sábado, 23 de octubre de 2010

1794.- ANTONIO ENRIQUE


Antonio Enrique es un escritor y poeta español nacido en Granada (19 de enero de 1953) en cuya Universidad se licenció en Letras. Desde el 2003, ocupa el sillón "Ñ" de la Academia de Buenas Letras de Granada.
En esta ciudad vivió hasta 1979, residiendo más tarde en ciudades como Úbeda, Durango, Ronda y Jerez de la Frontera. Desde 1984 se halla establecido en Guadix.
Cabe destacar su vertiente crítica, a la que viene dedicando especial atención, con cerca de cuatrocientos comentarios, publicados en diversos suplementos literarios, "Córdoba", "Málaga-Costa del Sol" y "Europa-Sur" entre los más asiduos, así como en revistas especializadas. Figura en buena parte de las antologías más representativas de su promoción literaria. Pertenece a la Asociación Nacional de Críticos y es vocal de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios. Poemas suyos figuran traducidos al árabe y hebreo, al papiamento, al rumano, además de las lenguas habituales.
Su obra se adscribe en la denominada "literatura de la Diferencia", a la que dio nombre y de la que fue uno de sus más decididos impulsores, opción estética caracterizada por la heterodoxia sobre las tendencias dominantes.
Integra, con los escritores José Lupiáñez y Fernando de Villena, la denominada Academia de Oriente. Ha intervenido en numerosos congresos y dirigido algunos proyectos editoriales, siendo muy activa su labor como conferenciante. En 1996, cofundó con el escritor Gregorio Morales el Salón de Escritores Independientes, que llegó a contar con más de un centenar de miembros. Ejerce como profesor de literatura en Guadix, ciudad que viene marcando sus obras últimas con su atmósfera y paisaje, impregnándolas de un inédito sentido trascendente, y donde está al cuidado del aula Abentofail de poesía y pensamiento.

Poesía
Poema de la Alhambra (Colección Zumaya, Universidad de Granada, Granada, 1974). ISBN 84.600.6353.4
Retablo de luna (Antonio Ubago, Granada, 1980). ISBN 84.85551.13.3
La blanca emoción (Algar, Madrid, 1980). ISBN 84.7450.014.1
La ciudad de las cúpulas (La Peñuela, Carolina, 1980, y Rusadir, Melilla, 1981). ISBN 84.300.3266.5
Los cuerpos gloriosos (Genil, Granada, 1982). ISBN 84.500.5367.6
Las lóbregas alturas (Antonio Ubago, Granada, 1984). ISBN 84.85551.30.3
Órphica (Fundación Ruiz Mateos, Rota, 1984). ISBN 84.398.1709.6
El galeón atormentado (Fundación Cultura y Progreso, Córdoba, 1990). ISBN 84.87285.52.X
Reino Maya (Cuadernos de al-Andalus, Algeciras, 1990). No consta ISBN. Dep. Legal CA.634.90
La Quibla (Devenir, Madrid, 1991). ISBN 84.86351.23.5
Beth Haim (Antonio Ubago, Granada, 1995). ISBN 84.85551.92.3
El sol de las ánimas (Batarro, Albox, 1995). ISBN 84.605.3762.5
Santo Sepulcro (Vitruvio, Madrid, 1998). ISBN 84.8979.5.05.3
El reloj del infierno (Port-Royal, Granada, 1999). ISBN 84.89739.28.5
Huerta del cielo (Puerta del Mar, Málaga, 2000). ISBN 84.7785.382.7
Silver shadow (Dauro, Granada, 2004). ISBN 84.95763.74.5
Viendo caer la tarde (Fundación Caja Rural del Sur, Granada, 2006). ISBN 84.609.8784.I

