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jueves, 10 de febrero de 2011

3167.- SUSANA VILLALBA


Susana Villalba
Nació en Buenos Aires, en 1957. Como poeta ha publicado: Oficiante de sombras (1982), Clínica de muñecas (1986), Susy, secretos del corazón (1989), Matar un animal (Caracas, 1995; BsAs, 1997), Caminatas (Bs. As., 1999) y Plegarias (plaquette, New York, Pen Press, 2002; BsAs, La Bohemia, 2004). Pertenece al Consejo editor de la revista y editorial Último Reino. Creó y dirigió la Casa de la Poesía de la Ciudad y la Casa Nacional de la Poesía del Gobierno de la Nación, y los Festivales Internacionales de Poesía del Gobierno de la Ciudad y del Gobierno de la Nación. Dictó talleres literarios en la Facultad de Letras de la U.B.A. Participó de numerosos congresos.

En teatro, cursó la carrera de dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático de la Ciudad de Buenos Aires. Cursó también Dirección y Puesta en escena con Rubén Szuchmacher en el Centro Cultural Ricardo Rojas. En el marco de las intervenciones convocadas por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, sobre dramaturgos españoles clásicos, realizó la obra-intervención sobre Jacinto Benavente: Feria Americana. Una de sus obras, Rompecabezas, fue seleccionada en el concurso Historia(s) del Centro Cultural Ricardo Rojas y será publicada por el Instituto Nacional del Teatro. Su obra Prometeo en concierto recibió Mención en el concurso del Fondo Nacional de las Artes. En forma colectiva participó de Bestiario Grimm, una serie de obras en pequeño formato basadas en los clásicos cuentos.

En el área de periodismo, se desempeña como crítica teatral en la sección Espectáculos del diario Clarín y en la Revista Ñ. Conduce el programa Estudio Teatro, un ciclo de entrevistas a directores y dramaturgos, en la señal de cable estatal Ciudad Abierta. Junto con la actriz Ingrid Pelicori, diseña y conduce un programa de Poesía y Música de la Biblioteca Nacional en Radio Nacional Clásica.

Ha dictado talleres de cine y literatura con el crítico de cine Alejandro Ricagno. Cursó diversos seminarios de cine. Dictó talleres de fotografía y poesía junto al fotógrafo Marcos Adandia.







MADERA

En la pasión
el frío llega
a ser fuego.
Hay ese instinto
fatal
de amar en otro
lo que se odia
en uno:
el otro
que ha quedado
como una sensación
de cometer distancia.
No hay fuego
sino ese solo fuego
alimentado
como lejos
del propio corazón
que cree en la pasión
todo se funde.
Lo que estaba separado
se vuelve a separar,
calado
en lo calado
a comprobar
que se era de la alquimia
la resaca.
El alcohol,
las hojas secas
no son, por devorados,
una hoguera.
Sin embargo la llama
no enciende
con todo lo que encuentra
sino con lo que puede
transmutar.
Hace falta un lugar
donde sentirse
llegando.
Se recorre un amor
o se atraviesa.
Se está
y cada uno habla
de lo que cree
que le pasa.
Y es que le pasa
porque lo dice.
O porque lo cree.
Ese instinto
de odiar en otro
lo que se ama
en uno:
El fuego es animal
que no se caza
sino con el vacío.









NOH

Corazón de agua
¿dónde echa raíces
el amor?
Todo dios
de un mundo antiguo
es ángel negro.
Afinación
de una cordura transitada,
lo espera a la orilla
de su cuerpo.
La marea reina.
Resaca
de una noche de batalla
con los bordes,
funámbulo de tierra.
Si el jaguar no se acerca
el fuego emana
un sudor de madera
corrompida
que finge un animal.
Un sitio
por vacío.
Sitiar un corazón
tomando el cuerpo
circundante.
Golpea el mar
la piedra que ama
ser derribada en su certeza.
No se puede vivir
tan cerca del origen
de una pasión.
Refleja
su espera un gesto
que transforma la quietud.
El que dice
en el Noh permanece
al costado.
Afinación entre palabras
silencio y la pasión
del que mira.
Un actor
sabe qué hay detrás
de la máscara.
El secreto del pájaro
es que anuncia
lo evidente.
Y ahora la mañana es
un pájaro que canta.
Amor es una respiración,
templar un corazón
en el latir entre vacío
y plenitud.
Si el fuego no arde
se asfixia,
se deslumbra
ante un alma que atormenta
opone tempestades.
Cuerpo de sal,
idea del naufragio,
no hace el amor,
lo comete.
El agua no sabe de la sed
de un guerrero perdido
en el naufragio de su idea
de batalla.
Cambian de forma
las nubes
si sopla el viento.
La arena como un puma
se deja acariciar
y sueña
al sol.
El secreto del pájaro
—piensa—
es que es un pájaro
también cuando no canta.
Palabras cubren
la distancia.
Como la luz
se hace el amor.
A imagen y semejanza
del deseo
de apagar una hoguera
con el cuerpo.









