miércoles, 12 de septiembre de 2012

7873.- NICOLÁS MARÉ






NICOLÁS MARÉ
Es el pseudónimo de Rodrigo Suárez, quien nació en Santiago el año de 1968 y -como posibilidad más segura entre las distintas elucubraciones sobre su muerte- se suicidó en esa misma ciudad en 1993. Su muerte se produjo justo en el momento en que finalizaba la carrera de Psicología en la Universidad de Concepción. La obra de Nicolás Maré permaneció estrictamente inédita hasta algunas apariciones en periódicos ("Zona de contacto" de El Mercurio) tras su muerte. Todos los poemas antologados son inéditos y no recibieron, por parte del poeta, titulación general. El padre de éste, León Suárez, se ha dedicado intensamente al ordenamiento de la totalidad el material poético que dejó Maré, para una posible publicación antológica que hasta hoy no se ha llevado a cabo.




Te desenvuelves en la maraña,
caes hacia dentro con tu ojo partido 
en la nebulosa pálida de las estructuras 
para construir tus varias voces, 
los dialectos y las máscaras.

Te veo asesinar a la partícula del cambio, 
reemplazarla por materia descompuesta 
al borde de tierras sucias.

Del hambre son expulsadas la caricia y la herida, 
un cuerpo vacío, un sueño de Dios apartado 
del placer y la renuncia.
Del hambre nace el fruto negativo que te inventa.

Fácil el agua se hace constante, 
veloz, demente como una piedra, 
última de especies corriendo hacia la ciudad destruida. 
Fácil el agua, fácil el terror con su sonrisa 
estampada en el dibujo de tu iris, en el gesto tuyo 
de la paz como tus mascotas abrigándote.

Parece no haber intervalo entre un hijo y otro, 
todas las leyendas del origen se hacen pedazos 
y ya sabes de qué se trata, cual es la respuesta conveniente 
en este tribunal parcializado hasta la náusea. 
Eres similar a la pantalla que te contiene, 
eres el antiguo pariente de tu muerte 
heredándole la carcajada y el revólver.

Afuera, por las calles, los perros se ensañan 
mirando las manos del carnaval.
En su única llama el incendio
se traga las leyes del comercio,
mascando las monedas del cuerpo que te fue prestado.

No ,

más que a los peregrinos sobrenaturales de sus juegos, 
pero ahora, tu sabes, los cuerpos pertenecerán al Instante.

Ella comía de tu mano con la confianza de la tierra,
se movía paralela a tu distancia 
sin perder los detalles más fríos y vanidosos 
como tu ilusión de ser el viento llevando las semillas 
de donde germinaría su belleza.
Otra pérdida. Otra cuenta que cobrar en el infierno.

Serías el monje, la figura luminosa del concreto, 
por ti pasarían las auroras y los productos esenciales 
por los que entonces se mataba.
Serías la vedette incandescente; todos los ojos,
aglutinados, armarían tu estatua en el centro de la plaza.
El homenaje caería de los dioses a la tierra, 
la ciudad misma sería la copia de tu reino en las alturas. 
Ciudad de oro, ciudad de ángeles enamorados.

Se pudiera decir de ti el hambre, 
se pudiera solventar los gastos de la escritura 
con el potente soborno de tu historia.
Se pudiera también el amor por tus señales 
o la vida misma por tu emanación de pérdidas. 
Se estuviera en la condición del hacedor por el horror 
y también por acercarse a tu destello.
Se pudiera hablar como hijo de las cosas 
y como silencioso paseante de lugares que tu-viste. 
Se hiciera fácil embaucar a la niña más hermosa
por la simple estatura de tu viaje. Se conquistara el mundo en vacaciones 
con la pura mención de tu acertijo.
Pero hay palpitaciones de habitante
que no dejan de insultar a la palabra.





En los nombres que hay en las ciudades
hay una cosa que se mastica:
Yo podía ver mujeres hermosas y también perros
pero siempre el corazón caía como una pelota.

En las calles que quisieron morderme
había camaleones:
el camaleón de la electricidad y el de la madera,
una hembra con grandes dientes era mi esposa
mientras otra traía legumbres a mi cama.
Qué suicidio podía planificarse ?



 


Era el adorable, el que tuve dormido con mis nubes, 
lo sentí sangrar en la noche abierta 
y cerré, le bajé en su pasión el nivel respiratorio, 
para calmarlo lo instruí desde el pecho hasta nosotros, 
miraba como en el limbo, incompleto, 
muchas veces mutando el hilo de su sueño, 
venía de la guerra, roto, sulfurado, 
paseante de la espada, nunca arrepentido 
y amable con los muertos, excesivo,
pensando en la forma de salir.

Lo tuve dando vueltas por la savia, 
creyendo en lo innecesario, inútil hasta el hartazgo, 
con su cabeza en el golpe nulo, 
con el elíxir del tornado cayendo de sus ojos. 
Lo tuve animal y me tuvo espina, 
dijimos las estaciones en el nudo del desorden.

Del corazón supimos la estaca,
del invierno la mancha y el escándalo, 
de la calle aprendimos el fantasma, 
del abrazo la eternidad 
hasta que partí.






En la muerte se están parados 
se están muertos en el espacio de la tumba vertical 
los padres de la palabra, los ancestros

Absuelvo tus bocas hediondas todos tus libros
no quedará en este país nadie que condecore vivos 
sólo los muertos se sentarán a mi mesa

Acaso pudiéramos confiar en alguna memoria 
acaso yo pueda recordar mi cirugía natal 
acaso lleven la frente en alto todos esos soldados

Lamentablemente la ceguera es colectiva.

