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jueves, 10 de febrero de 2011

3154.- MARIO ARTECA


Mario Arteca (La Plata, Argentina, 1960). Trabaja como periodista en Radio Universidad de esa ciudad. Colabora regularmente como crítico en distintos medios gráficos y electrónicos nacionales y del extranjero. Textos suyos son publicados en Diario de Poesía, Bazaramericano.com y Tsé-Tsé (Buenos Aires), entre otros medios, y en revistas como Nueve perros (Rosario), Clarín Cultural (Buenos Aires), Inimigo Rumor (Brasil), Mandorla (México/Illinois), entre otras. Colaboró en la edición extraordinaria Crèation/Creación/Creaçao (Chile-Brasil-Francia), en homenaje a Vicente Huidobro. Obtuvo el Segundo Premio del Concurso Hispanoamericano VOX-Diario de Poesía 1999, y fue finalista del II Premio Casa de América de Poesía Americana Innovadora, organizado por la Editorial Visor, Madrid, en 2002. Publicó en poesía: “Guatambú” (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2003), “La impresión de un folleto” (Siesta, Buenos Aires, 2004) y “Bestiario búlgaro” (Vox, Bahía Blanca, 2004). Integra la antología de poesía neobarroca Jardim de Camaleôes (Editorial Iluminuras, Sâo Paulo, Brasil, 2004). Fue co-fundador de la revista La muela del juicio (La Plata) y de Ediciones El broche, también en La Plata.




Géminis

Aunque lo quisiera, el mundo demora
una eternidad en desplomarse; lo fáctico,
incluido en la lista de sucesos más postergados,
revienta en globos de nitrógeno y sostiene
las acciones al punto de volverse él sólo
una inmovilidad. No hay sinopsis que glose
esta escena, mientras la raya despide su año
con las aletas en menguante, la caroncha.
En su hedor está el cenotafio de la lucha
del bien contra los bienes, y de la versión
con el original. El problema es, entonces,
la legibilidad, y para autoimponerse estrategias
habrá de mezclarse con criterio los elementos.
La novedad retira su reserva; nadie recompone
una seña semejante siempre y cuando el lote,
la partida firmada, atraviese las paredes
del estómago y reconstruya su aldea, a base
de fuertes asechanzas.

Un cerebro, dos guarismos, reedita la solicitud
con la que vivió en otro tiempo serios perjuicios.
El quiebre de una voz, si aún recuerda
su facilidad para el silencio, y otorgarlo
cuando lo derriba. Los mejores textos
no abundan entre nosotros: cierta brecha
ajustó al máximo la habilidad del lector
para potenciar el estupor y convertirlo
en una sonaja dentro de una cafetera,
apenas asombro, y de tan pequeña creyó
ser un punto y coma sin soñar siquiera
con la quintaesencia de una frase o su perfil
a medias, ya extenuante por definición.
Hay antipatía, pero con esa no vamos.
Relegar es sucumbir, lo mismo que convencer
al propietario que la infusión casera que se ofrece
es la mejor bienvenida para un reencuentro
después de años. Lo lamentamos, no es así.

Al parecer, deben derribarse uno a uno
los instantes vertidos al arrebato, cuasi
automático, prendido de un alfiler
como fragmentos de tiza sobre la pizarra
de un aula. De seguir así, volveremos
hacia incógnitas preliminares, y el ingenio
a la orden presentará una materia sin suceso;
pero el tema es evitar la metáfora, siempre
al alcance. Si hay queja, prevalece el sonido
casi agónico de las pestañas, cuando aceleran
su instantánea. De tomar yodo o litio, sería
un portento si no saltaran de inmediato
los defectos de una cavidad de naturaleza
infrarroja. Cerremos por duelo, escojamos
pistola, otros lo harán por nosotros.

