Carlos Enrique Berbeglia nació en Villa Mercedes. ARGENTINA. Además de dos libros de ensayo filosófico y uno de ensayo socio-antropológico, de la coordinación de seis volúmenes de estudios sobre perspectivas de antropología argentina, de artículos dispersos en diversas publicaciones nacionales y extranjeras, de una novela, tres recopilaciones de cuentos, tres obras de teatro y tres interlineales, publicó en poesía: Ráfagas de luna (1983), Tardes en el paisaje y hombre (1985), Fuego sin dioses (1987), Tierra crepuscular posible (1990), Correspondencia abierta (1992), Las horas del himno (1996), Revelaciones del tiempo (1997), Penumbra sin voz y luminosa voz de vos (2011).
Lasitud de los cuerpos
en el follaje incierto
que cede la estación al pensamiento
cuando las abejas revuelan su nostalgia.
El infinito les tiende su vacío
si el color distante donde el sol reposa
envuelto cn presagios o en el hábito simple
de lo que acontece
refleja nuestra alegría o pesadumbre.
La belleza de lo incognoscible
dora la resina
que desliza su color
por la superficie indómita del pino.
Ahora el tiempo regresa en un planeta
que se afirma cn el cielo,
soberano, primero, y transitorio.
El cuerpo, entonces,
retira su pesadez al sitio
donde la cotidiana charla,
las manos y el vino que lo ruborizan,
absuelven su inquietud
misericordes.
LÍMITES Y TRANSGRESIONES
Brilla en la pradera el viento.
Por detrás de su cristal
una simple fisura posibilita al viajero
las fronteras eludir de la maldad
y de aquellas empeñadas en la averiguación
de cuanta inalcanzable esfera contiene el universo:
canciones que nunca escuchará otra vez,
paisajes irreconocibles por el infortunio
que los modelara
y esas continuas falsificaciones del tiempo y la alegría
que sus congéneres bailaban cuando el mundo
la misma transparencia lucía que la brisa.
Y la vida, la conciencia, el amor,
la obligada soledad de las razones
afloraban en su haber sin reconocimientos
y sin una sonrisa que lo acompañara
por ese cansancio de buscar explicaciones
en la simple existencia de las cosas
(al inmediato alcance de su mano
de no ser por el viento que las dispersaba).
MEMORIA REINCIDENTE II
Esas coincidencias que en los filmes
salvan a los protagonistas
cuando la muerte o el destino
ciernen su avidez sobre los mismos:
una bisoña amistad esa ayuda antigua
ofrecida al monarca, desdichado otrora,
regresan fielmente para rescatarlos
aunque los enemigos arrinconen sus posibilidades
de salvación sin atenuante alguno.
Y, en el escenario, armas de utilería
defienden a los inocentes y a los malvados
exterminan sin misericordia.
Los niños, después, en sus hogares,
repiten las alternativas
con juguetes que, a la vez, remedan,
las formas imitadas.
La realidad, levemente apoyada sobre el tiempo
-que nos posibilita para, después, hundirnos
en su infinito cieno-
junto a él, sarcástica, sonríe.
ELLA LA VERDAD
Joven, y, te diría, casi adolescente,
la conocí gracias a una fotografia.
Distante, como una modelo o una actriz,
me observaba sin verme,
protegida por un celuloide brilloso
donde resaltaban su figura céfiros perversos
y ángeles aduladores.
Ya desde entonces nunca dejó mis sueños
o delirios. Airosa se escurría
como un fuego fatuo, si
en ese rosicler de la conciencia
la pretendía yo sin darme cuenta
que el tiempo la rejuvenecía,
mientras, hasta bordear la locura
mi amor por ella acrecentaba.
En un infortunado juego,
era la melodía que llega
en sus acordes finales al oído
y tantas cosas más, imágenes
y metonimias absurdas que nunca la
aprehendían:
un neblinoso deseo solamente,
un neblinoso deseo...
PERÍFRASIS DEL ENCUENTRO
Si todos los días del amor fueran como el primer
encuentro,
si el deslumbre inicial donde las nubes cantaban
alegrías en la tarde
al menos perdurase como se extienden los límites
de las ensoñaciones
que dedican los ángeles a sus creadores,
si las palabras del arrobamiento hendieran
los espacios
en que lo inteligible
se aprisiona a sí mismo cuando su derrotero
tanteamos en las sombras,
la riqueza del mundo afloraría en los yermos
donde el infortunio se sacia en los labriegos
y la nada coronaría, insomne, a los tiranos.
Si todos los días del amor fueran como
el primer momento,
los recuerdos también se recluirían en celdas
pequeñas sin nostalgia
y un presente ni eufórico o altisonante
colmaría de felicidad la mañana en que despiertan
los apesadumbrados
y las emociones suscitadas por la simple existencia
de las cosas
nunca se marchitarían en nuestros corazones
y el ungüento sagrado de la paz y la dicha
colmaría la ansiedad de ser que nos persigue
tantas veces la ignorancia y el azar
nos hieran con sus armas
de miedo y latón en la penumbra.
UN ALTO PROMISORIO
Anochece en el cercano erial
y una canción sin melodía canta
una historia casual de la desdicha.
Quien canta es una flor sin forma conocida
y su tallo cimbra, como si algún laúd
apenas le insinuase el ritmo que sustenta
la letra donde reposa
la tímida nostalgia del viajero.
Una locomotora en desuso lo condujo,
una prisión sin puertas lo alojó en el día
y aunque ninguna mano le acarició la frente
le supo a miel el sosiego pretendido.
Cuando de nuevo el sol
desperece a las aves y la claridad suceda
a las estrellas blancas
proseguirá su andanza cuyo destino carece de destino
mientras un nuevo erial
nazca en su derrotero.
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