IKYU

Le lleva al mundo tiempo
una mano,
una pluma.
Es imposible
atravesar un corazón
si no hay deseo
de matarlo.
Toda la tarde caminó
bajo la lluvia
como una forma de sentir
humanidad.
El tiempo —se dijo—
será esta ceremonia
del té.
Es cosa de los astros
si pueden partir
el mundo en dos
en un segundo.
Es cosa de los otros
sus manos.
No es una huella
que dejará
según mueve la pluma.
Es que esas huellas
de sus dedos
son irrepetibles.
Pero llevan su tiempo
las palabras.
No es el camino
el que dice la distancia,
los ojos
no encuentran su paisaje.
Hubiese preferido tocar
con sus palabras,
él habla
maravillosamente
y es un placer físico
escuchar.
Pero no importa
si las uvas están
a demasiada o poca altura.
Si se moja es que llueve
y es la hora
de preparar el té.
El cuerpo es un pacto
con la forma.
Pero el deseo es la forma
que tiene el corazón
de deshacerse
de su cuerpo.
Como un relámpago
espera
en la línea de la mano.
—¿El amor?
—dijo la bruja—
¿Ir al Tíbet?
Una escritora.
Los sueños son la vida
también.
Tuviste un gran amor.
—Tuve, como quien dice
una enfermedad,
escribí
poemas.
—Palabras
—dijo la bruja—
de un corazón
en círculo de fuego.
Se viste de venado
y se devora.
Una pluma en el barro.
—Cuando los amantes duermen,
amanece.
Las palabras no dan cuenta
de ese espacio
que separa a los cuerpos
en el sueño.
—Los amantes
—dijo la bruja—
no se dan cuenta.
Pero el que sueña
es un camino
como cualquier otro.
Los poemas también
son naturaleza.
Si no tocaste
esa mano no existió
más que en el sueño.
—Pero las uvas
a la altura de mi mano,
acaso
simplemente las describa
—Es una forma
como cualquier otra.
—Pero la espada
y el tiempo
que le lleva al mundo
el cuerpo
que la cabeza lleva atado
como un perro.
Y el guerrero
si amanece
y en su corazón
noche cerrada.
Cantan los pájaros
y habitan la luz
como una flecha
de su propio sentido.
Dar testimonio
de una manera humana
de levantarse,
preparar el té
y escribir.
—Y acaso haber tocado
¿daría cuenta?
—Un puma
ni un venado.
Deseo de beber
un animal completo
o palpitante
en la espesura
del deseo
fugar de un cuerpo
agazapado.
Se pregunta
qué tarea tiene
entre las manos.
Palabras como espada
de dos filos.
El deseo real
como la mano
al tocar
fue tan distinta.
Cada cuerpo
irrepetible.
—El arquero
ni el caballo,
la flecha
no pregunta:
Señor
¿no tuviste suficiente
fe
en mi?










LÁMPARA

“Mi oreja no salía bien
en el cuadro
y la corté.”
Ahora puede pintar
ese vendaje,
necesitaba el blanco
en su pintura.
Su rostro es auxiliar
a distinguir
los cuervos de la espiga
por matices.
Las manos toman la pluma,
el pincel,
tocan un cuerpo
que corta en dos
al corazón.
Tomo y obligo,
piensa el puma
y ya ha pasado
ese bello temblor
en la espesura.
Mi mano
acaso imprime en lo que toca
la huella
de una herida por tocar
el filo
entre dos fuegos.
Lenguaje arrebatado
a cambio de olvidar
que decir es
también naturaleza.
Un corazón por él
que el bosque pedirá tributo.
Quién traerá en la boca
más que dientes
o palabras.
Saliva como aceite
de lámpara
en la espalda.
Era un bello venado
el puma que sintió
en la oscuridad.
Toca Cupido
sin dar la cara.
Pero tiembla ante sus ojos
que presiente como el agua
de cal de los demonios,
la sed
da cuenta de la boca.
Colmillos de la luna
sangrante y baba
de la furia
que no encuentra
noche o lobo
para errar en solitaria
compañía.
Hoguera que parece
iluminar
lo que por ser
es oscuro.
Quema su espalda
por ver su rostro.
Raro animal
es la quimera,
por la noche cazadora
de sí,
al rayo de luz se entregaría
a la justicia
de los sueños.
No estuvo más,
repite el cuerpo.
Hoguera
por la que el bosque
pedirá una cabeza
que escribe corazones.
Guardan las manos
memoria muscular
de haber amado,
no hace falta la lámpara,
no debe escuchar
a las hermanas que preguntan
por qué de día no lo ve.
Distinguiría por su tacto
que no debe pedir
luz
a la sombra.
El arquero es el sentido
de la flecha,
da en el blanco
cuando deja de mirar.
Raros caminos sigue el corazón
para encontrarse
a los pies de ese maestro
de tensar.
No estuvo más que el tiempo
suficiente.
Quién la veía
alzar la espada
o pluma de tallar
un corazón o arrodillarse
cuando el día
era implacable.
Lleva la lámpara
de aceite
ante el espejo.
Siempre supo
que no estaría más
que ante la luz
que echa el amor:
No sabe
qué lógica se oculta
en esa falta de razón
cuando se trata de los cuerpos.









