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jueves, 28 de octubre de 2010

1843.- TERESA NÚÑEZ

Teresa Núñez nace en Madrid, en 1941. Ha realizado numerosos talleres literarios dirigidos por autores de la talla de J. Mª. Merino, R. Alberti o L. Rosales.
Publica por primera vez a los catorce años en la revista poética Arquero y a los diecisiete, su primer relato en el semanario Blanco y Negro. Trabaja como guionista de radio en la emisora escuela de Radio Mérida (Badajoz)
Durante más de veinte años se dedica a la novela de bolsillo, editando con Editorial Bruguera y Editorial Rollán más de doscientos títulos del género Oeste y sentimental bajo los seudónimos de Paul Lattimer y Vicky Doran respectivamente.
Colabora como crítica de poesía en el Taller Fuentetaja de Madrid y como columnista en el Diario Metro Directo, apareciendo sus columnas durante cuatro años en Madrid, Valencia, Barcelona y Sevilla.
Es miembro de la Asociación Colegial de Escritores y Artistas Españoles y de la Sociedad General de Autores de España y en la actualidad ejerce como funcionaria de carrera en el Ayuntamiento de Madrid.
-NARRATIVA:
1960: Los ríos sin cauce. (Con el seudónimo María José Urquía)
1960: El payaso.
1989: Historia de diez leprosos.
1999: Manías.
1999: La caída.
2003: Asesinato en la cocina.
2005: Naufragios.

-POESÍA:
1987: Desde un soneto.
1990: Los días para amar.
1990: Una tierra llamada libertad.
1990: Noviembre.
1991: En el lugar de la costumbre.
1995: Huésped de mi sangre.
1995: Memorial de un lunes sin memoria.
1997: Ojalá el otoño.
2000: La canción del agua.
2001: El ojo inmenso.
2001: De la melancolía y otras lluvias.
2002: Si arde París.
2002: Inesperadamente mar.

-LITERATURA INFANTIL:
1999: Sabadocuento.
2000: En busca del Arco Iris.
2000: Un curso con mucho cuento.
2003: Lady Flor de las Calzas Rosas.
2004: El hada del abanico verde.
2005: Cuando tu padre se llama Pepe.
2006: Dos viajes y un gato.




MADERA CON TERMITAS

A veces en la sombra
se oía aquel trasiego
la metralla confusa
el grito
la miríada.
Pinzas labros tentáculos.
Otra vez en la vela
rasgando la telúrica
orfandad de lo oscuro
reinaban los insectos.
Y el miedo acrecentaba
lo que no era
más que río de palpos
animal embestida
en la quieta ventana
(fuera sólo la noche)

Yo nunca reposé
sin haber escuchado
y furtivos mis ojos
captaban orificios
de salida y entrada
¡Qué gemido de viento
la madera!

Sanguinario el ejército
ascendía
por túneles oblicuos.
Vencedor en el alba
despiadado
sin sospechar siquiera
que por vivir moría.
Y a cada vez
la vencida ventana
más amarilla y triste
desnudando sus huesos
más acabada y trágica
se iba desmembrando
con fiereza ignorante.

Nunca supe si algún
invierno más helado
que aquellos de mi infancia
derribó del cristal
el mirador enfermo.
Pero hoy todavía
cuando aprieto la almohada
bajo mi oído roto
escucho
como un tambor de fuego
a las termitas.

(de De la Melancolía y otras lluvia,
Premio Poeta María López)









CONFESIÓN DEL PIRATA

Tengo un mapa escondido en un arcón varado,
con líneas que señalan a dónde van los peces
y una gran cruz abierta en el lugar secreto:
a diez pasos de un árbol y treinta de la noche.

Nunca lo dije a nadie (esta clase de cosas
hay que callarlas siempre por si ladran los perros).
Procuré estar atenta, simular que sufría,
que el vivir terminaba con todos mis designios,
que me corrían ácaros oscuros y voraces
debajo de la piel, y eran mis ojos
un aljibe abatido en los atardeceres.