Esa instancia donde el poder de nombrar
sirve de plataforma por convencimiento ajeno,
y en el que minúsculos sosías establecen
desde el vamos nuevos ciclos de gobierno.
Quien logra sonreír ante la primera broma pesada,
sucede sin que los mínimos temblores apunten
a otra cosa que diferir, aunque fuese un poco,
la calma fuera de cosmético conseguida de antemano.
Él no lo sabe, pero huele bien, ya basta. Por eso
se pregunta qué sentido será dar el brazo, si nada
puede con la tensión nerviosa, a torcer. Comen
de nuestro brazo, les dimos lo mejor, en el sentido
de que un trato ejecutado por parámetros confusos,
no debiera caer en manos extrañas. En el medio
está el cumplimiento de las normas, que incluye
cualquier objeción, y una palabra cancelando
todo tipo de posibilidades. ¿Que las hay?
No las hay. Y cada irrupción anima zonas
armónicas, lo mismo se diría de una corrida
de galgos-campo-traviesa; la liebre es recobrada
y sometida a volúmenes de incitación ante
la evidencia de haber perdido el control
de los hechos. Mejor asumamos como vicio
aquel apetito de asolar las generales de la ley.

Y todo hacia sitios más atractivos, por ejemplo,
una porción de pollo a la piedra, con guarnición
de papas y albahacas. Eso incluye lo estragante
de soltar amarras mientras la oración se hunde.
Lo mismo de siempre: un determinismo
cuyo testimonio aún no es dialéctica,
y arrebatando a un trinidad de hombres
esa cualidad de describir la parte por el todo,
o en criollo: “el árbol tapando el bosque”.
Mañana andaré por el pinar de Monte Hermoso
y así forzar mi propio circuito de salud;
la jornada playera cansa y postra de veras,
y por eso bien vale un reposo entre aquellos
donde fumar está prohibido y el universo
cobra ánimo entre sombras, en un pespunte
de hojas amarillas que acribillan de sonido
un tumulto de pretextos pedidos al voleo.
De hacerlo sería otro, pero la moneda
al probarla se doblega y un sistema
sujeta la petición ahora falsa de moverse
en un mundo con pronóstico escrito.
Así, remanente de bastillas aun pueden
leerse en comunidad. Pássim.

(fragmento de Géminis, inédito 2005)












1.

Y quien atiende entre manos
no siempre suplanta asunto sencillo
para otros. Comienzo de frase y residuos,
síntomas, por impronta mueve un azulejo,
norteño. Mayólica, de un alicatado ahora viéndote
en lo puesto, entre medio y un cuarto de camino,
selva-selvaggia. La referencia es estirpe,
matiz y paso, al que pronto quitarán la máscara.
Dámela, otra vez, que con el curso de una nota
sugiere la cenefa a favor de media res: sucumbiste.
Que querés menos: hacer no es realizar.
Este tiempo insufla un reposo de charcos
y cierta llovizna que no cesa.
Se dice edema donde debiera decir paroxismo,
ahora y por siempre, indócil; tildar aquello
imperturbable, no sonoro, tratándose
de una vida cuyo mobiliario es sólo purgatorio
o antesala de relevos. Qué vida
en contraste, qué mayúsculo canje
de identikits, entre siervos y collazos.
A cierta altura, restaurar la mirada será
indicio de una lucha desigual, ninguna guerra
extracta sus señales y apoltrona el sedimento
de ríos cuyas ánimas carecen del mínimo balbuceo.
No es amenaza, es la zarza que arde. ¿Adrede?
No, ese es Deniz, cierto demiurgo, blasón
que reduce lo portátil a la imbricación duchampiana.
Y otra vez el accesorio que incrusta a pico
al arte en privilegio. De nuevo el roce
de la mochila. Pesada remesa, ¿no?, sin embargo
describe, propugna enseres donde antes
colegía la carcoma de sesos para nada.
Dedos pelados encimando una falla de galaxias.
Aquello bien heterogéneo, todo tuyo, corresponde.
El espejo de Kane es solitude a la ene. Será verdad:
réplicas de efigies traban comercio por complacencia;
son los límites del tedio en el instante de volverse,
e indivisible, uno visible.





3.

