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domingo, 7 de noviembre de 2010

1934.- ALBERTO INFANTE CAMPOS


Nací en Madrid en 1949. Me doctoré en Medicina y Cirugía en la Universidad Complutense. Ejercí como médico siete años, me especialicé en Medicina Nuclear y luego me pasé al campo de la salud pública y administración sanitaria.

He vivido en Madrid, Almería, Cádiz y Sevilla. De 1994 a 2002 trabajé en la OMS/OPS con sede en Washington DC. En 2002 volví a Madrid y me reintegré a mi puesto de funcionario en el Ministerio de Sanidad y Consumo. Me he casado dos veces, tengo dos hijos maravillosos y ya he sido abuelo.

Escribo desde los 20 años. Hice crítica de poesía en la revista La Luna de Madrid en la década de los años ochenta. He publicado: “Dicen que recordar” (relatos, editorial Ex Libris, 2003), “La sal de la vida” (poesía, ediciones Vitruvio, 2004) y “Diario de ruta” (poesía, ediciones Vitruvio, 2006). Entre 2005 y 2007 alimenté la serie “Pequeños cuentos mestizos” en el portal “Madrid entre dos orillas” (http://www.entredosorillas.org)

También he dirigido numerosos talleres de escritura creativa en varias ciudades españolas y en la Universidad George Washington. Animar a la gente a leer y, también, a utilizar la escritura como medio de expresión y de (re)conocimiento personal es una de mis inquietudes.

Hasta hace poco mi lema había sido leer mucho, escribir bastante, romper casi todo y publicar casi nada. Desde mi regreso de Estados Unidos lo he abandonado parcialmente. Esta página electrónica es una muestra de ello. Con cierta vergüenza admito haberme presentado (eso sí, sin éxito) a varios premios literarios. Me tranquiliza comprobar que mis esfuerzos de estos últimos ocho años me han llevado de ser un “escritor secreto” a ser un “escritor prácticamente secreto”.

A finales de 2008 vió la luz “Circunstancias personales”, mi segundo libro de relatos. Y en la primavera de 2010 “Los poemas de Massachussets” (poesía).

POESÍA
Los poemas de Massachussets (2010)
Diario de ruta (2006)
La sal de la vida (2004)

RELATOS
Circunstancias personales (2008)
Pequeños cuentos mestizos (2005-2007)
Dicen que recordar (2003)

WEB DE ALBERTO INFANTE CAMPOS


La sal de la vida (2004)
(publicada por la editorial Vitruvio)




Retorno

“Ahora aúllan los perros por los pinos”
F. Brines

El té ya no humea sobre la mesilla.
La fiebre acecha como un gato hambriento.
Fuera, la niebla le dibuja sombras a la nada.
Tendido en el lecho tirito y deliro
sin saber bien cómo. Otra vez, otro delirio
me hizo devorar un embozo para refrescar mi boca
y pienso que está de nuevo aquí,
que siempre son uno y el mismo.

Lo peor, dijo el poeta, es no tener testigos,
aullar solo como los perros por los pinos.
Oigo entonces girar la llave en la cerradura
y siento que la felicidad también existe,
que tú siempre regresarás.





Ya viene

Ya viene. Ya llega. Se le oye
sobre las copas de los plátanos,
entre los tejados de Mayo.
Aún no. Todavía no aquí.
Pero sus efectos – un minúsculo cambio
de humor, una pausa tendida, una leve
irisación del brillo – son ya perceptibles como un ritmo
sin forma aunque muy corporal.

Tardó mucho esta vez. Lo buscamos
entre los presentimientos, en la casa hecha
lumbre, tras la condición primera.
Lo creímos perdido para siempre con la edad.

Y viene ahora, lluvia que embadurna y empapa,
arrasador, ancho de soles, desnudo hasta la substancia.
Es él, sí: el mejor de los tiempos,
hondo mueble de madera noble,
luna roja sobre mar en calma,
estando ya sin haber llegado,
sabedor de que se es partido.




Delawere river

“He aprendido a no recordar”
José Hierro

No quiero olvidar.
Por eso, cada día me asomo
a un libro viejo, a una ventana rota,
a los cerrados ojos de quien
nace a la vida.

No quiero olvidar.
Vine con nada y partiré con nada.
Pero entre tanto cosecho
fósiles, hojas, cosas más o menos
compactas, caricias, sones que resuenan una y otra vez,
pesadumbres, amores, algunas alegrías,
numerosos silencios.

No quiero olvidar
ni someterme al tiempo.
Detrás de mí,
delante de mí,
estais todos y cada uno de vosotros
y mi recuerdo es tan nítido,
contiene tanto,
que no lo logro abarcar,
sus detalles se desmenuzan entre mis dedos,
caen sobre la mesa y huyen
en abigarrada confusión.

No quiero olvidar,
ni desandar las horas dadas,
ni encerrar mis papeles,
mis fotos, mis libros,
en cajas de cartón
cada vez que hay mudanza.

No quiero olvidar.
Quiero chapotear
con los pies desnudos en el punto exacto
donde al mediodía se unen
cielo, tierra, agua,
y ese fuego imperioso
que a menudo baja del sexo a los talones
y nos anuda a otro.

Quiero estar allí y aquí,
y en todas partes,
con vosotros,
recuerdos antiguos y modernos,
remotos y futuros,
porque yo ya no olvido
y nunca olvidaré,

porque al fin logro recordar
sin sonido, sin signos, sin imágenes
la materia prima que a todos os conforma
familiares, amigos, colegas,
adversarios pasados y presentes,
lejanos y próximos.

