Guillermo Martínez Yantorno. Poeta y periodista argentino. Nació en San Isidro.
TRENES A LO LEJOS
Años en San Isidro:
El viento que me vació las manos tantas veces
no me negó sus pájaros.
Como un robinson que arrebatara al mar
sus propios pedazos.
Como querer imitar a la luciérnaga
que es su propia luz,
Como palabras elegidas con apuro
por terror al silencio.
Otra vez estará la madrugada
por nacer entre arenas,
otra vez irá el día en San Isidro
a pegarse de a poco en las paredes.
Y todo volverá como los nombres
que amanecen
cada vez
en la memoria.
Una casa cuadrada
enana
donde los pájaros chocaban contra los vidrios
creyendo que era el día.
La casa aquella
no compartida jamás con Alejandra
porque ella también
llegaba solamente hasta los vidrios.
Me costó comprender su lenguaje de adherencias:
para eso hizo falta
echarla toda abajo.
Pero la casa nunca estuvo vacía.
No pudo quedar despoblada
porque los diálogos de sus muertos
no cesaron
con dos vueltas de llave.
Los hijos jugábamos en el patio
y el tiempo
soplaba a favor
casi todos los días.
Una puerta blanca daba a la calle
y parecía segura.
Pero padre de qué te sirvió apretar las manos?
La vida escapó lo mismo.
En la habitación de sus terrores
el niño espera el alba.
La misma oscuridad que fue pavor
de abuelos muy remotos...
Entra la madre
y restaura un ángel
dormido en una grieta.
Sobreviven, padre,
tu voz que es un saludo entre las ruinas,
la esquina
fundada para encuentros de habitantes
que callan lo que saben de naufragios,
el patio de la casa
a la que inútilmente digo: Hablame.
Sobre todo tu voz, esa voz que nos dijo:
-La noche que me espera
tiene tantas entradas
y ninguna salida.
Estrellas de nuestro patio.
Había que ganarlas:
no bastaba con alzar el rostro.
En una Nochebuena de este patio
sobró tu silla, padre,
y simulamos que era Nochebuena.
Yo estaba en una tormenta
sobre un bote
sin costa visible.
Faltaba aire para ser vigilia.
Sobraba muerte para ser un sueño.
Nuestra infancia, hermana,
y el patio con su luna,
y el miedo de dormir por si alguien la apagara.
No habrá nadie que diga
por ejemplo
hace mil años hoy, aquí rieron.
Caminamos muy juntos
con la pequeña risa de esta tarde.
Tomé agua entre las manos
Mi gesto tenía millones de años
y el agua parecía recién nacida.
Te dije que tenías lo que tiene la música,
reíste entre relámpagos,
y fuiste gris, persistente, sonora,
y goteaste tu paso en el camino
y yo no distinguí mujer de lluvia
La busqué
como busca una luz amiga
el que está perdido.
Y todo fue evidencia,
y todo fue Alejandra y hasta el alba.
Amé mi cuerpo joven.
Lo di al viento creciente
a una luz arrancada a la tormenta
al río
y a la mujer que supo
agregarme camino, abarcar cielo,
(no un cielo de llegada y mansedumbre
sino el modo de ser de la vigilia),
Amé mi cuerpo joven
que sólo al darse a todo
se hizo mio.
En esta tarde en que solo es nuestro el frío
el silencio prepara tempestades.
Quién supiera callar como el silencio,
Al resbalar la luz por tu sonrisa
teníamos la edad de nuestro encuentro.
Preferí caminar a interrogarme.
— Vivirá sin preguntas el hombre
que me queda hasta el alba.
Eras la alegría de estar cerca.
Sabías no ser nunca de otra parte:
siempre llegabas de no haber salido.
Trenes a lo lejos. Mi habitación a oscuras.
Hay voces adheridas al insomnio
que gritan nombres callados en el día.
No hablaré de fugacidad
ante estas flores azules,
más bien diré
un mismo polvo dentro de cien años
nos hace hermanos hoy.
Por aquella vía no pasaban trenes.
La humareda oscurecía veleros.
El calor de tus manos
era un largo viaje.
Noches de calles a oscuras, sin luces en las casas.
Si no fuera por su voz
Alejandra tampoco estaría.
A la espalda mi sombra:
Si me doy vuelta
soy sólo humo.
Contemplación del agua
desabroché tu blusa
y todo fue un fervor
de ofrenda al sol reciente.
Hoy merezco mis ojos.
Miré tus pechos nuevos
como estos juncos
como tu anillo
como este día.
Aquí mi infancia sabía
mis únicas palabras de ahora.
En una tarde
de este río
yo supe
que no se crece por dolor
-duelen nuestros límites-
sino por alegría
que es volar más lejos.
Demolieron la casa.
Yo busco en los escombros y compruebo
que el viento no ha llevado nuestras sombras.
No habrá más esa casa
con ventanas golpeadas
por la música.
No habrá hijos
(y si la sombra de ellos)
en un patio que tuvo
el exacto tamaño de
la luz compartida.
Nunca más habrá un patio.
Un pájaro en las ruinas.
Quiere dormir pero lo aturde
la voz de los ausentes.
Hay un perro ladrando a los escombros
-Esperará que el día restituya
el centavo de luz
que bastó para hacer la algarabía-?
Crecí junto a este río.
Hoy sólo el oleaje,
este hombre que muere
y el que llevo.
Río que grita las pocas
verdades importantes,
Escuché la suma de sus voces:
lo que se diga ahora
será repetición.
Pájaros del día. Me alejo.
Calle,
que en un anochecer serás la única
con una sola casa.
Pero la casa nunca estuvo vacía.
No pudo quedar despoblada
porque los diálogos de sus muertos
no cesaron
con dos vueltas de llave.
/
Una puerta blanca daba a la calle
y parecía segura.
Pero padre ¿De qué te sirvió apretar las manos?
La vida escapó lo mismo.
/
Un pájaro en las ruinas.
Quiere dormir pero lo aturde
la voz de los ausentes.
/
Hay un perro ladrando en los escombros.
-¿Esperará que el día restituya
el centavo de luz
que bastó para hacer la algarabía?
De: "Trenes a lo lejos", Fundación Argentina para la poesía, 1978
CALLE LORETO, EN EL CUZCO
Todo tiene la edad de los imperios.
Todo menos tu mano en el hallazgo,
tu risa que madruga entre los muros.
Solamente nosotros somos nuevos.
Calle angosta y memorias adheridas
Resbala un nuevo sol por la pendiente.
Adentro de tu nombre hay otro nombre
Que ella dice en voz baja y caminamos.
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