Alejandra Correa nació en 1965 en Uruguay. Desde los 3 años vive en Buenos Aires y adoptó la nacionalidad argentina, sin dejar de ser uruguaya. Publicó los libros de poesía Río partido (1998), El grito (2002, Alción), Donde olvido mi nombre (2005, Alción), Cuadernos de caligrafía (2009, El suri porfiado), e integra la antología Nueva poesía argentina y ecuatoriana (2010, Ecuador). Su último libro, Los niños de Japón
(Córdoba, Ediciones Recovecos, 2010)
Comunicadora social, editora gráfica y periodista en distintos medios, actualmente se desempeña en el área de Gestión Cultural. Es una de las creadoras y directoras de la Audiovideoteca de Buenos Aires, un archivo dedicado a preservar y difundir la historia y la actualidad de la literatura y el teatro argentinos.
Doscientos treinta y seis
En mí viven inmortales:
pocos y precisos inmortales
Pilares fundamentales de un puente sobre un río turbulento
Ellos me acunan cuando me hago niña o cuando la vejez me sorprende en extremo
Son estoicos y están siempre a mano cuando los necesito
Y no se quejan: esa es la mayor virtud de la que hacen gala
En líneas generales, nos llevamos bien en esta convivencia que impongo y solo en escasas oportunidades adherimos a la guerra del otro
No es la mía vocación de taxidermista,
mis inmortales no son seres embalsamados a quienes reúno para besar en las Navidades
Nada de eso. Son para mí tan necesarios como el aire entre las palabras
o como decir esto o decir aquello
Cada tanto debo atender a sus exigencias.
Uno me pide que cuide su huerta en el pueblo blanco
y aunque sé que ha sido ganada por el dominio exterminador de las hormigas,
callo (no quiero perturbar su ensoñación con esta bofetada de inútil realidad)
Otro insiste con que encontraré el secreto de lo perdurable
escuchando el lenguaje acuoso de los peces
y aunque me detengo al borde de la pecera y finjo oir una canción
no logro entender de qué me habla
No me engaño:
sin mi voz, mis modestos inmortales estarían muertos
Por eso sospecho que se aprovechan de mi vocación de médium
y que los días de nuestra relación están contados
pero para qué preocuparlos desde ahora, me digo...
Y juntos vemos este nuevo atardecer al borde del mundo
Doscientos veinte
… la forma en que llevaba mi bata de baño
que libros prefería leer
como tomaba vino --antes o después de las comidas--
si me gustaban los gatos
si usé alguna vez la palabra “saltimbanqui”
si olía a pez o a metal
si roncaba o el sonido del aire de mis pulmones era un murmullo
si mis pies tenían tus dedos
si comía carne con fruición o simplemente comía
si me gustaba o temía a la lluvia
una infinidad de hechos
en la vida de un hombre común
lo que no entendés ahora
aquí mismo
es por qué me dedicaba
a la práctica de la caligrafìa
al regresar de mi monótono trabajo
como limpiador de tanques de agua
te preguntás
si en verdad mi intención era
ejercitar algo en el orden de la belleza
de la concentración
o del silencio
Debo decirte que la tuya
es una tarea destinada al fracaso:
no traducís una lengua ajena
sino el dibujo de tu propio idioma
escrito en cuadernos de caligrafía
y por un muerto
doscientos diez
Largos pasillos de la noche
me fui
dejé una niña
que gime y se deshace
del otro lado de ese abismo
no hay noche
ni el último de los relojes
las palabras son apariencias
escaleras en las que nadie
silba a las ocho
Largos pasillos de la noche
mi augurio se cierra
y me deja sin aire
mi cuerpo crece escondido
en el certero hueco
del plexo
y este silencio se pudre
se pudre
ahí donde mañana
-tal vez mañana-
se derramen salmos y girasoles
y un río de lava
donde la soledad reviva
intacta
danzando
en largos pasillos de la noche
De su libro Cuadernos de caligrafía
Sostiene mi mano derecha
en su mano derecha
la contiene en el hueco
y aprieta mi puño en su puño
pulgar e índice apuntalan esta pluma
Dibujamos unos signos antiguos
Me lleva desde fuera de mi trazo
él es mi trazo
él se aventura, yo lo sigo
pero ya no es a él
es al movimiento y su música
su mano apretando la mía
su movimiento en el mío
Mojamos juntos la pluma en el tintero mínimo
(el olor agrio de la tinta negra
en mi pequeña nariz)
Volvemos al trazo interrumpido
se elevan nuestras manos
se acortan
se ciñen
se controlan
Dibujamos el idioma
Respira tan cerca
su profunda voz emite algún sonido
como dictando:
más corto, más largo, más reunido
Y entonces me dice:
- Ahora, vos sola
y me abre en un abismo
Los niños de Japón Ilustraciones: El pibe efervescente
Portada: Natali Solimandi
Foto AC en solapa: Marina Petit de Meurville
Córdoba, Ediciones Recovecos, 2010
Los hermanos Minami e I
"Me levanté con los dientes apretados, y eché a correr
entre las hierbas y bajo los árboles hacia el interior
cada vez más oscuro y tenebroso del bosque…"
Arrancad las semillas…, Kenzaburo Oé
I.
Al atardecer
el mundo se quiebra
en la quietud del bosque
a pecho descubierto
sin padre
ni madre
ni perro que nos ladre
sin sol
sin luz
y sin moscas
II.
En japón
los niños fingimos infancia
un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de una montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto
¡jueguen! - ordenan
¡canten sus canciones!
quieren que soñemos
una ciudad de huesos
entre los cuerpos podridos
de una enorme fosa
III.
Nos temen,
conocen el poder que nos dio el hambre
pero hemos dormido
entre sus sábanas
como larvas
y ya no les alcanzará
con arrancarse los ojos
IV.
Nos llega la muerte niña
atragantados en nuestras alas
de rodillas en un surco
dejamos que la tierra
nos devore en sus raíces:
somos lánguidos
arbolitos
los niños secos
V.
Crecer es
matar tu primer pájaro
besar la primera boca abierta
con ojos de paloma
beber el primer trago
de las manos de un anciano
enterrar con tus uñas por vez primera
cadáveres de gatos,
insectos
o cabras
traducir a tu primer muerto
de su lejana lengua
VI.
Hay días
en que nuestra pequeña memoria
solo tiene espacio
para una lágrima oscura
que nos amamanta
Masao
“Estas son alas de ángel. Vuela como un pájaro.
Vamos, vuela.”
El verano de Kikujiro. Takeshi Kitano
I.
Es nuestro día
los peces vuelan de a cientos
y se nos escapan
los colores de las manos
no reímos en nombre
de los peces
reímos porque el aire
se cree mar
y nos moja
II.
En la alegría
el corazón se ensancha
como un níspero afiebrado
fruta exquisita
con un centro de hueso
que a ellos les molesta
entre los dientes
III.
En japón
no nos quedan
pájaros
peces
ni niños
que no sean
de papel
IV.
Una estación de abandono
y el ángel talismán
para borrar todo pasado
y volver a crecer
como lo hace la hierba
sin conciencia
V.
Llorar no es dejar que los ojos estallen
como una bomba caliente
en medio de tu cara
llorar es aceptar que estamos
hechos de agua
y que hay ríos que no callan
Morir, en cambio,
es apagarse la luz o el fuego
terminar del todo
cualquier cosa
VI.
Es nuestra sinfonía de japón
orillas de un mar sediento
y el puro navegar
en un barco de papel
plegado sobre sí mismo
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