Virginie Sampeur nació y murió en Port-au-Prince, Haití (marzo 1839 - junio 1919) y está considerada como la primera poeta haitiana después de la Reina Anacaona (también poeta, condenada y muerta en la horca en 1504).
Se casó muy joven con Oswald Durand, poeta y político haitiano, el cual la abandonó en un corto espacio de tiempo, rompiendo su matrimonio y divorciándose de ella.
Sus primeros poemas surgieron inspirados por el daño y el sufrimiento de este abandono.
Tuvo el mérito de abrir las puertas a la poesía femenina en su país.
No llegó a publicar ningún libro en vida, tan sólo poemas sueltos en revistas y periódicos de la época.
LA ABANDONADA
Ah, si hubieseis muerto, dentro del alma atribulada
alzara yo una tumba y allí, en el sagrado retiro,
mis lágrimas correrían una a una, sin recelo.
Cuán hermosa en mí brillara vuestra imagen!
¡Ah, si hubieseis muerto!
Mi corazón tornárase en urna dolorosa
que conservara del pasado la dulce reliquia,
como esos cofres de oro guardadores de perfumes;
mi alma toda sería cual rico santuario
en que ardiese inextinguible la última luz
de mi esperanza fenecida...
¡Ah, si hubieseis muerto! Vuestro perennal silencio,
menos duro que en este día, tendría aún su elocuencia,
pues que no lo causaría tan cruel abandono...
Yo diría: él ha muerto, sí, pero aun así puede oírme,
y quizás al morir no pudo contener
este grito : «¡Perdón!»...
Pero no habéis muerto, ¡oh, dolor sin medida !
¡Congoja que hace brotar la sangre de mi ser!...
Que yo no puedo, no, prescindir de mis recuerdos,
ni aún cuando os mostréis ante mis lágrimas sinceras
seco y frío, sin dar a mis profundos quebrantos
el consuelo de un suspiro...
¡Y aún vivís, ingrato, cuando todo me grita ¡ venganza !
Pero yo no escucho, que, a falta de esperanza,
una sombra de ídolo es mi único refugio :
ilusión, quimera, vano ensueño de mujer..:
¡Yo os amara tanto, si no fueseis más que un alma...:
Ah, ¡por qué no habéis muerto!
Traducción: Blanca de los Ríos de Lampérez
L'ABANDONNÉE
Ah ! si vous étiez mort ! de mon âme meurtrie
Je ferais une tombe, où, retraite chérie,
Mes larmes couleraient lentement, sans remords
Que votre image en moi resterait radieuse ;
Que sous le deuil mon âme aurait été joyeuse !
Ah ! si vous étiez mort !
Je ferais de mon cœur l'urne mélancolique
Abritant du passé la suave relique,
Comme ces coffrets d'or qui gardent les parfums ;
Je ferais de mon âme une ardente chapelle
Où toujours brillerait la dernière étincelle
De mes espoirs défunts.
Ah ! si vous étiez mort ! Votre éternel silence
Moins âpre qu'en ce jour, aurait son éloquence ;
Car ce ne serait plus le cruel abandon ;
Je dirais : « Il est mort, mais il sait bien m'entendre,
Et peut-être, en mourant, n'a-t-il pu se défendre
De murmurer : Pardon ! »
Mais vous n'êtes pas mort ! ô douleur sans mesure !
Regret qui fait jaillir le sang de ma blessure,
Je ne puis m'empêcher, moi, de me souvenir ;
Même quand vous restez devant mes larmes vraies,
Sec et froid, sans donner à mes profondes plaies
L'aumône d'un soupir !
Ingrat ! vous vivez donc, quand tout me dit : vengeance !
Mais je n'écoute pas ! A défaut d'espérance,
Le passé par instants revient, me berce encor ;
Illusion, folie, ou vain rêve de femme !
Je vous aimerais tant, si vous n'étiez qu'une âme.
Ah ! que n'êtes-vous mort !
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