Novela
La Armónica Montaña (Akal, 1986). ISBN 84.7600.074.X
Kalaát Horra (Montraveta, Sevilla, 1991; reedición de Gomares, Granada, 1999, retomando el título original de Las praderas celestiales). ISBN 84.86335.90.6
La luz de la sangre (Osuna, Granada, 1997). ISBN 84.89717.90.7
El discípulo amado (Seix Barral, Barcelona, 2000). ISBN 84.322.1058.7
Santuario del odio (Roca, Barcelona, 2006). ISBN 10: 84.96544.43.5, ISBN 13: 978.84.96544.4
Erotica celeste 2009 La espada de miramarmolin 2009

Relato
Cuentos del río de la vida (Temas Accítanos, Guadix, 1991, y Dauro, Granada, 2003). ISBN 84.505.9901.6

Ensayo
Tratado de la Alhambra Hermética / The hermetic Alhambra (Antonio Ubago y Port-Royal, Granada, 1988, 1991, 2004 y 2007). ISBN 978.84.89739.87.1(Eng.) y ISBN 84.8551.54.0
Canon heterodoxo (DVD ediciones, Barcelona, 2003) ISBN 84.95007.87.8
Los suavísimos desiertos (Alhulia, La Madraza - Granada, 2005) ISBN 84.96083.90.X





El ruiseñor

EL RUISEÑOR qué pequeño
bajo la bóveda estelar completa.
¿Qué es un ruiseñor
a la curvatura de Júpiter, a los aros
de Urano, al peso de Saturno?
¿Cómo sería de diminuto
en la corteza de los astros más remotos?
Y sin embargo él es el eje
del mundo. Él es
el solo despierto
cuando todo lo inerte arriba
y abajo dormita en silencio.
Y sólo existe su amor.
Su amor tan pequeño,
en su cuerpo pequeño,
que resuena lejos y lejos,
más allá que nunca de las estrellas.
Su canto color
de los albaricoques.
En las ramas del árbol estelar,
el ruiseñor canta.
Va cayendo el rocío.

Viendo caer la tarde (2006)








En la batalla

Quién fuera uno de estos campesinos,
uno de estos vasallos que mueren por vos en la batalla.
Ellos os ven de lejos, brillando en lo alto de la colina
mientras la hierba va amasándose con la sangre
que amamantaron con la leche de sus madres.
Qué dulce, me digo entonces, morir
por quien no se conoce, y es
una luz sobre un caballo, allá en lo alto de la colina.
Mueren sin saber, como vivieron,
y porque la vida, amiga mía,
es tan breve que no da ni para soñar.
Estos mis vasallos mueren en la batalla
y cuando expiran uno tras otro
yo luego querría besaros
con la fuerza última del hálito de todos ellos.
Soy, por ti, así de impío.

De Silver shadow (2004)








OSCURIDAD ES EL NOMBRE

Estas tus vértebras del torso,
estos huesos curvos y envolventes
tras la piel que huele a tomillo y seda,
esta indefensión del cuerpo sin nada,
únicamente cuerpo habitado por el resplandor.
Aquí está, y tan inerme, callado y eterno
que morir de un abrazo sería
no morir sino seguir en esta agonía
de vivir siempre en tu ausencia.
Todo está quieto ahora
en la Huerta del cielo.
El cabello te desborda desde arriba
como un torreón hecho de noche, espeso
de los insectos más suntuosos.
Brilla todo en ti, silba en tu figura
un viento que proviene del desierto.
No veo yo más que tus vértebras, esa
copa que te contiene, turbadora
como cumbre a la que diera el sol de repente.
Tú estás aquí o no estuviste nunca.
Pero yo te palpo en esta corteza
de la encina que no conoces,
y te beso, con furia beso
en esta tierra que se me va de las manos.
Termina la noche. La luna da
en la tumba a la que acuden los meteoros.
Un pinzón se desvela y canta
en la espesura de las zarzas y los arándanos.
No hay mañana sin ti, tú
que duermes en las ruinas de mis sueños.
El sol dirá tu nombre, la luz
habitará mi sangre y yo sabré entonces
que la oscuridad es el rostro
de los que amamos en el infierno.

