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sábado, 4 de diciembre de 2010

2486.- ERNESTO CARRIÓN


Ernesto Carrión nació en Guayaquil, Ecuador, en 1977. Ha colaborado con la prensa escrita, realizado trabajos de crítica literaria, ejercido la docencia y participado en encuentros literarios fuera y dentro de su país. Textos suyos han aparecido en revistas y antologías latinoamericanas. Ha trabajado en poesía el libro La muerte de caín, cuarteto formado por los poemarios: El Libro de la Desobediencia, 2002; Carni vale, Premio Nacional de Literatura “César Dávila Andrade”, 2002; Labor del Extraviado, 2005 y La Bestia Vencida (inédito). También participó en el libro colectivo Porque nuestro es el exilio, Eskeletra editores, Quito, 2006. Actualmente trabaja en el quinteto Los duelos de una cabeza sin mundo. El poemario Demonia Factory -parte de ese nuevo trabajo- ganó el VI Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín, 2007. En entrevista con Mauricio Medo, declara, sobre este libro ganador: “Demonia Factory es un verdadero producto de la destrucción. Era una novela que trabajé en el año 2000, luego en el año 2002, luego la retomé el año pasado, la destruí y la convertí en lo que es hoy. Demonia es un libro sin pudor, de una honestidad desalentadora. Pero pude escribirlo y escapar. Era la única forma. Transitar estos retazos de mi vida anterior, para purgar los demonios. Recordar que no se equivocaba Eliot cuando explicaba que la poesía debe escribirse desde la contemplación del dolor, mas no desde el dolor puro. El libro gira en torno a cuatro mujeres que marcaron mi experiencia total y mi convicción en cuanto a las relaciones interpersonales. La voz empieza a los 17 años y culmina en el 2002, con mi divorcio. Es un desorden que obedece únicamente a mi propio vacío. Pero puede entenderse como una novela poetizada. Hay una historia, los personajes existen y se desarrollan, hay una trama, un desenlace.”




Adiós a la carne





Había momentos__aunque, ciertamente,
muy raros__en que la impresión
deba de una carne casi intacta.

C. P. Cavafis

I



me gusta pensar en una tierra no tan manoseada. Donde todos los árboles cultivan esos pájaros que un día arrancarán la máscara que acalla el bulto. Donde ningún viento azota el infinito, ni entra en las palabras para tambalearlas.

Música de fondo cuando llueve.
O metáfora, que hecha realidad, lava la sangre entretejida por las manos truncas.

La verdad es que no conozco otro lugar donde la respiración pueda advertirse a la distancia.

Donde prorrumpan fantasmas, de cascadas lenguas.





II



y llegan las invitaciones del mar, desde los mástiles picados de ese barco, que no nos vio volver con el semblante hirsuto. Desde ese mundo de los sueños, que fue siempre una niña que saltaba la cuerda sin saber cómo.

¿quién será el capitán, entre nosotros, dispuesto a poner su dedo escaso sobre la eternidad más cierta?

¿arderá dios cuando lleguemos?

O arderá sólo el silencio cuando el mar retoque su aliento en cada mancha de aceite. Preme-ditando su experiencia, como esa mujer que ama decididamente, para no envejecer, para no morir...

y las gaviotas montan de pie su aldea de vigilancia. La arena se afloja, y los peñascos gritan un blanco golpe por el azul del mar que se rehúsa.

Los barcos pasan lentos. Entran con la bruma.





III



los árboles, las piedras, las palabras; conscientes de la duración del día (los muertos, del futuro). A veces, una casa encendida a media noche, es una invitación a la indulgencia. Es un guijarro clavándose como gemido en este nudo de gestos. O en la resina de los robles, que deben soportar la hondura fugaz de un cielo que nos mira sin compromisos.

¡oh canto rapaz de media noche! La única postura que puedo tomar ante ti, es siempre esta.

La de la ausencia, que tiene miedo de aprehenderse de la luz en el estallido de tus formas. La de la sed, que ama quedarse, observada por su dueño a media noche.

¿pero qué ceremonia de palabras puede remendar el estremecimiento?

Si todo sigue poblado de mujeres, que cuelgan por las avenidas como crueles lámparas. Si decir (siempre) la verdad es otra forma de tiranizar al hombre. Si la cobardía es solamente el camino más largo.

Entro, y aún estamos en vela.

Pero he conocido abstinencias más clementes.





IV



los arcabuces despiertan con nuestras manos encima. Casi siempre estropeados por un sol de plata. El campamento que hemos levantado, cerca de un río lento, se deja acariciar por los recuerdos del hogar caliente, de la mujer hermosa, y de los amigos que tenían por hombro izquierdo una sonrisa.

Tanto tiempo ha pasado, que ahora mis enemigos se encuentran en mis ojos. Y ya no sé si el extrañamiento es una virtud, o una mentira.

A veces, por la noche, me descubro en el rostro que no tuve, o en el que tuviste.

El río únicamente sigue terso.





V

así, moviéndome, moviéndonos, la noche embadurna las aguas crispadas del estero largo. Y el lenguaje parece haber cedido ante el resplandor insostenible de una luna alta como una estaca.

