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martes, 14 de junio de 2011

4115.- ÁNGEL LUIS LUJÁN


ÁNGEL LUIS LUJÁN. Nació en Cuenca el 25 de enero de 1970, donde realizó estudios de Bachillerato. En 1988 se trasladó a Madrid para comenzar la carrera de Filología Hispánica en la Universidad Complutense, licenciatura que obtuvo en 1993. Realizó estudios de doctorado en la misma universidad en la especialidad de Teoría de la Literatura, y se doctoró en 1997 con una tesis sobre retórica españolas del siglo XVI. Continuó su labor investigadora en Londres con una beca del Ministerio de Educación en The Warburg Institute por dos años (1998-2000) y después estuvo contratado cinco años como investigador en el Instituto de la Lengua Española del CSIC en Madrid.

-POESÍA:
Inútiles lamentos (y otros poemas) (1992).
Días Débiles (1997).
El silencio del mar (1997).
Allí (1999).
Experimentos bajo Saturno (2000).
Una calle cortada (2005).

-ENSAYO:
Retóricas españolas del siglo XVI. El foco de Valencia (1999).
Cómo se comenta un poema (1999).
Contribución al estudio de las retóricas españolas del siglo XVI: el foco de Valencia (2003) (Formato CD-Rom).
Edición, introducción y notas de La Moschea, de José de Villaviciosa (2002).
Edición, traducción, introducción y notas de: Lorenzo Palmireno, Dilucida conscribendis epistolas ratio, en el CD Rom: Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.), Retóricas españolas del siglo XVI escritas en latín (2004).
Edición, traducción, introducción y notas de: Mateo Bosulo: Institutionum oratoriarum libri tres, en el CD Rom: Miguel Ángel Garrido Gallardo (ed.), Retóricas españolas del siglo XVI escritas en latín (2004).
Pragmática del discurso lírico (2005).
Desde las márgenes de un río. La poesía coral de Diego Jesús Jiménez (2006).






TODOS LOS SANTOS

Algunos los he visto
sentados frente al fuego, haciendo tiempo,
removiendo en silencio la ceniza.
Mi abuela, por ejemplo. Ella leía
con unas lentes gruesas que ocultaban
sus ojos, tan maduros de haber visto;
recuerdo las visitas por la tarde,
su silla en el balcón cuando la estela
del horizonte ardía con pureza
sobre su blanco pelo recogido.
Nos decía, sin prisas ni palabras,
lo lento que, al contrario que se piensa,
a veces pasa el tiempo.

Algunos se nos fueron tan deprisa
que atropellaron todas las palabras
con que nos consolaban de la vida:
aquel muchacho triste cuando aún
olíamos a escuela
y a plaza de ancho barrio.
El mundo le arañaba las pupilas,
miraba por pequeños surtidores:
logró no ver la noche por sus ojos.
Un camión lo aplastó mientras cargaba
patatas, y entre el hierro y las raíces
fundó nuestra experiencia de la muerte.

Y otros niños ahogados en el río,
o en las charcas, después se aparecían
en sueños y llevaban renacuajos
en las manos hundidas.
Y el abuelo que no llegó a besar
ni a uno solo de sus nietos
con sus labios antiguos
y dormidos.

Los hay de todas las alturas, sexos,
calidades, y aquellos que no he visto
no me impresionan menos que los otros,
los muertos familiares. En conjunto
hoy todos son: la piedra que les pesa
y que les sobra, el nombre indiferente,
la vela de las ánimas que llora
de ausencia sobre un mueble de cocina,
y no ven marchitarse, ni el olor
les viene a perdonar de tantas rosas.

Y un día, cuando acabe la visita
que hacemos piadosos, secretamente alegres,
nuestros huesos comunes, los recuerdos mutuos
se irán desconociendo con los años,
arrojando puñados de cenizas al futuro
y así hasta que el olvido se haga dueño
de todo lo que fue. La muerte es el origen.

(De Una Calle Cortada , 2005, pp. 49-50)





En Días débiles (1997):



Me gustaría tanto saber...

