José Joaquín Pérez, poeta, periodista, abogado y político, nació en Santo Domingo, República Dominicana el 27 de abril de 1845. Estudió en el Seminario de Santo Domingo y completó su educación en dicha institución bajo la dirección del presbítero Fernando Arturo de Meriño. La primera poesía que compuso fue un soneto a su maestro Monseñor de Meriño quien había sido desterrado por Pedro Santana.
Desde muy joven se dedicó a la poesía y comenzó a ganar prestigio cuando todavía un adolescente de dieciséis años, dio a conocer un soneto de carácter político en el que rechazaba la anexión de la República Dominicana a España.
Fue desterrado a Venezuela por Buenaventura Báez y regresó al país después del triunfo de la Revolución del 23 de noviembre de 1873. En 1877 publica Fantasía Indígena, colección de composiciones en versos en la que figuraban sus páginas líricas más notables.
Fue Oficial Mayor del Ministerio de lo Interior; Ministro de Relaciones Exteriores; Diputado al Soberano Congreso Nacional; Miembro de la Asamblea Constituyente; Ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública y Magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Colaboró con El Nacional (órgano de la sociedad La República), El hogar, La Revista Ilustrada, Letras y Ciencias y en los Lunes del Listín. Dirigió los periódicos La Gaceta Oficial, Eco de la Opinión y El porvenir.
En 1884, siendo Ministro de Justicia, Fomento e Instrucción Pública, intentó poner en práctica varias iniciativas a favor de la enseñanza: como el proyecto sobre la creación de escuelas ambulantes en las secciones más pobladas del país, proyecto que fracasó por la renuncia del presidente Francisco Javier Billini en 1884.
Su nombre está íntimamente vinculado a la reforma educativa. Presidió los primeros exámenes que se realizaron en la escuela normal de Santo Domingo para poner a prueba el sistema educacional de Hostos y presidió la investidura de los primeros normalistas del país.
Es el máximo representante del romanticismo poético dominicano y una figura destacada del movimiento indigenista en América Latina. El rasgo más notorio de la obra poética de José Joaquín Pérez es el indigenismo, pues basándose en tradiciones, leyendas e informaciones históricas relacionadas con los primitivos habitantes de La Española, escribió interesantísimas páginas acerca del desdichado destino de la raza taína luego de la llegada de los colonizadores.
Sus coetáneos y las generaciones posteriores le han reconocido como "El cantor de la raza indígena".
Murió en Santo Domingo el 6 de abril de 1900.
OBRA:
Contornos y Relieves (1875), Fantasías indígenas (1877), Versiones del poeta inglés Thomas Moore (1871-96), Poesías varias (1896-1900).
Ecos del destierro
¿A dónde vas, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
con el eco fatal de la agonía
que lanzo lejos de mis patrios lares?...
¡Ay! dime si a mi triste afán perenne
darás, volviendo, plácida esperanza,
o si rudo el destino su solemne
sentencia contra el bardo errante lanza.
Di si una pobre, triste, solitaria
madre que llora sin cesar, me augura,
dirigiendo hacia el cielo su plegaria,
penas amargas o eternal ventura.
Di si aún resuena lúgubre en su oído
aquel adiós del alma que le diera,
o si en su seno casto, bendecido,
mañana reclinado verme espera.
¡Ay! Dime, dime! En tan funesto día
dispersas vi mis ilusiones bella;
campos de flores, do el reflejo ardía
de un cielo azul de nítidas estrellas.
Y hoy... la experanza en abandono llora
en los escombros y cenizas yertas
de tantas dichas que aún el alma adora,
de tantas dulces ilusiones muertas...
Ve, ráfaga fugaz, del alma aliento,
cruzando abismos a la patria mía,
¡que a ti no puede un sátrapa violento
imponerte su ruda tiranía!
