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jueves, 12 de julio de 2012

7414.- ADRIÁN SANTINI





Adrián Santini
Adrián Santini seudónimo de Héctor Areyuna Villalobos. (* La Serena (Chile) 3 de diciembre de 1950). Poeta, traductor, ensayista y académico universitario residente en Suecia.

Estudió Literatura Comparada en la Universidad de Estocolmo y se doctoró en Filología española por la misma universidad (1993). Ha ejercido como profesor de literatura hispánica en las universidades de Estocolmo, Örebro, Uppsala, Linköping y Växjö.
Junto a los poetas Sergio Infante, Sergio Badilla Castillo y Carlos Geywitz participó en el grupo Taller de Estocolmo. Como poeta ha sido antologado en Bevingade Lejon(Leones alados) (1991), y como narrador, en Det nya landet (El país nuevo) (1997).
Su libro Oficio y testimonio sirvió de base para la obra musical, Te Deum, del compositor sueco Tommy Andersson (1988)

Obra

Poesías

Después del centauro, Estocolmo. 1978
Oficio y testimonio, Estocolmo. 1979
Las bienaventuranzas, Estocolmo. 198l
Aproximaciones, Ediciones LAR. Madrid 1983
Presagio, Estocolmo. 1988
Contradanza. Santiago de Chile. 2001.

Ensayo

Encierro y sustitución en El obsceno pájaro de la noche de José Donoso. 1993
La migración del símbolo: La función del mito en siete textos hispánicos. 1999
La vulnerable ostentación del orden: La parodia en tres novelas de Jorge Edwards. 2005.





POEMAS DEL LIBRO CONTRADANZA
Santiago de Chile, RIL editores, 2002


Sobre que amanece

a Sergio Infante

Mi vida se detendrá, de hecho, en un instante; al tanto está el recuerdo que se sienta a mi lado y no quiere marcharse. Se deten-drán mis días como esos viejos relojes de pared que suelen morir a la señal prescrita de un chasquido leve. El sueño ha rondado toda la mañana frente a mi ventana. Sus ojos inyectados son los mismos de antaño que vinieron una tarde de julio para llevarse a mi padre.
Bajo el parrón, la lámpara de carburo resistirá ante el débil axioma de las luciérnagas, pero la noche es larga y efímero el triunfo de las cosas visibles: la gema de la lámpara sucumbirá al borde de las conversaciones de los que compartimos la última partida de dominó en espera de la madrugada y la primera micro que nos lleva hasta el pueblo.
Con las primeras moscas desperezándose en los visillos mi vida se detiene aunque los buenos amigos o los recuerdos vuelvan a la mesa: alcen el naipe, desanden la plática de rigor, el tazón de café... y en el jardín la hermana muerta devane el rumor de la llovizna entre las flores.





La ausente

Hablando de una mujer
me acometen los días.
La sé por la ventana
al través de los pájaros
que vuelan como hilvanados
por un sol misterioso, 
o quizás por la calma unánime
del amigo que escucha
y sube un fuego nuevo 
de vino por las copas.

Hablando de una mujer
descubro al viento
en los restos atrapados
del volantín en el lúcumo.

Hablando de esa mujer
creo escribir estas notas para nadie
cuando alguien pasa silbando 
una canción que no recuerda.
Y ella abandonada copiosa-
mente desnuda y sembrada entre las flores
siente que el sol resbala
un redoble de nubes
por sus ojos vacíos.

Cuando hablo de esa mujer 
los vecinos se mofan,
pero a mí ¿qué me importa,
si todas las noches 
ella me espera altísima
temblando entre los astros
que bajan por el río?





Más allá del bosque

De noche el bosque es trazo, ruido de ramas bajo los pies que huyen. Detrás de cada árbol acecha un corazón que se desangra. No obstante su sed vigila y es marcha forzada; apresta el oído al rictus súbito de algo que se presiente. Nadie lo sabe. Nadie adivina. De noche el bosque es trazo turbio a los atentos ojos capaces de atentar al menor movimiento. De noche el hombre es la prolongación de la noche del bosque: más allá de las ramas donde ese vestigio de luna cuelga olvidado de los dientes del tigre y de los trasgos.
De noche el bosque es un trazo pequeño apenas pronunciable: el ruido de una imagen que lo piensa como unos pies sobresaltados que huyen: la sed que sube a borbotones para saltarle encima y descubrir-lo bajo el ruido de ramas y el pendular de los insectos.
De noche en cada árbol el bosque desata sus augurios ante un pecho que respira a trastienda de todo porque todo lo ignora 
y la muerte inicia sus salidas ingratas como si fuera dueña de todos los rincones.




