Diego Sánchez Aguilar (1974, Cartagena, España)
Diego Sánchez Aguilar es un poeta cartagenero que, sin duda alguna, se consolida como poeta con "Diario de las bestias blancas", un poemario que le hizo acreedor del VII Premio Dionisia García de poesía. Pero tampoco podemos olvidar otros libros como "Desde el vientre de la ballena" o "Lindero de tinieblas". Ha sido importante su participación en diversos fanzines literarios en la ciudad de Murcia a lo largo de los últimos años.
Locus amenus - Barrius sésamus
Aquí la tarde cae como una araña.
Las chicharras y los ciclomotores intentan entenderse en vano
bajo un viento que arrastra niños, mochilas y gritos.
La programación infantil inyecta su psicosis a través de la tele:
un monstruo azul crea las coordenadas espaciales
ahora está arriba ahora está abajo, arriba, abajo, arriba, abajo.
Un emisor y millones de receptores ante el mismo mensaje,
arriba, abajo, están dentro de la tarde y las meriendas.
El mundo vuelve a nacer cada segundo.
Yo estoy tumbado encima del sofá
y sin embargo cayendo como una pantera rosa.
Yo estoy dentro de la tarde y su música estridente
y llena de alegría, payaso multicolor.
Un monstruo rojo en algún lugar tras los cristales
destruye las coordenadas espaciales:
yo estoy fuera de la tarde y su burbuja
y también estoy dentro de la tarde y sus mensajes
dentro, fuera, dentro, fuera .
Alguien llama a dios con su claxon una y otra vez implorando
en el altar de la Felicidad inaccesible como toda divinidad.
Hay un helicóptero en mi cabeza
millones de emisores y un solo receptor, yo,
estoy dentro de todos los mensajes
estoy fuera de todos los mensajes
estoy dentro del silencio,
el mensaje de ningún emisor
el código circular: la sangre dando una vuelta más
en mi sistema circulatorio.
En el silencio sólo se escuchaba
un lento rotar de aspas que sonaba.
De: Famosos en acción
Desde el vientre de la ballena
Si algún día salgo de aquí
recuerda que esperé bajo las nubes
cubierto por una lluvia de tiempo y con la certeza del diluvio
que arrancara las raíces.
Mis dulces piernas nunca supieron correr como insectos, tú lo sabes,
pero nadie se salvó y yo pensaba en tí mi Amor
flotando los troncos enfurecidos sin comprender
las farolas atónitas los tejados divertidos inundados.
Recuerda que mi cabeza también giraba
y dibujaba una sonrisa entre las copas de los árboles
bajo el simpático viento de los helicópteros
bajo el huracán impaciente que pedía mis ropas.
Los astros patinaban sobre el hielo que podría ser de tus ojos
y sonreían también desde su altura
en línea recta hacia mi rostro.
Dormía el mar cuando me abrió sus sábanas
cuando los ruidos se alejaron murmurando
¿qué importa qué dijeron?
Recuerda que encontré mil barcos hundidos
y ninguno supo confirmar mis sospechas, ninguno conocía tu nombre.
Los náufragos sólo juegan callados a la ruleta
maldicen con el silencio de sus uñas las cosas que flotan,
las que brillan allá arriba,
ignoran su cuerpo más que el mío.
Recuerda que desde que me senté aquí
adorné la oscuridad con la seda del cine mudo
con los calendarios que van cayendo a veces como medusas
y de los que elijo impar y rojo casi siempre por tí mi Amor.
Si algún día salgo recuerda que desde que caí aquí
cogí el vicio de hablar solo
de inventar recuerdos.
Si algún día salgo de aquí y te encuentro
recuerda que tu nombre no importa
y que te volvería a esperar aunque llueva.
Vuelta a casa
Conduzco de noche de vuelta a la ciudad.
Atravieso la oscuridad, el informe animal inmenso
que habita estos espacios indefinidos entre los núcleos urbanos
y ahora frota sus espaldas contra los faros.
Conduzco como un borracho aunque no he bebido nada.
Pero la noche es densa y ligera como la niebla del alcohol,
y este cansancio de ir a llegar a mi casa y a mis muebles
es un estado de la materia desconocido por la física.
Vengo de ver los acantilados porque ha sido domingo
(ahora ya no es nada) y vengo de ver mi colilla cayendo
como si no pesara,
en un espacio vertical más ligero que el del cenicero
o el que hay entre mi mano y el suelo.
Vengo de los acantilados donde finjo tener un alma como la de las películas.
Y hay coches que me adelantan que también vienen de allí,
y que han fingido un alma como la mía.
Estoy demasiado cansado hasta para poner música.
Lo que hoy escucho es el rozamiento de los neumáticos contra el asfalto
y el continuo impacto del volumen de mi coche contra lo oscuro,
y el cansancio es también una forma de parálisis
provocada por esta música infinita de la materia.
Dentro de veinticinco minutos estaré guardando el coche en el garaje,
y mientras suba en el ascensor pensaré en el despertador a las siete
y pensaré en mí mismo con un café delante de la tele.
Pero ahora conduzco sin conducir y la oscuridad, estado líquido de la luz,
se cierra sobre sí misma al paso de mi coche y sus débiles faros
y me siento abandonado como un cristal que nada transparenta.
Dentro de veinte minutos estaré entrando en mi apartamento
y seguiré estando apartado como ahora pero más quieto,
de una forma paradójica porque todo seguirá girando,
hasta que llegado cierto punto del giro
la mano contraria a la que sostendrá un café, encenderá la tele.
El telediario del lunes se tomará a sí mismo más en serio
y querrá dar la impresión de que algo empieza.
Como si algo hubiera sido interrumpido,
como si hubiéramos disfrutado de un merecido descanso.
Diario de las bestias blancas
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