 







Ebria, todo huele a frutas en tu cuerpo
frutas de climas antiguos y mañanas donde estoy sordo

Aprieta esa axila y sofoca la frase 
mi mano se endurece la letra es falsa 
nada está dicho la letra es falsa

En balcones negros la letra
en homicidios a plena luz la letra 
en letrinas la letra es falsa

Pegadas las caras a la almohada miento 
estoy sordo ahogado en frutas la letra
es falsa, borracha

Continuamente tu cuerpo huele a uva 
la cebada y yo sordo y yo miento 
no huelo a nada salvo a letra





 




De qué hablábamos, Dama mía, cuando hacíamos girar arbitrariamente 
los mecanismos del calendario para pronosticar nuestra muerte ?

Qué diabólica maestranza eran nuestras voces 
vaticinando una tumba compartida ?

El alboroto de los cuerpos y los recuerdos 
pretendía asentar un orden impuesto para el deseo. 
Irreverentes, lo reconozco, así como más me gusta,
fechamos en una pantalla poderosa la caída de los ídolos.

Nos hicimos hados de una temporada
que pasaríamos juntos en la corriente del aire 
más prístina y luminosa de esta puta ciudad.

Y así fue, lo creo, esta bella historia
mal contada que nos atrevimos a perpetrar.

La desgracia, en todo caso, radica como un virus 
en que el único realmente muerto fui yo.








No estaré en el lugar que prometí 
no permaneceré de pie ante la estatua de polvo 
ni diré una palabra ese día

Se acercarán alacranes mecánicos y personas de género 
inmensas partículas de imágenes olvidadas 
que renacerán desde el primer respiro de un niño, 
hambrientas botellas de un vino seco y malherido 
que no beberé.

No separé tu imagen del fondo de la ciudad 
no reconoceré a mis hijos ni a mis libros 
ni impediré que ellos se establezcan con sus bártulos 
en medio de ese lugar que aún es sagrado

Se me exigirá una acción convincente 
una pirueta salvaje que contradiga a la arquitectura 
un sermón pesado, un lingote de ira.
Pero no haré nada, no partiré nada, 
no asombraré a nadie:

Estaré colocado en el punto nulo 
donde sólo nos atravesará el olvido:

a ti y a mí, no te escaparás








RECIEN TE FUISTE

Te escribo esta ausencia como una langosta
en el jardín donde escupí sangre por no estar lo suficientemente despierto. 
Recuerdo que los calendarios siempre estaban atrasados 
mientras bajo varias luces yo transparentaba mi acertijo: 
los otros dos o tres que me acompañaban 
jugaban a limpiarse de entendimiento.

Te escribo esta ausencia como contándote mi vida. 
Ayer tuviste una preclara belleza 
y hoy día te fuiste como con lágrimas 
a bautizar la tierra un poco más al sur 
donde tu cuerpo sintió frío la primera vez.

Era especialmente sensible a las palabras despiertas 
pero toda la farra y la velocidad 
me llenaban los ojos de cruces ceremoniales. 
En invierno severo recorría la lluvia por montones. 
Abajo de cualquier edificio bebía con mis amigos 
que ahora se los tragó la tierra.

Una vez conseguí burlar al enemigo.

Yo no tengo soledad lo suficientemente rápido. 
Un par de días me desbarandé por casas extrañas 
y al final de la oscuridad alguien dijo mi nombre 
como para estamparme en la vida:
Aquí me ves haciendo cabriolas que nadie entiende
a pesar de que traduzco mi mirada al idioma de los bares.

Te escribo esta ausencia demasiado pronto 
pero el cáncer y todo lo demás.

Cuando empecé a conocer poetas 
fui conciente de la agricultura. 
Un caballo más un pez son una musa. 
Una herramienta menos la musa es lo inútil 
que ciertamente es un poema 
que ciertamente es el poeta.
Millones de estrellas para no decir nada.

Después mi vida se fue volviendo interesante 
con todas esa cicatrices en la cabeza 
en las manos y en mis platos de comida.
Incluso el truco de hacer desaparece el ombligo.
Cuando no podía cantar el réquiem
cazaba lagartijas manchándome las manos con lo reptil de la congoja.
Pero nunca pude dejar de defecar
a pesar de haber leído tantos libros.

Varias veces la pretendida tristeza 
y el miserable corazón 
para después tener que echar a la broma 
esta ausencia que te escribo.

Es cierto que existen animales mortales
tanto como lo insecto que somos.
Hay tantas cosas ciertas
que ya no sé cómo lograr que me creas el abismo.

Te escribo esta ausencia para podar los árboles 
y no para venderte la religión de los fantasmas. 
Te la escribo para acotar espacios 
para no botar más flema 
para contarte un poco de eso 
que nunca te podré contar.






A J.L. Martínez

Tú puedes decir que el pájaro al decir 
dice que no dice nada, 
tú Martínez puedes

Pero yo ni eso

Yo digo menos que los pájaros
ni siquiera puedo decir que no digo

Todo esto es una mentira 
yo sólo escribo algo así 
como una constatación de vacío, 
algo así como una radio 
dedicada a programas de silencio, 
un recipiente para encerrar nadas, 
para formalizar ausencias, 
para que esas mismas ausencias 
ratifiquen que por lo menos algo hay, 
algo hay en las hojas blancas 
que ni tú Martínez ni yo Suárez 
hemos amado lo suficiente.








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