Pues ya no vagáis por los deshabitados
pasillos de la memoria
y estáis aquí,
ante esta habitación que es la mía,
todos juntos esperando entrar,
esperando recordar vuestros propios
recuerdos junto a esta efímera razón
que os convoca,
ese yo que es un hotel, un aeropuerto,
una oficina, un estrecho apartamento
a la orilla de dos ríos.

Solo que yo no estaré.

Cuando, hartos de aguardar, entre varios
derribéis la puerta y, restañadas las
viejas y nuevas heridas, os deis
la mano, y la paz, y la palabra,
y, satisfechos,
al fin reconciliados,
os dispongáis felices a abrazarme,
yo no estaré.

Simple y llanamente,
como deben hacerse estas cosas,
ya me habré ido.





Diario de ruta (2006)
(publicada por la editorial Vitruvio)



Piel

La piel. Tú eres mi piel.
Yo soy tu piel.
Somos tu piel y mi piel,
parpadeo solar viajando hacia la nada,
y no hay ungüento, pócima, espanto
para la desintegración más bella
que jamás han visto
tantos orbes cerrados,
ni cielo como el de esa barca
sobre la arena gris,
ni flecha con su dardo en agua.

En cuanto a la imaginación:
respira, llora, suda…
a lo más,
vive en el aire.
Pero piel, lo que se dice piel,
ésa eres tú. Y algo se encierra ahí,
traslúcido al ojo.

Y es sagrado.





Voz

(Para Paloma Soria)

Y entonces surge: no en lo alto de la colina
o entre las bóvedas de una iglesia,
sino como algo que viene, y dura,
y está junto a lo que se mueve, ella también,
sólo que más despacio. Pues hay un pensamiento,
una nota exacta en el silencio
de la mente, un hablarle a los pájaros
bajo su propia piel, acurrucada de niña,
deteniéndose y avanzando.

¿Qué la hizo brotar, tentarme
con esta vibración de aire a fondo?
Escucho, me dejo elevar, miro cuanto nos rodea.
Miro dentro, y el temblor suena a semilla,
a abedul perfumado por una luz extraña.
Es la onda en sí, y su expresión más pura.

Fuera, marzo desgarra alas y hojas
pero aquí el silencio es música.
Nos rodean su sed y su hambre,
sus cascadas de pie desnudo,
su milagro de voz, corporal y abierta
como las planas colinas del color de la miel,
el agua hecha piedra, o los enjambres de casas
dorándose sobre los barrancos.

(Y arriba, la Ciudad Vieja,
los órganos y las torres,
los callejones repletos,
las jóvenes en los balcones,
los titiriteros y los feriantes…)

Voz con más paciencia que tú,
pero que eres tu donde no hay ni después, ni ahora,
ni adiós, ni hasta luego… Tú,
con tu presencia y tu ausencia,
y esa furiosa contención que brota
donde menos se la espera.

Esa es tu voz: síguela. Ella te habla,
te acaricia, te entrega.
En la primavera de Madrid
ninguna imagen es sólo imaginaria.





Los poemas de Massachussets (2010)
(publicada por la editorial Vitruvio)




Arrowheaded

Llamadme como queráis,
yo sé bien lo que he hecho.
Mañana puede que lo olvide pero hoy lo sé bien.
Sabedlo, pues, vosotros: duele.

No la tentación o la fragancia
sino el hueso mismo,
algo más que estar al cuidado de unas viejas,
de las crepitantes manos de una viejas
que jamás lo sabrán.

Duele saber que se sabe,
que los otros saben que sabes
y fingen no saber
sabiendo que sabes que fingen,
que sabes que ellos saben
que tu sabes
y pese a todo fingen,

otra muestra de nuestra completa y absoluta imposibilidad.

Niebla sobre el monte Greylock.
Sobre las copas de los robles
el mar con quien siempre sueño,
y esa viva,
blanca,
inaccesible materia
cuya ausencia carece de significado.

Llamadme como queráis.
Llamadme.






No hay Godot en Beckett

Que seas irlandés, flacucho y desgarbado,
y salgas de un cine junto al Sena,
y sea el invierno del 38,
y te apuñale un vagabundo

que sobrevivas,
y vayas luego hasta la cárcel
y preguntes “¿por qué lo hiciste?”
y él, tranquilo, responda “y yo qué sé”,

algo tendrá que ver me digo
con que en el 52 Estragón y Vladimir,
en medio de la nada
hablen, peroren, disparaten,
se crean necesarios
esperen a quien no vendrá,
Godot nunca vendrá.

¿Cómo va a venir si ya sabe lo que le espera?






Retrato en sepia

Quisiera evitar las antinomias,
decir no hay fábula en el bosque,
éste es mi bosque.

Pues todo es cruel por incompleto,
hasta el pronóstico certero
del mar que es un morir,

o esa tarde de invierno cuando
otra vida, otras ingles,
otras uñas sucias…

Pues todo es real, nada ilusorio,
me pregunto si este frío,
si este paisaje, si esta ortiga seca
y el silbato de caza…

Pues todo es real y ya se mece,
mendigo entre mendigos,
alucinado en sí,

como quien afirma,
y duda, y cree,
capaz de recorrer y no nombrar,
como quien no siente
y no cree,
y no delira.

Ese tipo de cosas.

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