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miércoles, 28 de julio de 2010

660.- BRUNO PÓLACK

Bruno Pólack (1978). Perú. Estudió leyes en la Universidad de Lima.
Actualmente participa en el comité editorial de la revista Fórnix y concluye un estudio de literatura oral en el subtrópico ecuatoriano.
En poesía ha publicado (Alegorías hiperbólicas) o las ruedas del beso de Reinaldo Arenas (Fondo editorial de la U. de Lima, 2003), El pequeño y mugroso pólack (Lustra, 2007) y Poemas médicos (Lustra, 2007).




Muchacho mordido por un lagarto


Rispondere no
a una vita che adopera amore e pietà,
la famiglia, il pezzetto di terra, a legarci le [mani.
Cesare Pavese


Chico del mundo,
si cae España bueno claro, si cae es tan sólo un decir
digo: si cae,
prenderás la estufa de butano y un cigarro/
quisiera ver manchas de sangre como pétalos de rosa
sobre la alfombra del vagón.
Rezar al Cristo tallado en Cinc que pende de tu cuello/

No puedo decir la verdad acerca de ti/ no eres
Dios, no eres Antonio,
y lo lamento.

Sin embargo
amaba leer mi futuro en la sombra de tus piernas mien-
tras leías a Kipling/
verter mis manos en la palangana de leche,
distorsionar tu rostro contrito tras mi botella de vidrio.

Adentro/ frente a ti. Hermoso el mar se
levanta por ratos
como una serpiente encantada.


Muchacho/ dos puntos,
debo admitir que muchas veces
en los campos, he fingido.
No pude echar nada dentro de los surcos
y esmeradamente, con estas manos,
los he tapado.


Luego he
regresado a ti, a la calle del Carmen, con la satisfacción del
deber cumplido/
y
yo mismo soy un surco vacío
que vieras con que esmero
hubo sido regado.
Viento, oh bien,
regresa al fruto del canasto
al futuro rojo que descansa entre nosotros, en el canasto.


Y tú, no llores así contra
el vidrio,
pues si cae,
España digo,
si cae,
¡exulcerada política diestra!
¡indeseada atona de lengua y atrezzo!

¡Cuántos mares señalados en contra nuestra!
¡Cuántos crucifijos incrustados en nuestros corazones!

(…)



Vemos por la ventana los frutos luminosos de la noche/
Para cuando despiertes muchacho,
una herida penderá de ti,

como una insignia.




Prêt à porter


Si yo fuera para mí, una mujer como
tú /
que hincha el corazón en sus manos
como las velas de los barcos
antiguos/
o
los alejandrinos sonidos del copihue en la ramada
(sobre nuestros sombreros)
o dos
lanzas del sol que ensartan nuestras palabras en la atmósfera
y enhebran una conversación ajena a la nuestra,

que ya hubiéramos querido nuestra/

y
luego me explicabas
que antes de venirse, tu padre era un fulero que voceaba la partida de los vapores/
que cogida de su mano en la baranda del muelle,
por la noche,
veías caer las estrellas luminosas
contra el asfalto/

(La rana por más largo que saltó
volvió a caer en el estanque)
Si yo fuera para mí, una mujer como tú/
que hincha el corazón en sus manos,

como las enormes velas de los barcos antiguos /
que de seguro veías zarpar en
los puertos de tu infancia,

allá en Chile,


donde el estribor de mi voz,
no fue suficiente canto para ti

ni para nadie.





A bajeles


Año tras año se me han encomendado las pequeñas labores/
he sido cuidadoso, sin embargo,
de que la simpleza de estas, no llegue a turbarme,
y las he realizado siempre diligentemente.

Esto no ha pasado desadvertido
y
año tras año, para felicidad de los míos,
se me sigue encomendando las mismas pequeñas labores/
por las cuales incluso,
pasada la “insensatez” de la adolescencia,
he llegado a guardar abierto cariño.




Origen


El último retoño de la temporada, por escaso margen,
ha nacido en lo que son mis tierras.
El pueblo se ha apostado en la verja—
estamos realmente hastiados
de esperar
y que de regreso a las conversaciones en las
ferias pecuarias de la región,
no tengamos nada fantástico que decir
de nosotros mismos.
¿en que sentaremos nuestras leyes, nuestros
hijos como dormirán,
que haremos pavoroso a los pueblos que conquistemos?

En cierto modo
es más hermoso ver el mar que
estar en él.