De Huerta del cielo (2000)







ÁSPID, TIGRE, MARIPOSA

EN AQUELLOS precipicios y aludes
cunde un olor a carne de espanto.
Pero en el infierno no hay
mortandad, sino el rumor
de una bestia que merodea.
Puede ser un áspid, un tigre,
una mariposa gigante.
Tarde o pronto descubres
que quien merodea
se te acerca.
Tú eres el mal olor aquel.
Lo llevabas contigo
ya al nacer y antes
de nacer. El áspid, el tigre,
la mariposa acechan. Acechan
la muerte que en vida te crecía
y ahora te ocupa por completo.
Somos de la condición de las estrellas
que expiran. En el cementerio
de lava de todos los volcanes
siderales, la carne humana se distingue
por sus ascuas, más rojas, crueles,
inasibles. No más fuimos
que flores de fuego.
Áspid, tigre, mariposa,
la bestia no se abalanza.
Se toma su tiempo,
como dicen de Dios.
El infierno es la amenaza perpetua
de una condena que jamás se cumple.

De El reloj del infierno (1999)








EL DIABLO

El mal, cuando imita a Dios,
se convierte en el diablo.
El mal no tiene cerebro, no corazón ni ojos,
carece de sangre a no ser que la suya
sea el hielo de la oscuridad entre los astros.
La maldad es un artrópodo que está arriba
del todo del cosmos, y lo atenaza
suspendido, invisible e invidente.
Respira y en su aliento flotan los planetas.
El mal no pregunta, ofende.
El mal no pregunta, destruye.
Por esto cuando imita a Dios
tan sólo se convierte en el diablo.
También el diablo es el olor de las hogueras
que no pueden verse, y el miedo
que queda en el aire tras que suceda un terremoto.
Es la ciudad devastada y los hombres
que se cuelgan de los árboles, y la tizne y la soga.
No se ve al diablo cuando acaba de pasar.
El mal no se mueve, para qué va a moverse,
si de imitar a Dios le ha quedado
la virtud de estar en todas partes, como una sombra.

De Santo Sepulcro (1998)









CEMENTERIO DE CORAL

AL OTRO LADO del mar
en el paraje más desolado de este mundo
se alzan tres mil tumbas.
Es Beth Haim, el cementerio que parece
edificado sobre un meteoro aún humeante.
No pudieron los sefardíes
hallar un lugar más árido en el confín del mundo.
Aquí todo está gravemente muerto
hasta el aire insepulto que no se mueve
y la luz, que es descarnada
como cuando un reo acaba de expirar en el patíbulo.
Es un cementerio de coral
que antes que a los hombres
a los pólipos sirvió de sepulcro.
Dentro del cercado, en su centro
se yergue entre las tumbas un cactus arborescente
y en una de sus esquinas la casa de la muerte
con los ataúdes visibles desde sus rústicas ventanas.
Es peligroso internarse en Beth Haim;
las iguanas no pasan de los muros
y adentro ni maleza hay, ni una brizna de hierba:
tan sólo los fósiles de cráneos coralinos entre túmulos,
tan sólo el cactus arborescente que parece
un galeón remoto, alucinado bajo las algas.
Aquí están los tres mil yacentes,
reos de la pena capital de no ver España.
El calor feroz del trópico
ahúma aún más las osamentas adentro
y afuera las lápidas simulan restos
de ceniza encogida bajo el tórrido sol de las Antillas.
Los yacentes descansan al fin en esta extremidad del mundo,
descansan por fin de la única manera que descansan
los réprobos y fugitivos, los fervientes, los humillados:
dejando que en lo oscuro la luna les dé en los huesos.
Pero noches hay que Beth Haim alarga sus suspiros
hasta el mar fosforescente poblado de medusas
luminosas en la inmensidad de los océanos.
Las olas contestan de lejos, y el resplandor
es entonces tan intenso en el recinto
que los isleños piensan que pasa,
está pasando una lluvia de estrellas bajo el firmamento.

