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lunes, 24 de enero de 2011

3069.- CARLOS GUERRERO





CARLOS GUERRERO


Nacido en Zamora, el 19 de Septiembre de 1943. Licenciado en Ciencias Económicas. Inspector de Finanzas jubilado, comienza su andadura literaria en el año 2001.
Forma parte del Directorio de REMES y de Poetas del Mundo.

Publicado


Relatos: 


La Calle, premio Puerto de la Torre, año 2000.

El regreso, premio Martín Carpena del Ayuntamiento de Málaga año 2001.
La mirada del ausente.- Revista Katharsis, de la Universidad de Málaga, año 2006

Poesía:


“Cantos de la mar incierta” Revista Katharsis, de la Universidad de Málaga, año 2007.

Antología 2005-2007 de Poemas en el Canal. Ediciones Tres fronteras. Año 2008.
Antología “ Gibralfaro. Poetas del Andalus” Innovaciones y Cualificaciones S.L. año 2009.
“El ritmo de aquel tango” Poema ganador del Invisible Anillo de Libertad 8, año 2009.
“Las horas descontadas” Ediciones Vitruvio año 2010
“Los espacios vacíos” Ediciones Vitruvio, año 2012.
“Vivir, sin más motivo” Consejería de Cultura. Archivo Central. Ceuta. Año 2012
“Bosque de eucaliptos” Ediciones Vitruvio año 2013
  
Novela: 

“Tiempo de esperanza” Finalista del premio “yoescribo.com”, año 2007.

Soy fundador de la  revista de poesía Ámbito, donde escribo con regularidad.
He dado recitales de poesía en Madrid, Sevilla, Málaga, Jerez de la Frontera, Granada, Ceuta, Puerto de Santa María, Cádiz, Algeciras, Zaragoza, etc.
Pertenezco a Poetas del Mundo y he participado en el encuentro internacional de poesía Ceuta, crisol de culturas en el año 2011. 

Mi blog: balcones de agua. www.balconesdeagua.com






Del poemario “Las horas descontadas”





Desierta está la mar de luminarias,

siquiera una farola
señala posición de costa o puerto,

por levante, la luna
deambula por un cielo atónito de luz,

dejo flotar, inane, la memoria,
comienzo un cigarrillo, que muere con la tarde
y encamino mis pasos hacia la costanera,

está la arena sucia de brozas y de cañas
traídas por las olas de hace apenas tres días,

contemplo la negrura de la venida noche,
que tapa los pecados aún por cometer,
cómo cubre el espacio e inunda con su paz
al niño que olvidó, antaño, su cometa.






Eran otros los lunes de regreso a la escuela, 

eran lunes de lluvia
con barro entre las botas,

eran lunes de cromos,
de partidos de fútbol
con las alineaciones sabidas de memoria,

eran lunes de sueño,
el bostezo absoluto que escapa mientras Sancho
corre entre los molinos,

eran lunes oscuros,
macilento maestro, tristeza reflejada
en los pupitres-niños de apenas medio metro,

eran lunes de gritos,
de batallas campales
en recreos de tierra y mortadela,

eran lunes de babi,
de pelos encrespados,
de catarros, de ausencias, de incipientes recuerdos
que apenas permitían saberse con certeza,

eran otros los lunes
cuando, al llegar a casa cargado de deberes,
mi abuela me esperaba con la sopa en la mesa
y la sonrisa abierta al beso de la tarde,

eran otros los lunes de juegos en la calle,
de correr las aceras maltrechas de humedades
mientras las golondrinas nos decían adiós,
eran otros los lunes, te lo digo,
de vivir por vivir……y para siempre.






Me gusta recordar
el tiempo de las hojas, 
las tardes de calor, agrestes campos,

árbol frondoso, bosques absolutos
que trepaba deprisa por el gusto
de subir a esconderme,

y tendía mi cuerpo entre sus ramas,
mientras alrededor un vocerío,
un siempre descubrir y un “tú te quedas”,
consumían las horas de loco galopar.