L’artison de son prope malheur

I

He dejado la pistola encima de la mesa,
el forro del sombrero roza mi calva y me irrita de tal manera/
por el marco, arrodillado en la silla, veo el cuerpo de un ángel emerger entre las cadenas de una grúa policial desde el fondo pantanoso del río.
No quiero nada de lo que perdí de regreso nuevamente/
Dos argelinos sarnosos cargan una cocina al sexto piso (las escaleras chillan bajo sus Doctor Martens).
Los cigarros en la manga sudorosa de Rachid golpean el visor de mi puerta. El amanecer se empieza a esparcir en la espalda vigorosa de Kateb.
Yo ausculté su pecho una temporada, en busca del remedo de la voz intransitable del mar/ y no hallé más que eso/
Cada detonación en el barrio obrero causa un destello en mi cuarto que me da tiempo de leer sólo un verso. Así, en un bombardeo promedio puedo leer dos o tres poemas tranquilamente por noche. A la mañana siguiente, en el café, sólo sabemos hablar de lo gentil y del apoyo
denodado a la cultura, y especialmente a la poesía, que brinda la aviación israelí.

Los fierros se retuercen buscando la luz del sol. Maldito Rachid, seguro hoy tendrás mucho trabajo entre los escombros y no vendrás a verme.
He dejado también el sombrero encima de la mesa, algunas monedas.
Tus deseos de convertirte en un periodista cultural, con más o menos un buen sueldo, escribiendo en mi espalda poemas con un arpón oxidado, quedarían en el olvido aquí o en las fábricas metalúrgicas de Southampton.
“Déjame sorber tu lengua como la ostia que nunca purificará
[ mi alma”
Si no fuera por el molesto sonido de las ambulancias, esta sería por las
mañanas, quizá, una buena ciudad para dormir.

Pero no ladran los perros Rachid, he delineado mi sexo con el lápiz de labio y no ladran los perros. Preferimos la belleza a la verdad, eso es todo/ y no se nos dio señal alguna, ni dos trozos de tela los cuales llevar a casa/
hez tu palabra señor.
El burro atardece en los guijarros, cercano al puente.
Recuerdo a Sara cerca de Morija, esperando dentro del carro con el motor encendido. Su fe está incluso sobre su fe.
El milagro de la multiplicación de los muertos. Y espero que chille el rellano de la escalera Kateb, en busca de mis propias señales, mientras miro arrodillado en la silla, el cuerpo de un joven robusto emerger del fondo pantanoso del río.
Un escenario de frutas, acaecimientos, árboles y mundo silvestre.



II

Si no lo dudo Rachid, esta segunda parte debió
haber sido tu canto.
El canto del niño que huye del brillo de los sables, posiblemente a Dumyat,
financiado por tres preclaros zoroastristas.
El canto de la lucha por los cadáveres contra las buitres/
sin embargo tus palabras se elevan entre las copas de los edificios
y prodigan una incandescencia donde se han asentado ciudades.

Kateb golpea mi puerta luego de su escondite nocturno en el
mar.
El canto de un grupo de miserables que por dos versos felices nos hacen llamarlos maestros. Procurar la inmortalidad con tan poco es francamente inmoral.
Muchas veces así, lavé tus vestidos contra las piedras.
Sabía que era Isolda, lo sabía, pero no sabía cual, la rubia o la de blancas manos.
Y se daba inicio a la algazara y a la danza, en la plaza de la Liberación, bajo los cuerpos colgantes de los acusados. El niño corre entre el mobiliario del templo.
También tú, hieródula, de quien cuyas lágrimas he cuidado el viaje hasta verlas perder en la cuneta. Con quien en un día brumoso he lamido la faz del charco con la boca ensangrentada. A ti te he llevado al río contiguo, al que no nos pertenece, aun sabiendo que eres la más esmerada de todas las putas.
Se hunde mi mano en tu pecho Rachid, como en un molde de cemento fresco.
Una clara lluvia, entre el sopor, riega los cuerpos escombrados y limpia la cimera de los monumentos.
Kateb ha conseguido un paquete de queso, pescado y algunos panes.
Hemos hablado seriamente de llevar algunas alfombras e ir a dormir algunas noches entre los cedros. Siempre a alguno se le ocurren buenas argucias entre los cedros.
Sobre mí, la lluvia dorada/ sobre él, un techo escarchado.
Sobre nosotros un enorme sol de 60 watts que nos asfixia/ y entre los remedios y las herramientas leemos
S'i fosse foco, arderei 'l mondo.
Y seguimos derrapando las piedras en el lago aun sabiendo de la incapacidad de las palabras/
Abraham le da el encuentro a Sara dentro del auto, avergonzado, por no haber comprendido correctamente el mensaje. Llora con los brazos sobre el timón.
La insistencia de dejar de contemplar y ser parte.
Hez tu palabra señor.
El sol se enreda entre los rayos de las bicicletas Rachid, y yo hablo frente al marco de la ventana como si realmente estuvieras dispuesto a escucharme.
Nuevamente oscurece y la noche literalmente se nos va a caer encima.
Santo de veras es el hombre que, a pesar de toda esta miseria, camina escupiendo el nombre de Dios entre las palmeras del mediterráneo y sigue en pos de su familia. No busca que su nombre recalcitre en el escaparate de un teatro. ¿Qué cosa es de Dios, qué cosa es del César?