TEATRO DE SOMBRAS

En la pared los cuerpos
hacen siluetas
de cuerpos que se tocan.
El movimiento de una sombra
en otra
y fuera
arqueándose el dibujo
del deseo
como en un caleidoscopio
va cambiando.
O parece
desde lejos que es posible
ser un plano,
bruma,
un recorte
de la luz.
Algo
que puede ser
en su sencilla
oscuridad,
que puede parecer.
Algo concreto
como opaco,
humo.
Sombra de amor
que se creyó real,
es decir que existió.
Existe aún.
Un cuadro
chino
es más complejo
por sencillo.
Un cuerpo encima
de otro
como un raro animal
entreverado
con su sombra.
Y su destino
en la trampa:
esa mirada
que cree en la distancia
ver
por superposición
una figura.
Una apariencia
lo vuelve todo
parecido.
Los cuerpos
se proyectan,
se sitúan
delante de una lámpara,
se excitan con la idea
de que hacen el amor.
Una sombra en otra
confundida.
Una ilusión
de que lo efímero no cambia,
no queda en la memoria
de los cuerpos.
Ese temor del corazón.
Amanece
y cada uno
tendrá su propia forma
de dormir,
sus sombras
de palabras murmuradas.
Con todo el peso ahora
se incomodan
en la cama,
ella no duerme
porque no sabe despertar
al día siguiente.
Escucha la lluvia,
una definición
al fin
en una noche que deriva.
Algo rueda
en el patio,
escucha la lluvia,
el reloj.
Piensa en las sombras
chinescas:
un juego más,
una noche más
ese contorno
como por arte
de magia.










ESTERO

“Ya no tengo talento”
—se dice,
frente a un vaso vacío—
ni edad para creer
que es sólo pasajero,
metafísico,
un domingo lluvioso
en pleno sábado.
Ni caballos
cargarían
una melancolía tan cerca
de las cosas.
Más joven o más viejo
el talento
cubrió la obscenidad,
es decir
lo antiestético.
Serpientes las visiones
tienen su veneno
o al menos una lengua
de dos filos.
Si nadie se movía
como un puma,
si nada estaba
oculto,
su cuerpo de venado
ofreció el cuello
a la quietud.
Corazón del movimiento,
el sueño anida
huevos en un pozo
debajo del estero.
El yacaré de oro
finge dormir
como el talento
si nada lo conmueve
hasta los dientes.
Y ya no tengo tierra
para morder
o al menos que parezca
a la saliva
o a lo lejos el palmar
del universo.
Nunca tuvo
talento para olvidar
lo deslucido.
Perdido entre despojos
lleva oro
con descuido infantil,
quizá tener nada,
poco sería
promiscuidad.
Y no es la lluvia
persistente
ni la falta de paisaje.
Finge dormir si todo duerme
alrededor.
El talento del pájaro
—se dice—
es que no vuela todo el tiempo.
A la hora de la siesta
sigue el rastro
de la maga
contrabandista
con su pollera roja.
Finge que sueña
lo que ve
y deja pasar la presa.
El pájaro es virtual
en sus palabras
y el vaso vacío.
Nunca tuvo
talento para tomar
un guijarro,
no quiere perturbar
los amores de esa piedra
con el agua.
No es que recuerda realmente
a la muchacha
y al abuelo
con una sola espuela
y ese revólver ciego.
Si nunca fue un tropero
sino el que se escapaba
para escuchar historias
jangaderas,
el mensajero
de caudillos ocultos
en el monte.
Qué hace entre cuchilleros
un hombre de palabras,
qué hace
entre bibliotecas
un hombre de a caballo.
Qué hace de la vida
un mal poema.
Sabe escandir los días,
sabe la historia
que trae cada luna
pero sigue mirando
la lluvia,
ya casi una ciudad
inundada.
Recuerda el río,
mira a una muchacha
de pantorrillas húmedas,
piensa
no debería llevar el hijo
envuelto en nylon.
Se corta la luz
y encienden velas en el bar,
casi no ve
y poco le importa
escribir.
Ya no tiene talento para creer
que las palabras puedan cambiar
algo o sorprenderlo,
como viejos amigos
no tienen nada que decirse.
El talento del pájaro
es que me hace olvidar
para qué canta.
Si llega un jaguar a la tranquera
—se dijo alguna vez—
es que algo necesita
de los hombres.
Por qué no he de llegar
a la ciudad.
Los días al pairo,
las lloviznas,
los vasos porque sí
o porque no,
arenas del palmar
que el agua mueve a un ritmo
imperceptible.
Sólo se entiende con “los hombres
en estado de boda
o de desastre”.
Poco importa
si el palmar existe,
sigue el olor
de pétalos caídos en el barro,
de venado que se pudre
como un vaso vacío
en el corazón del puma.
Ese momento
en que finge olvidar.
No es
que no tenga talento
para ser un jaguar,
no sabría qué hacer
con una presa,
tampoco fingir miedo
seducción
o devorado.
Simplemente está bebiendo
su caballo,
detiene a la tropilla,
dice sigan sin mí,
quiero estar cerca
de “ese río
de oro agua y sangre
anónima
de poetas”.
Igual sintió
a los diez, los treinta
años.
Ahora sabe algo más
y es que no cambia.
Siempre tuvo talento
pero pocos motivos.