Cuando descabezaba el sol su última siesta,
colonizando en luz el horizonte,
y volvíamos a casa discutiendo,
contemplaba tus trenzas bailarinas
y sentía tu mano,
en pausada ternura,
borrando los tiznones de mi frente.






Solíamos mancharnos
con las fresas robadas en la mata
en los ratos de andar entre los montes
socaire del guardián de honda certera
y perro malas pulgas.

Los cerezos floridos
guiaban nuestros pasos hasta la cañaduz,
que libábamos raudos,
ocultos por los surcos de un huerto de lechugas.

Después, lleno de pringue,
mojado del regato que atravesaba el campo,
regresaba a mi casa,
-inocente expresión que no mentía
a la mirada astuta de la abuela-
inventándome excusas siquiera planeadas,
negando lo evidente
y dejándome llevar a una bañera
que, tibia, reparaba
mis pequeños embustes al hilo de la noche.







Estaba con el tiempo de desnudar cerezos, 

de volver la cabeza y mirar para atrás,
de contemplar distancias que marcan lo absoluto,

distinto amanecer, cóncavas calles
transidas de mis pasos,
apenas incluidos en el bloc del recuerdo,
y aceras que albergaron batallas sin librarse,

eran leves las sombras
que pintaban de oscuro la valla del jardín,

era mi tiempo aquel que saludaba,
con abierta sonrisa,
el desfile marcial de las cigüeñas,
y el color de la tarde dejaba su mirar
sobre mi frente, vacía de oquedades,

el sol iluminaba las fachadas del pueblo,
(que quiso ser el mar)
mientras allá a lo lejos cantaban otras voces

y corría mi perro al zaguán de la casa
para decirme adiós desde las cosas
perdidas para siempre.
(sueños o realidad, me da lo mismo)









Resbalan las quimeras 

hasta rozar tu pelo,
que flota como un halo por el cuarto en penumbra,
donde mis dedos juegan a bojear tu espalda,
extasiada de luz de las vidrieras.

El momento propicio,
la calígine,
el fulgor del verano,
navegan por un aire
que huele a madreselvas y a vírgenes violadas.

Resbalarán los besos por el margen del tiempo
apenas que los grillos griten su pesadumbre
y las viejas alondras se guarezcan
en el balcón contiguo.







Era incluso tu imagen 
¿recuerdas el momento?
mostrada en el espejo de aquel bar,
pueblo mediterráneo que bifurca el camino,
donde quisimos aliviarnos,
de tanto polvo y moscas,
en su pequeña cala,
junto al despeñadero sin tiempo ni memoria.

Era incluso tu imagen
difuminada entonces por el vaho del sol frente al cristal.

Un suelo requemado por el viento.
(tramontana imprecisa que resecaba el aire)

No había prisa alguna.
Eran sólo las doce y el mundo restallaba de color.






Desvístete despacio.

Permite que tus senos
enciendan de deseo el borde de la noche.

Recuesta tu cabeza en mi aliento
y acuerda con mis manos
el tiempo del soñar en la penuria
de un mundo sin sentido.

Despoja tus caderas de la cinta
que suspendió al pasado,
para dejarlo ir en el fuerte alborozo
de los ritos de amor.

Desvísteme despacio.

Permite que tu cuerpo posea mi memoria.







Acaso signifique este mutismo 
que miles de bengalas amarillas
han regado de luz los horizontes.

Acaso los susurros de los árboles
cambiaron de lugar nuestras palabras.

O puede ser que las adormideras,
allá donde los ríos se vuelven azulados,
sembraran con su olvido los no-sueños.

O acaso,
simplemente,
nuestros labios,
inmersos en su andar por otros mundos,
para siempre olvidaron nuestros nombres.







El ritmo de aquel tango 
apremia caminar por mi memoria,
mientras en lejanía
se dejan ver las sombras de un mundo que fue nuestro.

Momentos que vivimos como si el evo mismo
hubiese establecido mil puentes invisibles.

Y entre ignotos senderos que llevan a la nada,
tu beso confundido con el fin del deseo.

