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miércoles, 12 de septiembre de 2012

7867.- DIONISIO VIVANCO




Dionisio Vivanco (Santiago, Chile, 1956). Estudió teatro en la Universidad de Chile. Ha publicado el libro de poemas “Oscuraclaridad” y mantiene inéditos varios trabajos. “Oscuraclaridad es un extenso e intenso poemario pleno de humanidad. El mito bíblico de Caín es el hilo conductor de un verso poderoso, profundo y reflexivo sobre nuestra condición. Los poemas poseen una vigorosa oralidad. Son textos que debieran ser leídos de lugar en lugar. El oxímoron que construye el título del libro es elocuente: vivimos perpetuamente en una oscura claridad”. (Oscar Aguilera, Sociedad de Escritores de Chile).





Dionisio Vivanco 
Poemas del libro Oscuraclaridad
Selección 



Yo soy Caín, 

soy el hombre, 
soy el hermano del muerto, 
el que trata de explicar lo inexplicable 
con la boca llena de tierra, 
con la sensación de la sangre en vano, 
con el dolor de lo que está hecho 
y ya no tiene remedio, 
porque siempre es nunca, 

y nunca 

es volver a empezar. 


Cometí este crimen, 
en el momento 
que el cerezo perdía sus flores, 
la vida parece caer desde entonces 
girando sobre sí misma, 
hasta extraviarse en palabras 
que no tienen sentido, 
y se rompen de repente en mil pedazos, 
como el sordo cristal 
donde se refleja mi alma. 


II 


Yo no ultrajé el cadáver, 
lo miré largamente con una sonrisa equivocada, 

le robé los zapatos... es cierto, 

pero también es cierto, que besé su boca lúgubre 
y bajé de la montaña con los ojos agonizando, 
cargado con lirios para que se marchitaran en otra parte. 

Escondí su cuerpo entre las enredaderas 
y revisé sus bolsillos, 
con la esperanza de encontrar algo de valor, 
mientras un perro ladraba desde sus entrañas 
y su rostro se llenaba de oscuridad. 

Sus ojos me miraban desde la muerte, 

y quise huir... 

huir del llanto y la confusión, 
pero me quedé entre las espinas y la tierra, 
entre esos esqueletos que esperaban la resurrección, 
el perdón de los pecados, la absolución de sus desvelos. 


XIII 

Todo lo que encontré 
es todo lo que perdí, 
Lo que parecía tener 
y se lo llevaron otros, 
sin decir esta boca es mía. 


Mis recuerdos se extraviaron 
entre el luto y la tierra, 
entre unos papeles sin remitente 
que volaban húmedos y vacíos. 


Nada fue mío... 
ni siquiera lo que fui 
o lo que podría haber sido, 
y hasta mi sonrisa 
se transformó en despedida 


XXIII 

Maté a mi hermano... 
y comí en el mismo plato 
que otros hombres. 
Busqué el placer  de otros cuerpos, 
para confundirme,  para despedirme, 
para que me olvidaran 
y me dejaran oscurecido y distante, 
entre la bruma de una larga noche. 

Grité como un loco 
para tratar de despertarlo, 
pero todo fue inútil, 
estaba profundamente muerto 
y un hilo de sangre brotaba de su boca, 
como un manantial siniestro 
que va dejando una huella triste 
por donde caminan las hormigas. 

Dije Levántate y anda 
mientras degollaba un cordero, 
pero él se quedó inmóvil, 
envuelto en un dolor de noches 
y de tiempos apolillados, 
de lágrimas que van contagiando 
una extraña sensación de ausencia... 

que me confina en mis desvelos. 


XXX 

Soy el que acuchilla y el  que recibe el tajo, 
y nadie grita o llora cuando me hieren. 
El dolor me derriba y la angustia 
me atraviesa con su filo preciso, 
y su certero movimiento se mete en mi carne 
como una pesadilla de garras sonoras 
que matan y mueren. 

Soy el verdugo y el condenado, 
el que muere al momento de cometer el crimen, 
Soy el culpable sacrificado, 
y mi sangre se mezcla con barro y sudor, 
con los orígenes y con la agonía, 
con la furia y el amor, 
que dormían abrazados sin darse cuenta. 


Empuño la mano y parece que la vida... 
toda la vida cabe en ella, 
parece que el tiempo y los sueños, 
el éxtasis y el desconsuelo amenazan y sonríen, 
escupen y besan, 

y cuando la abro de par en par, 

se eleva el delirio de la resurrección y de la muerte, 
envuelto en un vuelo de palomas liberadas. 


XXXII 

Encuéntrame... 
encuéntrame porque estoy descarriado. 
Olvida a los otros, 
porque estoy perdido en el desierto 
y no sé como volver al camino. 
He perdido de vista las estrellas 
y estoy a merced del viento y de la arena, 
y tengo miedo y hambre, y me han negado 
la sal y la levadura, la palabra y el agua. 