Las prostitutas que ocultan sus estrías, como ocultando el mayor de los pecados, avanzan en la oscuridad como los héroes…
y más arriba de la lava de la lengua (con que deshonramos los parajes) se halla dispuesto un sueño, con las pulsaciones del fulgor, a lamer su presa intacta entre nosotros.

Detengo la poesía, para que nadie se sienta transitando esta calzada.
Para que nadie llame…

pero el alba no sabe recordar más que las voces que no fueron suyas: la porcelana de los cuerpos, la luz frondosa.

Ahí donde siempre nos movemos, para que no parezcan nuestras, nuestras casas.





VI



las flores, tan voluntariamente ajenas, en las manos entregadas al placer de las manos. Saber hermoso el cuerpo, pero sombra. Saber interrumpido el esqueleto que nos hace una promesa a la distancia. Saber, al cabo de los años, que la Tierra es el lugar donde debemos olvidar la tierra.

No promontorio, no destino, nacerá sobre mí en los excesos del amor que eleva lo signos que circundan.

(si como un Midas diferente –el poeta dice- sólo dejo destrucción en lo que toco)

ya la ciudad envuelta en trapos de ceniza,
por los hombres que no volvimos a amar en este sitio
crepita en las hogueras de las casas.

Pero el imperecedero fósil de los sueños,





VII

sólo en la caña de azúcar tiene dios consistencia, por primera vez. (¿quién mejor que él para endulzar nuestro sometimiento?)

pero ya hace mucho supe abandonar esos temores, que exhibían las mejillas como algún progreso. Esa luz acribillándome con hilos, a pesar de que cerraba las cortinas.

Ahora que he dejado de creer en el amor y en el odio, en la riqueza y en la pobreza, en la compañía (que es otra forma de morir); no reconozco ese remordimiento que deshiela por las noches las pesadillas.

El hombre nace libre, miente Rousseau. Pero los árboles flotan en mi ventana.

Enumerando las hojas, muy cerca de mi Bestia.





VIII

en las terrazas, donde el día husmea como un muerto invencible, la vida elabora con calma nuestra ausencia: lo único que poseo. Y un país repleto de mendigos, como un vientre poblado de ladridos amplios, fulgura vertical junto al follaje.

No seré yo quien detenga el ruido del motor que acampa en nuestros dorsos. La pureza de lo imprevisible que vuela silenciosa por un mar envidiable.

La aventura, pronta a acariciar a los ancianos, prefiere el escondite.





IX

el sol, consciente de su fuerza, oscila sobre los hálitos del río sin dejar su forma. Y las piedras, todas abrazadas, admiran el paisaje en la dureza del aire.

Pero sólo llega la tregua en la obra concluida, reitera nuestra erranza, año tras año. Y sigue todo vínculo tratando de zafarse:

la flecha y el blanco.

La herida y la sangre.

El vértigo y la caída.







****

esto fugaz, cantaba el grillo entre las matas.





X



la usura es una expresión en esta oscura sala.
Y el día más real de todos, que es siempre el día siguiente al de la muerte de uno mismo, apoya sus garras escaldadas sobre el ijar de dios.

Mas oigo sobre el mármol (en ese otro movimiento sin premoniciones), mi nombre y mi fecha entre dos paréntesis. Sentado en los límites de las tostadas piedras, que en vano me piden volver sobre las huellas que me desconocen.

Pero qué importa el silencio, o la gloria de la bahía que desnuda la piel de su paisaje; si nada quedará un día más por empeñar mi voluntad, por conocer mi aliento extremo, mi alcohol de hombre.

Si en cada rincón (anzuelo de grandeza) el universo muda a solas su equipaje.

¿pero en qué verso, bajo qué luz volverá el abrigo?

El misterio abunda en todas partes; sin embargo, pace libremente en mi sudor sin ansias.





XI

amanece. Averiada fue la luz sobre nosotros. Y el estero espera quieto como un espejo calculando la ilusión de la existencia. En las casas del Sur, desde los techos de zinc quemados por la luz eléctrica, los gallinazos retornan a la práctica de Cristo, al apareamiento de esas llagas muy abiertas al sol. Y debajo de los techos, miles de rostros sueñan que duermen en pos de cada línea que arregla su deguello; en pos de cada rostro que cruza su mirada con la madre muerta. Y en las colinas, como soldados desarmados, como piedras preciosas, aparecen las últimas cabañas alumbradas (Y pienso en los amigos que no saben morir. En los primeros usos de la infancia que inhabilitaron nuestra prisa. En el poema que no fue nunca un plan ejecutado con rigor. En la vida que no fue nunca un plan ejecutado con rigor).

Y escucho un ritmo inútil, esa vacilación que hacen las aguas a lo lejos.





XII

nada hay más hermoso que un hombre muerto.
Retocando su rostro verdadero, bajo el inmenso árbol de la sangre. Y nada hay más honesto que un hombre muerto; callado por su condición de muerto, y no callado por temor al abandono. Y nada hay más hermoso que un hombre muerto; algo fláccido y de pómulos serenos, que ya no se enrojece por insinuaciones; o delicado como una servilleta que gira mucho antes de tocar el piso.

…en la ciudad desierta, detrás de los laureles, asoman las primeras sombras. (llueve).

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