Martín Carlomagno nació el 28/02/1978 en Concepción del Uruguay Pcia de Entre Ríos. Actualmente reside en Paraná. Ha publicado: Escombros 1999- Ruinas del Paraíso 2002 (Ediciones del Clé)- Confesión del Visitante 2003 (Ediciones Ríos al Mar)- Lo que no fue es Resplandor 2005 (Tráfico de Arte)- Isla que mira hacia un Diván 2006 (Cuadernos del Señalero) Premio mejor labor en Poesía Premio Provincial Escenario que otorga el Diario Uno de la ciudad de Paraná y Apuntes sobre el cielo de Abril 2007 (Trafico de Arte) Colección Jovénes Poetas Entrerrianos. En el 2008 fue seleccionado para integrar la Antólogia 'Nueva Poesía Joven' Ediciones en danza Buenos Aires.
I- Qué mano le pusiste Ringo.
Entre lijas y tardes,
desgaja su ilusión.
El cielo se confunde.
Atrás.
Y no hay campanas.
Nada puede
quitarle aquel segundo.
El anhelo de ser más que dos puños.
Hay un juego en la cintura amanecido.
Un silencio sin banco tarareando en la sombra.
Por la capucha crece su mentón.
Se estira hasta la lona
de rodillas.
Otra vez le sacaron el banquito.
Otra vez lo fajaron de lo lindo.
Alguien le está pegando.
Pero las piernas danzan,
buscando en otros ritmos
la mano del campeón.
Ahora el Ringo sale por las cuerdas,
el pecho se le hincha
y brota.
Otra vez tiembla el viento
con su Dios y su bata.
II
De andar silencio y cuesta abajo.
La tarde reluce
al filo
de las cortinas. Nace
un niño
y se asfixia
en lo que fue paisaje.
Moneda sin canjear.
Viaje del condenado.
Palabra sin decir para templar recuerdos.
Esa voz que defrauda otra espera
nombra
pero se ausenta.
Y en las leguas
del viento
anda aún este siglo. Cargado
por el tranco.
Lento
por el silencio.
III
Como un relincho a veces.
Un relincho
en medio de la página.
En el viento una carta.
Afuera, la paciencia
desteje entre puntillas
otra noche.
Espalda sin ocaso.
Voces que brotan en el adiós de ayer.
Las manos desnudan chispas
y olvidan su geografía.
Hay un espacio
para aguardar mudanzas.
Puertos en donde
anclar la pena y su legado.
Un relincho que habla por invisible
y suele desandar distancias.
Anochecer.
La luz ha regresado
y en la mañana abrirá sus puertas.
También dejamos algo al emigrar.
Hábitos ajenos
El puente que creímos cruzar
nada tiene que ver con nuestras vidas.
Lo simple permanece bajo llave
y es recuerdo.
Lo demás se va alejando
y es esa voz que nunca comprendemos.
Componemos el aire día a día,
nos jugamos lo poco que nos queda
y otra vez buscamos en la noche su falsa intimidad.
Poemas del libro El inventado
Al Estibador de Villa Urquiza
¿Acaso la memoria
ha quedado en la arena?
Todo hombre da cuenta por sus pasos.
Todo sol es la noche.
Aunque vuelvas memoria por los suelos de entonces
y una música lenta te reclame en silencio.
Nada hay en el río
y los barcos no vuelven.
¿Se habrá secado
el viento en los hombros del sueño?
Ahora que han cambiado
trabajo por tormento.
Esas bolsas son tuyas
hombreador del fracaso
y esa playa de nadie espera algún regreso.
Estibador, la noche tiene pasos a tu lado.
Guarda silencio el hombre de cemento.
El inventado
Tres cucharadas de polvo en las solapas
y la ilusión abajo.
En los tobillos.
Más cerca, el suelo
le acorta la mirada.
Los pasillos sin luz,
las parvas de papeles
que asoman desde el fondo.
Afuera lo demás,
la danza de los autos
junto a los colectivos.
La mañana sellada
de cara a lo que dicen.
Para el inventado no hay como una corbata.
Una balanza floja.
Desde lo alto un dedo cae,
cae lo que muestra un dedo,
no lo que dice.
Sigue girando el viento
sobre los techos,
sobre los árboles.
Ahora el inventado camina marcha atrás,
una mesa lo aguarda.
A veces lo convidan.
La mano que da muerte al inventado
El filo de un bozal traza otra tarde.
Se levantan los frentes huidizos,
hacia aquellos galpones
en donde la penuria
ha dejado sus últimas migajas.
Todo parece abrirse
detrás del cielo,
sólo que en esta tarde
no habrá resurrección.
El fruto ha perdido el centro
y ahora
es gravedad.
Sobre los campos arden
los herreros del viento avanzan deshojando
los rastros de otra historia.
¿Piensan ahora acallarlo?
¿Darle agua al pampero?
Las tropas se ocultan tras los árboles.
No hay presagios.
Sólo un hombre solo
cruza el atardecer,
en su mano derecha lleva un trapo
y en la otra
una espada de papel.
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