Juega en las linfas de Ozama undoso,
besa los muros do Colón cautivo,
de negra y vil ingratitud quejoso,
el peso enorme soportara altivo.
Y si en la ceiba centenaria miras
muda ya el arpa que pulsé inspirado,
con los trenos de amor con que suspiras
haz que vibre mi nombre ya olvidado.
Yo soy aquel cantor que entre su seno
la alondra cariñosa comprimía,
mientras en el nido, de hojas secas lleno,
verdes guirnaldas con afán ponía.
Yo soy el trovador de esas colinas,
que de Galindo en la feraz altura,
velado por las sombras vespertinas,
rindió culto al amor y a la hermosura...
Vé, ráfaga, suspira, gime y canta;
a mi ángel puro con tu incienso aroma;
"ella" el santuario de mi vida encanta
cuando su imagen en mi mente asoma.
Vé y si junto a mi madre, mi inocente
dulce huérfana implora por mí al cielo,
estampa un beso en su virgínea frente,
signo de amor y paternal desvelo.
Y a todo lleva, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
el eco de la angustia y la agonía
que lanzo lejos de los patrios lares...
Areíto de las Vírgenes de Marién
Coro
Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.
I
El momento feliz en que la vida
Louquo potente e invisible creó
la raza de Quisqueya, ennoblecida,
del caos confuso, ante la luz surgió.
Cacibajagua, la caverna ardiente
que guarda en su región Maniatibel
fue la cuna inmortal de Elim luciente,
padre fecundo de la indiana grey.
En ella el germen de la tierra indiana
inmóvil, mudo, mírase flotar,
y un beso de la luz de la mañana
hizo un ser amoroso palpitar.
Convertido fue en árbol, donde el viento
llegó en torno sus alas a batir,
y las hojas nacieron de su aliento
y los campos se vieron sonreir.
Del Turey derramó vaso de aromas
sobre el árbol de vida el Gran Zemí,
y montañas, erial, valles y lomas,
todo se adorna en la naciente Haití.
Coro
Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.
II
Nació de ese árbol, en tan bella hora,
fecunda, esbelta, misteriosa flor,
castísima gemela de la aurora,
hija inocente del primer amor.
Y, a la sombra del árbol, dulce arrullo
alzaron las palomas de Marién
cuando el naciente, virginal capullo,
abrió la flor para esparcir el bien.
Pobláronse las vastas soledades
de seres mil en infinito amor,
que el inmenso confín de las edades
llenan de gloria, de virtud y honor.
El santuario del bosque, las cabañas,
que sombrean las palmeras y el bambú,
las pampas que circundan las montañas,
las vegas que regando va el Camú,
del culto de Marién ya propagado
repiten el sonoro yaraví,
mientras el perfume del aloe sagrado
lanza al aire el luciente canaí.
Coro
Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.
III
Con flores de la ígnea índica zona,
con raras conchas del caribe mar,
llevad tejida la inmortal corona
que vais a los Zemís a consagrar.
Bulliciosas, ceñidas con la pompa
del misterioso rústico jardín,
el aire vago vuesto areito rompa
y llegue al trono en que se asienta Elim.
Deslizaos, como en medio de las hojas
la tierna madre, la primera flor,
cuando sintáis vuestras mejillas rojas
al beso ardiente del primer amor.
Dejad henchirse vuestro seno altivo
cual la fruta sagrada del mamey
cuando el dardo os arroje fugitivo
el dios fecundo de la indiana grey.
El Gran Zemí es el padre de la vida;
de él nos viene la luz del corazón,
el aire puro que al placer convida,
el principio inmortal de la creación.
¡Feliz momento en que al amor se dieron
todos los hijos del Supremo Ser!
¡Felices los que -amando- se rindieron
unidos a su omnímodo poder!
Coro
Bellas hijas de Elim y del Turey,
el arieto de amor al viento dad,
y al son del tamboril y del magüey
aéreas en torno del Zemí danzad.
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