Señas de identidad

Más de alguno de ustedes querrá echar pie atrás una vez que tengan ante los ojos la misma visión desoladora de cuando volví sin más pretensión que darle sepultura.
A quienes se aventuren doy la indicación de ese pájaro que sueña muriendo a la sombra pequeña del espino y, hasta que lleguen, si es que llegan, morirá todos los días. Por eso, recuerden las señales: una vez llegado al pájaro se puede ver con certeza el lugar de la ventana, el espino, el hoyo desalojado de la puerta, el tropel injurioso de las prime-ras malezas, el avance confuso de las enredaderas. Si todo se cumple tal cual lo describieron ellos, podremos al fin reconocernos, quizás más viejos, pero en el mismo lugar en que el día ha convenido.
No hay actitud más racional que el miedo: resístanse; no serán los primeros ni los últimos:

La niebla nos hará transparentes...





Desnuda en la penumbra

Cuando el viento abre la ventana
tu falda cae adrede cerca de la vela.

La luz finge quebrarse cimbrando nuestras sombras
sobre el muro.

Tu cuerpo vuelto a la penumbra
demora la fragancia en los aromos. 



A unos hombros desnudos

Sabes a qué has venido,
y quién desespera y busca.
Detrás de esa ventana
unos hombros desnudos
sucumben frente a un espejo.
Aquel que llega nada crea, nada inventa
(sólo corrige)
no equivoca su mano
rebaña el poro, 
alerta el predio inicuo del deseo,
descubre la piel,
te besa...

Aquel que llega hace 
que lo último caiga
por sí solo y no cubra;
y el abrazo pueda más que todas las ovaciones del mundo.
Aquel que llega nada crea, sólo corrige.
¿Hubo entonces alguien que inventó tanto amor
para venganza tuya y de los hombres?

Detrás de esa ventana dos cuerpos corroboran
que hubo entonces alguien,
algo,
alguna vez, 
el balanceo vivo de una luna que cae
sobre nuevos parajes.
Noche adentro
presto al sentido la tensión de la mano
por girones de piel
sólo adivinados
y que acuden
por la sábana
para caerte 
como la lanza más desalojada de la vida 
como el rocío sobre mí:
varón que acecho,
la noche extravagante
y sus escamas sordas...





Agonía

Luego,
volver a despertar será la mano posada en la frente, apenas levantada para advertir el trascender amargo de los malvones o la sordera de los magnolios, que se llueven contra los cristales.
Despertar...
y aquella anunciación reflota en el cuarto cargado de vapores livia-nos, de palabras recientes que insisten en llamarme reincidentes, in-necesarias, porque delante de los brazos presiento los ojos dete-nerse; caminarán contigo y llamarán por otra vez, solícitos. Y tú, callas a punto de llorar, casi incontenible como el malvón que sostiene todo aquel horizonte y empieza a estrecharse descendiendo, apocándose, sobre el pecho que sueña con soportar la marcha cansada de alguien recién llegado y se planta por fin delante, tan cerca que puedes oler en esas ropas la lejanía de mares rezagados de tanto contener o faenas a medio terminar suspendidas por la premura. Pero es tarde; lo auguran esas manos que se derraman por tus sienes, prevenidas contra las greñas de tu frente, contra la retórica de los sudores que se desmelenan sobre la almohada, sobre tí; y todos corren diciendo que ahora sí, que ya no demoras. Entonces, alguien se incorpora y sale al encuentro del malvón de la ventana, para contar-le de tu sed a milímetros conforme nueva y acontezca entre tus labios resecos
o ese útero
donde eres isla
y esperas
volver a despertar
rodeado de tierra,
la boca anuente,
y el tajamar de los visillos
prohibiendo a los malvones
que ya entran en tropel, ante el asombro de ella y de los otros: los cristales aventados sobre los muebles, la cama, los gritos, tu cuerpo exangüe envuelto en la sábana, apenas protegido por el cuerpo suyo que se inclina para constatarte y soplar su perplejidad sobre los ojos velados
y fijo tú, cuando bajas
tan solemne,
aunque ya nadie crea
ni ella
que seguirás viviendo
de esas aguas profundas...



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