V

Sin embargo veme aquí
reconociendo tu insalubre cuerpo/
tuve que volver a enfundar la pistola, cerrar la ventana, depender de este mugroso sombrero y caminar al arcén del puente.
No es como en Lima Rachid, donde mil niños se hubieran amontonado para verte.
Los helicópteros bombardean el cementerio del siglo XIII. Algún tipo de
venganza ha llegado por fin para los abuelos de sus abuelos.

y entre las cadenas veo tu pecho angelical Rachid, el priapismo cotidiano de los reporteros gráficos
y algunas notas que caen de la mochila que aun te cuelga del hombro.
La esperanza en la cima del palo encebado/
y nuevamente el milagro de partir en dos el mar
y Sara esperando tercamente al lado de la lavandería
con el carro encendido/
Una hermosa foto nuestra debajo de Bruno en el campo de las flores.
Oh Rachid, cuanto lo siento, tu cuerpo se va descomponer en una caja de pino.
Esta noche Kateb golpea a mi puerta y se desnuda para leer al lado de la mesa:
“deja las insensateces de lado, oh Dios, prémianos con tu golpe más implacable”.




Las ínfulas extrañas


Rescribo lo que me fue conocido
o lo que me es dictado en la orilla,
la agonía de ser un peldaño de la maravilla
el paraíso absurdo de no ser requerido/

Ya ni redime más el remedio que el engaño,
ni bato la aorta del remo en un exhumado río/
llegaré a los pies del árbol cuya semilla extraño
apacentando mi propia sombra en el recodo sombrío.

Con los rebaños de imágenes fecundas,
he de resurgir desde mi actividad labriega:
prodigar las heridas por más profundas

asir la sangre desdoblada en la noria
difícilmente levantar mi ofrenda en entrega:
castigando al parricida, con no menos que la gloria.





Los árboles


*Haliterses Mastórida, burlando el Lichtung
me allana
en la espesura del bosque de las oblaciones/
(…) me dirige las siguientes palabras:
“¿por qué caminas lejos del pantano?
Sabido es que prefieres otras compañías/
los que dejaste en la orilla, ahora te desprecian
y jamás te dejarían regresar a las redes con ellos/
a los que llegas, se sensato, no te miran con confianza,
y difícilmente dejen de vigilar con celo cada uno de tus pasos”.
Es ahora, oh, Ha…
(2 versos perdidos)

Y deja de llorar en las tejas un palmípedo salvaje/


(de El pequeño y mugroso pólack, Lustra editores - 2007)

* * * * * * * * * * * * * * * * *


Isla Tiberina


El hombre que viene por el puente Cestio ve con envidia al hombre que baja hacia mí por el Puente Fabricio, lo veo, y el hombre que baja por el puente Fabricio, desde el Ghetto, ve con envidia al hombre que viene hacia mí por el puente Cestio.

(…)

Mi mármol fue traído aquí desde Epidauro.
Y el hombre del Puente Fabricio acelera el paso y
podría adivinar que dirá: “oh Esculapio, traído de Epidauro,
ahórrame dos monedas y borra de mi cuerpo el rastro de cualquier muerte” (…)
“sé que nadie se libra de al menos subir sobre la barca”

(...)

el otro dijo: “desde aquí no deseo ninguna de las dos orillas”





Entre las ruinas del bosque

Fue así que dejamos atrás la ruma de habladurías y
seguimos a quien durante estas últimas jornadas
había encabezado la marcha para llegar al centro
del bosque/

funesta tierra ominosa dividida por el chasquido de
los crótalos; de ti huyen los inversores; en ti no
crece
como es debido el olivo; y
las notas plúmbeas de la
siringa amenazan el pubis de las
que entonamos lo cantos aprendidos de Himeneo;

seis de la tarde ya; así que adelantamos el yermo
industrial y nos enfrentamos al enorme portón
metálico;
embebidas en la corona de arrayán y en tu muerte.




Canción del camarada errante

Pues vuelvo a auscultarte debajo de las orejas;
segu-
ramente la antorcha esté por consumir su retazo de
bencina y nos quede solo tiempo para tumbarnos
en las poltronas.

Era tu pan harapiento el que me llevaba a la boca;
rugen las voces de la comedia; el hybris destilado
para poner piedra sobre piedra/

creo recordar que prometieron que la cena sería
servida cuando la luz intermitente se prenda cerca
de las estelas conmemorativas;
la gente pregunta si el autobús regresará
para el turno de las siete.