Quizás fue que la noche,
pasados los ardores del reencuentro,
devino en soledades. O pudo suceder
que aquellos ojos,
que en otro tiempo recordaba como tuyos,
hubiesen transferido sus paisajes.

El Tiempo,
eterno destructor de tiempos y razones,
agrieta las gardenias,
marchita los geranios y el seto del jardín,
inunda de tristeza aquel estanque azul…

La comedia acabó, y los actores,
-ajados personajes de antiguas latitudes-
saludan entre focos desteñidos,

y la luz anochece
y deja como inanes los espejos del alma,
cansada ya de perseguir quimeras
entre muertos luceros,
que apenas disimulan el llanto de las piedras.








Es frente a mí. 

No hay cantos que acuchillen la espalda de la noche.

Se alejan de su andar y con las sombras
ocultan de la luna sus caras macilentas.

Repechan la hondonada y coronan el valle de la muerte,
para encontrar sus huellas en caminos
desiertos de palabras.

El otoño desviste de espesura el arriate.
Es frente a mí:
ella se inclina,
la miro
congregando los silencios
desgajados del árbol del Edén.

Pequeñas avecillas rapaces diablean en la niebla
y ceden las primicias del agua que se emana
de la fuente escondida,

y, mientras, los alcores que circundan la casa
dejan crecer hogueras en sus inmediaciones,
para dar luz al viento y calentar los nidos
de las aves que tienen perversiones albinas.










esperar que la noche coloque
la luz en donde debe,
las sombras donde debe,
y el amor... en su sitio.
(Blanca Sandino)

Contradanza el amor con las arañas

inmersas en la noche surgida frente al mar,
mientras se deja oír en lejanía
el ruido que produce la nada en tu escalera.

Arpegios de violín
recitan tus poemas
a la maga que vive bajo el pecio sin nombre.

Extraño suceder donde las cosas
acechan un camino surcado de dobleces,
que juega a confundir.

Las razones, siquiera vislumbradas en tiempo del soñar,
dejan en gris-acaso lo de siempre,
mientras ígneos dragones vierten sobre la playa
sus lágrimas azules, de apenas medio metro,

distancia que separa a Dios de la tristeza.




Los espacios vacíos

Los espacios vacíos es, en palabras del editor, una mirada hacia el tiempo que perdimos y los mundos que nos lo hicieron irremplazable. Nostalgia, mar y ciudad, en una poética firme y lúcida.



Me miras sin piedad, abiertamente,
como se mira a un cuadro que cuelga en la pared
sin defensa posible;
como miras la noche sabida desde antes;
y me siento perdido;
y abrasa tu mirada que taladra mi nuca,
mi sexo y mi costado y quisiera decirte,
pero tengo los labios soldados a tu nombre.

(Carlos Guerrero, "Los espacios vacíos")





Del poemario “Memoria de un tiempo sido”
(de próxima publicación)




En los días difusos donde el hastío reina.

En la neblina espesa de calores y tiempos.

Cuando las horas, lentas, se obstinan en seguir
y tampoco la noche solicita permiso
para tapar un sol teñido de verano,
regresa la memoria y ante mí se presenta
sin ningún protocolo,
ni siquiera disculpa por su ausencia de ayer.
En decir exactísimo,
se remonta a esos años que mi mente olvidó
para desmadejarlos sin compasión alguna.

También aporta nombres,
siluetas donde apenas logro identificar
su por qué y su apellido,
y lugares lejanos al espacio que habito.
Lugares donde nunca regresé ni tampoco
retuve junto a mí. Lugares de una infancia
que no me pertenece. Escenas que quedaron
para siempre perdidas bajo un cielo distinto,
tristezas, desmemorias, algún amigo acaso,
mis olvidados perros, mi juventud, mi historia,
incluso aquella lágrima que mojase el papel
de los versos de entonces, mientras el nuevo tiempo
borraba para siempre el nombre que tuviste.












De repente, estoy triste y no me lo merezco.

Ni siquiera mantengo la sonrisa
de los días vacíos de contarse.