De Beth Haim (1995)









ESTANQUE CON CISNES

Cuando yo era niño
tras el ventanal del aula había un estanque,
y en el estanque una pareja de cisnes.
El maestro, un religioso viejo y encogido,
se quedaba dormido en el estrado
o aplicaba la lección a fuerza
de una vara cimbreante de bambú.
Yo me recuerdo así: las manos
sobre el atril y el sol del membrillo iluminándolas.
Eran los días de oro. Los días
tenían puerta donde subirse y caballos
que te llevaban, con sus crines de horas.
¿En qué no nos parecíamos a príncipes?
Por el ventanal entraba el fulgor
y en el fulgor los cuellos blancos
y los ojos negros y los picos rojos.
Don Crispín, cuando dormía, olía a vino
y a vino también olía la caña de bambú.
Se trataba de aprender a leer.
Pero yo entendí que dos cisnes son todo el abecedario
y el estanque todos los libros que caben en este mundo.
Por esto ahora estoy escribiendo este libro,
porque dos cisnes amándose fuera de un aula
es lo más importante que me ha ocurrido desde entonces.
Octubre, mientras tanto, era tan azul
que hasta olía a brea y yodo, de tan cerca del verano.
Sólo más tarde supe que dos cisnes
son dos almas que en la tierra ensayan
lo que va a ser de nosotros luego en los cielos.

De El sol de las ánimas (1995)












ENAMÓRATE

ENAMÓRATE
de lo que no tiene forma. Mira a tu alrededor:
el palmeral de las columnas.
En algún lugar del bosque de tu vida
estás perdido.
Sólo te tienes a ti
y a tu corazón palpitando.
Te detienes, estás quieto.
Sólo cuando el cuerpo
permanece en pie
es noble visto desde arriba.
Estás quieto y todo en torno
a ti gira.
Dios es este bosque de columnas
que no cesa.
Que hace rumor de su propio extravío.
Dios, como tú, está quieto.
Tan quieto que, mirado,
causa vértigo.
Igual que estas columnas y estas arcadas,
que no tienen principio ni fin.
Estás perdido, pero navegas
por el sensorio de Dios.
Pisando la quibla
a un lado y otro tuyo
se abre la marea celeste.
Empiezas a estar en el centro
cuando la ebriedad de lo infinito
despierta en ti y suavemente te acomete.
Enamórate de lo que no tiene forma.
Perdiéndote en la geometría de Dios
encuentras que toda recta
confluye en un punto
que se curva y que vuelve.
Dios se siente en el mihrab.
Es un rumor bajo la cúpula.
Es un espejo de mármol
que te mira y está vivo.
Te enamorarás
de lo que no tiene forma.

De La Quibla (1991)









EL ACUARIO

¿No lo habéis oído? ¿No habéis oído aún
su gran rumor esparciéndose desde lo alto,
abriéndose paso en el corazón de las gentes?
Es el Acuario que sobre las ciudades vuela,
sobre los mares, sobre las frentes pasa
de todas las criaturas.
Miradlo pasar, y cómo el viejo mundo
se estremece bajo el Águila de la nueva Era.
Como un meteoro llega del espacio infinito,
las playas siderales donde las estrellas
almas fueron antes de encarnarse.
Y como una proa, su pecho quebranta el hielo
en que los humanos dimos en convertimos.
Blanco, ingrávido, incandescente.
Celeste, perfecto, inconmovible.
Paso al Águila, ¡paso al Águila del Espíritu!
Él es el perfume de luz que suena v que se toca.
Él el Vértigo Absoluto, la Locura Solemne,
el Ánfora que se quiebra de tan llena.
Él anuncia el reino de los mansos, y dice:
"se acabó ya vivir hiriendo".
No más insignia la suya que el arcoiris,
ni más moneda que la paz.
Vuela, el Acuario está volando
sobre nuestro viejo mundo ahora.
Sentidlo, asentidlo. Vividlo.
Su música es tan verdadera que al pasar
vibrando deja las cuerdas del cuerpo adentro.
No le miréis, echaos a un lado.
Porque cuanto más silencio en la noche hay
es que Él está pasando, acelerando el vuelo.
No se mueva nadie. Nadie tema
Ni se acongoje nadie.
Acuario Santo:
Tú que has venido a mostramos
que por la sangre del hombre navega el cosmos.
Y que somos un pueblo único
esparcido por toda la galaxia.
¿No lo oís, aún no lo habéis oído?
Y es que este rumor es sólo el de su sombra.
La sombra de sus alas y de sus garras
antes de posarse sobre la Tierra.