Olvida al rebaño, 
ellos caminan uno detrás del otro 
mordiéndose los talones, 
y aunque yo he robado y asesinado 
algo grita en mi interior, 
y trato de entender el movimiento de las cosas, 
lo inexplicable, las flores y el mar, 
las moscas y el universo. 

Estoy solo y sin consuelo, 
apenas sostenido por débiles hilos, 
y ya casi no tengo fuerza... 
encuéntrame a pesar de todo lo que he hecho. 
Encuéntrame antes que sea demasiado tarde 
y me rompa contra el abismo 
de mis propios besos... 
Búscame en la noche más oscura, 
ahí estaré esperando con los brazos abiertos 
y mi corazón lleno de otoño. 


XXXIV 


Arrojo al agua la mandíbula, 
y quisiera quedarme en este lugar 
donde nadie me obliga a la ternura, 
me refiero a una sonrisa, 
a una mirada profunda como el invierno, 
porque aquí sólo hay una arquitectura de mausoleos llenos de agua, 
de cornisas que caen a un mar inevitable y profundo. 


Contemplo estos paisajes que encienden sus imágenes, 
para que mis ojos seducidos por la lejanía, 
vuelvan desde esos crepúsculos que se hunden mas allá 
de los límites del tiempo y del fuego... 


Es posible que nadie encuentre el arma, 
la arrastra la corriente río afuera 
entre quebradas y gramáticas grandilocuentes, 
entre luciérnagas apagadas por los dedos de un niño, 
entre girasoles amarillos que se van destiñendo poco a poco, 

hasta quedar con un color estúpido 


de suegra de soldado. 


XXXIX 

Lo que queda y lo que sobra 
lo recojo con mis manos, 
aunque sean restos o cenizas, 
y disputo con los perros 
los huesos arrojados 
en los rincones de la noche. 

Y en esa oscuridad 
que parece que nunca volverá a despertar, 
sepulto a los muertos, 
y me derrumbo lentamente, 
como unos labios 
que besaron sin estar enamorados. 


Es como si mi propia muerte 
viniera a verme antes de tiempo, 
y me encerrara en una ventisca 
que deja sólo residuos y distancias, 
mientras alguien, 
oculto entre las sombras, 

endulza el agua, para que nos dé más sed 


XLI 

Cuando no estoy duermo, 
y mis sueños caen como flores, 
como palabras de una oración llena de viento, 
de zapatos sucios 
que dejan pisadas apagadas y distantes. 

Miro alrededor y no sé si volver o quedarme 
entre los ciruelos, entre  los naranjos, 
entre los huesos llenos de silencio, 
en los que se columpia la muerte de vez en cuando. 

Pero yo conozco el camino de regreso... 
ese camino incierto 
que se abre como mil preguntas o mil respuestas... 
ese camino por el que corro, 
como un perro que huye... 

después de morder la mano que le dio de comer. 


XLIV 

En mi pecho 
arde una extraña sensación 
que no logro entender, 
que me oscurece de pies a cabeza 
y me deja a la deriva, 
mientras una lluvia torrencial 
cae de mis ojos sin motivo aparente. 

Tal vez sea, 
porque enviudé sin casarme 
y nunca me detuve para mirar atrás 
y no borré mis huellas, 
o porque me robé los frutos 
del árbol equivocado 
y el fuego perpetuo 
se apagó entre mis manos. 

O porque, 
en lo más hondo de mis abismos 
llevo un dolor  que hace sangrar mi hombría, 
o porque asesiné a mi hermano, 
y desde entonces, 
estoy condenado a ganarme 
el pan con el sudor de mi muerte. 

Tal vez sea, porque me enredo 
en el silencio de la tarde, 
en ese mismo silencio que presiento 
como un sonido que no  se escucha, 
que se resigna a su afonía de uvas mojadas, 
de hojas que revolotean 
mientras despierto entre las sombras... 

confundido por la ausencia de Dios. 


XLVIII 


Mi mano se estrelló contra tu cráneo, 
con una fuerza incontenible y perpetua. 
Tu herida fue una catástrofe 
que se reventó contra mi pecho. 
Tu sangre manchó mi cara, 
mi ropa,  mis palabras 
y tus ojos llenos de cielo 
se fueron apagando lentamente, 
mientras te escupía y juraba 
que no te volverías a levantar. 

Traté de entender este turbio sacrificio, 
y me puse a temblar de pies a cabeza 
y la desesperanza  brotó de mi piel 
desordenando las sensaciones, 
las ideas, los cariños irreparables, 
que parecen perderse en esa rutina, 
que una y otra vez, 
es interminablemente lo mismo. 

Y me visto de luto y llevo flores 
y me hago preguntas que anidan en mi desconcierto 
y no me dan tregua, 
y me dejan entre palomas y labios fatigados, 
entre rastrojos, esqueletos y simetría, 
entre heridas llenas de silencio 
que arden en mis voluptuosidades, 
mientras miro al revés la oscuridad 
y me devuelvo sin que pueda evitarlo. 







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