Sostenés en la predicción (la ambivalencia
es una). Única, divisible a veces (las menos),
pero las imperfecciones del cárabe reclutan
poesía. En el defecto bracea la piedra,
y no hay prestación ni perífrasis: el punto
de creación propaga el breñal. Así, desnivel
es darse vuelta en dimensión y una obertura
de labios será detector de músculos. Ojo,
e ingestión el brillo de un conato. Hay roce,
o bien espulga la retina. La gatera cuando
arrimo un candil, está cegata; en los intersticios
se prueban ocasiones de repudio. Catar,
paladeo, y hallar en la apetencia lo que mezcla
los códigos. Adagio, no sirve sino para traspasar
flujos (lingual de la cadena, u olvido e indolencia,
modo inconsciente), dux de la mano a su lado.
Dicen, un cuerpo sin órganos es modelo
de muerte, pero tus órganos deponen ninguno.
Catatonia, intensidad-cero para una nueva partida.
On puede ser uno. Ojival. Nunca se acaba
de morir, mientras existan piezas contiguas
al contorno. ¿Yo será otro, entonces,
por la manera de cargarse las puntas
de un edificio santo?




56.

Siempre pensó que su faena
era contar destinos atados
a la inclemencia de un poder
con mayúscula. Estaba equivocado,
pero su jerga era mayor cuanto más
se ensañaba la fuerza y el espíritu
de corrosión. Ese es su peso específico.
Si bien sobresale la voz, por momentos
ésta se vuelve detective. Los datos van
apareciendo a través de una tercera voz,
cuyo lenguaje es menoscabado
por la ignorancia. Así se aleja la memoria
de su pretendido valor absoluto. No existe
recuento sino enumeración de datos,
lo que provoca fragmentos, lo mismo
que una reunión de fotogramas.
Toda historia nivela responsabilidades.
“Es necesario retroceder para avanzar,
como los cangrejos” (Grass):
no reiterar errores del pasado.
El peligro de relativizar las masacres,
de comparar cifras y ver quiénes
cometieron más crímenes. Después
quedará bien claro el orden de las cosas:
¿quién empezó con las expulsiones?
A cuenta del orden histórico, no se recurre
al recobro en la busca de una conclusión
novedosa. En ese sentido, una genealogía
se irá anudando: no existen grandes
empresas manejadas por hombres pequeños,
y el fracaso está a la vuelta de la esquina.
Suerte de tabula rasa, ninguna de las voces
sobresale en detrimento de otra, relieve
y pivoteo debido a su carácter de testigo
aunque a riesgo de adulterar la información.
Cómo reciclar la transmisión oral
y convertirla en algo relevante. Todos
los recursos: la memoria como testificación,
la búsqueda de archivos e internet.
Una suerte de estética interactiva. “Disparé
porque soy judío”. Se incriminan, aceptan
un destino común, in memoriam. Pero
hay más. Vuelven los sucesos en espejo,
en el momento en que la historia se cierra
en su punto más temido: el desquite.

(de Vinilo, inédito 2004)







Kierkegaard en Chengdu (un azote)

Ser espía de Dios, correctivo
de la Iglesia, el punto. Capuana,
somanta, solfa. Luego buscará
aliados hasta madurar un género,
de inmediato socializa. Ello
se convierte en masa amorfa
y se corre peligro a cada instante.
Por suprimir aquello efímero
y lo que se previó, toma ahora
consistencia, cuaja (pepsina
más diastasa) condiciones
seguras donde el hombre fuera
responsable. En el fondo no llegó
al punto de destruir el cuerpo
místico: cierta forma de cristiandad
o régimen. Eso. Las Escrituras
no son nada, apenas cosa histórica.
Nadie dijo nada y sin embargo
alguien habló, una voz proviene
de allí. Alguien comenzó a hablar
pero nadie dijo nada. Tertium
non datur. Llegará a un mensaje
genuino: una palabra dicha no
resuena cuando la claridad juega
en lo abierto y lucha con la sombra.
Y eso allí, recuperado (modalidad
naufragio), e indivisible: el momento
cuando Dios retira de su criatura
la calma de una marea y desciende.







