FERNANDO SÁNCHEZ ZINNY. (ARGENTINA)
Nació en Buenos Aires el 5 de octubre de 1938, tiene publicados varios libros de poesía, entre los que quiere destacar: Segunda poesía, en 1999 (tercer premio municipal de poesía); Éxodo, en 2002; Sombra adentro, en 2004 (Faja de honor de la SADE) y El azar cotidiano, en 2006. Este mismo año publicó una colección de aforismos: Cenizas del sol. En 2008, apareció Primera Poesía y al año siguiente Carmen del otoño y Elegías y llanuras. Trabajos suyos integran la antología de la Fundación Argentina para la Poesía (Poesía Argentina Contemporánea, Volumen XIII), la Geografía Lírica de la Poesía Argentina, ordenada por José Isaacson y las compilaciones Doce Poetas Argentinos del siglo XXI (Volumen I), de la editorial Eleusis, Pura luz contra la noche, de la editorial De los Cuatro Vientos y Poetas de las dos Orillas, de la editorial Botella al Mar-Uruguay. En 2009, Algazul editó Antología conmigo, que lo incluye y que reúne la obra de varios poetas que le son afines.
EN TIERRA EXTRANJERA
Ignoradas constelaciones contemplan disgregarse
al último oriundo de un cielo muy distinto
que está por desaparecer apenas parta.
Sobre tierra extranjera infiere voces,
súplicas que ya nadie entiende
y que arrullan tan sólo sus oídos.
Cruel destino el de subsistir como una sombra
en el marasmo remanente,
cuando flaquea el corazón y se deshace.
Ahora todo se reduce a imaginar
cuál ha de ser la mano
que cerrará la puerta.
No volverá ni vivo ni cadáver:
aciago, extremo descender,
fosa sin llanto esta vez para siempre.
ORACIONES, PROMESAS
Como un dios revestido de lúgubre belleza
y el alma reclinada sobre sueños lacustres,
volví a leer en el idioma de otros años
oraciones desplazadas
que el presagio sin fin considera promesas.
Cuando desde el insomnio veas
que se filtra la luz por las hendijas
y sientas que el clavel blanco desmayado en el vaso
está mojado de rocío,
no olvides que has llegado al fondo del misterio
y ya nunca podrás retornar a la soledad.
Sin manos toca la canción tus sienes,
hecha sonoridad de latido y angustia
para amarrar las noches y abarrotar los días
y bajar como el cauce que lleva hasta tu rostro,
tenue marfil con islas de tristísimo oriente.
Soy Orfeo y acudo a los infiernos;
no lo lamentes porque es el destino.
Canto porque no creo
que la muerte se lleve
tanto azul vislumbrado.
DESPREOCUPADOS
Ya despreocupados
y con tiempo a favor,
abrimos las ventanas
hacia los ruidos de este barrio
en que fuimos felices
y aún lo somos mientras
escuchamos
una música fácil
que llega
para aliviar el alma.
Ni maldad, ni preguntas,
ni recuerdos,
sólo esa música
aventada a las calles
como garúa fina:
beso de un frío apenas húmedo,
pequeño gaje avejentado,
moneda del azar
caída en la vereda,
ya en el filo de un mediodía
amenazante
e imposible.
PARQUE PATRICIOS
Hoy me adentré en su niebla entristecida
que traza una llovizna inexistente,
llena de pegajosas adherencias, rostro
de una miseria helada como un tango.
No estaba la ciudad, se había ido
a pasear por otras esquinas o resabios,
cansada de que aquí el otoño sea siempre
un anciano que barre la vereda dorada por las hojas.
Eres como mi amor
y bastará un ligero viento para alejarte.
Charla en tarde con lluvia
Nos envuelve la tarde,
con hilos de agua moviendo su trama en los vidrios;
¿ves?, nadie viene de donde venimos,
nadie va, tampoco, hacia donde vamos:
¿es que falta lo que falta o no falta nada,
toda la vida cabe en una vida?
Cuando partamos
y la pena nos vele los ojos,
dirás conmigo aunque no lo creas
que amor no merece
lo que no es eterno,
que la luz de los mitos alumbra
pero no consuela:
verdades simples que los amigos ya conocían.
Sin saber que lo era, la alegría
pobló la estrechez, la grisura
del jardín sin Dioses
y después de incendiar algunas sombras se fue,
porque no cabía en un espacio tan chico.
La lluvia cae, borbotón y cantinela,
y viene a rodar destino abajo
por los declives de un suburbio
donde la magia engendra neblinosos recuerdos.
Hay un límite no hollado,
un silencio mejor que el repiqueteo,
un beso que anidó en vano,
un hijo no nacido,
restos de hojarasca pegados a las paredes.
Qué lástima que hayamos muerto
ajenos al misterio como monedas viejas,
como agua que recorre el ciclo de las aguas:
hoy sabemos que la mitad lo hicimos, amor,
y que la otra mitad ya no espera,
que el sol ausente no presidirá la noche.
No creas que podrás huir
de ti, de la caducidad atada a tus pasos,
del opaco fulgor que destella en el mapa
de los días por venir.
Ahora todos se acercan,
los que están y los que se evaden,
los que muerden lo agrio en busca de certezas
como huérfanos que ignoran serlo,
los que exaltan el candor
engañoso de los niños,
y en un rato jugarán a ser estatuas
en el parque arrasado,
después que la lluvia cese.
Nadie está solo, porque está con nosotros
y nuestro tiempo es la vida que les damos:
como ángeles sin luz
descendidos del cielo, esperando un nombre
en el puerto que dejaremos mañana,
rumbo al olvido que permita seguir viviendo.
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