardín de la plaza principal
maltrató los árboles de tronco débil
hasta un farol dobló ese viento.
El lisiado se puso a correr
sacudiendo con las manos
el vacío que lo rodeaba
nosotros fingíamos no darnos cuenta
estábamos ahí escondidos
dentro de la casa
mirando para la calle
pasándonos
un cigarrillo tras otro.
Desde entonces el sol no volvió a salir
teníamos que hacer cola para verlo
sofocado dentro de un pozo
allá abajo, en el fondo.
detrás de la casa conversando
y masticando chicles.
Luego vino un chaparrón tremendo
que detuvo el polvo de las calles
diluyó los colores de los palacios
inundó los huertos de los jubilados
el jardín de la plaza principal
maltrató los árboles de tronco débil
hasta un farol dobló ese viento.
El lisiado se puso a correr
sacudiendo con las manos
el vacío que lo rodeaba
nosotros fingíamos no darnos cuenta
estábamos ahí escondidos
dentro de la casa
mirando para la calle
pasándonos
un cigarrillo tras otro.
Desde entonces el sol no volvió a salir
teníamos que hacer cola para verlo
sofocado dentro de un pozo
allá abajo, en el fondo.
El embudo
En el sueño las preguntas
duelen y crecen
son flechas en la carne
libélulas que rozan
porcelanas
que vuelven a volar.
Maquinistas que devoran
bocadillos enormes
astillas de sol se vuelven
sal entre las llagas
en las heridas hondas
y el embudo recoge
destila
las punzadas de dolor.
Carente de palabras
el sueño
se sale de la curva
desvía y atropella
el futuro
que llama a la puerta
más pálido que nunca.
Traducciones de Martha Canfield.
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