Tampoco se me antoja distraer la atención
con ajadas premisas de ser y comprenderme.

Es inútil que busque calendarios distintos
para anotar las veces de masturbarme a solas,
sin retrato, ni nombre, ni siquiera memoria
de rostros que ya fueron. De repente, estoy triste
y puede que esos ojos idos de tantos años
sean los responsables, y busque aquellos sueños
fugados a la noche de la muerte absoluta,
sin comprender apenas que la inmortalidad
habita en el dolor de recordar que existes.








Detrás de nuestros nombres
vinieron otros nombres, otras gentes
que anduvieron caminos
trazados por los dos sobre la nieve.

Y vistieron tus ropas las mujeres
llegadas del calor. Tenían frío y vistieron
tus ropas, esas ropas que entonces, en el tiempo
de estar, realzaron al mundo tu belleza,
sepultada en la niebla del invierno profundo.

Y vistieron las mías
aquellos otros hombres llegados de la lluvia.
Tuvieron frío y vistieron las ropas
hechas para mi cuerpo en el tiempo de estar,
gallardía enterrada en túmulo de hielo entonces
levantado por vientos que avivaran el invierno.

Después, triunfó el olvido. Apenas somos hoy un copo
de la nieve que cubrió de silencio nuestro ayer.








Es pequeño el silencio que cubre nuestra ausencia
de aquel jardín umbrío. Es pequeño el silencio
porque la voz que amaba los momentos de estar
enmudeció deprisa. La tarde, declinando
las luces que anduvieran en busca de tu rostro,
comienza a ser esquiva,
engañosa de sol, sin horizonte apenas
y acomodarse quiere entre inflexibles horas
que acercan la penumbra al corazón del tiempo.
Después, sin esperanzas,
tapará con su manto la noche nuestros sueños
y quedaremos solos, en mitad de la nada.







Es diferente tiempo.

Abandona la alcoba donde ocultas
la bombilla sin luz que iluminaba
el desván de los deseos huidizos,
la historia que discurre
sin cauce ni razón para entenderla,
las llaves del hotel donde acogiste las putas
sin amparo, el farol que encendía
la vieja colección de ajados cuerpos.

Abandona ese cuarto sin temores,
debemos darnos prisa,
el instante es perfecto:
aletargadas horas sin futuro
desdibujan orgasmos alquilados
en manos extranjeras.

Tenemos que escapar de la memoria,
sumirnos en un tiempo diferente:
ya amanece la noche
que viene amamantando al pecado perfecto.







Aquí llega la noche.

No te dejes vencer por su tersura,
su intemporal matiz, sus tentaciones,
ni escuches junto al marco de la vieja ventana
el rítmico silencio que repite un cantar,
porque la noche engaña, como aquella mujer
que espera en las esquinas y sisea a los hombres,
y quiere seducirte para atarte las manos
al muro que sostiene pesadillas oscuras.
Allí te sentirás como distinto,
confundirás la luz con la luna engordada
de escaso plenilunio,
donde los hombres lobo violan Caperucitas,
y te irás a dormir cuando la aurora,
sin esperar por ti, ni puerta abierta que permita
al amor tener su espacio. Y solo has de seguir
sin tiempo que buscar, acaso muerto.








Escena de una tarde

Me chorrean los ojos de imágenes sin ti,
mientras llueven crepúsculos sobre la faz del mundo.

Enfilo hacia la calle cubierta de cristales
y argonautas ilusos, en busca de una esquina
sin mendigo para dar a mi perro la opción
de mancillarla. De repente, una voz que grita
te acompaño, en tanto que tus piernas sin tacones
aceleran el paso hasta obtenerme. Y otra vez
tus caprichos, que no tienen razón ni abrigo
de los caros, comienzan a abrazarme sin piedad
hasta hacerme perder la compostura, mientras
mi perro, ajeno a nuestra guerra, sin reservas,
deposita en el suelo el pis de su vejiga,
pese a los gritos cabreados del mendigo
que estaba recogiendo su sombrero.

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