De Reino Maya (1990)










UN RAYO ATRAVIESA LA TORMENTA

Ahí llega el gran duque
en medio de la jauría resonante
como un ejército. Ahí va el gran duque
blanco bajo el bonete, altivo de capa blanca
que le ondea como un invierno en medio de los paños
rojos de sus cortesanos. Lebreles y podencos fueron primero,
que luego mastines y galgos, los sabuesos saltaron la zanja.
Alzara el gran duque el brazo entonces, y comenzó el temblor
y comenzó el silencio. Ahora era el ojeo, después la captura:
los alces y antílopes, los ciervos, venados y gamos ya pasaron
mirando atrás, mórbidos, tibios de pescuezo y ancas
que encogían tratando de llegar más pronto donde fuese;
los alces y antílopes, los ciervos, venados y gamos dejando
de sus fauces caer puñaditos con yerba que ya jamás rumiarían.
Luego vendrían las liebres guiñando al aire, probándolo
como si agua fuese, no sabiendo a dónde dirigir sus huellas.
El silencio sobrevino entonces, el silencio que a todo conquistador
precede. ¡Ni un suspiro en el bosque antes que el estertor llegase!
Los mastines y galgos, los podencos y lebreles: los pájaros que miran
y callan, un armiño, un castor, una ardilla, solitarios, gemidores.
Ya está el aire henchido, aquí está el príncipe sobresaliendo
de sus olifantes, como cara de moneda entre trompetas.
Y no hay ya más que el vientecillo que quedó de los que huyeron.
Pudiera venir el mar, pudiera ser un terremoto. Y sin embargo
fustiga el gran duque el palafrén que furioso caracolea,
y sobre la cresta de tanto arreo sólo el caracol luce
de su único ojo sanguinolento, que ahí llega,
que aquí está. Os mira. Y de largo sigue
pues no erais vosotros aún la presa.
María Celeste que adelante en el corcel iba
aprieta más tus brazos, caballero, entorno a su cintura.
Y ved que llega ahora la noche enferma de hondos luceros
que en lo hondo no son sino calosfríos. Desdicha
grande que hasta en el amor esté la muerte.

De El galeón atormentado (1990)










POR DE NOCHE

Por de noche, cuando mayor es la fragancia, vino
un ángel a decirme que había llegado a la región
de los muertos. A esa hora augusta, en que al tiempo
le nacen venas en su frente temblorosa, vine
a saber que ya había despertado, que estaba
en mí viviente y convertido en príncipe de luz,
estatua de olvido, soledad libre esparcida por los países
de lo alto. Como columnas de fuego vi a lo lejos erigirse
los umbrales del reino, las puertas del paraíso,
temblorosa sed de vértigos los abismos que brillaban
en torno al alma suplicante. Flotaban las aves entre la Luna,
y así vine a saberme incorpórea, delicada y amante,
escintilación pura en un bosque de nieve hiperreal y divina.
Desde ahora moro al otro lado del silencio y mis esquinas
son tan grandes como el color azul de un día encendido
y tan angostas y elevadas como las de un ciprés en los jardines
de la Tierra. Aquí, en esta aérea catedral de júbilos y pámpanos,
de enramadas que crecen hacia los fustes de cánticos y aromas
de asombro, entre los mundos como ánforas de maravilla
navegando sobre los vinos y ambrosías del infinito,
sentado, ocurrente y solo, voy a pensar. Voy a sentir el firmamento
en mis venas que te esperan, oh tú engalanada joya,
más altiva que una corona con resplandores siderales.

