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jueves, 11 de noviembre de 2010
2025.- ADRIÁN GONZÁLEZ DA COSTA
ADRIÁN GONZÁLEZ DA COSTA
Nací el 27 de Mayo de 1979. Hijo de madre angolana y padre español, soy licenciado en filología hispánica por la Universidad de Sevilla, donde actualmente llevo cabo el doctorado en Literatura española. A los 23 años me dieron el premio Adonáis (2002) y el Opera prima (2004) de la Asociación de críticos de Andalucía por "Rua dos douradores", un libro primerizo donde Kavafis, Vallejo, Blas de Otero y Fernando Pessoa forman el espejo donde busco mi propio rostro. Alterno creación y recreación, así he volcado al español una antología de poetas portugueses para el ayuntamiento de Ayamonte durante el 2003, dentro del III Festival de Música Internacional de esa ciudad. Hoy en día trabajo para traducir una antología de Ruy Belo que, de poder ser, vería la luz en la colección la Mano vegetal del Aula de cultura de la Facultad de Filología, donde soy asesor literario.
1. II
La pequeña mujer a quien le suelo
comprar la fruta cada día, hoy,
no ha venido hasta la plaza. Dicen
que no vendrá ya más hasta la plaza.
Movido por el hábito, interrrogo
- sucede que soy hombre de costumbres-
en un puesto cercano, al vendedor,
si no tendrá melocotones buenos.
¿Melocotones, me pregunta, rojos
o amarillos? Usted dirá. De cuáles.
- Y mi respuesta me revela entonces
qué poco me conozco. La razón
de mi fracaso en esta vida y otras
futuras, si de cierto las hubiera -.
Démelos como sean. De los buenos.
1. III
Espero una llamada importantísima.
Una llamada de verdad urgente.
Llevo años enteros esperándola.
Después de tanto tiempo con la idea
hurgándome debajo de la piel,
debiera haberme acostumbrado un poco.
Y, sin embargo, sudo como suda
la novia en el altar, de blanco y sola.
Nervioso, me levanto de la silla
y paseo, nervioso, por el cuarto.
¿Si me quieren llamar, por qué no llaman?
Miro el teléfono continuamente.
Una y otra vez, miro hacia el teléfono.
Ahora que no hay quien vaya a las aguas
ni zurza con sus manos ni remedie
tanto dolor ni tanta dicha rota.
Ahora que no es jueves, ni llovizna,
pero es lunes con sol y estoy tan solo,
leo a Vallejo y digo: somos uno.
Tantos hombres distintos por las calles,
tantas caras distintas, tantos nombres,
y el dolor nos desnuda hasta lo idéntico.
UNA vez me dijiste qué palabras
-no sé si lo recuerdas todavía-,
con un timbre de pena en cada acento.
Y desde entonces, este corazón,
que seguía tu ritmo en sus latidos,
late sin ritmo, desacompasado.
Mis amigos me dicen lo que oyen:
que nada dura nunca para nadie,
que vivir es andar con paso propio,
etc., etc., etc.
Y han subido, solemnemente, whisky
para brindar por cada curva tuya.
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