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miércoles, 19 de octubre de 2011
5166.- SHOICHIRO AIZAWA
Shoichiro Aizawa [Tokio, Japón 1950], escribe poemas sobre la
vida cotidiana a partir de los ritos culinarios, que ha publicado en libros como Si un ángel se sentara a tu mesa de sú-
bito, (1993) o El planeta de las abejas, (2000). Otros de sus libros son Richard Brautigan no daidokoro (1990) y Parnassus eno tabi (2006),
que ganó el Premio H-shi.
Traducciones de Akiko Misumi.
Yo me acuerdo
Yo me acuerdo
de donde estaba antes
el cielo azul del otro día
árboles mojados
telas de araña debajo del alero
olor a pan quemado
olor del agua al atardecer
lo abultado de la arena debajo de los pies
lo terso de la baldosa del baño
la piel erizada después de una lluvia torrencial
el aliento de la vegetación
el silbido del tren
Me acuerdo
de donde estás ahora
donde prendías fuego donde mamabas
jugabas pisando sombras comías queso frío de soja
cortabas cebollas y te salían lágrimas
donde volcaste una olla y diste gritos
¿Sigue sonando la campana en la colina?
¿Sigue fluyendo ese río en que flotaban como una tristeza las
costillas de un perro blanco?¿Este año también la higuera en
el jardín de atrás ha dado frutos?
¿No se ha secado todavía el pozo cuya polea está oxidada?
Llegaron el recibo de agua, un catálogo...
Llegaron el recibo de agua, un catálogo de utensilios domésticos, un aviso del cambio de domicilio, y una carta con noticia
de muerte. La leí. Comí arroz con algas marinas y bonito seco.
Comí la carne de anoche cocida en jengibre y unas chalotas
que me regaló mi tía. La llamé por teléfono para darle gracias
por las chalotas. Embalé diarios viejos. Arreglé las bisagras.
Regué las macetas de las plantas. Leí una novela de cienciaficción; una historia de un hombre que viajaba remontando un
río grande que había aparecido en el desierto. Me duché, abrí la
heladera secándome el pelo con una toalla, y cogí una cerveza
en lata. Y sin querer vi fuera de la ventana. El pijama que ondeaba al viento como si el viento le soplara la vida se hizo cada
vez más ligera.
En esa noche, de más allá de la ventana brotó un río. Yo
escuché el chorro de agua desde la cama. A la mañana siguiente el río ya se había retirado y en el campo libre brillaban las
escamas de los peces desbordados. Y me di cuenta, entre otras
cosas, de que las escamas se habían convertido en pedazos de
botella.
A Rimbaud
Me despierto a medianoche y la pantalla del televisor está
asaltada por una tormenta de arena –sin darme cuenta debí
caerme en una brecha del tiempo-. Mis uñas están rascando el
mundo y producen ruido. Rimbaud, tú desde el desierto –“el
lugar más aburrido”- mandaste a tu familia un autorretrato
vestido como si fuera un convicto, escribiendo “todo se ha emblanquecido”.
En tu libro de poemas he encontrado un recibo de panadería
—era del invierno a los 16 años— “¡La hemos vuelto a hallar! — ¿Qué? —La Eternidad” *. Esta parte está subrayada
con un lápiz fuerte; son mis pasos. Ese día salí de la cama sin
hacer ruido antes de que la luz solar empezara a colorear las
cortinas; era un día enteramente nuevo, antes de que la tinta
lo ensuciara.
Sin sacar del buzón la edición matinal del periódico, salí con
tu antología poética en la mano. El ambiente pálido y la frescura de la mañana se mezclaron con mi somnolencia y arrojaron
nubes cada vez que yo suspiré. Derramando tus frases como
miga, “Me iba, con los puños metidos en mis bolsillos rotos”...
“ay ay ay”! **
A ratos me balanceé entre la calzada y la línea blanca al
margen del pavimento un poco elevado, a ratos salté en un pie
sobre el tablero de ajedrez formado en el pavimento, intentando no pisar las baldosas azules. La galería de tiendas estaba
muda, con el postigo cerrado. ...Unos cuervos desgarraban bolsas plásticas y tiraban la basura a la calle. ...Rimbaud, ese día
yo pasé por delante de una tienda de queso de soja, y atraído por
el olor a pan entré en la luz del cristal.
“Se apiñan frente al tragaluz rojo, / quietos, para recibir su
soplo / cálido cual seno”. *** En aquel lugar iluminado y limpio
a lo largo y a lo ancho había cruasanes, panecillos, panes de
campaña con queso, panes con manzana, bísquets, barras, panettones, baguettes, panecillos ingleses... Secándose las manos
el panadero se asomó del interior de la tienda, dejando atrás la
masa de pan sobre la tela. Estaba sudado y cubierto de harina.
El panadero, con las manos que amasaban, hacía el pan más
delicioso que cualquier palabra hecha en el horno de la boca.
Saqué un bollo de la bolsa y lo comí en la calle. Al morderlo
su aroma se extendió en toda la boca. ...Luego, girando muchas esquinas, no me acuerdo cómo y por dónde anduvieron
mis “suelas del viento”.
Rimbaud, ahora te escribo desde la cocina. Pronto llega la
mañana y sobre esta mesa, un rato aromático.
Adiós.
http://www.arquitrave.com/archivo_revista/Arquitrave46.pdf
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