De Órphica (1984)










POEMA AL QUE LA EMOCIÓN
NO DEJA CONCLUIR

Este dolor
con forma de esfera, este
dolor con forma de esfera irradiante,
este dolor redondo
que sin embargo me restituye la vida,
este dolor de estar soñando y seguir
en pie, que me horada y ahonda, necesario,
aniquilante y hermosísimo, este dolor
es amor.

Es amor tan humano y tan real
que sigo acariciándote aun no saberlo tú,
ni estar aquí, ni poder estarlo nunca.
Feliz, oh qué felices las horas,
cuando sé que algo al fin nos une,
aunque sólo sea el tiempo
en que nuestras almas siguen destruyéndose.
Difícil reconocer que un momento de amor
contigo justificaría el resto de mis días
sin más amor que el calor de tu recuerdo. Difícil,
humillante reconocer que te amo,
y seguir viviendo. Que te amo tanto
que hasta escribir este poema me fatiga.
Humana condición quererte aunque yo no quiera.
Horroroso sufrimiento no tener más remedio que amarte
porque tú eras la de mejor corazón, la más bella y fecunda,
la más inconsciente de sus dones, la más clara
y amable en un mundo, debo decirlo, sin corazón
ni belleza.

Humana condición, horroroso sufrimiento
sentir mis manos ardiendo de no poder tomarte,
mi cuerpo que tiembla todo temeroso a tu acecho,
arder y no morir, ¡arder y seguir viviendo!,
sentir que mis ojos no se gozan de las flores y los frutos,
las nevadas y los niños, las aguas haciendo iris en las espumas,
porque mis ojos te ven. Te siguen. ¡No son míos!
Tanta hermosura parece la muerte, me digo adivinándote
cuando a la noche siento el alma embrutecida de tristeza
y oigo en mí gañir la fiebre, el hastío, el despecho,
el fracaso. Necesario pues escribirlo. Escribir, despacio:
No puedo más, amiga. No. Puedo. Iré a ti
en silencio y reclinaré mi cabeza humildemente
sobre tu hombro. Y será entonces el momento de decir:
Ay, corazón, no hables más. ¡No sigas queriéndola así!

De Las lóbregas alturas (1984)








PASEO BAJO LOS QUITASOLES
POR EL NILO

Hay un momento que las aguas hierven
al paso de la hija del Faraón. Al
paso de la hija del Faraón,
cunde un estremecimiento
por la pompa vegetal de las riberas.
¿Por qué los pájaros callaban? ¿por qué
los peces cantores su gloria de alabastro
suspendían sobre el aire, por qué hasta los juncos
han sustraído su memoria de fragante elocuencia?
No puede la brisa con tanto ojo de libélula
brilladora, de insecto extraño que habita en las pirámides.
Al paso de la hija del Faraón, al aire
le sale una cadera redonda y a la luz una orgía
de cerezas, un pasmo sonoro de ópalos. Ved
cómo le cantan los ibis en la cintura, cómo el Nilo
de sexo a frente culebrea, ved cómo oh sí
Versalles suelta el palio del asombro
sobre sus miembros que parecen retumbar, si se para;
retumbar como un templo su cuerpo que al dolor mismo
acuchilla: su cuerpo que a las sombras deshace.
Ya sólo se sabe que el sol achicharra,
porque su corazón anda cerca. Y hay bullicio
de cuerpos que se postran en sacra posición
de los escarabajos, cuando la brisa lleva el rumor
de esa rama con albaricoques que su talle es, si se mueve.
Hija del Faraón: pues cuantas veces por los atrios
en palacio se te vio, relucías, será
que en tu pecho tú prendiste el sándalo
de un hijo: más pudieran tus ingles entonces
que un valle nevado de lotos, y los labios tuyos
que un tapiz de cisnes perpetuos. Al paso,
pues, de la hija del Faraón, cómo las aguas
ya no pueden de hervor alcanzadas en su júbilo.
La luz se hace el ámbito de tu regazo
verde de verde comba, la luz entre los flabelos
que el aire pueblan de exóticos trinos de selva.
Los esclavos y las siervas, las gaditanas bailarinas
y ebúrneas etíopes, los efebos de Creta y las lésbicas
hembras de Paros y Corinto, al paso de la Hija
del Faraón con el eros languidecen de la adoración
sin límite. Mediodía, mediodía es y el sol amaneciendo,
pues que un niño las aguas quiebra al esplendor
de la Hija del Faraón pasando por el valle.