Arrástrate en las baldosas de la terraza,
hijo de Policleto, para pasar una noche decente;
los perros ladran a la salmuera;
y aquel hombre que reviste su piel
de llagas debe conciliar el sueño para esperar su
propio ladrido.
El favor se reconoce pero la música no cesa.




La espera y la partida

Son las tierras llanas, las carentes de dioses,
donde solo llega el hálito insalubre de los rituales/
heme aquí a dos días del muerto, entre muertos.
Pastando entre las cabras; golpeando el ramo de
rosas contra las piedras.

Y es el camino a Betania la luz que sega el trigo;

Y es esta la fruta que machacamos contra la mesa
para gozar del aroma que su sola presencia no
habita;

figuras que se forman contra la
costra del cemento; a ustedes, que los encontré
apaleando peces en la orilla:
ahora cortan el pan y con esas mismas manos
contarán las monedas;


Volvió a rascar el fondo de la olla y tuvo la certeza
de que era ese su momento.
Demasiado tarde para cualquiera de nosotros.





Enemigos

Abrió en una hoja cualquiera El poema
de Pentaur y otros textos,
en el momento que Ramsés II se hallaba
únicamente con su escolta personal
rodeado por veinticinco mil hititas.
Alzó su mirada estrábica y vio bailar la zafra;
el ruido de un recuerdo;
ahora que las Erinias se hallan
en la puerta de tu casa- pensó.

(…)

la invade luego el tarareo de una canción rupestre;
coloca una hoja de sándalo entre las hojas.




La “huida” de Coronis

Tiró por la ventana las piedras que le fueron traídas
del templo de Apolo;
ella llevó una vida fácil en otros tiempos, ahora
ansía un amor;
una imagen grotesca que se represente mientras
levanta de madrugada la reja de la lavandería/

Cogió cuatro cachivaches que puso en una
bolsa de cuero
y embarcó el Pireus;
el cuervo era una mancha blanca en el
cielo todavía sucio/
el puerto de llegada era en su cabeza mucho
más inmenso que el puerto que aun tenía ante
sus ojos/

las amarras se arrastran sobre el agua; y
a mil leguas de aquí, estará exactamente de lo
[que huye/




Última noche en Corinto

¡Absurdos quienes pensáis que todo este dolor se
levantó en solo
seis días!

Y ver ahora a la muerte intentando secar las
lágrimas de mis ojos/

Bajo los frisos y las columnas simétricas hierve la
sangre donde se ha asentado la civilización.

(…)

Recuerdo cuando entonaba estas canciones
en las salas de la Cólquide;
sábelo bien: en cualquier acto
va a haber alguien para quien lo que se haga
no sea del todo justo.

¡bendito ese algo que nos es esquivo para siempre!





Melancolía de Hipócrates

y veía, echado en las piedras, la imagen de los
antiguos cuervos
ensombreciendo el recipiente de frutas;
una lengua de agua mojaba el filo de su toalla.

Creyó que esto ya era fastidioso y
se puso de pie;
Quizá sea buena idea regresar mañana, se dijo.

La sombra de un poste en el malecón hizo una línea
frente a él que no tuvo miedo de traspasar.
Era joven cuando recorría los puertos y las galerías de Egipto.


Esa noche, frente a un nutrido público, expuso su
melancolía por sueños pasados.
Y se adueñaba de historias y situaciones de otros,
que él mismo añoraba ya
como parte de su vida.




Muerte de Coronis

Era cierto que tu vida transcurría por los prados
como la sombra de la muerte;
algunas cosas importantes hemos dejado al azar
antes de subir hasta las cuevas.
¡oh extraño y ajeno amor!

los pueblos de los alrededores han cosechado
este campo caído el invierno;
han olido esa noticia rancia que ha portado hasta
ellos el mar.


El cuervo blanco ha alzado su último vuelo,
la cabeza del centauro descansa sobre la mesa.




La huida

Los asentamientos han copado todo este valle;
antes sembríos de cáñamo y alabastro;
y superada la primera muerte, se despidió de sus
hermanas,
y huyó atravesando el Jordán.

Es raro dicen, huyó de la Pasión de quien
lo defendió contra su padre;
Es posible qué ya sean tres años que no llueve
sobre esta tierra agrietada.

Sus hermanas vendieron los enceres
y las tierras en Betania;
luego de tres noches de ausencia le dieron el
alcance atravesando las tierras de Filadelfia.

La misma enfermedad de hace algunos años
le ha vuelto a brotar debajo de los ojos.

(de Poemas médicos, Lustra editores – 2009)





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