Dana Gelinas (Coahuila, México, 1962). Actualmente reside en la Ciudad de México. Ha publicado: Bajo un cielo de cal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991), Poliéster (VIII Premio Nacional de Poesía Tijuana, 2004), Altos Hornos (Editorial Praxis, 2006), Boxers (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Joaquín Mortiz, 2006), Sólo Dios y “Los Nuevos Trajes del Emperador” (2012).
Sus traducciones al español de autores norteamericanos y británicos han aparecido en diversas revistas mexicanas. En 1998, bajo el título La aguja del corazón / Heart's Needle (Aldus-Cabos Sueltos, 1999), tradujo una selección de poemas de este libro del poeta confesional W.D. Snodgrass, con el cual éste había obtenido en 1960 el Premio Pulitzer de Poesía. Su poesía ha sido traducida al inglés y publicada en diversas revistas y antologías de Estados Unidos, así como en numerosas publicaciones nacionales. Su obra poética está incluida en las antologías: Poetas de Tierra Adentro II, Revista Casa de las Américas, cuarenta nuevos escritores mexicanos (Núm. 197), La región menos transparente, antología poética de la Ciudad de México, Sin puertas visibles, An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican Women y Eco de voces, generación poética de los sesenta.
Por su trabajo poético ha sido becaria del Centro Mexicano de Escritores (beca Salvador Novo, 1982-83), del Instituto Nacional de Bellas Artes (1987-88) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para Jóvenes Creadores (1992).
Lápida para una mujer liberada
Como Diana, primero una flecha
al centro de un hombre;
como Penélope,
tejer la tela de araña;
caminar siempre un paso atrás,
como Eurídice;
salir del baño, como Afrodita;
leer de noche, como Minerva;
amar a una bestia, como Pasifae;
cultivar en exclusiva la tierra de tu casa,
como Gea;
predecir la infidelidad, como Hera;
memorizar uno a uno los rasgos de Narciso,
como Eco,
todo para morir en tu país
sin que te lapiden…
como a una extranjera.
ES EL INFIERNO,
le dije,
sí, esto es el infierno.
Que Dios le conceda
una semana como obrero de los Hornos.
No, señora,
usted que escribe
no haga bromas con Dios.
La fundición es un trabajo honrado.
No huele bien,
se irritan los ojos,
y, si se descuida uno,
puede morir ese día.
Perdón, le pedí perdón
porque me pareció lo único decente.
Sin ira en el pecho,
dijo de nueva cuenta:
Es un trabajo honrado.
Y en ese momento jaló una cadena con fragor suficiente
para volcar dos toneladas de magma de acero.
(2005)
CIUDAD DE CAL
Yo nací bajo un cielo de cal,
donde la sombra era cada vez más
luna menguante
y la noche sitiaba su propio espejismo.
Ese lugar no era
lo que se dice un vergel
y sin embargo mi abuela y mi madre
—cuando madre y niña—
alcanzaron los racimos maduros
de tanto tiempo que esperaron
bajo el portal.
Ante mí, en cambio,
un día se abrió el suelo de la casa.
Allí brotaron,
uno por uno,
los males que no alcancé a nombrar a tiempo,
en el pecho esa prisa maldita,
un dolor de piedra en la espalda,
un infinito miedo a lo finito
como una sombra que va siempre adelante
y una voz que cortaba, tan amarga,
lo que antes era mi alimento.
Por eso escondo ese pueblo
y oculto su paz de polvo.
Ahora, que en esta rabia recomienzo una cosecha,
vuelven a mí las sombras prolongadas del desierto
y en sueños se desgrana un racimo ácido de insomnio
y un constante porqué, como en sordina.
UN CORAZÓN DE CHOCOLATES
Odio los chocolates.
Mucho más los que son caprichos
de San Valentín:
demasiado alcohol,
demasiados azúcares,
demasiados sabores que envenenan.
Los odio por su alharaca,
los odio porque cada uno es diferente del anterior,
los odio porque no puedo evitarlos,
los odio porque sin su sabor no soy nada,
los odio porque sí,
porque del odio al amor
sólo hay un bocado.
Islas del Departamento de Belleza
Como en una Bagdad de escaparate
voy por la pasarela de espejos.
―Para que no pesen los párpados
para las manos suaves
para el cuello liso
para los senos firmes
para un derrière perfecto
para el brillo del cabello
para los ojos brillantes,
reina.
Las hechiceras del Departamento de Belleza
se desdoblan en pregones:
buscan envolverme
lámpara en mano.
Maldicen a mis espaldas.
El niño Bill Gates
El niño Bill Gates tiene ojos traslúcidos
y dientes afilados.
En un retrato, donde Su Madonna sostiene
sobre las piernas al niño,
un globo rojo y frío separa los rostros
de hijo y madre.
Bill cuenta números más rápido que sus maestros
(sus dedos ganarían una carrera de caballos).
Su cerebro arma un mundo de silicio
en menos de siete días
en la noche del sótano;
Inventa universos paralelos,
una red para el planeta
y una red para la red,
por si acaso;
Aplasta al insecto que osa introducirse
en la computadora
(y además lo disfruta).
Juega con el otro Bill --¿al golf?--.
Bill Clinton le recuerda que la política
es aún más ruda que los negocios
pero, dentro de la Red, el niño Bill compite
con la mente de cada padre,
observa y azuza;
Arrebata los juguetes menos caros y de otros niños;
logra que su hermana transforme
los chips en monedas.
Odia la luz del sol;
Practica la caridad:
muerde su galleta y la obsequia
(una vez tocado el dinero, no brilla).
La Madonna nunca pudo enamorarse de su criatura,
ese Niño que no cree que exista un dios
capaz de resistir su puño de silicio.
De su poemario "Sólo Dios"
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