A Francisco Madariaga










VEREDAS

No un conquistador
por la espesura,
nieve o caballos,
la adúltera huyendo
con su amante.
Una vereda
siempre tiene esquinas,
latas y papeles.
No,
la infancia no,
las casas
son iguales a veredas.
No un eremita sobre el acantilado.
Taconea,
baraja las palabras si camina.
Venir decía
ir de allí para acá.
Patrón de la vereda.
Faltaba esa página
en el diccionario,
olor de la furia del papel,
ese perverso rancio
agazapado
en un fichero de palabras,
estampillas,
mariposas,
clavada a una vereda
no.
En la infancia
no había bares.
Las palabras eran inoportunas.
Rancia voz de recitales
como una camioneta altoparlante.
Ocho bailes
tres cervezas
un sexo.
Me casaría con el dueño del bar,
la tabernera.
Mala muerte
en los umbrales.
Periódicos
signos,
cruza de vereda,
en ésta acecha su destino.
O está escrito:
rosa crucífera
en la villa blanca
de entredichos.
El domingo
no dijo que vendría
o iría
de allí para acá.
Ni laberinto
ni extranjería.
En un chico no todo es
aquí y ahora.
Desfiladeros de tiza
¿dónde van los trenes en la noche?
Ni manada de lobos,
olor del celo es un camino
que se ignora en la infancia
o se simula.
La rosa de los vientos
espera una preñez de crucifijo
en los estambres,
en la punta de la lengua
el estigma,
malas copas de cenizas.
Ni caminos polvorientos
ni amatistas.
Ni azulejos en un baño
de vapor jabonoso entre los cuerpos.
Mantis
religiosa corta la cabeza
de su esposo,
el sexo sigue su saliva.
Impensable.
Ni mordida certera
sevillana
o colmillos de la luna
filtrando cascabel
al corazón de una palabra.
Inoportuna.
Sentada en la vereda
dando cuenta
de un cuadrado
que recorta ese árbol.
Cuadratura donde el círculo
se tumba
como un perro de veredas.
Ni estúpidos ladridos,
caminatas,
vuelta al perro de esa cita
de palabras.
El domingo descansaba en una espera.
Ni órdenes ni impulsos
de savia en dos sentidos.
Rosa abierta a la llama
que descienda
hasta rastrera.
Ni encarnada
perfume
o verbo conocido
babeado en los oídos o en un baño.
O en la carta que Joyce
envía a una mesera,
tocarse a la distancia.
No es lo mismo
una infancia que un destino
aunque se toquen,
una marca
o una huella en la espesura.
Ese domingo era un conjuro
de veredas.
Huevo de espinas,
madeja de sus ramas,
devora sus palabras
si el amante no acerca
su cabeza.
Piensa estambres,
potros negros,
cacerías
indecibles.
Me refiero a que escribía
y aparece ese cuerpo
alucinante
sin cabeza.
Un modo de decir
ni un cuerpo de palabras
ni un contexto
conocido.
El domador,
el molinero,
el mozo.
Un cruce de discurso,
veladura
de una lógica implacable:
yo escribía
y se cortó la luz.
Volvía del bar,
ese cuerpo dijo
¿Cacerías?
Ni siquiera.
¿Potros?
Sí.
Patrón de la vereda.
De allí para acá
y viceversa,
las velas se consumieron.
Dije sea
y se encendió la luz.
Quería escribir,
cómo explicarlo,
caballo negro
se levantó de pronto,
los cuerpos hablan.
La cabeza perdía
contexto,
pensaba:
¿por qué vive
en la misma calle?
¿Quién o qué se desplaza
por los cuerpos?
Tallador
de maderas,
tabernero,
hogar de perros callejeros,
el dueño de los mozos
y las cuadras,
un domador de cabezas.
Parecido al que en madera
talla un ángel negro
y al que yo esperaba
realmente.
Quiero decir como una reina
a quien le cortan la cabeza.
Cola de lagarto.
Nuevamente
salí a caminar,
cámara supina.
Prefería al constructor
de bares,
discurso estructurable,
y dijo el corazón para qué
si antes y después
estabas escribiendo.
De allí para acá
terminan
en la misma calle.
Un espejismo no deja de ser
desierto.
El corazón no quiso decir
lo que pensaba
o no pensó lo que decía.
Ángel negro,
cada árbol
lucha por llegar hasta la luz.
Corazón retenido,
sol sediento.
Como gato encerrado
en un departamento
de policial neoyorquino.
La reina de corazones,
mantis religiosa,
tribunal de cabezas.
Revoluciones impensables
de los astros,
influencia mercuriana,
pies alados.
No, la infancia no,
un cuerpo que crece simulando
una cabeza que piensa
demasiado.
No sabe dónde esconder el cadáver.
Baldeaban a la puerta
de los bares,
un gato me saltó a los pies
sin pensar
que un gato es una fuga.
Ángel barcino
diciendo aquí tus pies
y las veredas:
No me pidas demasiado.










