JOSÉ ANTONIO REY DEL CORRAL
(Zaragoza , 21-V-1939 - 25-V-1995). Profesor, poeta y dinamizador cultural. Tras residir en diversas ciudades: Guadalajara, Madrid, Jaca y Zaragoza, se fijó la residencia familiar en ésta última, en la que por el año 1954 conectó con el grupo de la tertulia del Café Niké . Tenía entonces unos quince años, estudiaba Bachiller y amaba la poesía. En los años sesenta estudió la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza y pasa un curso en Escocia. Posteriormente imparte clases en el Instituto de Teruel . En 1967 parte para Colombia con una beca del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, donde se especializa en literatura hispanoamericana. En ese Instituto conoce a Viena, joven panameña, con la que se casaría en 1968. Entre 1967 y 1970 da clases en varias universidades colombianas: La Salle, La Gran Columbia, Universidad de América. En 1970 se traslada con su esposa a Panamá, donde trabaja como profesor en la Universidad de Panamá. Allí nacen sus dos hijos, Emilio y Natalia. Su estancia en América le marcaría intelectual, artística y moralmente.
En 1974 regresa a Zaragoza, donde trabajará como profesor en el Colegio Santo Tomás y luego en la Universidad. En esta ciudad desarrolla durante años una inmensa labor política (militante del Partido Comunista ) y cultural (promotor de innumerables actos) que le harían tan universalmente querido y respetado como pudo constatarse en la multitudinaria manifestación de duelo que tuvo lugar en su entierro y en los actos organizados en su memoria. Colaborador de diversas publicaciones (como Andalán y El Día de Aragón ), su pluma estuvo siempre al servicio de las causas justas. Publicó los siguientes libros de poemas: Poemas de la incomunicación (1964), Cantos colectivos (1968), Tiempo contratiempo (1977), Cancionero de dos Mundos (1978), Antología (1982), Décimas de la Tercera Orilla (1984), Poemas del Sentido (1988), Inventario (1990).
Poema 4
Hay poemas como una erosión,
te lisian con sus dulces engañosos ritmos,
tontos como terrones de azúcar
que poco a lentamente, te disuelven
la minivergüenza.
No quiero que mis versos sean
como las ostras de Arcachon
que casi nadie ha probado,
ni quiero una virtud con vestido pequeño:
virtuosismo.
Ah, esos poetas tristes inquilinos egoístas
de su paisaje terrateniente,
les pondría en las manos un puñado de tierra,
les daría a pronunciar en todo su sabor
la palabra misiera.
¿No les da risotada su aire
de estafador y payaso?
Oigan sus voces átonas,
su horrible realidad de estetas.
Histeria son, histeria
en avanzado estado de descomposición.
Si le ponen una presa a mi vida,
yo la desbordo, soy río
que nace en la fuente popular
y quiere desembocar en el gentío mar.
Porque de nada sirve mi carrera,
bachillerato, mili, desempleo,
en fin, un asco,
si no consigo ser un poco descarado
y protestar,
o trasmitir la mala uva al vino,
agriarlo,
beberlo,
hacerme responsable
de que al temor le pongan adjetivos:
Vietnam, etcétera, Santo Domingo.
No. Yo quiero poemas como tigres,
listados de dolor pero sin frac,
que mis versos sean aunque humildes,
microorganismos de la libertad,
sinónimos de paz.
(de su libro Cantos colectivos.)
BIBLIOGRAFÍA
Traigo un porciento altísimo de verbo,
una emoción profunda de sonidos.
Podría soltarlos si quisiera
pero no quiero y no los suelto
a no ser que el silencio lo autorice.
Si he demover imágenes,
vengan de un reino oscuro o pozo
a la frescura última que bebo.
Si he de mover el ritmo,
venga ese ritmo por los pulsos
donde la música se funda.
(Deja que el agua diga
la escondida provincia de los nombres.
No opongas diques
a su pronunciación verdísima).
No existe el libro cuando nadie habla
de páginas que fueron como pájaros.
En la página en blanco del sujeto
la vida antigua escribe un libro,
un libro escribe, una escritura
oscura de metáforas o imágenes
de un tiempo que ha vertido en los espejos.
Ah, los sucesos que gotean tiempo,
ah, los sucesos que rezuman tinta,
tinta de haber mojado tiempo.
(De Inventario, Ediciones Endymión, Madrid 1990)
Víctor Jara muere cantando
Un aventón que retumba temprano.
Un fogonazo de cruda mañana.
Qué mordedura, qué cruel obsidiana,
qué desabrido sabor tan humano.
Ah, el desclavado dolor de esa mano,
trémolo herido por furia inhumana.
Danos tu poncho de luto, su lana,
tinta en tu sangre queremos, hermano.
Dánosla ya, tu canción tan espesa,
dánosla, sí que tu muerte cantando
Cante en el fondo de nuestra sorpresa.
Dánosla pues descarnado y sangrando,
Cueca y tonada que venza a la aviesa
Junta del crimen que está gobernando.
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