De Los cuerpos gloriosos (1982)











LOS CASERÍOS ABANDONADOS

Aquí llegamos a las ermitas perdidas por el bosque.
A los caseríos gigantescos abandonados en la vega.
¿Quién hay aquí? ¿Hay alguien aquí? Oh cuánta
presencia de humanidad ida. Cuánta vejez
de lo que ha sido. Cuánta tristeza en la soledad del aire.
Todo está inquieto, pero inmóvil. Sí, todo está
encantado, ¡y los pájaros cantando a las ruinas!
Estas aldabas, ¿quién por última vez las tañó?
Estas puertas, medio caídas ya, ¿no lo están acaso
por el ansia de la mano que nunca llega? Ahí
en los campos hay ortigas, jaramagos, piedras
adustas que simulan tumbas etruscas esparcidas.
Ahí fuera están los corrales desiertos, como campo
de ahorcados. Y los muros son negros, como los siglos
son negros en Bolonia y Brujas, en Tolosa y Gante,
en Burgos, en Compostela. Oh cuánta meditación. Qué vivo
y habitado todo. Qué plenitud la del recuerdo. Más
adentro el santuario, todo está saqueado:
profanados de olvido los altares, las estatuas,
cándidas y toscas, carcomidas; las velas
a medio consumir, los lienzos a medio caer. Y más
los caseríos: aquí es el reino de la penumbra;
la nostalgia manda, el tiempo está sepultado.
Y miro esos huertos inacabables, derruidos los jarrones
de yeso que en otro tiempo contuvieron las dalias
de la concordia, los husmos perdiéndose en la pagana,
frondosa umbría de las higueras, parras y cerezos.
Hay inscripciones en las paredes (como si un loco
hubiera estado preso aquí: no son obscenas,
sí doloridas). La ingrávida decrepitud de los establos,
las vigas desgajadas, las bodegas, la almazara, el lagar,
las escaleras que no conducen sino al dulce abandono
de alcobas que fueron un canto en su día, (porque
el tiempo no ha podido con el perfume de los cuerpos
que soñaban, ni el olvido con el resto de abrazos y caricias).
Y llego así a una estancia. (Impresiona pensar
que esperaba un poema para acabar de hundirse). Grande
es y parece lujosa, con la imponente suntuosidad
de lo sobrio y contenido, lo patriarcal y sereno.
¿Por qué siento aquí la historia de mi vida?
El hogar está aventado. Dos ventanas, una
frente a otra, están al fondo de los huecos. La tarde
inesperadamente flamea, sus oros alumbrando las páginas
de esta historia. Tomo asiento. Las golondrinas chirrían
hasta el paroxismo, saliendo y entrando: ¿es el terror
a la noche, el sol que se les va como un hijo divino?
El malva grisea; un gris maravilloso, como la estela
que en los estanques queda al pasar los ánades viejos
de Europa... Ya todo acabó. Puedo tirar la tristeza. En mayo
y en San Bartolomé de Jaén, sólo hay ecos. Estas
estancias diapasón fueron de alegrías tumultuosas.
Y tanto polvo no puede ocultar las sedas de Flandes, los encajes
de Venecia de las hijas (¿fueron siete, fueron más?),
que desde la torre-palomar tendían este otro
amaranto lubricán del clavecín abriéndose
en la tarde. Ya todo está perdido. Donna
Fugatta sigue corriendo por las sombrías galerías.
Ya todo está perdido, amigos míos. Y sólo
unos niños juegan a lo lejos (hasta mí
llegan sus gritos), cogiendo moras por las cañadas.