TORMENTA

El cielo, dice
una antigua leyenda,
no admite cobardes.
Tu inmunidad es la diabólica
estrategia de los dioses,
todo es posible
es imposible querida amiga,
entre paréntesis
fumamos demasiado.
El enemigo tiene sus razones
pero no incumben al caído.
No estoy herida
—dirás,
mientras el paraíso
agita sus ramas contra el vidrio—,
no hay mal
ni bien absoluto.
Es absoluta tu imperturbable
equidad,
esa ventana
por la que ves el mundo,
el otro
querrá soplar tu casa
o no.
Y quién dice, dirás,
hay lobos y corderos
el uno para el otro.
Cordero de Dios,
por mi grandísima
(sos la raza elegida)
me golpeaba el pecho
sin saber por qué.
Hay esas noches,
llego a tu casa
tarde,
recorrí bares,
caminé,
escribí,
no sé rezar
de otra manera.
Venga a nos
el tu vientre,
recuerdo,
padre nuestro
más líbranos de todo mal.
Aquí
esperando de la vida
una vida
que pueda reconocer en lugar
de saber
qué hacer con ésta.
En la que no hay
absolutos.
Cordero de Dios,
tú que quitas
si pecados placeres.
Hay lobos y noches
de plenilunio
con la adrenalina a mil,
la princesa está triste,
divertirse también
es sagrado, decís,
y ya estamos hablando
de lo mismo.
Y cuando llega el tiempo
del amor enloquecer
hasta que caiga
un fruto harto de su miel
vuelta vinagre
de unción.
Llega el otoño
a recordar
que pasa el tiempo y nada
reclama adhesión
absoluta.
Se camina en círculos
pero se camina.
Un tiempo de colmillos
a una tierra virgen.
Parirás con dolor tu corazón
humano
que nunca será
juez y parte.
Madre de Dios
ruega por nosotros.
Dirás por qué buscamos
siempre
las puertas cerradas.
Porque somos lobos
disfrazados
soplando despacio
y sin pausa
la casa de Dios.
Santo, Santo, Santo
Señor de los Ejércitos.
Tu casa parece venirse abajo
pero aquí estamos
mientras baten los postigos
y el paraíso resiste.
Hay tiempos,
el tedio del verano,
“ahora tengo mil años
y muy poco que hacer”,
sería cronista o líder
de una revolución
que no soportaría.
¿Dirás que tuvieron sus razones?
¿Que somos todos responsables?
Pero tampoco
fuiste a la marcha,
creés en nada
o todo
te hiere demasiado,
que es lo mismo.
Estás soñando,
yo también.
Siempre se vuelve
al lugar del crimen
que no pudimos cometer,
se camina en círculos
pero en espiral,
no te preocupes si llegamos
al mismo lugar,
lo vemos de otra manera.
Qué tendrá la princesa
rezando pagana
al corazón del fuego.
Para desear
hay que ser absolutamente
injusta.
Por eso dirás,
te conozco y ya no sé
de qué estamos hablando,
me estás confundiendo
y aliviando,
ahora es relativo
hasta el desasosiego.
Te estás moviendo
y todo se mueve
—decís—
si te definen están marcando
sus límites.
Te falta un mundo
maravilloso
en su inmensa pequeñez.
Y soportarlo.





