María del Rosario Andrada es poeta y narradora, nacida en Catamarca, ARGENTINA. Autora de los libros de poemas: Uvas del Invierno, 1978; Casa Olvidada, 1982, Ed. Municipalidad de la Capital; Tatuaron los Pájaros, 1987, Ed. Botella al Mar, Bs. As.; Anuín y los Senderos del Fuego, 1992, Ed. Último Reino; Los Cánticos de Otmerón, 1998, Ed. Último Reino; Profanación en las Alturas, 2004, Ed. Último Reino; Último Resplandor, 2007, Ed. Del Dock. Las Tres Caras de la Herejía, cuentos, 2003, Ed. del Candil y “Los Señores del Jaguar”, 2012.
Ha sido incluida en distintas antologías: Poesía de la Mujer Argentina de María del Carmen Suárez; poemas traducidos al alemán en América Latina, editada en Viena, Austria, por la Dra. Ema Pfeiffer (Universidad de Viena, 1992), reeditado en edición de bolsillo en 1994; Poesía del Noroeste de Santiago Sylvester, 2004, editada por el Fondo Nacional de las Artes; Poetas Argentinas, de Irene Gruss, Ed. Del Dock, 2006.
LOS SEÑORES DEL JAGUAR
Los tentáculos del hambre
hacían perder
los sueños
los venados
escuálid
atravesaban
la pradera.
En un patio trasero
Yunha Pac
restauraba una hamaca,
Shani
su hija adolescente
entrelazaba fibras
la tranquilidad
y el inmenso calor
unidos en matrimonio
hostigaban a los vecinos.
Allí estaban
celosos de sus posesiones
vestidos con plumas de guacamayo
cumpliendo su fatídico
destino.
La cercanía del trueno
era un clamor
repetido
en oraciones
la lluvia
saciaba
la tierra
los animales sedientos
calmaban su furia
no había nubes,
ni señales de agua bendita.
Los días fueron pasando
erráticos
tumultuosos
ante la ansiedad
y el oscuro designio
ofrecieron en el año del buey
los primeros
sacrificios.
La cacería
ha comenzado
un hombre de otra tribu
es el señuelo
va adelante
teñido de sangre
olor a muerte
los gritos estremecen la selva
las garras del felino
trepan sobre
el cuerpo
que yace sobre el suelo
gruñe
coloca las patas traseras
sobre el abdomen
encarna
las uñas en las vísceras
y las arranca.
Llegan los cazadores
no matan al jaguar
atrapan al dios vivo
dejan el anzuelo descarnado
es el tiempo de los
nueve Señores de la Noche.
I
creo
en el amor
que ha teñido de rojo la estalactita
en el sacerdote que ha vestido
de angustia la tarde
en la ofrenda de los cuerpos
en la araña que ha cruzado el desfiladero
en la sequía que aniquila
en el estertor de los aparecidos
en las ruinas de oropeles y desvaríos del alba
en los visionarios de la comarca que
murieron
en cuclillas
ahora
una manada de vicuñas se prende
a un pezón
y el aire santifica las alturas
II
vendrás otra vez
como el primer día
a sabotear con ojos perversos la estatura
del silencio
a profanar el vuelo de las rosas
reflejadas en el agua de un estero
el sol cautivo en latitudes
los círculos del cóndor
el eco de un rezo que se esparce
en la montaña
vendrás otra vez y la lluvia
aún no habrá caído
III
El alba enrojeció los lagartos
que dormían
sobre la piedra
una silueta se perpetuó
en el cosmos
en la lenguas profundas
de la noche.
IV
No conocíamos el fuego
habitamos la cercanía
del miedo
Teníamos la lengua atada a un
Sopor profundo
No había signos de párpados
ni el tú ni el yo
todo era latitud circundante
tampoco éramos muerte
sólo el principio de un dios
que apenas nos miraba
V
Escarabajos luminosos
Trazaban coordenadas
de fuego
los papagayos abrían sus alas
a la muerte
En el resplandor de la agonía
Las lenguas de los mártires
Se esparcían en la tierra
VI
Las garras del felino se asientan
sobre la piedra
su cabeza emplumada
mueve un cosmos
de silencios
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