De La ciudad de las cúpulas (1980)










EL ÁNGEL
DETENIDO ANTE LAS FUENTES

Blancos los árboles son de noche en primavera.
Blancos son y tienen alma. La brisa árbol es
y la luna su fruto. Oh cuando es de noche
y cantan las estrellas. Todo en caricia
se convierte. Y el ciprés habla al agua.
Y el ciprés a la nube mira. Y hasta el polvo
alma lleva. Umbrío, el jardín del universo
te susurra, ¡dios mío de paz!, hálito que los montes
cubres con la unión definitiva de tus cánticos.

Alfombra sideral, el vértigo es tu pecho
dormido en la distancia. Brillo es pálpito
de Corazón erguido. El Tiempo tu sangre que alza,
si detenida, y ahoga si canta y cubre las montañas.

Tapiz corporal, la flor es tu sexo,
sublime albor de los árboles en calma.
Y escondido el pájaro tus ojos que de amor
resuenan. Soberana calma celeste luz
en ángel detenida. Fulgente ángel virgen de luz
sobre las fuentes. Jardín el universo que le lleva,
el angélico adonis parece una luna detenida ante
escarcha, o cascada que relumbra en la espesura.

El agua es Tu perfume. Y Tu fuerza el silencio
que embriaga. Que clamor desde la tierra impide
el límpido fruto de los astros fluyéndose y sonando.
Todo a la paz vuelve y el Ángel habla. Pues
al fin, oh dios, ¿quién la luz mueve, sino Tú?
¿qué para Ti una galaxia fue sino un sauce?
¿y quién en la penumbra arde, qué en lo frío
se expande sino tu Rostro de nieve incandescente?

Así el corazón se enaltece y el alma
gloriosa lleva la gótica diadema de los cisnes
más nostálgicos: los cisnes míticos que se nutren
de silencios y de brillos planetarios como gemas.
Pues si en tus manos presa está, el alma ave
es, Señor, que frágil canta y gentil e inútilmente aletea.

Y así la brisa sea la túnica del Ángel
que se mueve. Ángel recostado en las tinieblas
que arco lleva y su antorcha va y en las fuentes prende.

Señor, ¿qué pájaro es éste que canta
en el jardín, sino el alma que Te espera
enamorada? Secreta su canción es,
y su silbo la llamada a Tus ansias amorosas.
Silbo la canción, el pájaro un secreto. Perfume
el ángel fugaz que alborotado gime y se reclina.
Por cálices se entregan las fuentes al vino de tus rosas,
Señor, y por pan sus aguas; pan de nardos más vivos
que gritos en la selva augusta de Tu nombre caudaloso.

Cena grande la noche donde tus labios se dan
como cumbres. Tú brillas. Señor, en tus ópalos.
Y eucarístico yace el cosmos que de tu pecho
mana paz, ventura mana, leve amor de luz
enloqueciendo hasta los más altivos lirios que mueren
como cisnes. Los cisnes, oh Señor, que enredados a tu Luz
alas pierden, centro pierden, sombra,
y con ojos quedan rendidos de firmamentos
y en la canción glorioso el salto de ángeles
que el aire prenden, si la cítara de sus flechas tañen.

De La blanca emoción (1980)


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