LA MUERTE DE EVITA

Llovió como si nunca fuera a terminar. Y nunca terminó. Toda la tarde llovió como si fuera de pronto otro lugar. El pueblo seguía la táctica del agua una vez más. Una vez más la gente se parecía al cielo y el cielo nunca. Nunca estuvo más lejos que esa noche. Madre de dios, nuestra difunta, levante los jirones de nuestro corazón.
Al agua del sueño, jirones de alma, de nuestro cuerpo llevanos vos que no tenemos dónde llevarte. Tu cuerpo se esfuma como una voz.
Como la seda cruje un paso en la sombra, un eco de jinetes negros. Escondanós en los pliegues de su muerte, de su pollera, en el vacío Pampa guarde nos como un viento que se detuvo para siempre en su bolsillo. Descanse, que el mundo no existe más.
Sigue lloviendo y es la misma plaza, el subte con asientos de madera, mamá no podía llegar, corría, no me encuentra, yo no la encuentro, como un perro que no alcanza su cola, no alcanza su tiempo.
No había nacido yo pero ella estaba ahí, bombardeaban la plaza, esta misma, damos vueltas, mamá corría a una playa de estacionamiento y perdía un hijo, no era yo, yo no la encontraba, todavía no la encuentro, ella no me reconoce porque todos corren, la empujan, sube a un tranvía hacia cualquier parte, dice que es mentira, algo estalla bajo la lluvia. No escuche abanderada, venga a nos, a llevarnos a su país en blanco y negro.
Mamá da vueltas, doy vueltas, vamos al cine, ella se viste como Zully Moreno, la ciudad está sembrada de nomeolvides. No nos olvide ilustre enferma, somos un cuerpo que se corrompe bajo la lluvia, vidrio, un día embalsamado. Miramos fotos. Papá no aparece. No está. Un auto zumba en la noche. Llovió durante quince días.
Estoy acá, no me ves pero estoy, corriendo en la misma plaza. Camino por las mismas veredas, como vos del trabajo voy a casa y en casa también llueve, todo huele a humedad, a asfixia. La niebla está adentro, en todo el barrio, se ven pocos negocios abiertos, poca gente en la calle. Cae la noche como si fuera consecuencia de la lluvia, como si fuera la lluvia lo único que queda.
La gente forma fila durante días para irse con ella, adonde sea, adonde vaya. No desate los nudos santa que ya no va a parar. No para nunca esta caída.
Mamá escucha radio. Papá no escucha. Yo todavía no existo. Somos los Perez García. En el patio llueve. El reloj se detuvo. No los encuentro, son de otro mundo.
Hay una marcha de antorchas, de lágrimas, de lluvia, estampitas, carteles, está en todas partes. Está en la radio pero no se la ve. Santa de los anillos, virgen de las capelinas haga su magia, háganos aparecer.
Que aparezca la casa, los azahares, luciérnagas, el tren. Diga una sola palabra que detenga la lluvia. Mamá con un vestido de flores, una plaza, un sol con pinturita naranja. No es que creíamos, estábamos ahí.
Damos vueltas en la bruma, en la tregua de una fina llovizna. Incluso la tristeza que aparezca si es común, como cualquiera que está triste una tarde. Y otra no. Que aparezca la muerte si parece de una vida, si toca. Lo que sea en proporción al tamaño de un hombre, del árbol, de una casa.
A no ser que sea lo humano nada más que una estrategia de dios para la tierra perdida de su mano y atada a su correa, una doctrina de la espera de algo más que agua que cae, que da vueltas y vueltas sobre sí, como los perros, los relojes, las monedas.
Mamá escucha la lotería, papá mira la lluvia, miraba. Yo miro fotos, todos hablan, nadie dice nada. Mi hermana escucha música, mamá la busca en un tren, corre, siempre está corriendo. Yo no puedo nacer todavía porque bombardean la plaza, después porque ella corre por unos vagones. Al final nacía. Después todos mirábamos televisión.
Dicen cuando no llueve que aparece en su mulánima, a las orillas de los ríos, arrastrando una estola embarrada, que por la noche frotan lavanderas fantasmas, dejan sus tules al rocío. Que cabalga cabizbaja como buscando un prendedor, que también buscan los peces en las piedras del fondo, dicen que el caracol de agua dulce reproduce aquel clamor.
Reina de la plaza, de los vestidos, protectora de todo lo que se escucha pero no se ve, venga a nos el tu reino.
Bien mirada es una plaza de colonia, la fuente, el cabildo, la catedral, la estatua, la municipalidad, el Banco, la palmera, los puestos de chori, de llaveros, medallitas, las palomas, la gente que da vueltas. El otoño se instala como bruma, como un remanente cuando aclara, eterno día después. Recogen los papeles de una fiesta de domingo, los vasos descartables, las botellas.
No nos dejes caer de la tentación, del deseo, del sol, madre de dios, decí que somos tambén una de las razones de la vida. Decí por nosotros con esa voz de altoparlante pueblerino y en la hora de la muerte con esa voz de ruido de lluvia de la radio.
Mi hermano va a la canchita del Club de Cazadores. Lo espero en el olor a cuero y a penumbra del salón, a lavandina y a cenizas. Una foto detrás de los trofeos de billar, con una escarapela. La seño, la primera, llevan su camafeo apretado en el puño a ver si pasa. A ver si rasga la tela de los muertos y aparece en miríada. Miro cada relámpago a ver cuál es de fuego.
Acaso exista el mal, rezó la multitud bajo una lluvia que apagaba las velas, un tumor inconmovible, inexorable como bruma que se expande, se instala entre los huesos, en la sangre.
Virgen salitrera, guardiana de los perros y los barcos hundidos por su peso, cayeron todas las hojas del otoño, el invierno empieza porque te vas, la música fría del silencio. Silencio capitana, las palabras ya no quieren decir lo mismo.
El guión terminaba. Después yo nacía. Mamá decía que era mentira. Papá compraba un auto. Mi hermana manejaba. Yo me escondía por ellos, en el patio, cuando no llovía me encerraba afuera. Después se fueron todos. No, me fui yo. Después estaba ahí. En alguna parte.
Relampaguea sobre la autopista. Llovió durante todo el día y sigue lloviendo. Se perdió la cosecha. No hay otra cosa que perder. No hay otra cosa que hacer que no trabajar. No pasan trenes. Los bares cerraron temprano. Una hilera de luces se borronea hacia el final de la calle.
Generala del viento, de nada, de las gomas que queman en la ruta, levante su ejército de trapos mojados y de agua, lleve la tempestad hasta el registro de su voz. La voz es lo primero que se olvida.

