Juan Manuel Uría (Rentería, 1976) ha publicado los libros de poesía Puerta de Coral (Ellago Ediciones, 2005), ¿Quién es Werther? (Biblioteca CYH, 2009), Transformaciones (Baile del Sol, 2009) y Manzana de vaho (Editorial Quadrivium, en imprenta). Miembro del grupo cultural Gatza, donde codirige la revista de literatura y pensamiento Soliloquio y el cuaderno de poesía Pidgin. Es miembro de la Asociación de Escritores de Euskadi (AEE).
En 2012, junto con el poeta Beñat Arginzoniz, crea la editorial de poesía El Gallo de Oro.
Organiza y dirige el Festival de Poesía Guardetxe Poesia Jaialdia.
Poemas
Tras ella un desorden de formas gastadas. Un anhelo de más que sumerge la mano en el olvido.
Y la memoria que se pierde dejando sólo la huella de un cuerpo en la arena.
(De Transformaciones, 2009)
Quién quiere probar mi pan y mi vino. Quién quiere sentarse conmigo a esta mesa humilde para decirnos algo o no decirnos nada y sencillamente acompañarnos. La puerta siempre estará, ya, abierta. Quien tenga hambre y sed venga. Aquí tiene un asiento. Aquí tiene un lecho donde dormir. Aquí tiene su igual. Espero. Este pan no se endurece ni este vino se avinagra. Esperaré todo el tiempo que sea necesario, pues este pan y este vino deberán ser, para que nutran, compartidos. Espero, leyendo mis viejos libros de poemas, a que a mi hogar llegue el amigo.
(De Transformaciones, 2009)
SI NO ERES PUENTE
Siempre conté hasta diez y nunca apareciste.
Fueron noches de granizo desnudo, de temblor
en el humo del deseo. Días de ayuno y lucidez
Kepa Murua
La realidad no existe. No te siento ahí. La realidad no me interesa si no eres puente.
La realidad no se sostiene, es así de sencillo. Se deshace como un sueño. Sólo quedan mis dos manos, casi yo: un desnudo impreso, una interrogante. Signos como restos.
Pero no me importa; cierro los ojos. Duermo o hago que duermo, cuento hasta diez; abro los ojos. Es suficiente: estás –y si no estás, tampoco importa: cierro los ojos, cuento otra vez–.
(De Manzana de vaho, 2013)
Ya se respira mucho mejor. A mi lado oigo las arrugas de algunos vestidos. Toda la noche bailando o latiendo. Persiguiendo, sin pausa, pavesas de hielo.
Fuera ya no llueve, sólo hace frío. Estoy desnudo pero no lo siento. Sé que hace frío, lo sé y nada más. Puedo ver el tenue empañado de la ventana. Me levanto y escribo sobre el vaho:
¿Lo sientes
tú,
el frío?
Me separo unos pasos y veo cómo lo escrito, poco a poco, va desapareciendo bajo un nuevo y frío paño.
El vaho es olvido puro.
Descanso, por fin. Siento alrededor un color a nuevo. La base mineral de la que surgen los mundos.
(De Teatro, inédito)
Qué hacer cuando todo acaba y el juego termina
Qué hacer cuando todo acaba y el juego termina, no se sabe muy bien cómo pero termina, quizá lo hayas perdido todo, o no. Acaba la espera en el día acabado, se oscurece el día por dentro, tu cuerpo se ovilla. Acaba la espera y Godot no ha llegado. Seguirás esperando mañana. Esperarás hasta que mañana acabe, y de nuevo el día se oscurecerá por dentro, y Godot no habrá llegado. Siempre acaba el día aunque el día siga luciendo de alguna forma, en ti de alguna forma, en ti ovillado, y tu boca confundida grita que todo ha acabado, que ya es oscuridad, no noche exactamente sino oscuridad, aunque el día siga luciendo y en ti luzca. Acaba la espera hoy, pero seguirás mañana, y en ti luce el día resguardado, la tea que ilumina al deseo. Pero -¡ah, cuervo agorero!, qué harás cuando esta luz se vaya y la sustituya una absoluta oscuridad de miedo, qué hacer si estás en tu rincón de sombra, indefenso. Qué hacer cuando todo acabe definitivamente y nada brille ya, ni pueda brillar, en el marco de tus ojos. Qué harás del poema desvanecido en tus manos. Qué harás pues, respóndeme, si todo acaba. Si te das cuenta que Godot no existe.
Hay locuras que insisten en besar mi mano
Hay locuras que insisten en besar mi mano. Se van, vuelven, sorben de mi vaso de agua, imitan mis gestos. Hay fragancias iguales que erizan mi pelo, lo vuelven azúcar y me arrastran hacia el último peldaño de oro. Si hablo no hablo. Si vivo no vivo. Si escribo, las palabras saltan de la página y desaparecen, silbando y contoneándose como el humo del cigarro que ya no fumo. En la noche febril, antes de que me pierda en las calles, antes que de cada casa huya un pájaro, antes de que una mujer se vista, mucho antes de que algo en mi corazón se muestre, la locura esparce su polvillo sobre mi frente y escucho, oigo en mi sueño una guitarra, musito en mi lecho un canto.
El párvulo no temerá
El párvulo no temerá. La piedra no dará en su sien. No habrá una monja que restañe su herida. El calvero al que escapaba con su amante para saber, esto es lo que permanecerá, y el amor, y la música. No aprenderá la a, ni la e, no aprenderá que dos más dos es quizá cuatro, ni verbo ni predicado, no rezará más el padrenuestro cada día al comenzar las clases. No hay Dios en el calvero, no hay Dios en el beso proscrito. El párvulo no temerá. Su sien descicatrizada dormirá en la hierba mientras ella vela a su lado, resplandeciente, cepillándose el cabello.
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