Una insurrección familiar

El barco trayendo gran tranquilidad –arribó-
a 14 del noveno mes del tercer año del emperador
Süan tung, hacia el embarcadero de la mansión
de los Chao. Gran intranquilidad de Wei, casi
inmediata. Estaba a punto de alborear cuando
partió. En los salones de té y en las tabernas,
nada decían: silbaban las asperezas del agua
de limón así de buena para recuperar la flora
tras el decurso del malestar. La nao, ¿no?,
trajo mayor sosiego, escisión en el reposo,
y sólo la mujer de Tsou el Séptimo
insinuaba una versión opuesta de los hechos.
El señor pensó que eso no iba a perjudicarle,
aunque vio con sus propios ojos a guisa de qué
los ejecutaban, previa puesta en la pared:
el rezo a segundos de la descarga, la inepcia
de la táctica y el proyectil haciendo omisa
la trastienda. Igual que Chung cheng,
último Ming, ciñéndose el cogote ante
la llegada de los manchúes. Esos facciosos
con sus corazas, cascos blancos, y empuñando
sables, mazas de hierro con bombas
y culebrinas. Con tridentes de doble filo
(el segundo invisible, para extirpar todo
atajo de defensa), lanzas arponadas también.
Entraron en sus casas tras el desalojo,
escurrieron sus baúles, lingotes y monedas
de plata, aquello un monograma de saqueo,
póliza. Al Templo Tutelar llevaron esa cama
estilo Ning-po, la sumatoria de mesas y sillas.
Todo muy rápido antes de zumbar dos sopapos.
Después, los rayos del sol y cierto mareo.
Y por momentos palidecía. Fulgor en los ojos
y ese brillo hinchado por la fatiga contra
la pared bien indistinta. Desplomado. Pagoda
de azúcar ante el embate de las olas. Luego
hizo sonar un gong junto al oído; lavó las tazas
y los palillos, poniendo manos a la obra. Dejó
hablar a las riquezas para que fuesen (Brodsky)
“el fracaso del tiempo frente al hierro fundido”.
El alcohol en el pescuezo y esos poros abriéndose
ante el aire repleto de proximidades, consigo.

(de Cuello Mao, inédito 2000)





Y DE PRONTO SE FUERON

Ve donde fueron aquellos
hasta el linde oscuro

Zbigniew Herbert


Sito en Sofía a mediados del 45
la casa del lebrel se lió en retirada,
el topo magro de Ionov pintó su vello
entre la mierda en fuga de las barracas,
y el peludo en la madriguera ofrece
el trasero al meñique que lo eche
de una vez al invierno turbulento.
Sigue hasta donde ellos huyeron
en la barra oscura del horizonte.

En la mezquita de Roland, los siervos
llenan sus huesos como filas de ikebanas
en la simplificación del ocaso. Antes Breslau
y ahora nada, antes Oswieçim.
Los espinos penetran los túmulos
regados de San Antonios, se hincan
hasta más no poder pero nada entienden
del silencio que abrió la pudrición
de los lechos, del chillido de los roperos
de pronto también abiertos
como mudas de chicharras.

El aire se puso inerme, pero era otro aire.
Desde la frontera regresan el tedio
de los prólogos personales y las ballestas
que en su limpieza llamaron a silencio
(dos veces) la promoción de la heráldica.

Y el hoy de la garrapata en la zancadilla
de la cigüeña huye tras el calor
que absorben las chimeneas.
Después de todo el color local
será un mismo sitio donde dormir
luego de muerto.

Así los bichos de la noche. Antes
sólo malestar para el sastre que cose
la levita del predicador; antes la sal
de la piedra ortodoxa, y su destino:
la pechera del guerrero que mutiló la economía.
Ahora beben el hielo venido del Ural;
lamen los reflejos sin presencia
en la chispa del alambre.

La púa y el puercoespín
cambian a disgusto de sentido.






LA DINAMO (UNA MAÑANA DE 1999)

Y es el momento en que la bobina
toma velocidad, suelta el sonido
oculto en el fondo del río
y donde anochecen dentro de uno
gotas que parecen doblar
los bordes de la acera;
a un kilómetro a la redonda
podría escucharse alarido
semejante. La paz que hicimos
alcanza su estilo en la ingratitud.

De a poco vemos, olemos, rogamos
porque surja otra marea reconocible
que acerque al menos los residuos
de una fiesta -si concluye.
Ese sonido, el que pone a trabajar
el día en la amenaza, casi neutra,
sin embargo deshace en ronquidos
todavía débiles las sábanas, cuece
en su punto la leche
y el pan en el gorgojo.
Y es cuando se desploma sin sentido
propio esta tierra en la mirada,
por fin la afrenta.

Una condena (no otra)
sin respuesta en la mejilla.

(de Bestiario búlgaro, Vox, Bahía Blanca, 2004)

[http://www.revistasolnegro.com/sol%20negro/marioarteca.htm]



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