(De Plegarias)








LA NOCHE DE TANABATA

Es la noche
de Tanabata
pero yo no sé dónde está
la orilla del río
del cielo.
Ni el cielo
lo dice.
No sé cuál es el puente
que nos une
y nos separa.
Yo no sé qué pasó,
la vida no es un lugar
seguro.
No hay ceremonias,
los amantes unidos
por un hilo de plata.
Sueño con calles
en las que estás caminando
mientras sueño,
al despertar es tarde.
Yo no sé qué hacer,
el amor es animal.
El camino terminaba
en un acantilado.
Iba un loco
en un coche policial,
feliz de andar en auto,
sentí miedo del dolor,
de la química,
de las palabras que se quiebran
de pronto.
Fuera de mí,
fuera de mi casa,
fuera de todo lo que te ofrecí
voy.
Pero vuelvo, no creas
que pedía más
que la intensidad del azul
ante el naranja.
Yo no sé qué pensar,
para qué
si no quiero entender,
si no hay razones
a veces.
No sé si creer otra vez
en signos que no sé leer
en el río del cielo.
No sé si buscar el puente,
quizá nunca lo hubo.
No sé qué decir,
acaso te convoco sin saber
adónde.
No importa,
haré una ceremonia incorrecta
mirando la luna.
Pregunto a tu parte oscura
si es cierto
que desayunamos juntos.
El tiempo pasa,
no hay aniversarios.
La vida gira
bruscamente,
yo no vi la señal.
Ya no sé si es mejor
perder lo que se debe
para encontrar,
antes me dije estas cosas
pero estoy cansada.
¿No hay nada que decir?
No hay nada que hacer
para desanudar las almas que se aferran
a otras almas anudadas
a otras almas.
¿No hay parte en el amor
que guarde algún recuerdo?
de la luz
sobre la contingencia.
Acaso es un torrente
continuo
y precisamente
por eso.
Ya no sé quién sos.
No pudimos despedirnos
de los muertos.
Así sin inhumar
el cuerpo de este amor
enterrará el próximo amor.
Como fui yo el cordero
bajo el mismo puñal
que habías recibido.
Ahora soy quien pregunta
al río:
el amor es un torrente
continuo
pero estamos fijos en el horror
de no permanecer.
Hasta el fuego
necesita adherencia,
sólo la noche existe
aunque nadie la mire.
Acaso el puente para dejar
en claro:
cada uno ocupa un sitio
diferente.
No era necesario,
siempre estamos solos,
siempre está a la vista.
No te pedía el alma
por un pacto,
ya no hay pactos,
“es la estrategia del demonio
hacer creer que ya no existe”.
Ya no sé si creer
en las palabras,
es la noche de Tanabata
y no lo sabés,
no leímos los mismos libros.
No sé el lugar
que no conozco,
no hay corazón tan sabio
ni vocación de tenerlo
ni quien
indique el camino.
No hay caminos,
es el momento para inventar
liturgias,
construir un gesto,
un filme o un río
para los separados eternamente.
Eternamente despidiéndose
de sí mismos.
Reconstruirse en el dolor
es otro dolor:
que lo desee
no hará que exista.
Preparo café,
ya no puedo sentir más frío
por hoy,
por este año.
Todo ha sido
una actuación en el vacío,
algo se quiebra
para instaurar.
En todo viaje, la ausencia
o volver,
se mueve el paisaje.
De todos modos el río
está cegado aquí,
tiene una sola orilla
y cada vez
se es más inteligente.
Quiero decir más triste.
Ahora sé
que está cayendo la noche
de Tanabata
como una noche
más.