Creo que os engañé. Hubo quien dijo:
“Pobre de ella,
tiene la frente rota por pájaros suicidas,
se le ve entre los dedos que anda medio disuelta,
convicta, defraudada, llena de espumas tristes.
Terminará matándose en algún desamor.”
Mas al caer la sombra, cuando me dirigía
al lugar más recóndito de mi Nunca Jamás,
en el puente de mando estaba todo en orden,
el rumbo a las estrellas sin desviaciones mínimas,
la bitácora intacta, las velas anchurosas
como manos de brisa que acunasen
las horas del camino.

Sostuve la comedia que el mundo me exigía
(el mundo necesita de seres que se angustien,
que se hieran a veces premeditadamente).
En las playas dejé olvidado mi cuerpo,
y me escondí del frío, y vagué entre pavesas.
Cada mañana tuve la prudencia de ir
a una turbia oficina con humanos comunes,
en donde ni siquiera sabían conservar
el rocío que cuaja la luna en nuestros hombros.
Por las tardes cerraba la puerta a los olvidos
para quedarme sola y conquistar orillas,
y descubrir lagunas quietas y transparentes,
donde bañar mi carne que el limo doblegaba.

Pero guardo un tesoro. No quiero que se sepa.
No quiero que desangren la pared de mi alcoba.
No quiero que derriben mis desvanes azules
para buscar el cofre. No me perdonaría
la entrada de sicarios en mi casa.

Al sur de mí, a diez pasos de un árbol,
bajo la gran palmera y las tres amatistas,
un día llegaré huyendo de la horca.
Pese a que cada vez me cuesta más botar
este barco tan viejo que llaman corazón.

Después, en la taberna, cuando esté muy borracha,
preguntaré el destino de aquella feliz nao
que partió de algún puerto donde el mar era verde
y las uvas bebían dulzores de inocencia.






EL REPARTO

Quédate con el aire
viciado de la sala,
los oclusos balcones y el domingo
(aquel de los periódicos abiertos
por noticias de guerras y catástrofes).
Del salón, yo me apropio
el viento que remueve los visillos,
el cristal cuando impide la bruma de la plaza
y algún trofeo en la vitrina
(seguramente
el más pequeño.
Que no sea de oro, que no tenga más nombres
de los imprescindibles)

Guarda el televisor
en donde suena y suena la voz nunca escuchada,
y el timbre de la puerta,
y la constante
canción de los veranos.
Yo guardaré la caracola
para sentir todas las noches
cómo me llama el mar.
Y esa campanita que me trajo de Praga
Carmen Rubio
y aún me hace ver
un reloj, una iglesia, un banco junto al fuego
de la estatua de Hus.

Aduéñate del tálamo, el edredón de flores,
la lamparilla beige con peana de hierro.
Prefiero las esquinas
tan cálidas de nuestro dormitorio,
donde la luz no llegue.
Y el libro de Cortázar,
que se deshizo un día, en una arena
al sur de la memoria.

Caminaré descalza.
Para ti las alfombras, el barniz del parquet
y las pantuflas.
Para mí,
los baldosines, levantando
el dormido temblor de los deseos
en la planta del pie.
Para ti las toallas, la crema de afeitar y los ambientadores. Para mí el agua, que resbala despacio sobre la piel desnuda. Y una pizca indeleble, delgada y silenciosa de perfume francés.

Cuida de acarrear todas tus pertenencias.
No confundas
tu chaquetón de lana con mi frío,
tus zapatos todo terreno con mis alas,
tu bufanda de raso con mis manos abiertas.
Envuelve los auriculares con hora veinticinco
y aparta la columna
por la que nunca me han pagado
en el diario Metro.
Quédate los paseos con tus hijos,
las cartillas de ahorro, el crucigrama.
El Ford, el tomavistas y aquel polo azulado
que tenía cocodrilo en vez de corazón.

Pero préstame la maleta más grande
porque no va a caberme este amor que me llevo,
intacto, hondísimo, tan mío.
Exactamente igual que el primer día.

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