Me gustaría tanto saber que estás ahí,
leyendo este poema.
Lo que hoy te dedico no es la vida,
ni siquiera un simulacro de ella,
son sólo las palabras que se caen
de la velocidad de un viernes,
de la velocidad que hoy llevan nuestras cosas,
tan fuera de las cosas.
Y ya ves, yo me he parado,
y digo un poco de esta ausencia en verbos sucesivos,
y no enveneno nada porque el aire lo aligera todo;
y tu amor se quedará como hasta ahora
detrás de este papel,
sujeto a la emoción de la ciudad,
y es lástima que las palabras
no sepan del dolor o la alegría que ponemos en ellas.
Te he podido buscar y hasta encontrarte,
te he podido perder como una tarde en los cines,
cuando es de noche ya, fuera en el mundo,
te he podido seguir en esta hundida carrera de los signos
y de las programaciones para los próximos segundos,
pero hoy me he dividido entre la inútil tarea de escribir
y la necesidad de que te encuentres ahí,
conmovedoramente ajena a lo que digo.








Ya sé, me contradigo,
como un hombre sentado ante su propia fotografía:
me mira mi mirada.
Los dos que somos pensamos a la vez
pero ninguno... el tiempo ha dicho las palabras
que cubren el silencio
desde el que sin querer nos contemplamos.
¡Que aventura la de verte yo, recuerdo en carne,
y que aventura la de adivinarme tú, profeta injusto!








SOLO
como otras tantas tardes de mi vida y
batido en una retirada inutil
desnudo los instantes que me cubren
y tejen este dédalo de trajes
que arrastro por las calles.
Detrás de una ventana el mundo es más sincero,
al menos sé que existe y que yo existo
y apenas nos llevamos como malos vecinos
que entre dientes se saludan.
Por eso emprendo un túnel que me lleve a mí mismo
por el pasillo estrecho de otros ojos,
fugados de la carcel de los días,
y tomo el té cuando la tarde invoca
los últimos imanes de sus luces,
bañado en soledad, en una isla







MI clase de francés.El tiempo atrás
que se llamaba escuela.
Había una muchacha que escribía
cn letra de bordado en el cuaderno,
y estaba en el rincón de la ventana.
Tenía tanta luz que daba pena
mirar el sol una vez más En el recreo
jugábamos a cosas sin ternura.
En el portal, en esas tardes de verano
desnudas como el baño del domingo, las vecinas
tejían ya un invierno anticipado,
y cómo se les iban quedando grandes
los hijos y las decepciones.
A la llegada de la noche, a veces, en un tiempo
que no podría definirse, brotaba la verbena
en nuestro barrio, y a la plaza
venía la muchacha y se quedaba
junto al puesto de dulces,
como una luna en medio de la fiebre.
Porque era su lugar, yo nunca me atreví
a saber cómo bailaba.

Mi clase de francés, si entonces era un poco
de sorpresa y cobardía,
y esperar a que el camino nos juntara,
¿por qué de huida ahora?
¿Acaso para ser féliz no basta una palabra?
Por ella,
recuerdo mi niñez como unos versos
que no voy a escribir indefinidamente.








MI pequeña voluntad,
esa mano cerrada de ilusiones,
como manojo de un abril sin prados;
mi pequeño afán de pasos,
la leche de sus huellas cuando aun no ha madurado
la dentadura audaz del desconcierto;
mi corta mocedad vertida
en el destierro de las interrogaciones,
¿que pueden contra el mundo,
contra los horarios de los trenes
o el frio elemental de las mañanas de enero
que alimenta, como una amante casta,
la ausencia del deseo?
Mi pequeña voluntad no puede
detener que un año caiga
y que otro caiga encima
y que aún así los días se parezcan,
y que la vida me vaya arrinconando
y que me vuelva caja.
Mi pequeña voluntad ,
¿qué puede contra ti,
que estás también afuera,
donde llueve sobre ciudades sin piedad,
y se aprieta la esperanza en autobuses llenos,
y no hay más luz que la de la rutina
para mirar en la bondad desconocida de otros ojos?







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