(de Matar un animal)








MUÑECA

Corazón en torno
al huso,
hechizo de entenada
que urde un sueño.
En la línea de la mano
la escritura
es un destino.
La cicatriz
es una trama que imagina
reparar
la maldición de su torpeza.
Se cree ausente
en una fiesta
invitada como ausente.
La fiesta no existía.
Vuelve una y otra
vez
donde la trama ha quedado
desprolija.
Se armaba una casa
detrás de la casa,
entre las ramas del ciruelo.
Toda la tarde era la cremonia
del té
para poder permanecer
en el lugar.
Si no habla
no puede detener la tempestad,
tampoco la desata.
Si el cuerpo arma una casa
en la espesura
podrá defender a sus muñecas.
No es que algo acechaba,
estaba al descubierto.
Los dioses eran tristes
en la infancia,
la virgen tallada torpemente
anunciada
con altoparlante
y wincofón.
Tormentas
como quien dice
un dolor ético
por lo que no llegaba a ser
una tragedia
soberbia.
Vuelve una y otra vez
al lugar de ningún crimen.
Al fin y al cabo
-se dice el venado-
el jaguar me desea.
Fugas
que encubren la fuga
verdadera.
En bicicleta,
en cuclillas,
con los ojos
cerrados o abiertos.
Si no escucha
podrá entender qué dicen
las mñecas:
Te quiero mucho,
tengo sueño.
Ni siquiera
lograba ser autista grave
o con graves problemas
de conducta.
Apenas heridas
provocadas
por una torpeza sospechosa.
No podía evitar
tener amigos,
fiestas, como quien dice
un dolor estético
por lo que no llegaba
a ser siquiera
horrible.
Elegir la verdad
en lugar de consecuencias.
Siempre era demasiado
inteligente
para un fracaso perfecto.
Y aún así
no lograba senir suficiente
traición
a su corazón entenado.
seguía un destino
sin comprender su lógica.
Una batalla
a la medida de sus manos.
En el cuarto de las bicicletas
tomaba la pluma
sin saber
de qué hablaba.
O agazapada
en su inocencia
acechaba una verdad
que esperaba más cuerpo
que pudiera soportar
las consecuencias.
Lo que no puede soportar
es la infancia que imagina
perdida
en otro corazón en bambalinas.
Otra soledad que la sitiaba.
Silencio
por lo que no lograba
ser tormenta
bellamente dicha.
Bello camina el jaguar
como quien ha matado.
No era tisteza,
un animal feliz
cargando un corazón que descubría
el desamparo
como quien dice un dolor
metafísico
por lo que no llegaba a ser batalla
soberbia contra el cielo.
Príncipes y mendigos
asisten a la fiesta
sin comprender su lógica.
El entenado
es una forma
de elegido.
Un destino
cruzándose en la historia
que intenta reparar
y así se trama
quién soñará
mientras su mano cicatriza.
Vuelve una y otra vez
a comprobar
que el cuerpo no está
donde creyó enterrarlo.
Princesa agazapada
en harapos
para evitar la maldición
de tejedoras.
El sueño llega
por desconocimiento
de la rueca
que, al fin y al cabo,
dejaron al alcance
de sus manos.
pero el sueño
también es ilación
del desencanto.
El jardín de la casa,
las muñecas,
los recuerdos o los hechos
que imagina
es una hebra fuerte
de colores
bellamente confundidos.
Dando vueltas
al perro,
en bicicleta,
por las vías,
hasta que la cabeza se rendía
a la evidencia.
La fuga era su forma
de llevar la tempestad
hasta los límites
que soportara el cuerpo.
Al fin y al cabo su silencio
traicionaba
la verdadera soledad
de sus palabras.
La felicidad
-discutía con su muñeca-
es así
te peino
y al poco tiempo
está todo enredado.
Te quiero mucho,
tengo sueño,
respondía sabiamente.
Inútil invitada
a una ceremonia
cubriendo la fuga
hacia una casa
detrás de la casa.
Como la verdadera soledad
oculta
en la inclemencia.
Desamparo que vuelve
una y otra vez
a golpear
en lo que nunca fue
puerta
ni salida
ni refugio
ni mangífica intemperie.

(De Caminatas)

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